Capítulo 20: La moneda
Julia volvía a estar fuera de la ciudad. Que no los honrara con su presencia en casa era algo tan normal como respirar. Tanto, que cuando ella no estaba, el aire se sentía un poco menos denso.
El principal motivo de su ausencia era que no soportaba estar encerrada con Alexia, ella estaba casi segura. De niña la dejaba sola con el abuelo por días. Hacía oídos sordos todas las veces que él le pedía que la cuidara mientras trabajaba en el consultorio. Escapaba en las mañanas cuando la pequeña Alexia no podía hacer nada para impedirlo, a menudo despotricando al aire contra la abuela; o en las tardes, y la dejaba esperando en la escuela a que alguien fuera a buscarla hasta que se le acalambraban las piernas de tanto estar parada. También desaparecía en las noches cuando todos estaban bien dormidos y no tenía que enfrentarse a nadie. Nunca decía dónde iba. No tenía que dar explicaciones. Y no, claro que el abuelo no podía echarla de la casa de las brujas. Mejor que se fuera él que no pertenecía a ese mundo. ¿La abuela? ¿Halia? Calladita debería estar. Ya muerta no tenía ningún derecho.
Ni bien entendió la situación, Alexia no tardó en guardarse sus palabras y permanecer en silencio ante los desplantes de su tía. Lo único que le faltaba era terminar como una indigente de siete años.
Conforme pasaba el tiempo sus ausencias eran más prolongadas y sus silencios más herméticos. Al final ya no había nadie que la cuestionara ni le pidiera explicaciones. Se iba por meses, sobre todo después de la muerte de Bina. A Alexia la desconcertaba que la dejara tanto tiempo sola y libre cuando se suponía que tenía que vigilarla.
A veces la desconcertaba cómo subsistía tanto tiempo sin trabajar. Sabía por Helena que iba muy seguido a la Academia y que se quedaba en los cuartos libres. Tal vez, los días que llevaba ausente esta vez la habían llevado hasta allí o a alguno de los lugares en los que antiguamente se escondía de la familia. Mejor así. Cada vez que se iba, el Inked era completamente de Alexia y eso incluía la oficina de Julia con todos sus chiches.
—Espero que te olvides de que me viste —le dijo a Martina cuando logró forzar con dos invisibles la cerradura del cuartito en el fondo del local.
Se encerró en la oficina para no quedar bajo la observación ciega de Martina solo por si acaso.
La oficina olía a incienso y ruda, hedores que emanaba ya su puerta cerrada y a los que Alexia estaba acostumbrada. Dentro, las paredes estaban recubiertas con estantes que guardaban frascos etiquetados. Recorriéndolos a simple vista, pudo distinguir unos cuantos que no tenían sentido de estar allí y que parecían más una broma para asustar a toda la gente que entraba o mera decoración tétrica. En un frasco había una perdiz enroscada flotando en un líquido verdoso, en otro, una víbora y un... ¿perro? Tuvo que acercarse un poco para distinguir que el animal lampiño que a duras penas entraba en el frasco era un feto de ternero o algo similar del que brotaban unos cuernos incipientes.
Debajo de los estantes, había una pequeña sección de puertitas cerradas. Supuso que lo que buscaba estaba guardado allí. Las verdaderas cosas importantes no podían estar a la vista de todos.
Rodeó el escritorio vacío y pasó entre un par de sillas desacomodadas. Abrió las puertas una por una. Revolvió entre las hierbas, los frascos llenos de líquidos indiferenciables y los paquetes de velas negras, blancas, rojas, hasta que, entre una bolsa con sal y un par de cristales, encontró una cajita de tapa transparente que guardaba lo que buscaba.
El muñeco no era mucho más grande que una palma. Estaba hecho de tela gris rellena y sus facciones, burdamente bordadas con hilo. No tenía dedos, tampoco pelo. Alexia supuso que no servía de nada si una solo quería jalarle el cabello a su víctima o arrancarle todas las uñas. Junto a él había unas cuantas agujas comunes que Alexia no tenía intención de robar. Helena podía conseguir sus propias agujas. Se llevó el muñeco y dejó la caja de nuevo en su lugar. No se molestó en acomodar todo a la perfección. Tarde o temprano Julia se enteraría de que había revisado sus cosas y se molestaría. Un problema que le dejaría a su yo del futuro, si es que continuaba con vida.
