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Capítulo 36: La mano amiga


El súbito «¡Raaang!» del timbre despertó a Alexia. De nuevo, no supo dónde estaba ni qué día era. Se sentía como si hubiese dormido por años hasta olvidar la última mitad de su vida. No fue hasta el segundo timbrazo que toda la información le cayó encima.

Se encontraba tirada en su cama. La almohada se le había caído y en su lugar armó un bollo con la frazada para reposar la cabeza. Estaba enroscada, hecha una bola y tiritando de frío. La única parte de su cuerpo que mantenía el calor era uno de sus pies, aplastado por el gato que dormía plácidamente sobre él. Tenía el cuerpo agarrotado y las articulaciones le dolieron cuando trató de estirarlas para levantarse.

Se había quedado dormida con la cara sobre el collar del Círculo. El pedazo de metal le quedó incrustado y cuando se lo arrancó tenía la figura del gato grabada a detalle en la mejilla. Cuando movió los dedos volvió a sentir el dolor punzante de las quemaduras que no se había dado el tiempo de curar la noche anterior.

No recordaba haberse dormido. Estaba segura de que su intención era bañarse para quitarse el barro y el olor a pescado que le había dejado el agua del lago. Sin embargo, la mañana la encontró igual de sucia y lastimada.

El timbre sonó otra vez. Era un ruido que se oía tan poco en aquella casa que Alexia casi había olvidado cómo se oía.

—Ya va —balbuceó.

Enfiló hacia la puerta de su habitación, pero se detuvo a medio camino. Retrocedió sobre sus pasos y fue hasta la ventana. Era de esperarse que, después de lo sucedido, cualquiera que pusiera su dedo en ese botón tan insistentemente no tenía la intención de una visita amistosa.

Se pegó al vidrio y vio la nuca de Martina coronada por su gorrito de lana verde oscuro. Supo al instante por qué ella se había acercado hasta allí.

—Ya bajo —gritó después de abrir la ventana y que el aire gélido le pusiera la piel de gallina.

Sin esperar respuesta, salió de su habitación con cautela seguida por su gato. En todo el trayecto hasta la puerta no se cruzó con el fantasma de la abuela y la estadía de Martina en la casa le aseguraría no tener que enfrentarla por un rato.

Cuando Alexia abrió la puerta, Martina iba y venía despreocupadamente entre el porche y la vereda.

—Hola —la saludó con su mirada preocupada.

—Hola. Debiste llamarme en lugar de venir aquí —dijo Alexia a tiempo que tiró de su manga para obligarla a entrar y poder cerrar la puerta con el pestillo nuevamente.

—Te llamé veinte veces, te envié 500 mensajes y no respondes.

—La menos intensa. —Alexia puso los ojos en blanco—. Estaba durmiendo —se explicó.

—¿Qué te sucedió? —inquirió Martina cuando sus ojos se adaptaron a la penumbra del hall de entrada y pudo ver el harapo ensangrentado en el que su jefa se había convertido.

—No preguntes.

—He ido a la tienda y es un desastre. Todo está destruido...

—Lo sé. —Alexia suspiró con pesar—. Lo vi... antes. —Se tomó la precaución de guardar los detalles. Mientras menos supiera Martina, mejor para ella.

—¿¡Cómo puedes conservar la calma!?

—¿Qué esperas que haga? Los destrozos ya están hechos.

—No quedó casi nada. Es horrible.

«Y aun así no es lo peor de todo», pensó Alexia.

—No pienso volver a pisar ese lugar y no espero que tú lo hagas tampoco.

—¿Vas a dejarme sin trabajo?

—Lo siento. —Por un segundo, Alexia dejó de autocompadecerse y se sintió un poco mal por ella—. De todos modos, esto iba a terminar pronto. De verdad, siento no habértelo dicho antes.

—¿Estás segura? Yo puedo ayudarte a reconstruirlo y...

—No, no. No vale la pena. Además tengo cosas más importantes que hacer ahora. Me apena, pero las cosas son como son.

—¿Al menos vas a decirme qué fue lo que lo provocó?

—Nosotras lo provocamos... o fueron ellos. La verdad es que no lo sé. —Unas cuantas lágrimas comenzaron a asomarse en sus ojos—. No espero que entiendas.

