Capítulo 14
Zack
Veinticuatro horas antes
Los rascacielos se alzan imponentes alrededor, la vista desde el apartamento, es majestuosa. Desde el punto en el que estoy, las personas en las aceras parecen hormigas que corren de un lado a otro.
La terraza del apartamento es un excelente sitio para la introspección. Las risas de Fiorella y Filippo impiden que llegue a ese punto. El sonido de las copas se mezcla con las risas de ambos y las bromas muy comunes de ellos.
No solía ver en la estrecha amistad de esos dos, segundas intenciones. Se conocen desde adolescentes, la familia de Fiorella mantiene una estrecha amistad con los Mozzi.
Desde que los conocí, han tenido ese vínculo tan profundo, era normal, verlos reír y tratarse con familiaridad. En mi cabeza todo cambió desde que Peyton insinúo que existía algo más.
Ahora todo ha cambiado, las sonrisas las veo distintas, los roces fugaces, las bromas, todo es visto de manera diferente. La culpa que me genera verlos como traidores me impide verlos a los ojos por momentos. Entonces, recuerdo lo que dijo antes de despedirse, sobre el tatuaje y el mal humor, regresa junto con la desconfianza.
—¿Todo bien? —pregunta Fiorella pasando sus brazos por mi cintura y apoyando su rostro en mi espalda —. ¿Hablaste con la nonna?
—En unas horas —respondo viendo la hora —cuando despierte de la siesta.
—Mi padre está despierto —sugiere Filippo —. La información que necesites, él puede dártela.
—Lo que necesito, solo Antonieta Mozzi lo tiene.
Alejo las manos de las barandas y Fiorella se planta frente a mí, observándome con rostro preocupado. Le doy un vistazo a uno y a otro recordando que, gracias a ellos, logré adaptarme a la familia, la nueva cultura y a su idioma.
—Espero la llamada de los chicos, anunciando que han llegado —confieso viendo la hora —, ya deberían estar aquí.
—El tráfico es infernal —los excusa Filippo.
—Si deseas, Filippo y yo podemos encargarnos —Fiorella acaricia mi mentón al decirlo y me sonríe —. Deberías quedarte y descansar, el doctor recomendó reposo.
—Necesitas descansar —habla mi primo, estirando sus piernas. —Los abogados pueden encargarse o, si prefieres, Fiorella y yo nos encargamos.
Sostiene en sus vanos un vaso con restos de vino que alza en nuestra dirección. Prometen filmar el suceso y disfrutarlo como si fuera yo, alza su muñeca izquierda a la altura de sus ojos y mira la hora.
—Alcanzas a tomar el último vuelo —continúa.
—¿Qué nos falta? —le pregunto a Fiorella. —Lamento, no haberte podido acompañar.
He visto muchas bolsas y cajas de todos los tamaños, que se han negado a que yo los vea, por traer según sus costumbres mal augurio.
—No te preocupes, para eso tienes al padrino de boda —me explica abriendo los brazos —. El vestido de novia quedó a cargo de Beatrice y del tuyo, mi padre. Lo demás es dar ese Sí y el feliz por siempre.
—Tú tienes la última palabra —regreso la atención a ella y contemplo su rostro.
¡No es posible! Ellos no son capaces de una traición como la que sugirió Peyton. Hacerlo era enfrentarse a ambas familias y el escarnio público. Filippo tiene una esposa maravillosa, un hijo de tres años y otro próximo a llegar.
—La nonna nos matará si llega a verte en este estado —habla Fiorella. — Descansa, Filippo y yo nos encargamos.
—Te conseguiré, es tiquete —saca el móvil de su bolsillo y busca algo en él.
¿Por qué el sorpresivo interés en quedarse solos? Entonces, recuerdo que la abuela Antonieta y Beatrice, se opusieron a que Filippo se uniera a este viaje. Insistieron en que lo hiciera con Fiorella, eso ayudaría a afianzar nuestra relación.
Pensé que el plan era alejarme de Ariana, pero quizás era otra cosa. ¿Y si ellas lo sabían? Por eso tanta insistencia en esta boda. Las dos ancianas buscaron la forma de cortar esa relación y me hicieron a mí el cornudo del año.
—Debemos irnos todos —recuerdo el consejo de la abuela—, —ninguno debe quedarse.
—Eso fue antes de tu asalto, ahora todo es distinto.
—Dividámonos —sugiero —, yo iré con los Rossi y ustedes se encargan de lo demás. —Constato la hora en el reloj —. Nos veremos aquí al medio.
—Almorzaremos juntos —comenta mi primo —. Te enviaré la dirección del sitio.
—Si hay alguna novedad, nos llamas —me pide ella —. Por favor, no hagas algo sin hablar con nosotros. —ruega.
—¿Algo como qué? —le pregunto.
¿Llegar antes de tiempo? Intercambian de miradas y sonrisas, fugaces y casi imperceptibles. En otros tiempos las hubiera ignorado, pero mis sentidos están activos. La vibración en mi móvil anuncia que han llegado y camino hacia la salida.
—Nos vemos —les digo sin verlos.
