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Capítulo 11

La familia de Zack no había logrado llegar al país, eventos ajenos a ellos le hicieron postergar el viaje por tres días. Antonieta Mozzi, la abuela de Zack, con quien hablaba de manera frecuente, ofreció disculpas por el retraso y solicitó ampliar el cuidado de la prometida de su nieto.

¿Cómo negarme? Sí, me sentía en deuda por todo lo que ocasionó mi madre y su esposo. Nada de lo que hiciera iba a borrar lo que pudo haber sufrido, ni disminuiría la culpa en mis entrañas.

El retraso me vio obligada a ampliar la custodia de la chica. La asustadiza Fiorella se convirtió en mi sombra, se negaba a quedarse sola en su apartamento. No fue extraño que al ser llamada a la estación ella se ofreciera acompañarme.

En estos momentos, me espera sentada en un rincón de la estación, piernas juntas y las manos en su regazo, viendo en todas las direcciones con curiosidad. Con ese comportamiento de una niña perdida que espera por sus padres. Todas las veces que le he visto sonreír, son cuando recibe una llamada o algún mensaje. Sigue usando el móvil de Zack; es intrigante ver la forma en que se aferra al objeto y no suelta por nada del mundo.

—Por el momento es todo, teniente. —La voz masculina me obliga a alejar la mirada de la chica que recibe su quinta llamada telefónica y ver al investigador.

—¿Qué se sabe de la víctima?—me animo a preguntar.

Su respuesta es sonreír mientras cierra el folio y apaga la grabadora dispuesta en la mesa. Lo poco que sabía era gracias a mis compañeros. Salvo por un par de multas por exceso de velocidad, el hombre del callejón, no tenía historial criminal. Hasta el momento, no existía algo que lo uniera al comerciante asesinado.

Algo que complicaba mi situación.

—¿Cuál de las dos? —enarca una ceja, apoyando la palma de la mano derecha en el escritorio —. ¿El comerciante o el que liquidaste en ese callejón?

—El segundo es sospechoso de un delito y, si eso no le es suficiente, atacó a un oficial.

—Peyton —susurra a mí decir detrás de mí. — Campbell, tiene conocimiento de lo sucedido.

—Un par de cosas no las tengo claras —habla en tono provocador.

Abre mi expediente y empieza a leer, detalles buenos y malos. El tono en estos últimos sube junto con su sonrisa. Apoyo ambas manos en la silla y muevo las piernas con rapidez, controlando las ganas de golpearlo y mandar todo al diablo.

—Explote esa placa todo lo que pueda —un consejo que tomaría si el sarcasmo no estuviera mezclado en sus palabras—. Percibo demasiados errores en menos de un año.

—¿Qué me dices de las condecoraciones, Campbell? —le responde mi jefe en un gruñido. —Todos fueron en medio de lo que llamas "errores".

—Las influencias le han ayudado, teniente. —responde aumentando la provocación.

Si bien, no ha mencionado a mi padre, tampoco es necesario. Es evidente que se refiere a él.

—¿Puede ser más claro?

—Tranquila, Beck. —advierte mi jefe acercándose. —Apaga el fuego, Campbell.

Inclino la cabeza y apoyo la mano a centímetros de la suya. Su comportamiento no me intimida, son perros hambrientos a la caza de un error policial.

—¿A qué tipo de ayuda se refiere?

Mi jefe apoya las manos en mis hombros y presiona con fuerza.

—¿Es necesario decirlo? —habla sonriente. —comete muchos errores, teniente. Otro oficial cualquiera, estaría por fuera —abre las manos sin dejar de reír —, pero aquí está usted, siendo halagada por esos errores.

—Seguí el protocolo en todos, —continuo y su sonrisa se amplía. —Si tiene algo en mi contra...

—Tengo los hechos, teniente —apoya su mano en mi expediente y se incorpora con lentitud —. Las cámaras no mienten. El hombre en ese callejón no tiene nada que ver con el que atacó a ese comerciante.