—Me estás preocupando, sobre todo por tu aspecto.

—Sí, tengo que curarme —comenzó a decir Alexia planeando invitarla a retirarse inmediatamente después.

—Mira, no sé que te han hecho, pero creo que deberías denunciarlos.

Alexia soltó una carcajada estridente que le nació de las entrañas y le provocó espasmos involuntarios.

—¿Denunciar? ¿Yo? Se nota que no perteneces a esta condenada ciudad. ¡Y tienes suerte! ¿Qué voy a obtener yo de eso?

—No sé. ¿No es lo que se hace en estos casos?

Alexia negó con la cabeza.

—Olvídate de eso. —Puso una mano en la manija de la puerta y no pudo evitar contener la expresión de dolor cuando las ampollas se aplastaron contra el metal frío.

—Tus manos... —Martina se le acercó y, asegurándose de no tocar las heridas, estudió la mano de Alexia todavía enroscada en los jirones de la capa.

—Mis manos están bien.

—No parece. ¿Cómo piensas curarte esto? ¿Con magia? —Sintió cómo se tensaban los músculos del brazo de Alexia al que estaba aferrada.

—No —dijo Alexia que no se animó a fingir extrañeza—. Así que ya lo sabes.

—Qué curioso. Creí que me dirías que estaba imaginando cosas.

—No tengo ganas de seguir mintiéndote —suspiró.

—Si no vas a usar tu magia, entonces déjame ayudarte.

—Pero... no lo comprendo. Tú sabes que soy una bruja, ¿no me tienes miedo?

—¿Por qué iba a temerte? —Se encogió de hombros—. Siempre has sido amable conmigo.

Alexia la dejó sola en el living, cruzó la cocina sigilosamente, para no atraer a la abuela hasta allí, y se metió en la pequeña habitación anexa. El cubículo estaba pensado originalmente para ser una despensa, sin embargo, generaciones de brujas Graf la habían transformado también en un botiquín. Un millar de botellitas, frascos y paquetes juntaban polvo en las estanterías que tapizaban las paredes. Todo estaba cuidadosamente etiquetado con un número y la fecha en la que fue producido. El número era una referencia para ubicarlo en el inventario donde se especificaban usos y componentes. Alexia agradeció a la antepasada que se le había ocurrido esa maravillosa idea, de otro modo, hubiera terminado embadurnada con algún líquido elegido casi al azar. Terminó llevándose un paquete de gasas remojadas en una mezcla de flor de milenrama y baba de caracol.

De vuelta al living le pareció ver a la abuela observándola desde el piso superior, pero no supo si era real o el efecto de su preocupación y, por supuesto, no se paró a averiguarlo.

Martina le limpió las heridas mientras Alexia contenía sus quejidos. Enhebró una aguja y atravesó con ella, una por una, todas las ampollas. Dejó que el hilo absorbiera el líquido y luego procedió a sacarlo. Repitió el procedimiento en las ampollas más grandes hasta que quedaron secas. Le enroscó las gasas de la muñeca hasta la punta de los dedos y las pegó con cinta para que no se salieran.

Cuando terminó su trabajo, se sentó en el sillón frente a su paciente. Para sorpresa de Alexia, su gato saltó sobre el regazo de Martina y se durmió mientras ella le acariciaba la cabeza. Después de un buen rato así, Martina se animó a sacar el tema que le interesaba:

—En estos últimos días, me he dado cuenta de que mis recuerdos desde que llegué a esta ciudad son muy confusos.

—¿En serio? —Alexia se aseguró de no mirarle a la cara.

—Sí, en serio —afirmó—. Mis recuerdos están llenos de fragmentos inconclusos, fraccionados. No de la forma habitual, en la que se pierde todo lo cotidiano e irrelevante, sino que lo que falta son momentos importantes. Esperaba que después de... Esperaba que si tenías algo que ver con eso, me lo contaras.

Alexia suspiró. Se tomó un segundo para asegurarse de no hablar demás.

—En realidad, fue Julia. Yo nunca, jamás, lo hubiera hecho, pero ella... Bueno, asumo que tú ni lo sospechas, no conoces nada real de Julia. Es mejor así. Ella es bastante cruel.

