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Capítulo 17

Una mujerzuela, sin educación, nada de clase, callejera y alguien que no podía distinguirse si era mujer u hombre. La lista de adjetivos despectivos en mi contra era extensa y algunos hasta crueles.

Desconozco cómo logré controlarme y no darle un par de bofetadas a ese viejo engreído. "¡No te digas mentiras!" Me riñe mi mente. Lo hice por Zack, al ver su rostro cargado de dolor al ser señalado como culpable, siendo inocente.

Si alguien sabe de cargas de culpas ajenas, soy yo.

Carl Beck escucha mi relato con su cuerpo en tensión. Cada frase salida de mis labios lo hace empuñar las manos un poco más y tensar su cuerpo. El matrimonio de mi amiga no era el mejor de los sitios. La conversación se dio cuando acudí a la boda sola y no con Zack, como mi familia esperaba.

—¿Dónde lo dejaste? —me pregunta una vez que acabo mi relato.

—Organiza el viaje de regreso a casa, llegará la recepción— papá afirma pensativo viendo a todos los invitados—. Está tardando. —Continuó hablando mientras observaba la hora.

—Debe tener pruebas de esa infidelidad, dices que ella usaba su móvil.

El comentario es un diálogo consigo mismo, no espera una respuesta y continúa con su razonamiento. Ella pudo borrar todas las pruebas, conversaciones, fotos y mensajes, pero nada está realmente perdido. Un comentario que me hace reír y a él verme con rostro serio.

—Una vez, —empieza a decir apuntando su dedo índice en mi dirección —, borré sin querer unas fotos de Silvia y los niños, que ella me había compartido. Cuando Silvia quiso que se las compartiera, no las encontré.

—Y se armó la de Troya —bromeo.

Sonríe mientras susurra un casi que hace a sus ojos brillar como siempre que sale a la luz el nombre de su esposa y mis hermanos.

—Con Silvia todo es fácil —suspira ingresando una mano en su bolsillo y degustando la copa de champán que le ha entregado un mesero —. Se enojó, mi tarea era preservar esas fotos en WhatsApp hasta llegar a casa. —Me lanza una mirada cómplice antes de seguir —pero conoces lo que pienso de las fotos de ustedes en mi móvil.

A Carl Beck, no le gustan los rastros de su familia en el móvil. Tiene registrado los números de mis hermanos y su esposa con nombres diferentes. No le gusta tomarse foto con el móvil, para ello tiene cámaras y las vacaciones.

Asegura que, si llega a caer en manos de delincuentes, no les dará el terreno fácil para acceder a su talón de Aquiles. Un acto que vi exagerado en mi época de adolescente, que hoy día entiendo y práctico.

—También lo practico —le comento y afirma.

—Lo sé.

Cuando nuestras miradas se cruzan, sonríe, retira la mano de su bolsillo y toma la mía.

—¿Cómo acabó todo? —quiero saber.

—Me escondí en el estudio, bajo la excusa de un trabajo pendiente —aleja la mirada de la mía y abstrae viendo a los novios bailar, felices y darse besos fugaces —. Encendí la laptop y, al hacerlo, me di cuenta de que no había cerrado el correo y las aplicaciones.

—La regla número dos de Carl Beck —menciono sonriente.

—Todo el historial estaba allí —sigue diciendo —: fotos, conversaciones, todo. —describe con una sonrisa en los labios —pensé. "Si tuvieras una aventura y Silvia abre este aparato, estarías frito."

—Castrado, es la palabra adecuada —corrijo sin poder evitar sonreír por su buen humor. —Es posible que tenga las pruebas y que desee que le crean sin tener que mostrarla.

—O su caballerosidad le impida entregarlas —sigue por mí —. Los diálogos entre amantes no son lo que se dicen castos y rosas.

—¿Lo dices por experiencia? —entorno los ojos al verle afirmar.

—Persiguiendo pistas, me he encontrado con ellas —le da un sorbo a su bebida y aprieta nuestras manos juntas —, la parte rosa de una investigación por homicidio pasional.

