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Capítulo 2

—Esta es la última —le digo a mi padre entregándole una maleta rosa que toma en sus manos y afirma antes de lanzarla al baúl.

—¿Te despediste de tu madre? —ingreso una mano en los vaqueros viéndolo suspirar —. ¿Lo hiciste? —insiste.

—Debo ir al aeropuerto —le digo en voz baja —. Su vuelo sale mañana a las diez.

—Iré contigo.

—¿No tienes trabajo? —afirma distraído mientras acomoda mi equipaje —. Puedo pedirle a Silvia que me acompañe. —sugiero.

Silvia es su esposa desde hace ocho años, tiene un hijo de seis años. Sí, tengo un hermano, mi adoración y orgullo. Un pequeño de cabello negro y ojos color avellana, una réplica perfecta y mejorada de mi padre a esa edad. Lo sé, por las fotografías que Silvia me mostró cuando mencioné el parecido.

—Puedo tomarme un par de horas —dice seguro. —Ser el jefe tiene sus ventajas.

Tiene la mitad del dorso dentro del baúl, acomoda las maletas mientras me habla. En remera negra, vaqueros y tenis, hace su labor con tanta concentración que me saca una sonrisa. Una vez logra su cometido, que mi equipaje quepa en el pequeño espacio, cierra la cajuela y gira en mi dirección.

—Tendrás ciertas reglas —empieza a decirme y afirmo. —nuevas —recalca y vuelvo a afirmar con una sonrisa que corresponde entornando los ojos.

—Lo que sea tenga que cumplir, tu compañía lo vale —mi comentario derriba su comportamiento desdeñoso y le saca una sonrisa —eres mi héroe —menciono lanzándome hacia él.

—Hablo en serio, cielo.

—Yo también. —Replico pegándome a él —siento como si me hubieras salvado la vida.

En respuesta a mi comentario, me abraza fuerte y por largo tiempo permanecemos abrazados frente a la que fuera mi hogar.

—Te mantendrás lejos de Julios en las veces que llegue a casa —empieza a decir —. Cuando eso ocurra, estarás cubierta de la cabeza a los pies y en la habitación bajo llaves.

—Sí, papá...

—Si te portas a la altura tendrás llaves de la casa y cierta libertad —continúa, ajeno a mi voz —. Mantente alejado de todos los vagos del conjunto, el único que vale la pena es Zack, con él puedes hablar.

—Entendido —le digo sin despegarme de él. —También me darás gas, pimienta y Taser.

—Regresarán las clases de defensa personal —me advierte alejándome de sus brazos y alza mi mentón para que lo vea —¿Estás segura de que ese malviviente no te ha tocado? —niego y sus ojos, avellanas se quedan viendo mi rostro —¿Segura? —insiste y hay preocupación en su voz —ese hijo de puta se va del país, no tendré oportunidad de matarlo... si te hizo daño.

—No me hizo nada —le interrumpo y alzo la mano —, te lo aseguro.

Afirma liberando el aire y volviendo a abrazarme. Mi amiga Tina y su madre fueron las que me dieron el consejo de hablarlo con papá. El comportamiento del novio de mi madre era, hasta ese momento y por momentos, incómodo.

Roces y miradas fuera de lugar, creaba escenarios para quedarse a solas conmigo. Si el móvil sonaba o me veía sonriendo viéndola la pantalla, le reñía a mi madre. ¿Tienes novio? ¿Te han besado? ¿Te has tocado? Entre otras muchas preguntas embarazosas.

Fue al preguntar por mi zona erógena que mi alarma se activó y lo compartí con Tina. Estaba en su casa haciendo una maqueta, su madre preparaba emparedados en la cocina, y nosotras estábamos en la sala. La reacción de mi amiga en un comienzo fue palidecer, acto seguido cubrió su boca con ambas manos y, como si tuviera un resorte, se levantó de un salto y corrió hacia su madre.

La madre de Tina llamó a mi padre. Su esposo y papá se conocían, ambos eran oficiales de policía y habían estudiado juntos en la academia. Todo fue un caos. Llegó veinte minutos después, caminaba de un lado a otro, maldiciendo mientras se retiraba el saco y desajustaba la corbata.

Como era de esperarse, mamá le creyó a su amante, quien había asegurado que yo había malinterpretado las cosas. Mi edad me hacía presa fácil de caer en engaños y estaba preocupado por mí. Aseguró que su interés no era otro más que como padre preocupado. Él tenía un hijo casi de mi misma edad y sabía el riesgo que corría de los depredadores.

—Vamos, tu hermano nos espera —me dice abriendo la puerta del auto y dándole una última mirada a la casa —. Sé que la vas a extrañar, pero haré lo posible para que estés a gusto.

—La abuela se queda con la tía —le recuerdo encogiéndome de hombros —, ella me hará sentir en casa. —Alzo la vista hacia él antes de entrar y le pregunto —¿Puedo verla?

—Siempre que quieras —me dice sonriente y afirmo ingresando al auto.

Dos horas después y luego de un viaje en medio de risas y bromas, el auto se detiene en una casa de jardines coloridos y un porche amplio. La diferencia entre las casas lo hacen esas dos casas. La casa de mi padre y Silvia, está adornado de margaritas blancas y amarillas.

—¡Peyton! —El grito de mi hermano me hace asomar la cabeza por la ventana y batir las manos hacia él que corre hacia el auto —mamá, llegó Peyton —vuelve a gritar.

—Antes solía decir, llegó papá —se queja mi padre, pero sonríe saliendo del auto.