—Espero una investigación limpia —habla mi jefe. —Confío en mis hombres, sobre todo en la teniente Beck.

—Y yo en que la amistad que tiene con el comisionado, no tenga ver en esa fe ciega —Hace una mueca de disgusto y ajusta su saco —le recomiendo enviar a vacaciones a sus hombres, el estrés puede hacerles cometer errores.

Se detiene al pasar por mi lado y soy observada con desdén; las manos de mi jefe en mis hombros me obligan a controlarme. Es al quedar solos que me suelta y se instala en el sitio que acaba de dejar libre, ese infeliz.

—Me molesta tener que seguir los consejos de ese infeliz —empieza a decirme y afirmo en silencio, siendo conscientes de lo que vendrá —. No lo hagas por ti, sino por tu padre. Su carrera ha sido limpia, esas insinuaciones la empañan.

—Lo sé. —Paso una mano por mi rostro y lo observo a través de ese gesto —¿Desde cuándo y por cuánto tiempo?

—En cuanto acabes con los Mozzi, eres libre —responde —. Las semanas que tengas disponibles. Desconéctate del trabajo, de esta ciudad y regresa renovada.

—Nunca he hecho algo así —le confieso —, desconectarme de mi trabajo.

Hacerlo ahora sería catastrófico, no podría descansar. Mi carrera y todo lo que he cosechado están a punto de volverse mierda.

—Todos necesitamos pasar tiempo con nosotros —aconseja obsequiándome una sonrisa —. Tu padre estará feliz de que lo hicieras.

—Gracias por todo —le digo incorporándome y asiente con rostro solemne —por creer en mí y defenderme.

—Tu intuición nunca te ha fallado, en eso te pareces a tu padre. —Estiro la mano que estrecha, viéndome en silencio.

Espero que no sea lo único en lo que me parezca. Salgo de la oficina, sintiendo el sabor amargo de la derrota y con los ojos de todos puestos en mí. La gran mayoría debe sentirse, casi como en un orgasmo, por mi inminente caída. Retoman sus labores ante mi escrutinio y me acerco a mi sombra.

—¿Cómo te fue? —pregunta Fiorella incorporándose y vigilante a mis expresiones.

—Estaré de vacaciones en cuanto acabe el servicio con ustedes —me limito a responder pasando por su lado.

Acelero los pasos cruzando toda la estación y sintiendo los ojos de todos puestos en mí. No pueden disimular lo feliz que están por mi declive y maldigo la hora en que decidí tomar esa llamada de radio.

—Zack será dado de alta en dos días y Filippo llega mañana en la noche —responde emocionada al llegar al parqueadero.

—¿No es muy pronto para darle de alta? —me veo preguntando.

—Órdenes de Roma —comenta y afirmo —seguirá la rehabilitación allí.

—Treinta tres horas —comento viendo el reloj —, es lo que nos quedan a las dos.

¿Qué viene después de eso? No tengo idea, le envío un reporte fugaz de lo sucedido a Tina y otro a mi padre. Guardo el móvil en el bolsillo y retiro la alarma de mi vehículo con Fiorella escudriñando mi rostro

—¿Por qué te ves como si las vacaciones fueran malas?

—Estas lo son.

—¿A dónde iras?

—No lo sé.

—¿Podrías venir con nosotros?

—¡Olvídalo! —le interrumpo e infla mejillas —en lo que a mí respecta: tu Romeo sale del hospital, el tal Filipo y la artillería llegan de Roma. —Enumero —No los conozco, no sé quiénes son, no me interesa lo que les ocurra.

—¡No puedes hacer eso!

—¿Quién va a obligarme? —le veo un instante de arriba abajo y le sonrío —¿Tú?

No hace comentarios, limitándose a sonreír mientras ingresamos al auto. El viaje al hospital es con ella, al teléfono, con quien sea, intercambia mensajes, no deja de sonreír y sonrojarse.

