Epílogo: La hoguera y la muerte
Por un minuto, todo pareció haberse detenido. El rostro de las tres miembros del Tribunal se fue desfigurando lentamente a medida que notaban que los ojos de Alexia, ya no tan hinchados, se tornaban blancos. Pese a ello, nadie emitió sonido alguno. Fue Helena la primera que habló y la que le devolvió a la sala la propiedad de transcurrir.
—¿¡Qué!? —Su grito voló por la habitación cortando la tensión como una lanza.
Alexia no movió un músculo. No podía voltearse. No podía mirarla a la cara.
—Yo soy el monstruo que estabas buscando —le dijo y sacó rápidamente la Mano de Gloria encendida del bolsillo de su capa.
Las primeras en ver sus llamas fueron Mala, La Flaca y Didi y toda expresión abandonó sus rostros para dar paso a la nada misma.
—Desátame —le ordenó a Mala que de un tirón arrancó los hilos de su foto.
—¿Qué está sucediendo? —escuchó que decía Daniel, al que el cuerpo de Alexia le cubría la visión de la Mano.
Entonces, la bruja levantó la Mano sobre su cabeza. Todos la observaron y solo hubo una persona que no fue cooptada por su poder. Helena no vio más que una mano cercenada y achicharrada. Ninguna llama ardía en la punta de los dedos.
Alexia estaba fascinada viendo todas aquellas caras a la espera de recibir sus órdenes. Saltó de un rostro a otro hasta que encontró el de Elisa. Corrió en su dirección y frenó antes de que la baranda de madera se interpusiera en su camino. Estaba allí, indefensa y podía hacerle lo que quisiera.
—Increíble —dijo con emoción.
Caminó siguiendo la baranda y se topó con más de un conocido. Lucía y Lucas no estaban muy lejos; Chiara se encontraba a unas butacas más, cerca de las dos Custodias que se habían reído de ella y, al lado, se hallaba Julia. Alexia sonrió. Eran todos suyos.
—¿Cómo es que todos están así? —preguntó Helena consternada y temerosa.
Alexia se topó con Helena y la sonrisa se le borró.
—Que no la veas encendida no quiere decir que no lo esté —dijo haciendo un gesto con la cabeza hacia la Mano—. Tú sí me importas. No es justo que te quite tu libertad.
—Esto está mal...
—¿Puedes creer que aprendí a camuflar las cosas? Al final no era tan difícil.
—¿Por qué de repente estás tan feliz?
—Todo salió bien, ¿no lo ves?
—¿Bien? Me engañaste todo el tiempo. Dejaste que me arriesgue y me pusiera en ridículo. ¿Sabes cuánto tiempo pasé encerrada bajo tierra?
—¿Qué te hicieron?
—Mi padre me encerró en las celdas del tercer subsuelo.
—Ese bastardo...
—Creí que estaba al borde de la locura, ahora que te veo a ti, hasta me siento equilibrada. No puedo creer que estaba tan ciega... incluso cuando mi padre me mostró la runa en el espejo del baño de Bina.
—Si ya lo sabías, ¿por qué te sorprendió tanto? —inquirió Alexia y una sospecha se le cruzó por la cabeza, sin embargo la dejó ir rápidamente—. No fui tan cuidadosa, pero qué importa, iban a acusarnos de todos modos.
—¿Cómo que qué importa? Mataste a una persona...
—Bina se lo merecía —la interrumpió Alexia—. Puedo explicarte lo que pasó si me das tiempo.
—No... no —Helena se alejó de ella todo lo que pudo hasta que sus piernas chocaron con la butaca y casi cae sentada.
—Dijiste que querías cambiarlo. Llegar al poder y cambiarlo. Tenemos lo que necesitamos para hacer lo que querramos. —Trató de esbozar una sonrisa—. Esto está todo tan corrupto... La única forma en que podría mejorar es haciéndolo desaparecer. Quemarlo hasta los cimientos y empezar de nuevo. ¿Podemos empezar de nuevo? —Alexia decía todo lo que se le cruzaba por su mente.
—Lo único que me has dicho son mentiras y yo creí todas y cada una de las estupideces que dijiste. Te odio.
Esa fue la verdadera sentencia. A Alexia no le quedaban ganas ni de suplicar. Ya lo había entendido: eso también era cosa del destino, no había nada que cambiar.
—Entonces eso es todo: ahora nos odiamos.
Aquel fue el primer momento en que Helena sintió el peligro, hasta Alexia, sin ningún esfuerzo, logró percibirlo. La contempló con detenimiento, vio los ojos de Helena navegar entre ella y Mala, mejor dicho, entre ella y su foto atada. Supuso que estaba calculando cómo llegar hasta allí. Alexia se alejó y echó una mirada hacia arriba, todo estaba inerte y en su lugar.