Silvia sale detrás de mi hermano con una sonrisa en los labios y limpiando sus manos en el delantal. Es una chica rubia de treinta y dos años, ojos azules y de media estatura. Mi padre suele verla con adoración y ella a él como si no existiera mejor hombre que él.

—¿Qué tal el viaje? —me pregunta abrazándome contra ella con fuerza —bienvenida, cariño.

—Prometo no ser un dolor de muelas —besa mis mejillas y toma mi rostro entre sus manos mientras me observa —. No sabrás que estoy aquí.

—Me encanta que estés aquí —responde acariciando mi mejilla con sus pulgares —El sueño de tu padre: tener a sus hijos en la misma casa.

Abrazada a ella, ingreso a la casa, con mi hermano dando saltos a nuestro alrededor y papá intentando tomarlo.

—Señor, Carl —saluda alguien y Silvia se detiene, lo que me obliga a mí a hacerlo por estar abrazada a ella —Pasé.

—Jamás lo dudé —responde mi padre al tiempo que yo sigo el rumbo de esa voz.

Un chico de cabellera negra espesa, piel rosada y sonrisa amplia nos observa. Tiene el dorso apoyado en la verja del porche, rastros de sudor cubren su frente y han mojado su camiseta.

—Ella es Peyton —dice mi padre señalándome y su mirada va en mi dirección. —Su sonrisa se borra de los labios y se queda en silencio, viéndome un instante.

Estoy segura de que jamás lo he visto, aunque algo en él se me haga conocido. Sus ojos son tan negros como su cabello, una sonrisa empieza a dibujarse en los labios y su rostro se ilumina con ese gesto. Inclina la cabeza, mientras susurra "Bienvenida", que hace a mi piel erizarse y me obliga a bajar la mirada.

—Nos vemos luego —le dice a mi padre, quien afirma —espero que te sientas a gusto —me dice y solo logro afirmar.

En las horas que siguieron, olvidé a mi vecino y lo que su presencia hizo con mi piel. Silvia había preparado la cena y tuvo el hermoso gesto de cocinar todo lo que me gustaba.

Mi hermano solía dormirse con un cuento y esta noche quiso que fuera yo quien se lo leyera. Lo hice mientras mi padre le daba los últimos toques a mi habitación, pero no conté con que me quedaría dormida. Despierto, sintiendo el roce de unas manos en mis piernas y un avance peligroso en mi entrepierna. Desorientada, somnolienta, pero con la alarma activada doy un salto en la cama y en segundos estoy en pie.

Lanzo un grito al ver una figura oscura a centímetros de mi humanidad y tomo la lámpara de la mesita. Todo ocurre demasiado rápido, estampo sobre lo que creo es la cabeza de mi atacante, la lámpara. Mi grito ha despertado a mi hermano, que grita aún más fuerte llamando a todo pulmón a mi padre.

—Pero ¿Qué cojones? —Escucho a mi padre decir.

Las luces se encienden en la habitación, hiperventilo apoyada en la pared y viendo en dirección a la figura ya no oscura. Yo no tengo ojos más que para mi atacante, a quien papá toma por el cuello y estampa en la pared.

—¿Qué mierdas haces? —acusa mi padre zarandeándolo con fuerza. —te advertí que no te quería en esta casa.

—Lo siento —logra decir el aturdido chico —no sabía que ella estaba aquí —balbucea.

Es Julios, el hermano de Silvia, quien intenta decirle a mi padre de todas las maneras en que lo ocurrió. Su habitación solía ser la que yo ocuparía, por lo que buscó un sitio en la cama de su hermano.

—No sabía que ella estaría aquí —me señala y puedo ver el miedo en su rostro —tiré de las sábanas para darme un sitio, ella saltó y se asustó.

Frunzo las cejas, porque no fue lo que ocurrió. Estoy por protestar cuando una mirada a Silvia me hace callar. Ella tiene el rostro bañado en llanto, sostiene a mi hermano que llora aún más fuerte, mientras que con la mano libre le ruega a mi padre que lo suelte.

—No la toqué —insiste y me mira —por favor, dile lo que sucedió. —ruega y paso saliva.

—Yo no ...

Dudo en seguir, porque no me gusta decirle mentiras a mi padre, la base de nuestra relación se fundamenta en eso. No importa que tan dolorosa sea, no se le miente a papá.

—Desperté cuando lo hizo —digo al fin —vi la sombra y grité.

Técnicamente, no estoy mintiendo. Al decir que desperté cuando lo hizo, me refiero específicamente a cuando me manoseo y no al tomar las sábanas. Mi padre libera un poco su cuello. El chico y Silvia suspiran aliviados cuando mi padre lo deja en el suelo. Toma a nuestro hermano en brazos y se acerca a mí mientras le pide a su esposa.

—Sácalo de aquí y asegúrate de que esta vez te deje las llaves.

Lo dice en un tono de voz que no da lugar a contradicciones y libre de cualquier sentimiento, lo que me deja confundida. Mi padre no suele ser tosco con ella, ya dije que la mira con amor, ese sentimiento no lo veo al dar esa orden.

—Todo está bien —le dice a mi hermano al llegar a mí y abrazarme —. Tu hermana está bien. ¿Lo ves? —El pequeño afirma en silencio y toma mis manos —no pasa nada, él se irá y no volverá —le susurra.

Esta historia será mi regalo de Navidad para ustedes.

Quienes esperan por Destrozada, les pido paciencia.

Tengo que hacerla coincidir con varias historias


la tarea es ardua, el tiempo es corto y la moral está baja.

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