—Me lo imagino —sonrío viendo a mi amiga desprenderse de su novio ante el cambio de ritmo de la música.

—¿Alguna vez te veré así? —pregunta —vestida de blanco y feliz al lado de un hombre que te valore y ame como mereces.

Permanezco pensativa ante esas palabras, le busco una respuesta y encuentro que no existe, no coherente. Mi trabajo absorbe casi todo mi tiempo, las pocas veces que he tenido una cita acaban siendo un fracaso.

—¿Cómo lograste formal un hogar? —cuestiono —. Es complicado.

—Cuando la persona es correcta, no importa si el camino es escabroso, oscuro o intransitable —empieza a decir —. Silvia me ayudó a salir de la oscuridad.

Le miro al no entender sus palabras y lo encuentro viendo en una dirección con rostro tenso. Los nudillos de la mano que sostiene la copa están blancos, sus labios se han perdido y se convierten en una fina línea.

—No sabía que eran amigos de Cristina.

Sin entender a qué se refiere, sigo el rumbo de su mirada y encuentro a mi madre aferrada al brazo de su esposo. Francesco le sigue a pocos pasos, todos con la apariencia de estar cruzando una alfombra roja o ser los protagonistas del evento.

—Me dijo que iba a divorciarse. —menciono más para mí —la vi tan sincera y tan desolada, que acabé por aceptar ir de vacaciones.

—Frida, jamás abandonaría el lujo —espeta mi padre —. De ella solo hay que creer un tercio de lo que dicen. Si te pidió ir de vacaciones es porque algo hay detrás.

—Algo, ¿cómo qué?

No alcanza responderme, alguien dentro del público grita "hora del ramo". En minutos, una diversidad de chicas de todas las edades rodea a la novia. Tina me señala y me invita a acercarse, un gesto que declino con una sonrisa.

—¿No quieres ser la próxima? —bromea mi padre y niego.

—¡Jamás! —respondo con vehemencia y me gano una carcajada de mi padre.

—¡Cobarde! —reclama.

—Yo le llamaría una mujer sensata —dice una voz conocida detrás de nosotros.

Los dos giramos para presenciar a un Zachary Mozzi, como nunca lo había visto. Soy observada con admiración y un brillo en sus ojos negros. Se siente como si estuviera desnuda, una sensación que viene acompañada de un escalofrío que recorre todo mi cuerpo.

—¡Estás hermosa! —susurra con voz ronca y sin ver a nadie más.

—Ella siempre lo está —corrige mi padre llevándose mi mano a los labios. —El que sepa ver su belleza detrás de tantas capas, se habrá llevado un tesoro.

—Lo dices porque eres mi padre y siempre ves lo bueno en mí.

—Lo digo porque es verdad —corrige intercalando miradas en uno y en otro —. Manténganse lejos de los Rossi.

—¿Por qué? —deseo saber.

—Sí, señor. —responde Zack.

Las dos respuestas, tan diferentes, le hacen verme a mí con reproche y a Zack con una sonrisa. Se acerca a Zack y le dice algo que no logro escuchar, tampoco la respuesta. Ambos intercambian miradas tensas, afirman y mi padre se aleja de los dos.

—¿Qué fue eso?

—Me dio un consejo —responde tomando mis manos y señalando el público que rodea a Tina —. ¿No quieres ir? —niego y sonríe —. ¿Tan mal concepto tienes del amor?

—El amor no tiene que ver en todo esto —señalo a las chicas que chocan sus hombros y se disputan por el sitio perfecto para obtener el ramo —. Lo que no quiero es estar en medio de una turba de mujeres urgidas por cazar marido. No se necesita la magia de un ramo para hallarlo.

—Un poco de fe no viene mal —le escucho decir—, y al verlo lo encuentro viendo hacia el grupo de chicas con semblante sombrío —, mi vuelo sale en seis horas.

Me invade una sensación de abandono luego de esa confesión. Guardo silencio

—¿Irás con tu abuela? —niega en silencio.

—A casa.

—¿No es lo mismo?

—No —responde tajante —, vivo solo.

