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Capítulo 19

Hermoso, elegante, sofisticado, lujoso, sobrio, entre otros muchos calificativos, era el apartamento de Zack. Definirlo en una sola palabra resultaba complicado, una tarea que se hacía difícil si contemplabas la ciudad de noche.

Un enorme pesebre, así lo podía definir.

El silencio que me rodea habla de que mi anfitrión no se ha levantado. La hora en mi reloj marca las seis de la mañana cuando pongo el primer paso por fuera de la habitación.

Me viene de maravillas un trote a los alrededores, respirar aire puro, contemplar la vista, estirar las piernas y hacer un poco de ejercicio. El orden no importa, siempre que aborde cada uno de los puntos.

Detengo los pasos a la cocina cuando mi vista choca con una mujer y el gozo que me produce que no está desnuda es indescriptible. Trae puesto una falda-tubo por debajo de la rodilla en color caqui y una camisa blanca. Completan la imagen zapatos de tacón negros, un estricto moño y un delantal negro.

Se mueve con destreza por la cocina y me quedo en silencio contemplando esa imagen. Desde el ángulo en el que estoy, me es difícil ver su rostro; sin embargo, podría asegurar que es joven. Apaga la hornilla y se calza un guante de cocina para sostener una tetera que empieza a sonar.

Es al girar con ella en manos, que nota mi presencia y se detiene. Por un momento, ninguna de las dos dice nada, detallo sus rasgos en silencio y ella hace lo propio. Nariz respingada, sus ojos marrones tienen un brillo que solo lo da la juventud (22 o 25 años o un poco menos).

—Buenos días —saluda aclarándose la garganta.

—Buenos días —respondo —, espero no seas otra de las "amigas" de Zack.

En respuesta a mi comentario, abre los labios y los cierra abruptamente. Se hace a un lado ante mi ingreso a la cocina y sigue cada uno de mis movimientos con atención.

—Mi nombre es Aurora y soy la encargada de la alimentación del joven Zachary. —Le escucho decir mientras esculco dentro de los cajones.

—Me alegra que así sea —sonrío al encontrar una taza del tamaño que deseo y lo saco de la gaveta —. Me evita tener que golpearte.

—¿Qué hace?

—¿Qué no es obvio? —le digo sosteniendo la taza a la altura de sus ojos —me serviré un café.

—Yo puedo hacerlo...

—¿Por qué? —pregunto tomando la cafetera —. Es bastante fácil.

—Pero, señorita...

—Peyton —le interrumpo dejando a la cafetera en su lugar una vez que he llenado la taza hasta el borde. —Peyton Beck, es un placer, Aurora.

—El placer es mío, señorita Peyton...

—No, no —vuelvo a interrumpir —retira esa señorita, llámame Peyton.

—No es correcto —comenta con rostro sonrojado —, la señora Antonieta nos tiene prohibidos los tratos informales.

—La señora Antonieta no está aquí —señaló a mi alrededor —lo que me recuerda. ¿A qué hora y cómo ingresaste?

—Entramos por el lado del servicio a las cinco de la mañana.

—¿Entramos? ¿Quiénes? —Cuestiono dándole un sorbo al café y viéndola a través de la taza.

Me divierte la forma en que se muestra incómoda por mi escrutinio. Retira el aguante de las manos y lo limpia de forma constante, mientras su respiración es irregular.

—Somos cuatro personas —responde luego de una pausa.

—¿Empleados? —afirma mordiendo su labio inferior —. Aquí no hay mucho que hacer.

Es más, un pensamiento en vos alto que una crítica. Aurora se muestra incómoda al escucharme, me rodea teniendo cuidado en no tocarme, mientras me aclara.

—Valerius, es el chofer; Marcos, es el mensajero; Lidia, la chica de la limpieza y yo soy la chef —finaliza con orgullo.

—Sigo insistiendo que son muchos cargos para cuidar de una persona.

—Espero que la señora Antonieta no la escuche o estaremos desempleados —murmura en tono agrío.

—Estoy pensando en vos, alta Aurora —le calmo —, mi intención no es dejarte sin empleo.

