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Capítulo 16: Sospechosos


Helena caminaba nerviosa de un lado a otro de la habitación cuando Alexia llegó. Ni bien la vio, se detuvo de sopetón.

—¿Era necesario que tardaras tanto? —inquirió con enojo mientras la abrazaba.

—No fueron días fáciles —se excusó Alexia. Le hubiese encantado ir antes, pero le tomó tres días quitarse la mancha negra de la cara. Ni siquiera había salido de su cuarto en todo ese tiempo.

Helena asintió.

—Hay tantas cosas de las que hablar que no sé por dónde comenzar.

—Vi la Mano, Lena. La vi en el futuro.

—¿Qué? —Abrió los ojos como platos—. ¿Cómo...? ¿Dónde estaba?

—No sé —Alexia se esforzó por evocar la imagen que le había llegado el día de la audiencia—. Tela negra... o algo parecido, sí.

—¿Entre la ropa de alguien?

—No, no. La veo sobre un montón de tela. No veo a nadie.

—Al menos está apagada.

—Sí. Aunque no es nada seguro. Yo solo vi un fragmento estático. Pueden pasar muchas cosas antes o después de esa imagen.

—Al menos podemos estar seguras de que en algún momento aparecerá.

—Ni siquiera. Puede que el futuro cambie —dijo Alexia con tristeza.

—De todos modos, me preocupa el contexto de tu visión. ¿Quién la tiene? ¿Por qué la estás viendo tú? ¿Alguien la plantó o la incautaron los Custodios? No sabemos nada. Podría ser literalmente cualquier cosa...

—Siento no ser capaz... —comenzó a disculparse Alexia, pero su interlocutora no la estaba escuchando.

—...y, de todo lo que me imagino, no sé qué es peor.

—Es frustrante. Puedo ver el futuro de desconocidos con tanta claridad, sin embargo, cuando se trata de mí, todo aparece borroso, confuso, fraccionado.

—No te preocupes, al menos tú si puedes ver algo. La mayoría no obtenemos nada a pesar del esfuerzo.

—Ni lo intentan. Si lo hicieran, a su lado yo sería igual de inútil que en todo lo demás.

—Alix, no eres inútil. Pasas demasiado tiempo preocupándote por eso, tiempo que las demás usamos para estudiar. Además, creo recordar que cuando estabas aquí vivías diciendo que todo era aburrido.

—Y lo era.

—El punto es que no creo que debas darle más vueltas al asunto, no tiene sentido. Cuando piensas en eso, te hundes en el pesimismo y nos afecta a ambas. Hay cosas más importantes por las que preocuparse ahora.

Helena se tiró en la cama.

—Lo estuve pensando y cabe la posibilidad de que hayan querido robar la Mano, pero terminaron matando a Bina y, ya que estaba a su alcance, se llevaron el Conocimiento.

—¿Por qué no ir directamente por el Conocimiento? Con él podrían hacer lo que quisieran, incluyendo la Mano.

—Tal vez porque es mucho más fácil robar un collar que los ojos de alguien.

Helena rió amargamente.

—¿Tienes idea de para qué sirve la Mano de Gloria? La abuela no quiso decírmelo.

—Yo tampoco lo sabía. Estuve investigando.

Sin levantarse, Helena giró sobre su cuerpo hasta el borde de la cama y sacó un libro viejo de debajo del colchón. Antes de que ella comenzara a pasar las páginas, Alexia pudo leer el título: Las profundidades de lo oculto por Elettra Bo. Obviamente, no lo había visto nunca.

—Me costó un poco encontrar algo que hable de la Mano y aun así esto no es mucho.

—Quizás Bina retiró los libros que la mencionaban de las estanterías...

—Para que nadie sepa cómo hacerla, tal vez —Helena llegó hasta la página con la esquina doblada—. Aquí está. Mira.

Le tendió el libro para que pudiera leer. Antes de fijarse en el texto, Alexia se detuvo a ver el dibujo impreso en la parte inferior de la página, era bastante similar a su visión. El escaso texto sobre la ilustración rezaba:

«La Mano de Gloria, talismán luminoso y sombrío, proviene del cuerpo de un ahorcado. Cuando está encendida se le conoce como utilidad la invisibilidad de quien la porta, así como también la capacidad de iluminar su camino y paralizar y controlar la voluntad de quienes vean su luz.»