—¿¡Qué me hizo!? —inquirió Martina alarmada porque creyó que la sobreexplicación de Alexia era, en realidad, un rodeo para evadir la verdad.

—¡No te asustes! No es tan malo, pero sí un poco invasivo.

—¿¡Qué!?

—Ella te dio algo para que olvidaras cualquier cosa relacionada con la magia. Olvidarías todo los chismes de la gente sobre nosotras, los clientes de Julia que visitaban la tienda, las manifestaciones mismas de la magia.

—¿Te he visto hacer magia?

—Puede ser. No fue gran cosa. Completamente olvidable.

—¿Solo eso he olvidado?

—En teoría sí, sin embargo no puedo asegurártelo, yo no soy una experta, ni mucho menos. Podrías preguntarle a Julia cuando regrese, aunque sería peligroso.

—¿Me atacaría?

—Sí. —asintió con efusividad—. Cabe la posibilidad de que haya tenido otros efectos en tu personalidad.

—¿Estuve actuando extraño?

—Es que no sé qué es lo normal en ti. Solo te vi una vez antes de que mi tía comenzara a intoxicarte. Siempre sospeché que el hecho de que yo te agradara tanto era uno de los efectos.

—Me caías bien. Me sigues cayendo bien. No me parece que sea porque estoy embrujada; pero si tú lo dices, debe ser así. —Martina se encogió de hombros.

Alexia asintió.

—¿Cómo es que lo hizo Julia? —preguntó Martina—. ¿Cuál es el truco?

—No puedo decírtelo.

—¿Si lo haces, van a tener que matarme o algo? —bromeó.

—No necesariamente, pero nos metería en un problema. —Alexia no sabía cuál era el castigo a revelar conocimiento a los que estaban afuera del Círculo. ¿Qué pasaría con Martina? ¿La obligarían a unirse al Círculo? ¿Ella aceptaría? No podía dar una respuesta certera a esto último, pero deseaba que fuese un «no» rotundo—. Además, no quiero decírtelo.

—Entiendo, vas a guardártelo.

—No voy a involucrarte en... —¿Cómo debía definir el Círculo para alguien que no sabía nada de él?— nuestro mundo. ¿Por qué insistes sobre esto? Realmente espero que no se te haya cruzado la idea de ser parte.

—No, no —negó Martina, pero sus palabras sonaron lo suficientemente falsas como para que Alexia se preocupara más.

En ese momento, se lamentó no tener el talento de Helena para leer la mente, descubrirla en la mentira y saber exactamente qué decir para que cambiara de idea. Sin embargo, no había nada que lamentar. Lo tenía en su bolsillo, ese talento y todos los otros también.

—No funciona así —le informó Alexia—. No puedes decidir que quieres ser una bruja y convertirte en una y que las demás te enseñen lo que saben. No puedes entrar. Si existiera la menor posibilidad, no estarías preguntando nada, simplemente lo sabrías.

—Yo solo quería entender lo que me pasó.

—Perdón. Trato de advertirte para que no termines como yo.

—Supongo que no tengo que preguntar qué significa eso.

—Lo estás entendiendo.

—De todos modos no hace falta pensar mucho, con solo verte puedo imaginarmelo.

—Estoy segura que tu imaginación no llega tan lejos.

—Creo que ya es hora de que me vaya. —Se levantó y, de camino a la puerta, agregó—: Si necesitas alguna cosa, sabes que puedes contar conmigo.

—Lo sé. —respondió Alexia pensando automáticamente que no aceptaría esa ayuda—. Gracias por preocuparte por mí.

—No hay de que. Por cierto, tu casa es muy bonita. Una lástima que nadie quiera ni acercarse aquí.

—¿De qué hablas? Se está cayendo a pedazos.

Cuando Martina por fin se fue, Alexia cerró la puerta con todas las trabas que tenía. Ya no había alguien que la distrajera y para quien tuviera que actuar normal. Corría el peligro de explotar en cualquier momento allí en el hall e hiciera colapsar las paredes y derrumbara toda la casa. Corrió escaleras arriba mirando sus pies para no tropezar y luchando para no recordar la noche anterior, al menos hasta llegar a su cuarto. Iba tan concentrada que no vio a la abuela esperándola al final de la escalera; se precipitó sobre ella y la atravesó.