Recibo la llamada de mi padre que exige ampliar los detalles. Tengo cuidado en no mencionar las insinuaciones del tal Campbell. Suele decir que su cargo no es más importante que el título de padre y lo cumple en todo momento.

—¿A dónde planeas ir? — pregunta luego de escucharme. —¿Visitarás a tu prometido?

Sonríe al escuchar mi gruñido. No ha dejado de mofarse de mí desde que se enteró de la nota social. Un antiguo compañero de servicio le llamo a felicitarle. Tuvo la osadía de no negarlo, recibiendo las felicitaciones para luego llamarme a mofarse de mi mal gusto.

—Aún no estoy tan desperada —respondo.

—Eso reduce la lista de lugares —comenta de buen humor —. Si no vas con tu prometido o tu madre, ¿A dónde irías?

—Cualquier sitio solitario con los servicios básicos y sin señal de móvil me vendría bien. —Su risa fuerte acompaña a mi comentario —me aconsejaron desconectarme del mundo.

—No necesitas ir muy lejos para desconectarte del mundo. —Le escucho decir —, eres difícil de rastrear la mayor parte del tiempo.

—Ahora es diferente, mi carrera y la tuya están en riesgos.

Sobre todo, la de papá, jamás se ha visto envuelto en un escándalo. Odiaría mezclarlo en uno, no importa si soy inocente o culpable.

—No será así, velaré porque sea limpia y estaré al pendiente —promete —. Te mereces un descanso.

—Eres la tercera persona que lo dice. —Le digo ingresando el auto al sótano del hospital —empiezo a creer que tienen razón.

El auto se desliza por los callejones oscuros del sótano del hospital de forma lenta. Fiorella sigue enviando mensajes, las mejillas rojas, ojos iluminados y sonrientes.

Me despido de mi padre, prometiéndole enviarle el sitio al que iré y los días. Retiro los audífonos mientras busco un sitio en donde parquear, de preferencia cerca a los ascensores. Todo iba bien hasta que mi acompañante guarda el móvil y empieza a interrogarme.

—No tiene clave —señala el móvil y me observa sorprendida —. ¿Cómo es eso posible?

—Soy una mujer de costumbres básicas, —me defino —, no uso nada que me ate a ese aparato, más de lo necesario. No hay nada allí tan importante que amerite cinco patrones, mil claves y las huellas de mis pies.

—¿Qué persona hace eso hoy día?

—Alguien que disfruta el mundo más que la tecnología —respondo y señalo el móvil que se ilumina varias veces —. ¿Con quién hablas tanto?

—Con Filippo —responde y sus ojos brillan al nombrarle, lo que me hace enarcar una ceja —primo de Zack.

—¿Con él has estado hablando todo el tiempo? —Se remueve incomoda en el asiento, respirando con rapidez.

—Zack no puede hacerse cargo de los preparativos de la boda —inicia diciendo y afirma —. La nonna le pidió ayudarme.

—La nonna —repito sonriendo al encontrar un sitio perfecto en donde detengo el auto y retiro el cinturón —. ¿Antonella Mozzi?

—Ella es la nona de Zack —aclara —. Me refiero a Beatriz, mi nonna —continúa —. Ella y la nonna de Zack, fueron las que decidieron nuestra boda.

—Gracias a ella, te casas con el hombre de tus sueños —habló recordando sus palabras. —Espero que sean felices.

—Algo así —dice, mordiendo sus labios y saliendo al exterior.

El camino a la habitación de Zack se hace en un silencio tenso. Ella ha guardado el móvil y es como si con ese gesto se esfumara su alegría.

—Te espero aquí —menciono señalando las bancas que rodean una pequeña capilla en mitad del pasillo.

—¿No vas a entrar? —niego dando retrocediendo.

He tenido suficiente con viviendo con ella, no deseo aumentar mi tormento. Es lo que sucederá si cruzo esa puerta: las preguntas que me he realizado serán respondidas.

No me gustarán las respuestas.

—Amiga —la llegada de Tina me brinda la excusa que busco para declinar la oferta —¿Tienes tiempo para un café? —ofrece y afirmo acercándome a ella —¿Cómo estás? —saluda a la chica.

