Capítulo 35: Invasores
Los gritos del exterior sacaron a Alexia del sueño liviano en el que se había sumido. Despertó asustada, creyendo que estaba en su habitación en la Academia. La tenue luz de la calle no le alcanzaba para identificar el lugar ni tiempo en el que se encontraba. Vivió un instante de pánico antes de sentir que la bola de pelo entre sus brazos se movía y ver que un par de ojos amarillos la contemplaban con curiosidad.
—Carajo —dijo antes de escuchar el ruido a vidrio roto.
Se levantó con dificultad procurando no apoyar las manos en el piso. Fue hasta la ventana y se apoyó en la pared a su lado. Movió la cortina un centímetro. A través de la ranura, vislumbró al hombre de la escopeta, a la cajera del supermercado, al director de su antigua escuela y unos cuantos más que solo reconocía como los destructores del Inked.
A Alexia le parecía que había pasado una eternidad desde que consiguió escaparles, pero para ellos era una cuestión de minutos. Tras perderla en el parque fueron directo hasta la casona. ¿Dónde más podía esconderse, si no era allí?
Un hombre retrocedió hasta la vereda de enfrente y desde allí escrutó toda la planta alta. Alexia apartó su cara del vidrio y soltó lentamente la cortina antes de que el extraño se fijara en su ventana. No tardó en oír la voz potente y autoritaria de Colman indicando qué era lo que se iba a hacer.
—Vamos a entrar. —Anunció, y a Alexia se le aceleró el corazón—. Vengan aquí adelante los que tengan los huevos necesarios. —La invitación dio pie al bullicio de la muchedumbre y a más gritos de Colman—: ¿Usted, señora? ¿le parece? Será mejor que se quede... ¡Eh, Paco! ¿A ti no te operaron del corazón el año pasado...? Bueno, señora, haga lo que quiera. —Una vez todo se ordenaron, prosiguió—: Todo está calmo, no parece que haya nadie ahí dentro. Sin embargo, tenemos que andar con cuidado, por si acaso, asegurarnos de que no haya ningún truco ni nadie escondido. Lleven sus rosarios a mano por si se encuentran con alguna de las brujas o los espíritus que protegen la casa. Sacerdote, ¿trajo el crucifijo grande? Perfecto, préstemelo, por favor. Ya podrá entrar usted a limpiar este pozo del demonio con su agua bendita cuando hayamos terminado.
Alexia se tiró al piso y, a cuatro patas, emprendió la búsqueda del cuchillo que había dejado caer en algún momento que no recordaba. El rozar de sus manos con la madera áspera del piso hacía que le ardieran aún más a pesar de las vendas mal puestas. Sus tanteos no llegaron a nada y se rindió. Volvió a ponerse de pie. Miró a su alrededor buscando algo con lo que defenderse, pero no veía nada y tampoco creía tener nada que pudiera usar como arma. Podía romper el espejo y usar un pedazo, si con ello no estuviera destruyendo su única vía de escape.
Alexia empezaba a creer que quedarse en el pasado hubiera sido la mejor opción, cuando sus manos dieron con los bolsillos llenos de su capa. Tenía algo a lo que aferrarse.
La casa permanecía en silencio, pero en el exterior, algo estaba por explotar.
Primero, un golpe; luego, otro más fuerte; otro más y la puerta cedió. Se abrió con tal fuerza que chocó con la pared, rebotó y casi vuelve a cerrarse. La casa se quedó en silencio un momento en el que Alexia tuvo la esperanza de que, al enfrentarse a la oscuridad, los invasores hubieran desistido. El optimismo se le esfumó en cuanto escuchó el primer par de pasos corriendo por el piso de madera. Los siguieron otros y el piso de abajo se convirtió en un concierto de golpeteos. Pasos que invadían la casa y se perdían más allá de lo que el oído de Alexia podía captar.
Entre los golpes, oyó el rechinar del primer escalón de la escalera y luego el del segundo que no era igual al anterior y que Alexia podía reconocer a la perfección. Rechinó también el tercero, el cuarto era silencioso, pero el quinto se oyó también. Después, los pasos, que hasta entonces habían sido cautelosos, se aceleraron. Subían por la escalera acompasados con el corazón galopante de Alexia.
Colman fue el primero en llegar al rellano. El haz de luz de su linterna iluminó el largo pasillo de puertas cerradas. El hombre estudió las puertas intentando decidir por cuál empezar. Afinó el oído a medida que pasaba frente a ellas, pero no consiguió percibir ni un ruidito que proviniera de la planta superior. Todo estaba tan quieto que empezó a creer que tal vez ya no había nadie allí, que la bruja se había escondido en otro lugar y que los fantasmas del pasado decidieron no aparecer por allí aquella noche.