Aun si ese fuera mi objetivo, dudo que mi voz haga eco en Antonieta o en alguno de los miembros de la distinguida familia Mozzi. Consumo el resto del café en silencio, intentando entre sorbo y sorbo no incomodar a Aurora.

—Gracias por el dato del personal de servicio —le agradezco —, así me evito sorpresas.

—Olvidé mencionar a la señorita Leonora, la asistente del joven. —Sonríe al verme enarcar una ceja —es fácil distinguirla, ella no usa este uniforme —señala su atuendo.

—¿Bragas negras? —la chica sonríe y niega a la vez —ayer nos encontramos a una mujer semidesnuda. Aunque tu jefe la llamó Arianna.

—Arianna —pronuncia su nombre en tono amargo —era la exnovia del joven, antes que usted y la señora Fiorella.

—No me agregues a esa lista, chiquilla —le reprendo señalándola lo que le saca una sonrisa —. Aquí donde me ves, soy una mujer soltera y libre de elegir.

—Lamento la equivocación —aunque sonríe como si no lo lamentara —. El rumor que hay es que el joven llegó con su verdadera prometida.

—Por lo menos me han dado un título decoroso —abro el grifo y lavo la taza con ella, atenta a mis movimientos.

—No está acostumbrada a tener servicio. ¿Me equivoco? —niego viéndola sonreír.

—Vivo sola desde los veintidós años —le confieso —. La única regla que me pidió mi padre cuando mencioné mi deseo de independizarme fue: "Espero que tengas dinero para pagar la renta."

Aurora suelta una risita suave que ilumina sus ojos y suaviza sus rasgos. Antes de salir, le pido consejos sobre qué camino tomar. Pide mi móvil, digita el número de su móvil y me lo entrega. Me lleva hasta la terraza, me señala los sitios que puedo transitar; una vez termina, observa mi atuendo y niega.

—Al joven no le gustará verla así —señala mis piernas —. No me lo tomé a mal, esos pantalones le quedan fabulosos, pero son muy cortos.

—Estaré aquí antes de que lo note.

—Alguien puede faltarle el respeto.

—No te preocupes, sé cuidarme— murmuro despidiéndome de ella y viendo por última vez su rostro preocupado.

****

—¿Cómo le fue? —me pregunta Flavio al verme llegar.

—A juzgar por esa sonrisa, bien —replica Julio, su compañero, y afirmo a ambos.

—El mejor trote de mi vida —les confieso llegando a ellos —, de saber que disfrutaría tanto de Roma, jamás me hubiera negado a visitar a mi madre.

—¿Su madre vive aquí?

—Sí...

—¡Peyton! —La voz de Zack me hace callar y girar abruptamente.

En traje deportivo, manos convertidas en un puño, cejas juntas y labios apretados, avanza en mi dirección. La reacción de Flavio y Julio, es dar un paso atrás, siento sus respiraciones contenerse mientras yo observo su llegada en silencio.

—¿Estás siendo así? —me señala de pies a cabeza y observo mi apariencia.

—No fui la única, conté por lo menos cinco mujeres con indumentaria parecida —me defiendo.

—¿Qué me importa a mí el resto de mujeres? —gruñe dando un paso hacia mí y se detiene apretando las manos y cerrando los ojos. —el edificio tiene gimnasio, si querías ejercitarte.

—Y respirar aire puro —interrumpo rodeándolo y avanzando hacia el ascensor —. Acostumbro a hacerlo todas las mañanas. ¡Lo sabes!

—Esto no es América, Peyton.

—Ya me di cuenta —muevo la cabeza de un lado a otro mientras imito su tono molesto.

El ascenso a su apartamento es en silencio. Él, con las manos cruzadas, cejas fruncidas y mirada al frente, aprovecho el momento para enviarle las fotos que tomé a mis hermanos y saludarle.

Una vez las puertas se abren, abandonó su molesta compañía saludando a Aurora a mi paso. La chica susurra una disculpa y me resto encojo de hombros, restándole importancia a su enojo.

Cuarenta minutos después, me estoy calzando el último zapato cuando unos golpes en la puerta me interrumpen. La voz de Aurora, preguntándome si puede pasar, se escucha lejana. Avanzo hacia la puerta, la encuentro apretando el delantal con fuerza y viendo hacia un costado.

