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Capítulo 18

Desde que me enteré de la verdad, no dejo de pensar en papá, en mamá y en cómo acabé viviendo con la mujer que le hizo tanto daño. Todas las veces en que mi padre peleó mi custodia y la forma en que fue rechazado por un juez.

A un abusador se le dio la custodia de un niño. Así resumo lo que mi madre logró gracias a las influencias de sus padres. En el rompecabezas que era mi nacimiento, le llegaron las últimas piezas que me permitieron armar la imagen.

¡Y qué imagen!

Él me pidió perdón cuando nos encontramos en el aeropuerto. Se excusó por ocultarlo, pero lo hizo por no hacerme daño. Se dio cuenta, era lo correcto al ver el estado en el que estaba.

¿Qué podía perdonarle? Lo descubierto, si bien, es doloroso, reafirma el concepto que tengo de mi padre. Soy poseedora del mejor padre del mundo, que pese a tener motivos para odiarme, no lo hizo. Estoy viva gracias a él, a Carl Beck le debo todo lo que soy.

—¿Le enviaste un mensaje a tu padre? —me pregunta Zack al tomar nuestros equipajes y guardo silencio —¿Linda? —me llama y alzo el rostro hacia él —¿Lo hiciste?

—Lo haré, llamaré a tu casa — afirma no muy convencido.

—Le enviaré un mensaje.

—No es necesario, yo lo haré —prometo.

Cruzando el salón con Zack a mi lado, se vienen a mi mente todas las veces que mi madre pidió visitarla o vivir con ella en Roma y negué. El que hoy lo haga, gracias a una invitación de Zack, habla de lo extraño que tiene el universo de hacer las cosas.

—Tu madre vive aquí, —me recuerda como si hubiera logrado acceder a mis pensamientos. —Si se entera, estarás en problemas.

¡Ella no tiene moral para juzgarme!

—Ella no sabe de mi paradero. Mi padre prometió no decirlo. —Le calmo —, si toca a tu puerta o llega a reclamarte, los problemas lo tendrán ellos.

Afirma en silencio, lanzándome miradas fugaces. Cruzamos todo el aeropuerto en silencio, ingresamos a un taxi y solo cuando da la dirección empieza a hablar.

—Cuando llegué al país, tenía planeado buscarte. El día del asalto fue mi primer día.

—¿Cómo va eso?

—Los abogados están a cargos —aclara —, pero no es lo que quiero decirte. —Suspira —aún no te he dicho el motivo de mi regreso.

—Eres el dueño de tres tercios de la empresa Rossi —encojo de hombros ante su sorpresa —. Mi madre me lo dijo el día que fui por ti al hospital. Me alegra que así sea. —Confieso —sé que no paga el sufrimiento de tu madre o su ausencia, pero equilibra.

—Tu padre dijo algo parecido —comenta desviando la mirada hacia la calle y eso me brinda la experiencia magnífica de su vista de perfil —. Lo que ocurra en adelante no es personal, no tiene nada que ver con nuestro pasado.

—Lo entiendo —le calmo —, no necesito de explicaciones, te lo aseguro.

—¿Te dijo algo más?

—¿Cómo qué?

—No lo sé —se encoge de hombros—, detalles, explicaciones, excusas.

—Habló mucho aquel día, recuerdo lo importante —le miento —. La mayoría del tiempo lo empleó en excusar el comportamiento de su esposo hacia mí cuando era adolescente —digo al recordarlo.

—Ninguna excusa es suficiente para ese acto —dice.

Observo su rostro tenso al decirlo y tomo la decisión de callar. Zack no tiene a Giorgio como su padre, incluso se retiró el apellido, pero se siente incómodo mencionarlo.

El taxi se detiene frente a un edificio elegante blanco con negro, de donde salen dos hombres en traje, salen a recibir el equipaje. Me distraigo admirando cada uno de los siete pisos que conforman la edificación, sus balcones y los enormes ventanales.

Saludan a Zack en italiano y empiezan un diálogo amistoso. Resulta evidente que entre ellos existe una relación más allá de ser empleados del edificio. Zack me señala, les dice algo y ambos sonríen, enarco una ceja interrogante y corresponde con una sonrisa.

—Les decía que no hablas su idioma —se excusa y no niego o afirmo ese gesto. —Flavio, julio, ella es Peyton —me presenta —linda, ellos son los chicos de seguridad, si necesitas algo, no dudes en buscarlo.

—Es un placer —les digo a ambos recibiendo su mano.

—¿Por qué Peyton? —pregunta el más osado y su curiosidad me saca una sonrisa que corresponde.

—Bueno —me aclaro la garganta y lanzo un suspiro —mi padre le dirá que el nombre está asociado con cualidades positivas como la amabilidad, la inteligencia y la creatividad —les digo y ambos afirman —pero la realidad es que quería hacer enojar a mi madre.

—¿Y lo logró? —afirmo apretando mis labios y ambos sonríen.

—Carl Beck, suele ser un grano en el trasero cuando se lo propone —manifiesto con algo de orgullo.

—Bienvenida a Roma, espero no sea una visita corta.

—Todo depende —respondo viendo a un Zack que de pronto se ha quedado en silencio y bastante tenso.

—¿Entramos? —me pregunta entre dientes y afirmo.

—Nos vemos pronto —dicen en coro y me despido con un movimiento de manos.

—Son divertidos —le digo cruzando el lobby y responde algo inaudible. —¿Estás bien?

—¿Por qué estaría mal? —responde con otra pregunta y en tono alto lo que me hace alejar mi dorso.