Se detuvo frente a la última puerta, se puso la linterna bajo el brazo y giró el picaporte. Tuvo que empujar un poco para que la puerta, hinchada por la humedad, cediera. No fue necesario que apuntara con la linterna hacia la oscuridad. Cinco pequeñas llamas verdes alumbraban el bulto negro agazapado sobre la cama.
Alexia contemplaba la oscuridad expectante a que algo sucediera, un disparo de escopeta o una voz hablando en latin mientras una mano le apoyaba una cruz en la frente, pero nada de eso sucedió.
Sostenía la Mano de Gloria sobre su cabeza, el brazo le temblaba por el miedo, el frío y el cansancio. La había encendido como su último recurso sin esperanzas de que le respondiera como lo hacía con Bina, aunque la falta de acción por parte del invasor la convenció de que quizás había funcionado.
—Enciende la luz —le ordenó a la oscuridad con su voz carraspeante.
Escuchó un pequeño «clic» y el foco sobre su cabeza se encendió tiñendo todo de un color amarillento. Colman estaba parado junto a la llave. Los brazos le caían laxos a ambos lados del cuerpo. Llevaba un crucifijo de madera en una mano y una linterna encendida bajo el brazo, apuntando hacia abajo. El hombre miraba directamente a las llamas esmeralda de la Mano de Gloria, sus ojos estaban perdidos en su brillo.
Alexia estaba segura de que no la veía, probablemente ni siquiera sentía su presencia. No era más que un objeto inerte, un muñeco gigante que esperaba a que ella se decidiera a jugar con él.
—Suelta el palo.
La mano de Colman se abrió. El palo cayó al suelo con un ruido sordo y rodó por el piso unos centímetros hasta que chocó con su pie. El resto del cuerpo de Colman se mantuvo inmutable.
Alexia, que todavía estaba hecha una bolita en el borde de la cama, se puso de pie y cruzó el espacio que los separaba. Se enderezó y se paró en puntas de pie, pero no logró llegar a la altura de la cara de Colman. Si quería, podía retorcerle ambos brazos y aplastarle las manos, podría juntar el palo y dárselo en la sien. También podía vengarse de él, pero nunca se enteraría. No sentiría el dolor, ni la impotencia de ser débil y no poder defenderse, ni el miedo por no saber qué pasaba por la cabeza de Alexia y si ella elegiría exterminarlo por completo o le bastaría con dejarlo maltrecho. Era inútil intentar cualquier cosa.
Un par de haces de luz revolotearon por el pasillo. A Alexia no le hizo falta asomarse fuera de la habitación para visualizar a un par de hombres, igual de armados que Colman, absorbidos por el poder de la Mano. Eso bastó para que le entrara el coraje y saliera al pasillo. Automáticamente, las dos linternas le apuntaron a la cara y la encandilaron. La expresión de sorpresa de los hombres al ver su cara todavía ensangrentada no llegó a tornarse en miedo porque quedaron absortos en el acto.
—Genial. —Alexia sonrió—. Abajo, los tres.
Colman pasó a su lado y, junto a los otros dos, bajaron las escaleras en fila india. Alexia los siguió a una distancia prudente. No estaba segura de como cortar el trance en el que se encontraban o si podía suceder cuando dejasen de mirar las llamas.
Se alivió al ver que el resto de las puertas de las habitaciones estaban cerradas. Nadie se había metido con el abuelo. Cruzó los dedos para que no se hubiera ni despertado de su sueño. La abuela, por su parte, debía estar atenta a cada movimiento de la casa. Alexia pasó rápido por en frente de la puerta de su dormitorio porque temía que en cualquier momento su cabeza atravesara la puerta y tratara de estrangularla con sus manos espectrales.
En el pasillo nada se alteró y Alexia bajó las escaleras detrás de Colman.
—Néstor, ¿ya revisaron arriba? ¿Encontraron algo interesante? —dijo una voz femenina que llegaba del piso de abajo—. ¿Qué les pasa? ¿Están bien?
Los tres hombres estaban acumulados al pie de la escalera, estacionados a la espera de nuevas órdenes, uno de ellos mirando la pared. La mujer se les acercó y entonces entró en el campo de visión de Alexia. Algunas luces estaban prendidas por lo que no tenía necesidad de llevar una linterna, en su lugar, sus brazos estaban abarrotados de algo dorado que Alexia no logró distinguir hasta que llegó al piso. Eran las figurillas de gatos que adornaban los muebles del salón.