—¿En Roma? —afirma girando su rostro y viéndome.

—Compré un boleto para ti, por si deseas acompañarme —ofrece —. Me gustaría devolverte el gesto de hospitalidad.

—No es necesario...

—Lo sé, pero quiero hacerlo —interrumpe —. No tienes que responder en este instante. Te dejé todo en tu habitación, si cambias de parecer. Hay espacio para Windows en casa.

—No alcanzaría a hacer los trámites...

—Ya los hice —se apresura a decir y alza sus hombros —, también pagué las multas.

—¿Perdón?

—Estás perdonada —me sonríe al decirlo —. ¿Por qué escribes poemas en ellas?

—¿De qué carajos hablas? ¿Estás ebrio?

—¡A la cuenta de tres!

El grito de Lina nos hace a los dos callar y ver en dirección al extraño sorteo. Con sorpresa me doy cuenta de que somos los únicos relegados. Los invitados rodean a las chicas y hacen palmas imitando a una Tina que luce bastante feliz.

Le doy una mirada fugaz a él y lo encuentro observando la escena, con rostro serio y ambas manos en los bolsillos. ¿Pensaba en su boda? Es posible que todo a su alrededor le recuerde la traición recibida.

—Me dijo que era virgen y deseaba llegar así a la boda —empieza a decir —, sin embargo, no había un momento al quedar solos en que no me provocara.

—Lo siento.

No sé qué otra cosa decir, más que eso, y afirma en silencio. Contemplamos la escena del sorteo y el contraste de las risas de los invitados con la nuestra, es evidente.

—Compartía con Filippo esos detalles, —continúa diciendo —. Eran algo más que familia, jamás lo creí capaz de traicionarme.

Asegura sentirse traicionado y burlado dos veces, porque no solo tiene que lidiar con lo que descubrió, sino que, además, limpiar su imagen.

—¿Qué piensas hacer?

—No lo sé —su respuesta llegó de la mano de un largo suspiro y escuchando el júbilo de la ganadora del ramo —por el momento, hablar con la abuela.

—Tengo un par de cosas que hacer aquí —empiezo a decirle —y le he prometido a mi madre, ir de vacaciones.

—Puedo entenderlo —comenta asomando una media sonrisa —. Aprovecha su compañía todo lo que puedas.

—Gracias. —afirma en silencio y regresa la atención a la pista, que empieza a llenarse de parejas.

—Peyton, —Me llama Santiago, el ahora esposo de mi amiga —Tina quiere que le ayudes con el cambio de vestido

—¿Dónde está?

—Segundo piso, tercera puerta a tu izquierda —afirmo viendo a Zack que no ha dejado de verme —. Yo le haré compañía y espantaré a cualquier insecto que se le aterrice —señala a Zack e intercambiamos miradas.

—Ya regreso —prometo.

—No tardes o pueda que mi labor se vea truncada —lo escucho decir —. No sé si lo has notado, pero hay como diez chicas que perdieron ese ramo dispuesto a quitarte el puesto.

—¡No me presiones! —gruño apretando los dientes, pero sin ver en su dirección y en respuesta los dos ríen en voz alta —lo que me faltaba era el bufón de Santiago. —susurro con fastidio.

Los tacones se incrustan en el césped, el vestido ceñido al cuerpo me asfixia. Detesto lo vulnerable que me hace sentir las dos prendas y entre maldiciones cruzo el jardín. Mi avance por ese sendero es lo más parecido a Bambi recién nacido y esa comparación me saca una sonrisa que se amplía al llegar al salón.

Mi avance en búsqueda de las escaleras se ve truncado por varios invitados que se cruzan en mi camino. Debí preguntarle a Santiago dónde estaban las dichosas escaleras, me lamento deteniendo mis pasos en mitad del segundo salón.

—¿Buscas a tus padres? Están allí. —habla una chica.

Estoy por negar, pero ella señala el costado izquierdo; justo detrás se asomaban las escaleras. Le agradezco, no por la información de mis padres, sino porque inconscientemente me guio a mi objetivo.