—El desayuno está servido —dice y afirmo —. Le pregunté al joven si iba a acompañarla, pero no me responde.

—¿Está en su habitación?

—En el estudio —corrige —, desde que llegó con usted no ha salido de allí.

—Yo me encargo —le digo avanzando hacia el sitio señalado.

Detengo los pasos en la entrada con Aurora, vigilante a mis movimientos, respiro hondo y suelto el aire antes de tomar el pomo de la puerta y abrirla sin pedir ingreso. Está sentando en un sillón en cuero negro, con los ojos cerrados y una mano apoyada en el costado izquierdo de su abdomen.

Nada de eso llama tanto mi atención como el gesto de dolor que se asoma en sus finos rasgos y el líquido color carmesí que brota entre sus dedos.

—Aurora, llama a Valerius que preparé el auto —ordeno eliminando distancia y tomando el rostro entre mis manos. —Zack, —le llamo, abre los ojos y me observa por unos segundos antes de volverlos a cerrar.

—¿Qué...? ¡Oh por Dios! —Aurora ingresa al estudio y corre hacia los dos.

—¿Llamaste al chofer? —niega con el pulso temblando —. ¿Y qué estás esperando? Dile que me espere en la puerta del ascensor.

—Hay que llevar la historia clínica y usted no puede sola...

—¡Deja de parlotear! La historia clínica no importa tanto como saber que produjo ese sangrado. —Tomo su brazo y lo paso por mis hombros mientras le pido —vamos, cariño, podemos hacer esto los dos.

Lanzo mi primera sonrisa de triunfo al verle levantarse y dar varios pasos vacilantes. No diré que es una tarea fácil. Zachary es un hombre de más de 1.80, pero yo estoy lejos de ser una rosa frágil.

Me defino más una hiedra venenosa por momentos.

En la zona de los ascensores encuentro a quien imagino: Valerius, acompañado de Flavio y Julio. Son ellos los que conducen a Zack a un auto que nos espera en la entrada.

—¿Trajo la historia clínica? —me pregunta el chofer.

—No la necesito.

La duda cruza su rostro por unos segundos, pero acaba por afirmar y pisar el acelerador. El viaje al hospital lo hice haciendo preguntas sobre su sangrado. Una forma de mantenerlo despierto, lucido y averiguar desde cuando estaba así. Sus respuestas eran cortas y casi inaudibles, pero logré mi objetivo.

****

—Zachary Mozzi, treinta y dos años, herida por asalto hace doce días —empiezo a decir a la enfermera y al doctor que nos reciben.

—¿Qué tipo de herida?

—Abdominal, de entrada y salida —le respondo al doctor.

—¿Tratamiento? ¿Lo recuerda?

Respondo las preguntas lo mejor que puedo y guiándome por la historia clínica que Fiorella mantenía siempre con ella. Los doctores continúan con el bombardeo de preguntas, al tiempo que la camilla con el cuerpo semiinconsciente de Zack se desliza por los pasillos de la clínica.

Una sola pregunta me resulta difícil de responder y es realizada al final del largo pasillo.

—¿Es usted familiar? —me pregunta la enfermera cuando la camilla empieza a traspasar las puertas giratorias —. Si no lo es, no puede ingresar.

—Es mi novia —susurra Zack alzando su mano —. Peyton... es.

—Entiendo —susurra la mujer y su rostro se suaviza —, tiene que llenar unos documentos. ¿Cree que pueda?

—Sí. —murmuro viendo la camilla, perderse de mi vista.

—En unos minutos puede ingresar —me calma la enfermera y afirmo sin hacer comentarios.

****

Apoyo mis brazos en las rodillas y muevo mis piernas con insistencia. Zack está allí desde hace hora y media. Media hora después de ingresar, una enfermera me dijo que habían logrado controlar el sangrado. Le estaban haciendo estudios antes de pasarlo a una habitación, una vez allí podía verlo.

El rechinar de unos tacones acercándose me hace alzar la mirada de las lozas y ver a los recién llegados. Una mujer de cabellos grises, cuerpo robusto y estatura mediana se acerca. Pequeños rastros de Regina Mozzi se asomaban en sus facciones, indicándome que estoy ante la abuela de Zack.