Los Rossi esperaban la presencia de un miembro de la familia, pero jamás se le especificó quién, tampoco preguntaron. En este punto del camino, eran importantes los motivos del encuentro que el responsable de dar la buena nueva.
Y es que, ellos creían que eran buenas noticias cuando lo que habló el tío Filippo fue de "tener una solución al conflicto". ¿Se imaginaron estar en esta situación? ¿Qué el destino de su empresa estaría en las manos de unos campesinos?
Sin lugar a dudas, no.
—Buenos días, señor —saludan los chicos al verme mientras abren la puerta del auto.
—¿La señorita Fiorella y el señor no vendrán? —comenta un segundo viendo el interior del edificio.
—Hemos decidido dividirnos —respondo ingresando al auto —. Queremos volver a casa cuanto antes.
—De todas maneras, el señor tiene que volver —me explican y afirmo en silencio viendo el auto deslizarse por la vía —. ¿Lo sabe su prometida?
—Aún no lo hemos hablado —confieso —. Beatrice y la abuela, quedaron en decírselo.
Luego de la luna de miel, Fiorella y yo nos radicaríamos en la ciudad, no en Italia como creía. Así lo ordenó el tío Filippo, quien solicitó no dar detalles para no arruinar la sorpresa a los Rossi.
¡Filippo Mozzi también lo sabía! ¡Por supuesto! ¿Cómo no me di cuenta? Todo empieza a tener sentido, las piezas del rompecabezas empiezan a unirse creando la imagen de una traición dolorosa.
—¿Cómo se enteraron ustedes? —les pregunto al grupo que me acompañan y se ven entre sí con rostros inquietos.
Si hay algo entre Fiorella y Filippo, el cuerpo de seguridad lo Mozzi, serían los primeros en saberlo. Estos a su vez le darían cuenta a la única persona a quien obedecen. Filippo Mozzi, la persona a cargo de la empresa desde que mi abuelo (su padre) murió.
—Comprendo —les digo distrayéndome con los transeúntes —, le deben fidelidad al que reconocen como Mozzi.
Doce años y sigo sintiéndome un extraño, constantemente me pregunto si me he convertido en una visita molesta y costosa.
—El señor Filippo y la señora Antonieta, prometieron hablar con usted.
—Después de la boda, me imagino —comento en tono amargo.
—Lo sentimos —se excusan, pero no les respondo.
¿Qué puedo decir? Sí, hasta el momento, solo son conjeturas y no tengo ninguna prueba. Incluso esta conversación, no es una declaración de infidelidad. No he mencionado a Filippo, ni a mi flamante futura esposa, o las sospechas que se entienden más allá de lo que se ve.
*****
Encontramos a los abogados esperando por mí en el lobby, con ellos hice el siguiente camino. Para los empleados, era el grupo de abogados de los Mozzi, que estaban a acostumbrados a ver mes a mes. Era muy común ver a alguien nuevo dentro del grupo, por eso mi presencia pasó desapercibida.
—Los señores, les piden, unos minutos, están en una reunión importante —nos dice la asistente —. Por aquí, por favor —nos señala un pasillo al que debemos seguir y los abogados se incorporan.
—Debo recibir esta llamada —les digo mostrándole la pantalla —, en unos minutos estaré con ustedes.
—No tarde—habla el mayor de los tres y asiento descolgando la llamada.
Cuando se han perdido por una puerta de paredes de cristal, camino hacia la terraza en búsqueda de privacidad y descuelgo la llamada.
—Cariño, —escucho la vos de la abuela decir —acabo de hablar con Fiorella y Filippo, están preocupados por ti.
—¿Te dijeron su propuesta? —pregunto observando a la asistente regresar y sentarse detrás del escritorio —Imagino que no.
—¿De qué propuesta hablas?
—Regresar a casa y recuperarme del todo, ellos se harán cargo —escucho un respingo del otro lado y a la abuela repitiendo lo que acabo de decir a quien creo es Beatrice —Espero que te hayas negado, no sería bien visto que tu futura esposa ande viaje y con un hombre casado.
—Filippo es un hombre felizmente casado, no es capaz de hacerle daño a ella, a mí —respondo con sorna —. Y Fiorella es una chica de buena familia.
—Aun así, no es correcto —insiste con vos nerviosa —¿Cuándo se regresan?
—Esta misma noche, si todo sale como se planea.
La llegada de alguien le hace excusarse y colgar la llamada. Me quedo en un costado del balcón, procesando los hechos y buscando la salida adecuada. Con la certeza de no casarme si esta agonía persiste, decido regresar a la oficina, pero unas voces me detienen.
—Esos documentos no pueden desaparecer. —Giorgio inclina su cuerpo hacia su asistente y le mira de forma intimidante —. Nadie, más que tú y yo, sabía que eso estaba allí.
—Estoy tan sorprendida como usted, señor. —se excusa la chica —le aseguro que no le he dicho a nadie, conoce mi trabajo, no soy lo que se dice una desconocida.
Una cortina y una enorme planta impiden que la asistente y Giorgio noten mi presencia. Le da la orden de buscar los documentos y le advierte que algo malo pasaría si llegasen a caer en manos extrañas.