Correspondo a su sonrisa y avanzo a pasos rápidos hacia las escaleras; mientras me acerco a ellas, me embarga la nostalgia y empiezo a recordar todos los instantes al lado de mi amiga. Una amistad que se tejió en el jardín de niños y que fue creciendo hasta convertirse en una hermandad.

—¿Por qué debe importarme tu bienestar?

¿Papá? —me pregunta mi inconsciente.

A escasos dos metros de mi destino detengo los pasos y observo la puerta semiabierta que me señaló la chica.

—¡Estamos hablando del futuro de nuestra hija!

Mamá.

Y cuando están los dos mezclados no hay nada bueno. Es la primera vez que la voz de mi padre luce exaltada, un dato que me hace acercarse. Apoyo las manos en el pomo de la puerta y estoy por empujar cuando lo que dice mi padre me detiene.

—¿Cuál, hija Frida? La que estabas dispuesta a abortar cuando te enteraste de tu estado. La que un juez te obligó a tener, gracias a mi intervención. La misma que te negaste a darme y la que has odiado todos estos años solo por ser mi hija. —Escupe en tono áspero—. ¿Debo recordarte lo que Peyton ha significado para ti todos estos años?

—¿A qué viene eso ahora? —dice mi madre, que de pronto ha perdido la voz —. ¿Por qué traes eso a colación ahora?

—¿Qué sé de lo que eres capaz, Frida, con tal de salirte con la tuya? Tú no venderías tu alma al diablo, tú venderías el alma de tu hija, con tal de seguir en la opulencia —escupe mi padre en tono alto —. Lo viví en carne propia cuando decidiste convertirme en blanco de tus juegos.

—Hicimos un trato —balbucea mi madre —. Existe una multa que puedo hacer vigente si osas incumplirla.

—Se me antoja pagarla —arremete mi padre —. Lo haré gustoso, si con eso mi hija se libra de la escoria de madre que tiene.

—¡No te atrevas!

—Martes, 23 de septiembre, hace treinta años.

—Carl —la voz de mi madre es inaudible.

—¿La víctima? Carl Beck —continúa diciendo mi padre —. ¿Las víctimas? Frida, Hillary, Becky, Yalitza y Jennifer. ¿El sitio? El bar al que la víctima acudía cada fin de semana.

—Fue un error, Carl...

Zack

—No debí hacerla enojar —comenta el novio viendo la hora por enésima vez —. Si se lo dijo a Tina...

—Peyton no es una mujer de rencores —le digo y me mira de reojo.

—¿Es broma? —sonríe —. Esa mujer es la causante de que mi hoy esposa, haya durado una semana completa sin levantarme la llamada.

—¿Qué le hiciste?

—¿Qué tiene eso que ver? —replica.

—Mucho. Tina es su amiga, casi hermana —explico alzando mis hombros —. Si sintió que la heriste, haría que lo pagara.

—¿Eso la convierte en alguien rencoroso?

—No. Eso la hace justa —corrijo y señalo hacia una de las entradas —: allí viene tu esposa.

Aunque no hay rastros de Peyton por ningún lado. Al preguntarle a Tina, me dice que no acudió a su llamado y tuvo que vestirse sola. Me entrega un paquete que me pide hacérselo llegar y se despide preocupada. Un par de llamadas a su móvil, nos dice que lo ha apagado y eso no hace, sino a aumentar la preocupación.

—Espero que los Rossi no tengan las manos metidas. —susurra y toma mis manos.

—La buscaré —prometo despidiéndome de ellos.

En la hora y media que siguen la busco entre los invitados, ninguno me da razón de ellas. Su padre asegura que la última vez que la vio fue cuando estaba conmigo y se unió a mi búsqueda. Fue él quien se acercó a su madre y a los Rossi, pero negaron haberla visto.

—Peyton odia estos eventos, se aburrió y se fue —dijo su madre restándole importancia a su desaparición.

—Su auto, —dice su padre, — debe estar en el parqueadero.

Fue en el estacionamiento en que encontramos respuestas. Los encargados del lugar, la vieron acercarse y pedir su auto; tres minutos después abandonó el lugar.