—¡Ah! —exclamó Alexia al sentir el escalofrío.

—¿Quién era esa chica? —preguntó la abuela como si nada hubiese ocurrido.

—Nadie. Eh... mi empleada del Inked. —Se dio vuelta para seguir su camino.

—No vas a irte sin decirme qué fue lo que pasó anoche...

—Lo hice y ya —Escuchó su voz desmoronarse y supo que no aguantaría mucho.

—Ya lo sé, tienes el gato. Me refería a toda esa gente del pueblo en nuestra entrada. No habrás dejado que te lastimen...

—No, no te preocupes.

Alexia siguió caminando hasta su habitación a sabiendas de que la abuela la seguía por detrás.

—¿Por qué se tomaron el trabajo de venir hasta aquí? ¿Por qué entraron?

—¿Tiene importancia? No van a regresar.

—Alexia —dijo su nombre en tono severo—. ¿Fuiste a molestarlos no es verdad?

La chica se detuvo frente a su puerta. En lugar de darle una respuesta, se limitó a permanecer en silencio con la mirada esquiva. Halia lo tomó como una confirmación de sus sospechas.

—Te dije que no le hicieras caso a Julia. ¿Qué les has hecho?

—Nada.

—Primero me ignoras y ahora me mientes.

Alexia se obligó a levantar la cabeza y mirarla a la cara por primera vez en toda la conversación. El rostro de Halia le transmitía enfado por todas las cosas que no sabía pero que podía imaginar.

—¿Qué quieres oír...? —Iba a enumerar ejemplos de las formas en las que le hubiese gustado torturar y asesinar a todas y cada una de las personas que la lastimaron; sin embargo cerró la boca porque se dio cuenta de que ya no le sonaría como una exageración imposible. Podría haber sido real, sabía que era capaz si realmente lo quería y... lo deseaba. Lo había querido también la noche anterior. Podría haberlo hecho y terminar de mandar todo a la mierda.

—¿Por qué de repente te comportas como una irresponsable? Por tu culpa esas personas se metieron a la casa. La misma casa donde está tu abuelo completamente indefenso. Yo misma tuve que trabar la puerta de su habitación para que ese tipo no se metiera. ¿No pensaste en lo que le podría haber pasado? Yo creía que no eras tan estúpida... —se lamentó Halia.

A Alexia las palabras se le acumularon en la boca, atropeyándose entre ellas al llegar a sus labios sellados. Las comisuras le temblaron y se precipitaron hacia abajo. Agachó la cabeza otra vez para volver a ponerlos en su lugar. <<No seas tonta>>, se dijo, <<no vas a ponerte a llorar al frente de la abuela>>.

—No soy estúpida. —dijo se sintió estúpida poniéndolo en palabras.

—Perdón. No tenía que decir eso. —Se pasó su mano espectral por el pelo, después suspiró—. Algo sucedió contigo y quiero saber qué es.

Alexia negó con la cabeza.

—Necesito dormir.

Se metió en su habitación y cerró la puerta con llave como si eso fuera a mantenerla lejos del alcance de Halia. Se dejó caer en el piso y se tapó la boca con el brazo para que la abuela no oyera el hipar de su llanto desde el pasillo.

Pasó horas en el suelo dándole vueltas a la misma pregunta: ¿qué iba a hacer ahora?

Estaba completamente sola por primera vez en su vida. Tenía que aceptarlo y dejar ir a Helena, a la abuela y al abuelo y quedarse sola. Solo le quedaba juntar el valor para alejarlos.

Iba a tener que decir la verdad a la abuela. No quería ver su cara llenándose de decepción cuando se enterara de lo que había hecho. Era un fracaso y, en cuanto lo supiera, la abuela la odiaría, estaba segura. Ella no se merecía seguir perdiendo el tiempo a su lado. Desde el principio, enseñarle y criarla había sido un proyecto inútil. No valía la pena que se hubiera quedado después de morir y no iba a permanecer mucho tiempo más.

Tirada allí en el piso entendió qué era lo que tenía que hacer.


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