Se dirigía ya a la salida cuando algo en el cesto de basura captó su atención. Una cara la miraba desde allí dentro sobre un colchón de papeles abollados que debían llevar una eternidad ahí. Sacó la foto del tacho. Era una tarjeta de papel satinado que mostraba el recorte de la imagen que se tomaba todos los años en el Círculo y se colgaba en la pared del salón de la Academia antes de quemar la vieja. A modo preventivo, era la única foto que existía de Bina y se suponía que también del resto de los miembros del Círculo, aunque Alexia sabía que había unas cuantas que se saltaban todas las precauciones e ignoraban todos los peligros a cambio de una buena cantidad de likes en Instagram.
La imagen mostraba a Bina de cuerpo entero. Tan alta que miraba la cámara tal como veía a todo el mundo, desde arriba. Su pelo era lacio y largo, blanquísimo igual que su piel y sus ojos. En la fotografía no se distinguía el iris de la esclera; aunque en persona, si uno miraba lo suficientemente bien podía notar un círculo móvil apenas grisáceo. Su mirada transmitía calma y severidad aún a través del papel. Llevaba su característica cara de estar oliendo mierda: nariz arrugada y la fina línea de los labios hacia abajo.
En la foto completa colgada en el salón, desentonaba con el resto de las brujas. Tenía un aire antiguo como si fuese un recorte de una foto vieja pegada en la posmodernidad. Pero eso no era todo, había en Bina algo que a Alexia se le hacía imposible de definir. Nunca había pensado en ella como una persona sino como un ser extraño a este mundo surgido de las tinieblas, un demonio vil. No obstante, el hecho de que estuviera muerta significaba que en el fondo era igual de humana que ella.
Del otro lado de la tarjeta unas pulcras letras cursivas rezaban:
En memoria de
Mtra. Albina (Bina) Sanna
11 de septiembre de 1587- 14 de enero de 2022.
Q.E.D.P.
La Mtra. Elisa Roemmers le invita a unirse en la pena de sus hermanas y hermanos y a honrar la memoria de la queridísima Mtra. Albina Sanna, el día 16 de enero del presente.
Que la gloria acompañe a la Maestra en la muerte tanto como lo hizo en vida.
La invitación al funeral jamás le había llegado a Alexia por razones obvias. Ni se había enterado de que lo organizaron. Le hubiese gustado ir solo para ver cuál era el ambiente. Si el aire estaba melancólico y la gente lloraba, si se limitaban a comer canapés y fingir congoja, o si imperaba el clima festivo. Las caras de ese día debían decir mucho sobre la muerte de Bina, salvo que el asesino actuara muy bien. Julia, por ejemplo, debía de portar una de sus únicas tres expresiones, probablemente la cara de nada. Era evidente que a su tía no le importaba todo aquello, de lo contrario ¿por qué hubiese tirado la tarjeta? ¿Por qué dejaría sola a la principal sospechosa?
Alexia volteó la tarjeta para contemplar los ojos robados por última vez antes de volverla a tirar a la basura. Pensó que quien tuviera esos ojos no podía pasar desapercibido. Salvo que lo haya dejado en el fondo de un cajón en lugar de ponérselos. Qué desperdicio.
Salió de la oficina y metió el muñeco en su mochila. Renegó un buen rato para volver a trabar la cerradura. Después se tiró en una silla frente a los papeles desparramados sobre los que trabajaba Martina.
—Será mejor que ordenemos un poco. No queda mucho tiempo para cerrar.
—Fuimos a ver una película de terror —le contaba Martina mientras contaba junto a Alexia los minutos que les faltaba para irse del Inked—. Y... ¡ay! Estaba re lindo. Es la primera vez que lo veo afuera del gimnasio, bien vestido...
—Sin olor a sudor —acotó Alexia.