Helena esperó unos segundos cuando le dio la espalda antes de comenzar a correr detrás de la barandilla en dirección al estrado. Alexia volteó de sopetón y con un movimiento de la mano le paralizó las piernas antes de que consiguiera dar el tercer paso.
—Me atacarás si te suelto, ¿no?
—Déjalos ir y te juro que los convenceré de que te permitan largarte de aquí con vida.
—¿Van a hacerte caso a tí? ¿Después de que ni siquiera accedieron a esperar un minuto para ver tus pruebas? —Alexia suspiró—. «Largarme de aquí con vida». ¿Realmente me dejarías ir con el Conocimiento?
—Apaga la Mano, por favor —suplicó.
—Bueno.
Alexia separó sus labios y sopló las pequeñas llamas verdosas que emanaban de los dedos, aunque para Helena solo sopló el vacío que tenía en frente. Las llamitas desaparecieron fugazmente, al mismo tiempo que una hoguera se encendía sobre cada cabeza de quienes hasta el momento habían permanecido paralizados.
Gritos desesperados inundaron la habitación. Los rostros bañados por las llamas ya no permanecían impasibles sino que eran la expresión pura del horror. Horror por no entender lo que sucedía, horror por el calor abrasador, horror por saber de su inminente muerte. Todos ardieron sabiendo que no podían hacer nada al respecto y que tampoco valía la pena. ¿Qué clase de vida podrían tener con esos cuerpos destrozados?
La luz excesiva dañaba los ojos de Alexia y le impedía ver, por lo que se deleitó con el concierto de gritos, el crepitar de las llamas y el calor que le lamía la piel.
Cuando volvió a ser consciente de sí misma, estaba sonriendo. ¿Cuántas personas estarían avergonzadas si lo supieran? ¿A cuántas habría decepcionado? Pero no había caso, lo estaba disfrutando.
—¡Apagalos! —escuchó que le gritaba Helena mientras veía a su padre retorciéndose.
—No —le respondió despreocupada, sin embargo su interlocutora no llegó a escucharla así que elevó la voz—. No quiero.
—Entonces desátame. Véte y déjamelo a mí. ¿Qué hay de libertad en mantenerme atada para siempre?
—El hechizo se consumirá con las llamas y perderá su efecto. Tendrás devuelta tus grandes poderes, pero para entonces no quedará nadie por salvar, ni nadie que quiera ser salvado.
Una figura en llamas se abalanzó sobre Alexia por un costado mientras estaba desprevenida. La chica saltó hacia atrás por reflejo. El cuerpo desesperado encalló en la baranda y se sostuvo de ella para mantenerse en pie. A pesar del semblante desfigurado, Alexia reconoció a Elisa que, con su último aliento, buscaba llevársela al infierno. La mujer estiró la mano en un intento de asirla de la ropa, pero no consiguió más que un penoso manotazo en el aire.
—D-devuél-vemelos —murmuró y, luego de no obtener respuesta, dejó caer el brazo.
—Patética —murmuró Alexia con cara de asco.
El odio que emanaba de su mirada era una de las pocas cosas que se reconocían de lo que Elisa había sido, cuando Alexia dejó de contemplarla.
Alexia siguió dando vueltas dentro del círculo que la resguardaba de las llamas. Intentó divisar a Julia, pero no logró distinguirla entre el amasijo de cuerpos ennegrecidos. Una pena, le hubiera gustado verla sufrir.
Para ese punto, Helena, llena de impotencia, se había quitado el suéter y le daba golpes al cuerpo ya inerte de Daniel, en un intento de sofocar las llamas que solo consiguió incinerar el tejido.
—Suelta eso, ya es tarde —dijo Alexia.
Helena dejó caer el suéter y se volvió hacia ella. Estaba llorando, no obstante, el calor del ambiente era tal que las lágrimas se evaporaban ni bien sus ojos las soltaban. A Alexia le pareció que iba a decir algo, pero en su lugar, rompió a llorar más fuerte aún. Avanzó unos pasos hacia Helena con la intención de abrazarla. La chica se apartó hacia atrás intentando recobrar el espacio que las separaba.
—Lamento lo de tu padre —mintió Alexia. Quería que la frase fuera sentida, pero más bien sonó como una pregunta.
—¿Cómo pudiste...? —dijo Helena entre dientes—. Yo te consideraba mi familia...