—Tú debes ser Peyton —dice al llegar a mí y sentándose a mi lado —. ¿Qué te han dicho?

—Controlaron el sangrado, le harán estudios para descartar bacterias —empiezo a decir —. Esperará resultados en una habitación.

—¿Cuándo fue el último reporte? —pregunta su tío Filippo.

—Hace una hora.

—¿Cómo lograste estar aquí? —Su pregunta tiene un tinte de reclamo que me cuesta ignorar —solo la familia puede.

—Filippo —advierte la dama —, no es el momento.

—Les mentí, me presenté como su novia —confieso —. Era eso o esperar afuera. —Me excuso viendo a la anciana.

—Lo entendemos —me calma tomando mis manos —. Aurora y Valerius nos contaron tu reacción. Te agradezco que lograrás controlar la situación.

—¿Por qué te sabes de memoria su historia clínica? —ruedo los ojos e inspiro largo antes de responder.

—La leí un par de veces.

—¿Por qué y cuándo?

—Por curiosidad, y cuando Fiorella la abandonaba —respondo sosteniendo su mirada —, solía olvidarla en todos lados.

—¡Mientes! —acusa.

—Me da igual, si me cree o no. —respondo indiferente.

—Las razones por las que la hicieron estudiarla no importan —habla la anciana —, nos ayudó en esta situación.

—Una situación que ella pudo crear —aclara torciendo los labios—, llevaba esa historia clínica a todos lados, por eso fueron asaltados, por creer que llevaba dinero.

—Lo del asalto no está del todo claro —desvío la mirada hacia la puerta en donde deben traerme información de Zack —. El atacante avanzó directo a Zack.

—Era el hombre, evitaba con ese acto una reacción de defensa.

—Usted no estaba allí —le recuerdo alzando la mirada y sonriéndole —camino directo a él, le disparó y recogió el bolso a su paso.

—¿Está segura? —afirmo a la anciana y mira a su hijo —¿Por qué hasta ahora lo sé?

—El asalto era hacia su nieto, lo del bolso fue un robo de oportunidad —les describo —vio la oportunidad y lo tomó.

Las puertas se abren y un doctor hace presencia en la escena, obligándome a callar. Al tío de Zack, parece disgustarle mi presencia. Quizás por creer que mi presencia es la que ocasiona la negativa de Zack a casarse, por mi madre y lo sucedido hace doce años, o por estar ligada de alguna manera a los Rossi.

—¿Cómo está mi nieto, doctor?

—Controlado, señora Mozzi, no se preocupe —le calma el doctor —, no hay riesgo de bacteria.

—¿Qué hay del sangrado? —quiero saber —empezó a sangrar en la madrugada.

—Negligencia de su parte —comenta el doctor —, aceptó sus culpas, fue dado de alta bajo la promesa de llegar aquí y ser internado. Algo que nunca hizo.

—¡Culpa de quién! —acusa su tío.

—¿Por qué no se lo pregunta a su hijo o a Fiorella? —le pregunto viéndolo por encima del hombro —y no se atreva a decirme que no sabe a qué me refiero.

No espero respuesta y me alejo de ambos regresando a las sillas. Ese infeliz acusa a Zack de actos que son responsabilidad de su hijo. Siento su mirada y al alzar el rostro lo encuentro, viéndome con molestia, mientras su anciana madre le reprende.

— ¡Me hiciste aceptar ese matrimonio a sabiendas de lo que sucedía! —acusa su madre —. ¿Por qué, Filippo?

—¡Es lo mejor mamá!

—¿Lo mejor para quién? ¿Para tu hijo? ¿Qué hay de Zack?

—Esa boda debe realizarse —desvía la mirada hacia su madre y toma sus manos —. Filipo ha prometido que cortó toda relación. Solo tú puedes hacer que Zack siga con la boda. No soportaremos el escándalo ¡Lo sabes!

No escucho lo que le responde la anciana, debe ser bueno, porque relaja sus hombros y sonríe. Me lanza una mirada fugaz antes de regresar la atención a su madre, niego sin poder creerlo. ¿Cómo pueden hablar de matrimonio como si fuera un negocio más?

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