Capítulo 10
Los doctores lograron extraerle la bala con éxito, pero debía estar en cuidados intensivos durante un tiempo. La pérdida de sangre debía tratarse con mucha responsabilidad debido a su antigua condición.
Su prometida, le había visto solos unos minutos, a pedido de ella, que no dejó de rogar porque la dejasen verle. A su salida, se le indicó que tendría un escolta durante el tiempo que estuviera en la ciudad. En un comienzo estuvo recia en aceptar, cambió de parecer cuando mi jefe le dijo que era yo quien estaría a cargo. No dudo en aceptar luego de las presentaciones formales.
Fiorella Grasso, como dijo llamarse, era una chica de pocas palabras y bastante nerviosa. Rumbo a su hogar, no dejó de ver las calles con ojos inquietos, su barbilla temblaba y al mencionar el nombre de Zack rompía en llanto.
Íbamos en taxi, yo debía dejarla en casa y asegurarme estuviera a salvo, luego ir por mi auto y un par de cambios de ropa. Mí trabajo era por un par de días. La abuela de Zack, enviaría a alguien para hacerse cargo a de la situación y del cuidado de los tortolos.
—Lo siento —se excusa —, debo parecerle la mujer más cobarde del mundo.
—Yo también estaría así, si el herido fuera mi padre —confieso —guárdese el cambio —le hablo al taxista bajando del auto y ayudándole a ella a hacerlo.
—Le pagaré cuando llegue, Filippo — menciona y le resto importancia.
—No se preocupe, me debe un favor.
En ocho horas, parece haber envejecido dos décadas y no la juzgo. No debe ser fácil estar en un país extraño, con tu novio herido y bajo la amenaza de correr la misma suerte.
Mis intentos por avanzar detrás de ella, son anulados. Ella se detiene, me espera y camina de mi lado.
—Mi trabajo está detrás de usted —le reclamo —, no a tu lado.
No puedo evitar reír por su comportamiento, es evidente que no tiene enemigos o no está acostumbrada a los escoltas.
—Dijiste, tu padre — ignora mi queja, avanzando a mi lado.
—Es a quien amo —le aclaro —y a mis hermanos.
—¿Y mamá? —pregunta con vos angelical.
Me cuesta enojarme con ella o verla como una rival. Ella se ha comportado a la altura de los eventos y ha demostrado a amarlo al estar a su lado, llorar y sostener su mano.
—Una larga historia —respondo llegando a los ascensores.
—¿Cuántos hermanos tienes?
—Tres —respondo sonriendo —, Carl, Lucios y Sofía —enumero —, estos últimos son gemelos. Junior tiene 18, los gemelos 11.
—¿Con quién viven?
Son tantas preguntas sobre mí que me intrigan. Su mano tiembla cuando llama el ascensor y me imagino que solo desea distraer su mente. Decido ayudarle, lo hago en una forma de pagar el daño causado por mamá.
—Son hijos de padre con otra mujer—respondo luego de una pausa —mis padres nunca estuvieron casados.
En una relación o en algo que se les parezca.
—¡Oh! —dice sorprendida — ¡Qué triste! No debe ser fácil tener que dividir tu corazón de esa forma.
—Creas desapegos —me encojo de hombros fijando la vista en las puertas de la caja metálica que se cierran —solo con ella, con mi padre, es otra historia.
—Lo noté —sonríe por primera vez y detallo como cada rasgo de su rostro se suaviza y triplica su belleza. —es un gran hombre, eso también lo noté. Estuvo atento a mí, me hizo sentir cómoda y tranquila. Se notaba realmente preocupado por Zack.
Porque lo conoce desde niño, por veinte años lo vio como un hijo y jamás dudo de él. Todos estos años, ha insistido en que hay un motivo para que desapareciera. Silvia, también opinaba lo mismo. Ella jamás creyó en la historia de la venganza, asegurando que no le haría eso a ella.
—¿Qué me dices de ti? ¿Cuántos hermanos tienes?
—Somos cuatro —responde con una sonrisa —Gia, Bruna y Leonora, yo soy la menor.
—¿Puedo saber tu edad?
—Veintiocho—comenta haciendo un mohín —ellas ya están casadas, felizmente casadas.
—¿Cómo encontraste el amor? —me veo preguntando.
Su rostro se ilumina al narrarme la manera en que lo conoció. Fue en una fiesta, su familia llevaba un año insistiendo en que era hora de desposarse. Buscando eso, le presentaron una decena de candidatos y a todos les busco un defecto.
—Menos a él —suspira al decirlo —es perfecto, sé que es imposible de creer, pero lo es.
—Te creo —le digo y sonríe viendo mi rostro —. ¿Por qué me miras así?
—No te ves como alguien que se hubiera enamorado —confiesa divertida —, creo que espantas a los hombres.
—No tengo tiempo para el amor. —comento, sintiendo el móvil iluminarse.
Es un mensaje de Tina, preguntándome cómo acabó mi día. Le prometo llamarla al llegar a mi apartamento y me pide que antes de hacerlo lea la prensa. Antes de preguntarle cuál, me ha enviado un enlace. Las puertas se abren impidiendo que abra el link. Guardo el móvil en la americana y salimos a los pasillos.
—¿Nunca? —niego y me ve sorprendida —pero, eres hermosa.
—De mal carácter. Acabas de decirlo —le recuerdo y su rostro se torna rojo. —Me aseguraré que estés bien antes de ir a casa, buscaré un cambio de ropa y el auto.
—¿Puedo ir contigo? —Su voz tiembla al decirlo, sonando más a un ruego que a cualquier otra cosa —prometo no entorpecer—solloza
—Serán un par de minutos. No voy a tardar.
—No quiero quedarme sola. —Mira a todos lados un poco perdida.