—Bien. —responde tímida.

—¿Y tu novio? —señala la puerta cerrada.

—Lo darán de alta en dos días, con algunas restricciones.

—¿Por qué tan rápido? —pregunta preocupada.

—Regresaremos a Roma, una ambulancia nos esperará en el aeropuerto.

Se despide de ambas, viéndonos un instante y sonríe al ingresar a la habitación. Ambas nos quedamos viendo la puerta cerrada por largo tiempo.

—¿Siempre es así? —pregunta Tina.

—Las veces que cambia es cuando está al teléfono —respondo girando sobre mis talones.

Nos sentamos en la última hilera de bancas. En el altar y dentro de una gruta, una virgen con su hijo en brazos nos recibe adornada con un centenar de flores y cirios dejados por los familiares de los pacientes.

—¿Cuándo hablarás con él? —me pregunta luego de un largo silencio.

—No planeo hacerlo. —confieso.

—Tampoco te has mezclado en la investigación. ¿Por qué?

Una respuesta sencilla sería "No quiero complicar mi vida". Zack forma parte de una parte linda de mi pasado. Mi deseo es que permanezca de esa manera. Conocer al Zack adulto, puede traerme más decepciones.

—¿Para qué desempolvar el pasado, Tina? —hablo luego de una larga pausa —. Él ni siquiera me reconoció.

—Y no lo culpo —se mofa viendo mi apariencia. —Eres un desastre ambulante.

—Necesito un sitio libre de tóxicos para invernar —le digo —. ¿Alguna idea?

—Tengo un par debajo de la manga que vas a amar —me dice tomando el móvil.

*****

Lo primero que me enseñó mi padre cuando decidí vivir sola, es revisar las puertas y ventanas antes de irme a dormir o al salir de casa. Estar a cargo de la seguridad de la prometida de Zack me hacía triplicar ese acto.

Con el arma debajo de la almohada y mi ventana asegurada, me dispongo a controlar las de todo el apartamento. Lanzo un bostezo largo mientras estiro mis brazos y estoy por abrir la puerta de mi habitación, cuando unas voces me lo impiden.

Sin hacer ruido abro la puerta unos centímetros. Fiorella está sobre el buró que divide la cocina del comedor y un hombre rubio en medio de sus piernas con el dorso desnudo.

¿Es eso una toalla? Sí, lo es. Fiorella está en pijama, el desconocido cubre la parte inferior de su cuerpo con una toalla. ¡Ambos tienen el cabello mojado! Eso y el extraño tatuaje en sobre la parte baja de su abdomen llaman mi atención. 

—Ella puede despertar en cualquier momento, Filipo —dice Fiorella recibiendo un beso del desconocido y sonriente.

—Está dormida —le responde deslizando la mano por la parte inferior de su pijama —, yo mismo lo constaté.

—¿La viste desnuda? —le reclama sacudiéndose de su agarre lo que parece divertir al hombre.

—En ropa interior —le aclara— no tienes por qué sentir celos, yo solo tengo ojos para ti.

Es todo lo que necesita escuchar para que se lance a sus brazos. El ruido de mi móvil les hace alejar y a mí cerrar la puerta con seguro. Regreso sobre mis pies, conteniendo la respiración y sintiendo que soy yo la perra, cuando claramente es la estúpida mosca muerta de Fiorella. Maldigo cada instante en que cuidé de esa zorra y a quien cojones me llama a esa hora.

Por fortuna, mi habitación está en penumbras y se ilumina por los rayos de luna que se cuelan por la ventana. En mitad de la cama, el móvil me muestra una llamada de mi padre.

¿Qué se supone debo hacer con esa información? Nada, no vas a hacer nada, porque en dos días se largaran y serán solo un jodido mal recuerdo.

—¿Sí? —respondo fingiendo voz somnolienta y viendo por la rendija de la puerta las sombras moverse detrás de ella. 

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