Se detiene frente a una puerta de cristal, saca una tarjeta que pasa por una pantalla y la misma se abre dándonos acceso a un ascensor.

—Eres una mujer libre, puedes hacer lo que quieras. —continúa diciendo presionando un botón con la palma de sus manos.

—Hablas como si me hubieras visto besarle o teniendo sexo —le digo sin dejar reír ante lo absurdo que me resulta esta discusión —y de ser así, no tendrías que sentir celos.

—¿Quién habló de celos? —gira bruscamente y me enfrenta, tensa su mandíbula al verme reír con ganas. —¡No estoy celoso!

—¡Por supuesto que no! —le doy la razón sin dejar de reír —solo estás enojado.

—¡Asi es! —afirma ajustando su traje —enojado por la facilidad con que entablas una conversación con desconocidos.

—Que previamente tú me has presentado —le aclaro señalándolo y gruñe algo ininteligible —, no olvidemos ese ínfimo detalle. Tienes un lindo hogar.

—¡No cambies de conversación! —gruñe y le lanzo una mirada fugaz.

—Lo que estoy haciendo es darte la posibilidad de salir bien librado —confieso cada vez más divertida, lo que parece enojarle —lo siento —me excuso —es que jamás me han hecho una escena de celos.

Antes de que pueda replicar, las puertas se abren ante nosotros, el rostro de Zack se tensa y un grito femenino grita detrás “sorpresa”. Giro lentamente hacia la voz y me encuentro a una mujer en ropa interior, bastante sexy. Ella baja los brazos al verme, es evidente que sabía de la llegada de Zack, pero no que llegaría con compañía.

—¿Quién es ella? —pregunta viéndome con desdén y agradezco a Silvia que insistió en que cambiara mi acostumbrado atuendo de indigente por uno femenino.

—Cuando mencionaste una sorpresa, jamás imaginé que era el trío que tanto te pedía —no puedo evitar decir ante el gesto de superioridad de la mujer. —Acabas de hacerme una escena de celos por un simple saludo —continúo diciendo, dando un paso al interior del apartamento y viendo a la curiosa mujer.

—¿Qué haces aquí, Arianna? —En dos zancadas me ha rodeado, la ha tomado por el brazo y recoge su ropa cuidadosamente ubicada en un fino sillón. —¿Cómo entraste?

—¡Yo hago las preguntas! —grita ella histérica, intentando liberarse, sin éxito —. ¿Quién es ella y por qué viene contigo?

—Supongo que no eres la del trío —comento inocente y Zack suspira mientras me lanza miradas de advertencias —. Si desean privacidad, me iré con Julio y Flavio.

—¡No iras a ningún lado! —gruñe sacudiendo a la chica, quien, hay que decir, se ve cada vez más cabreada —Arianna es la que se irá.

—Es un trato justo —comento en tono inocente—. Si cambias de opinión con ese trío, me lo haces saber.

—No estoy de humor —advierte.

—¿Quién es esta zorra? ¿Trajiste a una ramera? ¿Qué? ¿Las de Roma no te gustan?

Lo que ocurre después sucede demasiado rápido para que pueda procesarlo. La mujer logra zafarse y avanza a pasos rápidos hacia mi humanidad. Mis reflejos están activos, lo que no le ayuda a ella. Alza una mano para abofetearme y la intercepto a mitad de camino, presiono con fuerza, lo que la obliga a arrodillarse, mientras le ruega a Zack que le ayude.

— Lo que soy, depende de ti —respondo con una sonrisa en los labios y sin soltarla, pese a las advertencias de Zack que lo haga—. De momento se me antoja ser tu peor pesadilla —le digo ampliando la sonrisa —. ¿Te gusta la idea?

—Linda, por favor, suéltala —me ruega y niego presionando más fuerte.

—No hasta que me pida perdón —comento segura —. Te ofrecí la posibilidad de salir victoriosa. ¿Cómo me pagas? Insultándome.

—Peyton —insiste Zack tomando mi brazo —por favor —la suelto lentamente, lo que la hace caer a mis pies y a mí dar un paso atrás.

—Iré a llamar a mi padre —le digo dando media vuelta —Jamás deberías pelear por un hombre. Si él te valora, no tendrás necesidad de hacerlo.

—Peyton…

—Te recordaré este día cuando vuelvas a hacerme una escena de celos, Mozzi —le advierto —no es una advertencia, es una promesa —le doy un último vistazo, me llevo dos dedos cerca de los ojos y luego lo señalo.

Avanzo hacia el balcón, saco el móvil de mi bolsillo y retiro el modo avión. Busco el contacto de mi padre y me encuentro con el dilema de que no sé qué números marcar. Devolverme a presenciar el ridículo de esa mujer, no está dentro de mis posibilidades y pedir la clave del wifi menos.

Derrotada, apoyo ambas manos en los barandales, contemplando la vista de Roma desde este lado de la ciudad. Deben pasar un par de minutos antes que una mano conocida sosteniendo un móvil arruina la vista.

—No voy a disculparme.

—Lo sé.

—Debí golpearla. —digo, arrebatándole el móvil.

—Te daré espacio. —Antes de irse, me muestra dos hileras de blancos dientes y entorno los ojos —me gusta tu forma de manejar los conflictos entre parejas.

—Si fueras mi pareja—lo señalo—, esperaría a que estuvieras dormido para castrarte. —La sonrisa muere en sus labios y nace en la mía.

—¿Cariño? —La voz de mi padre me hace alejar la vista de él y centrarme en su llamada —¿Qué tal ese viaje?

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