—Está bien —acepto
Sus hombros se relajan y su comportamiento, aunque temeroso por momentos, es más seguro. Me dice que usará el móvil de su prometido, de esa manera se mantendrá en contacto con su familia.
—No creo que se moleste.
—No debería —digo abriendo la puerta. —Detrás de mí —le pido.
Se toman literal mis palabras, lo que no debería sorprenderme. Quince minutos después, descubro con sorpresa que Zack tiene más dinero de lo que debería. Un vistazo a su futura esposa, mientras habla con alguien en la terraza, me da la respuesta.
Fue ella la que le dio el estatus que ostenta.
En espera de que cuelgue, busco el enlace enviado por Tina y lo abro. Me envía a una página de sociales de una prensa local. Mis cejas se juntan al ver mi imagen en la pantalla, justo al lado de Francesco.
Sin pensarlo dos veces, busco el número de mi madre y le marco. Insisto un par de veces, pero no obtengo resultado. Fiorella se despide de su familia, obligándome a no insistir una tercera vez.
—¿Nos vamos? —afirmo en silencio guardando el móvil —¿Todo bien?
—Sí, no te preocupes —le calmo —. Problemas en el trabajo.
—¿El delincuente que murió? —Que sepa de ese suceso me hace verla y se encoge de hombros —lo escuché sin querer a tu jefe, le advertía a tu padre que lo mejor era mantenerte lejos. Habló de salir de la ciudad.
No hago más comentarios, mis pensamientos están puestos en la nota de prensa y maldigo a los Rossi.
****
Una figura de pelaje blanca da un salto desde el buró hasta el suelo y corre hacia la puerta. Frota su peludo cuerpo por mis piernas llenando las botas de mi vaquero de motas blancas.
—¡Qué lindo! —dice Fiorella inclinando su cuerpo para acariciar su lomo, lo toma en brazos y se sienta con él en un sillón, empezando a acariciarlo.
El ronroneo de mi holgazán compañero me dice que ha ganado otro corazón y sacudo la cabeza avanzando hacia mi habitación. Un apartamento sencillo, en una zona de estrato bajo, pero segura. En lo único que han logrado coincidir mis padres es en el sitio en que vivo.
A ninguno de los dos le gusta el lugar escogido para vivir.
—¿Cómo se llama? —me pregunta desde la sala y me encuentro viendo mi vestuario.
—Windows 95.
—¿Bromeas?
Tomo unos vaqueros y tres camisetas que lanzo a la cama escuchando su risa fuerte. Me dirijo a los cajones de la ropa interior y allí sí que me tomo mi tiempo. Es el único vestigio que me queda de mi feminidad.
Todo lo demás ha sido absorbido por mi trabajo.
—No —respondo luego de una pausa.
—¿Por qué ese nombre tan feo?
—Tendrías que convivir con él para entenderlo. —le digo —ES obsoleto en la caza de ratones, lento y holgazán.
—Pues yo lo amo —dice ella —¿Me lo puedes regalar?
—En tres días me lo devolverías.
Adoro la delicadeza del encaje que proporciona la ropa interio, casi todo el cajón está lleno de prendas de ese tipo. Sobre los motivos que me llevan a usarlo hay muchos. ¿Se imaginan morir en un enfrentamiento y ser llevada a la morgue? ¿Qué dirían allí cuando me desnuden? Tengo ante todo una imagen que cuidar.
La vibración de mi móvil me hace sacarlo y leer la pantalla. Mi adoraba madre, cierro la puerta con cautela antes de responder, no deseo perturbar los castos oídos de la prometida de Zack.
—Cariño…
—Cariño y una mierda mamá —escupo de mal humor.
—Será mejor que moderes el tono de tu voz —explota indignada —¡soy tu madre!
—¡Compórtate como una! —le reclamo —acepté ir a ese evento, porque aseguraste que era de vital importancia para ti. ¿En qué momento acepté ser su novia?
—Peyton —ruega —no es nuestra culpa, la prensa los vio hablando y riendo…
—No quiero tus explicaciones mamá —le interrumpo —te exijo que desmientas esa estupidez. ¡Casarse Francesco! No me hagan reír, prefiero estar muerta.
Cuelgo la llamada sacando lo primero que encuentro y lanzándolo al pequeño morral de cualquier forma. No puedo entender la afición que esos bastardos tienen conmigo. Cuando tengo todo en el interior de la bolsa salgo de la habitación y me encuentro con Fiorella sosteniendo a mi gato en sus brazos.
—¿Tienes algo en que llevarlo? —me pregunta —no podemos dejarlo aquí.
—Está acostumbrado —le digo y niega —. ¿Has visto lo obeso que es? —le señalo indignada —. Un par de días sin comer, no le vienen mal.
—Eres mala —me dice enojada y resoplo viéndolos a ambos frotarse.
—En la cocina está la jaula y comida —digo a regañadientes y la veo correr hacia allí con una sonrisa en los labios.
—Llamaron del hospital, Zack despertó —dice desde la cocina.
—Me alegro —acepto —En unos días podrán irse y planear esa boda.
Los quiero lejos de mí y de las contradicciones en mi cabeza. Estoy cansada de buscar defectos en su prometida, hallando en ella solo una mujer hermosa, divertida e inocente.
Eso me frustra y enoja sin saber los motivos.
Sale de la cocina cargando la caja, con una sonrisa en los labios, como si lo que tuviera fuera un tesoro y no veinte kilos de pelos, huesos y excremento.
—Tienes una sonrisa hermosa —me animo a decirle y me ve sonriente.
—Tú también —responde abrazando la jaula —. Debajo de ese rostro serio y malhumorado, se encuentra una gran mujer.
—¿Nos vamos? —le sugiero ignorando esas palabras y afirma.
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