—Sueltalos —rugió Alexia. Si la mujer no le hubiese hecho caso inmediatamente, se los habría sacado de un manotazo.
Los gatitos se esparcieron por el piso y Alexia tuvo que saltar entre ellos para pasar. Dejó atrás a los cuatro zombies y recorrió todas las habitaciones hasta tomar control de cada una de las personas que registraban la casa. De tanto en tanto le ordenaba a alguien que pusiera en su lugar lo que se estaba robando. Encontró al loco de la escopeta en la puerta del sótano y logró que le cediera el arma con solo estirar su mano ampollada.
Cuando terminó, tenía unas veinte personas que la siguieron dócilmente hasta el exterior donde aguardaban los más temerosos, a los que le había bastado con destruir el Inked y no necesitaban mucho más que ver la cabeza de Alexia en una estaca.
Las pocas conversaciones que se habían entablado quedaron silenciadas de repente al ver salir a los invasores .
—¿Encontraron algo? —preguntó una mujer aliviada.
—¿Les comieron la lengua los ratones de esa pocilga? —inquirió otro ante la falta de respuesta.
Alexia, que iba detrás del grupo y que nunca destacó por su altura, se puso en puntas de pie levantando el brazo lo más alto que le fue posible, pero no logró pasar las cabeza de todos. Se abrió camino a empujones hasta que quedó frente al borde del porche de cara al grupo que todavía estaba consciente. Ni bien la vieron, dejaron de hacer preguntas y quedaron con la mirada tan perdida como la del resto.
—Vayan junto al resto —le dijo a los que estaban a su espalda.
Se quedó sola en el porche ante su ejército inconsciente. Los contempló un buen rato sopesando todas las cosas para las que podría utilizarlos a su conveniencia. Podía obligarlos a ser sus manos mientras sanaba y después también. Podía usar un par para que le hicieran las compras día por medio, que le cocinaran las cuatro comidas y que repararan la gotera del altillo, los muebles desvencijados y la puerta que ellos mismos habían roto. Podía obligarlos a que le regalen todo su dinero o que robaran para ella. Podía pedirles lo que quisiera, cuando quisiera, mientras durara el hechizo. Incluso era capaz de someter a toda la ciudad bajo su voluntad, ser la dueña de la vida de cada alma allí y hacer girar al mundo sobre su persona. Eso era poder, poder de verdad. Ahora entendía porque Bina se paseaba por todas partes con ese aire de superioridad. Ella podía controlarlo todo.
Le echó un vistazo a la Mano. Seguía encendida y la cera de los dedos no se había derretido en lo más mínimo. Alexia se preguntó cuánto tiempo duraría su efecto sobre esa gente y si la Mano permanecería prendida por toda la eternidad, si ella no la apagaba.
Mientras fantaseaba, un millar de ojos la contemplaban. La hubiesen intimidado de no ser en realidad un millón de pozos sin fondo que no llevaban a ningún lugar, no hubiera logrado hilar una oración sin tartamudear.
—Quiero que olviden todo lo que sucedió esta noche. Ustedes nunca vieron la magia y nunca se cruzaron a una bruja. Olvídense de todos los rumores sobre las brujas de Mistrás, de mi familia y de esta casa. Olvídenme a mi, pero no mis palabras —Se aseguró de no cometer ningún error—. A partir de ahora, no creerán nada de lo que otros le cuenten sobre las brujas y van a desalentar la convicción de los demás. Y, si alguna vez en la vida encuentran a alguien agrediéndome, van a intervenir y salvarme.
Cuando terminó su discurso, nadie en su audiencia se inmutó. Alexia hizo un gesto con la mano para que le abrieran paso y en un santiamén todos se movieron para dejarle un pequeño camino libre. Cruzó la multitud con cautela. No le agradaba tener tantos desconocidos tan cerca.
—Síganme —dijo y las personas comenzaron a moverse ordenadamente a sus espaldas
Volteó a ver de lejos la fachada de su casa. El rostro semitransparente de la abuela la observaba desde la única ventana iluminada. No llegó a distinguir sus facciones, pero su imaginación le dio una expresión de desdén.
Alexia tragó saliva y volvió a mirar hacia adelante. La cara de la abuela la persiguió toda la noche, por el pueblo entero, mientras caminaba con la mano cercenada en lo alto, apoderándose de todos los curiosos que se asomaran por la ventana para ver a la ruidosa muchedumbre pasar por su calle.
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