—Mira las cámaras, busca quién ingresó.
—Son meses de grabación, señor. —se excusa la chica—, sería imposible.
—Pueden ser años, Roberta —le interrumpe —, esos documentos deben aparecer, tienen que aparecer.
—Debí quemarlos como ordenó su padre —se lamenta la mujer y Giorgio resopla.
—¡Pero no lo hiciste! —se yergue en su sitio, mientras le señala —. Esos documentos no pueden ser vistos por papá, nadie, Roberta, no puede saber que no obedeciste, ni Frida, saber de su existencia. —golpea el dedo índice en el escritorio delante de ella recalcando cada palabra — Menos alguien de los Mozzi ¿entiendes?
—Sí, señor —balbucea bajando los ojos —. Los buscaré en archivos, quizás los escondí por error.
—Eso espero.
Sin decir otra cosa da media vuelta y cierra la puerta de un azote, segundos después la chica toma el teléfono y le marca a alguien.
—El señor se dio cuenta de que no estaban. —calla un instante y sus hombros se relajan —. Usted me prometió que él nunca sospecharía y serían unos minutos, les sacaría copias... Entiendo... ok. Bajaré a buscarlos.
Cuelga la llamada y se pierde por el pasillo, con cautela y viendo a todos lados, me acerco al escritorio. Miro el teléfono y presiono una tecla sin descolgar. Los números empiezan a visualizarse en la pantalla y los repito en mi móvil. Borro el historial alejándome del escritorio sin dejar de ver el nombre en la pantalla.
Frida Orellana.
—Lamento la demora —me excuso ingresando a la sala de juntas y el silencio se hace en la habitación. —Espero no haber perdido mayor cosa.
—Llegas a tiempo, muchacho —habla el abogado.
El rostro de Giorgio se enrojece, los labios de Francesco se aprietan y el anciano se limita a verme sin expresión alguna. Me siento en la única silla disponible, uno de los abogados se aclara la garganta y me señala antes de seguir.
—Le decía que alguien de los Mozzi estaría a cargo —sonríe al decirlo —. La familia decidió que sea Zachary Mozzi, por ser el único que conoce la ciudad. Señor, Mozzi —me invita a seguir.
El común denominador es el oído en el rostro de los tres hombres. Con el rostro de todos puesto en mí, abro el portafolios y extraigo las tres copias de la propuesta y pido hacerle entrega a cada uno.
Cuentan con tres meses para pagar la deuda adquirida, de lo contrario, Mozzi engullirá al conglomerado Rossi y este servidor será la persona que se encargará de ello.
—Tú jamás estarás a cargo de esta empresa —Francesco es el primero en explotar.
—Cuentas con tres meses para que no se realice —le invito abriendo mis manos —. Te deseo mucha suerte. Me temo, que necesitarás de algo más fuerte.
****
La reunión acabó con los Mozzi levantándose de la sala de juntas, luego de la escena del menor. Su orgullo le impidió pedir prórrogas o llegar a un acuerdo. La abuela me había advertido que así sería.
Con los recuerdos de la reunión rondando mi mente, decidí regresar al apartamento. Desde allí llamaría a la abuela y le daría los pormenores, después llamaría al tío Filippo. Fiorella me envió un par de mensajes, en todos insistía en saber dónde estaba y si existía cambio de planes.
Le envié una selfi desde el edificio Rossi, buscando calmarla, pero con un plan rodando mi mente. A los abogados les dije que tenía algo importante que hablar con el mayor de los Rossi y me creyeron.
Cuando calculé que habían salido, pedí indicaciones para salir por el sótano y me escabullí. Salir antes de lo acordado, obligaría a los hombres a llamar a Filippo.
Aquí me encuentro, presenciando una escena que jamás llegué a pensar, con protagonistas inimaginables y la bilis subiendo por mi garganta.
—Lo siento, Dios mio cuanto lo siento —solloza Fiorella cubriendo su cuerpo y buscando a apoyo en su amante.
—Esto no debió llegar tan lejos —comenta mi primo y no sé si se refiere a su amorío o a los planes de boda.
Mi teléfono empieza a sonar; el de Fiorella y el Filippo, se silencian unos segundos y vuelven al ataque. Los chicos han descubierto que usé la salida de emergencia y quisieron alertar a los tortolos.
Quiero creer que lo harían para protegerme debido a mi estado, aunque soy consciente de que la realidad es otra.
Me encuentro escuchando excusas que insultan mi inteligencia y burlándose de su osadía, de mí mismo y lo estúpido que fui al creerme parte de ellos. Sin hacer comentarios o hacerme, la víctima regreso sobre mis pies y abandonó el apartamento.
Rumbo a la salida y con el móvil vibrando insistentemente recuerdo la conversación entre Giorgio y la asistente. Si Frida logró hacer una copia, no la llevará a casa. ¿Cuál es el lugar más seguro?
Peyton Beck, susurra mi lado coherente, mientras mi corazón me ruega no usarla. El odio que llevo en mis entrañas me impide pensar con claridad.
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