—Se lo merecían... y también él. —Señaló con la cabeza a Daniel—. No puedo sentir remordimiento por él. Nos ocultó mucho
—¿A qué persona racional se le ocurriría eso? Hizo mal su trabajo, mejor lo matamos. Solo a tí...
—Y a Bina.
—...Eres una asesina.
—Querías cambiarlo. Aquí tienes el cambio.
—Yo no quería esto. Yo era como ellos. Por un motivo u otro, todos queríamos mantener vivo al Círculo. Todos menos tú. ¿Cómo se te puede ocurrir que yo querría exterminar a mi familia? ¿En qué momento interpretaste eso?
—Yo solo quería salvarte
—¡Ay, no sigas con eso! —gritó Helena—. No trates de convencerme de que esto es por mí. Es por tí, para alimentar tu odio, nada más. Y yo hice todo lo que querías siempre, ¿no? Confié en tí, te defendí todos estos años. Solo porque creía, creía... —No se animaba a pronunciar la palabra—. Creí que era real.
—Lo es —dijo tímidamente.
Helena sintió como si un cuchillo le atravesase el corazón.
—Es imposible pensar que me amaste alguna vez de verdad.
—Sigo haciéndolo.
—Entonces, ¿por qué me has destruido?
Alexia se quedó muda. No era lo que quería, pero era lo que había conseguido. Era real. Helena tenía razón.
Helena se cansó de esperar una respuesta y continuó:
—Ni siquiera sé quién eres. Me pregunto si alguna vez me tope con algo en ti que sea real.
—Soy una mierda.
—Parece que sí —dijo resignada—. Es lo único que veo cuando te miro.
—No todo es mi culpa. Bina empezó esto y mi madre y mi padre y...
—¿De qué hablas?
—Todos ellos se comportaron mal conmigo cuando era niña...
—¿Y qué esperas que diga? Pobrecita Alexia. Nadie la quiere y cree que eso le da derecho a arruinar la vida de los demás.
—¿Por qué estás siendo tan mala?
—Qué mierda me importa si tu infancia fue una porquería —vociferó Helena—. Qué me importa tu sufrimiento. Eres una loca trastornada. No quiero saber nada más de ti.
Alexia se quedó en silencio con la boca abierta, sin encontrar palabras para responder. Para no tener que verle la cara a Helena, le echó un vistazo a las masas negras que yacían en el piso carbonizadas, aunque no lo suficiente para haber dejado de arder. Estaba al borde de desmoronarse y lanzarse a las llamas.
—¿Aunque sea los apagaras antes de que desaparezcan los huesos?
—No sé cómo —Alexia se encogió de hombros despreocupada—. Ese es el problema con Bina: nos enseñó cómo encender el fuego pero no cómo apagarlo.
Helena puso los ojos en blanco y le dedicó una última mirada de odio que pareció durar una eternidad.
—Qué lástima.
Eso fue lo último que le dijo a Alexia. Ni un adiós, ni hasta pronto, ni siquiera un nos vemos en el infierno o en otra vida. Solo «Qué lástima». Para Alexia funcionaba igual de bien que todo lo anterior como indicio del final.
Se había preparado tantas veces para ese momento, tantas veces lo había reproducido en su cabeza que, cuando finalmente llegó, no sintió más que un profundo vacío. Ambas estaban juntas y se quemaban, a pesar de que la llamas no las tocasen, en la hoguera más grande que verían jamás.
El reflejo de las llamas, que ya llenaban casi todo el espacio, pintó los ojos de Alexia de un rojo vivo mientras observaba la espalda de Helena que subía las escaleras infinitas y se alejaba de ella para siempre. El vacío se hizo insoportable cuando se dio cuenta de que al final del futuro profetizado no estaba la muerte sino algo peor: la soledad.
No estaba muerta, seguía respirando a pesar del humo, sin embargo supo con seguridad que nunca jamás volvería a estar viva. Que si alguna vez había tenido un ápice de felicidad, la posibilidad de recuperarla se había ido para siempre.
Ese era el infierno último, el que ella misma había generado. Las llamas no eran más que un intento desesperado de evitarlo. No sabía si pretendía que el fuego le curara las heridas, acumuladas una sobre otra por años; o solamente quería destruirlo todo para empezar de nuevo; o las dos cosas al mismo tiempo.
Alexia depositó su fe en que, si no era su condena vivir eternamente, la muerte la encontrara allí y la llevara a vivir en lo que podría haber sido y no fue. No hizo más que quedarse en el medio de la sala, con las manos cubriéndole la cara, esperando que el fuego se extendiera, destruyera su carne y la transformara en una montaña de hollín.
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