—¿Cómo estaba? —le pregunta su padre.

—Tranquila —susurran encogiéndose de hombros—, pidió las llaves, su abrigo y se fue.

—Te llevaré a casa —me dice —. Quiero saber que está bien y luego me iré.

Afirmo sin hacer comentarios, le hago un par de llamadas rumbo al apartamento, pero el móvil sigue apagado.

—No se iría sin despedirse de Tina —le digo a su padre, quien afirma.

—Espero que ese infeliz no le hiciera algo o se las verá conmigo —explota y mira la hora —perderás tu vuelo.

—Tengo tiempo, no se preocupe —le calmo —. Lo que importa es que ella esté bien.

En la recepción del edificio nos dijeron que había llegado hace una hora, pero que volvió a salir. Le dejó a su padre dos sobres, uno de ellos con varias hojas en blanco y con su firma al final. La segunda era una carta de la que desconocí su contenido, pero que debía ser dolorosa porque sus ojos se cristalizaron.

—Se fue de vacaciones —me dijo simplemente —. Necesita tiempo, te pide disculpas por no despedirse.

—¿Estará bien? —deseo saber, empezando a sentir la misma opresión que cuando mi madre murió.

—Espero que sí —susurra —. Te llevaré al aeropuerto —ofrece— y no tengo otra opción más que aceptar.

****

—Gracias por todo —le digo al llegar al sitio y estirando mi mano —por favor, si sabe algo...

—Serás el primero en saberlo —me interrumpe —. La conozco, estará bien, solo necesita tiempo.

—¿Puedo saber qué ocurrió? —resopla y pasa su mano por su cabeza mientras observa el tráfico de pasajeros del aeropuerto.

—Escucho cosas que nunca debió saber —comenta —, solo espero que pueda perdonarme.

—Ella lo adora —le digo a ver su rostro cargado de inquietud y sonríe con tristeza —. Lo que sea hizo, estoy seguro de que fue por su bienestar.

—Llámame si sabes algo de ella —me pide.

—Dudo que lo haga —le confieso —. Si deseara de mi compañía me hubiera buscado, sabía que estaba esperando por ella.

Su padre afirma y abre los brazos con rostro angustiado. Le doy un último vistazo antes de empezar a avanzar cuando hacen el último llamado. Me gustaría tener el tiempo disponible para buscarla y darle apoyo, pero tengo asuntos pendientes. Mientras hago el ingreso, me prometo que una vez aclare todo en casa y limpie mi imagen, regresaré a ella.

De todas maneras, esta ciudad será mi sitio de trabajo en unos meses. Le doy un último vistazo al aeropuerto antes de dar media vuelta. Cada paso que me acerca al avión, se hace con la certeza de regresar en el menor tiempo posible. No puedo darle apoyo con mi vida, vuelta mierda, primero debo aclarar las cosas y cerrar ciclos.

Detengo mis pasos en los dos asientos que he comprado y lanzo un suspiro antes de sentarme. Una parte de mí tenía la esperanza de encontrarla aquí, esperando por mí

¿Por qué lo haría? Hace doce años la dejé plantada y no has tenido el valor de decirle de quién es la culpa. Exasperado, ajusto el cinturón de seguridad mucho antes de que den la orden y me dispongo a dormir las seis horas del viaje.

—Me estaba despidiendo de mis hermanos —abro los ojos en espera de que no sea una alucinación y me encuentro con ella. —Dejé a Windows con ellos.

—Tu padre estaba preocupado por ti —le digo y afirma —también yo.

—Hablé con él —muerde sus labios y mira hacia el pasillo —me lo encontré al bajarme del taxi. ¿Te pido un favor?

—El que desees...

—No me hagas preguntas —me pide viéndome a los ojos que se cristalizan —, solo quiero olvidar. —tomo su mano y afirmo en silencio, se queda viendo ese gesto antes de entrelazar nuestros dedos.

—Gracias por confiar en mí —le digo —, tengo el sitio perfecto para olvidar. 

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