—Con perfume. Lo vi ahí comprando las entradas y supe que me enamoré.
—¿Cuánto hace que lo conoces?
—Shh. No me arruines la historia. Nos metimos a ver la película y, no sé, pasaron diez minutos y me cruzó el brazo por el hombro y me abrazó. Casi me muero. Imagínate, yo hacía de cuenta que miraba la película, pero en realidad, lo miraba de reojo a él y de a poco me iba acercando. En un momento, él me miró y sonrió. Yo lo miré y le toqué la barbita...
Alexia no pudo evitar reírse.
—Sentía que se acercaba. Y justo cuando me iba a besar, no sé qué pasó. Debió ser un screamer o algo así lo que nos hizo pegar un salto y, después de eso, él siguió viendo la película. No sé si te diste cuenta que a mí no me interesaba mucho.
—Ojalá le hubieses prestado atención. Me gustaría que me la cuentes.
—¿Por qué no vas...?
—Yo no hago eso. Iba al cine cuando estaba en la ciudad, cada vez que quería escaparle a las tareas horribles que nos dejaban... ¡Ay! —Alexia pegó un respingo y se levantó de la silla de un salto.
—¿Te encuentras bien?
—Algo me... ¿quemó?
No estaba segura de que fuese eso o un pinchazo. Volvió a sentirlo, esta vez con más intensidad. Metió la mano en el bolsillo trasero de su jean y sacó la moneda de Nacyuss. Ni bien la tocó sintió la quemazón en sus dedos. La dejó caer sobre la mesa para no quemarse y esta rebotó entre sus papeles. La moneda ardía, pero no le dejó ninguna marca en la tela del pantalón, ni en la mano, donde solo quedaba el reciente recuerdo del intenso dolor.
Alexia agitó la mano para hacerlo desaparecer.
—Esa cosa... ¡No la toques! —le gritó a Martina que se detuvo a medio camino de agarrarla.
—¿Qué tiene? Es solo una moneda.
—Parece una moneda, pero es un teléfono salido del mismísimo infierno.
Martina la escuchó con atención y después preguntó:
—Es rara. ¿Te la dieron como vuelto en algún lugar?
—¿Me traerías los guantes que están junto a mi abrigo? No quiero volver a quemarme.
Mientras Martina corría hacia la otra punta del Inked, Alexia se inclinó sobre la mesa. La moneda no daba ninguna señal de escocer tanto como lo hacía. La pinchó con una lapicera y el metal cedió, había perdido su consistencia por completo. La moneda quedó hundida allí donde la tocó y las letras en relieve estaban casi desaparecidas. No tardó en aparecer un agujero en el medio. Era pequeño al principio, pero no dejaba de agrandarse. Daba la sensación de que la plata de la moneda estuviese desapareciendo, como si algo la carcomiera y formara un círculo perfecto.
Alexia había empezado a temer que fuera a esfumarse, cuando su degradación pareció detenerse. La contempló con fijeza para advertir el más mínimo cambio. Quedaba una buena parte de borde indemne y tenía un aspecto similar a unas viejas monedas de bronce que Alexia conocía de los libros de historia universal que venían con las revistas para niños. Incluso no parecía que nada raro le hubiera sucedido. Salvo que, por más que lo intentase, no lograba ver a través del agujero lo escrito en el papel que estaba debajo.
No distinguía bien qué mostraba el centro de la moneda, pero definitivamente no era el blanco de la hoja ni el garabato de su letra desprolija. Mostraba, más bien el color azulado de la noche reciente y la profundidad de un pozo.
Alexia tocó con la punta del dedo uno de los bordes. Estaba frío así que agarró la moneda y la alzó hasta la altura de su cara. Esta vez tampoco vio a través del agujero la pared que tenía enfrente. Parecía que un mundo entero habitaba dentro de la moneda. El azúl no era estático, manchas más claras se movían en el interior y en el fondo había más, estaba segura, pero no llegaba a distinguirlo.
Se acercó la moneda al ojo, tan cerca que sus pestañas rozaron el metal, y vio el universo dentro de ella.
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