Alexia terminó de leer y cerró el libro para ver con detenimiento el nombre de su autora: Elettra Bo. Estaba casi segura de que esa no era una Maestra. Si era así, era más que obvio por qué la explicación era tan reducida y escueta.

—Dice muy poco —dijo Helena.

—Lo suficiente para entender la preocupación cuando lo anunciaron.

—Sí. Esperaba que por lo menos explicara cuáles son los pasos a seguir para hacerla. Luego leí su utilidad y perdí las esperanzas. Algo así no lo debería tener cualquiera.

—Por eso Elettra no lo sabe...

—Es probable que nadie que no sea una Maestra lo sepa —la interrumpió Helena.

—Voy a ver qué encuentro en los libros que hay en casa —prometió Alexia—. Últimamente me la estoy pasando bien en la biblioteca.

—Me lo imagino. No creo que encuentres más que esto, pero no pierdes nada intentando —Helena suspiró mientras observaba la única estrella que podía verse a través de la ventana—. ¿Quién necesitaría algo así?

—Cualquiera, incluso yo —admitió Alexia.

—Ni lo sugieras —murmuró Helena.

—Piensalo. Conseguiríamos convencerlos...

—No sería real y en algún momento tendríamos que soltarlos. ¿Qué haríamos entonces?

—¿Y si la persona que tiene la Mano nos está controlando? ¿O lo ha hecho antes?

—No me siento diferente. No recuerdo haber hecho algo que no sintiera como propio, ¿y tú?

Alexia negó con la cabeza.

—¿Si controlan a los demás?

Helena se levantó de un salto de la cama. No lo había pensado antes. Fue hasta la ventana ida y vuelta tratando de recordar algún fenómeno extraño en todas las mentes que había invadido los últimos meses.

—¿Tengo que preocuparme?

—Se supone que tendría que haber visto algo extraño y no. Si alguien los controló en alguna ocasión, ya los ha dejado en paz. Hasta donde noté, todos pensaban con normalidad.

—¿Nuestros queridísimos compañeros lo estaban cuando hablaron con tu padre la noche que nos acusaron?

—No lo sé. Estaba demasiado abrumada para pensar... Creo que necesito un ansiolítico.

—No exasperes, era solo una idea.

Helena inspiró retuvo el aire unos segundos y volvió a hablar:

—No importa... De todas formas, a pesar de lo que declararon Chiara, Julia y los demás no nos favoreció, tampoco es lo que nos hundió.

—Pero es un clavo más en nuestro ataúd. El hecho de que nos hayan perdido de vista ni bien salimos habilita la teoría de que estuvimos en la Academia cuando sucedió.

—¿Y cómo explican que volvimos con una bolsa llena?

—El tiempo que pasamos fuera es el suficiente para matarla y después ir al cementerio. Podríamos haber tomado un taxi para llegar más rápido. Y si asumen como hipótesis que yo fui al cementerio, tú no y nos reunimos más tarde para llegar juntas, todo los relatos coinciden. Nos ubican justo donde quieren —dijo Alexia, y después murmuró—: En todas las posibilidades salimos perdiendo.

—Eso lo podríamos haber hecho nosotras y cualquiera de los demás.

—Pero ellos dicen que iban juntos. —Alexia suspiró—. ¿Qué tan probable es que hayan sido todos ellos?

—Son demasiados como para que ninguno metiera la pata o se arrepintiera. Bah, no sé. Si yo hubiese planeado un asesinato solo te lo hubiera contado a tí. Hasta Mili estaba con ellos ese día. Ella sí que no tiene motivos para incriminarnos. Confío en ella.

—No tiene sentido.

—¿Qué?

—Es la nueva. No la conoces lo suficiente como para predecir qué hará o saber qué ha hecho.

Helena levantó una ceja y dijo:

—¿Enserio?

Oía a Mili por las noches: un débil hilo de pensamientos, casi un susurro que de día era ahogado por el resto, pero que en la nocturnidad, en el silencio de las mentes dormidas, se podía reconocer. En estado normal, Mili no la alteraba en absoluto, pero cuando terminaba una sesión de espiritismo, todo lo que salía de ella era un aullido de dolor que se le pegaba y le daba náuseas.

—Bueno, tal vez sí —reconoció Alexia.

—Ella nos ha guardado un secreto —le recordó rompiendo el acuerdo tácito de silencio respecto al tema.

Automáticamente después de que lo mencionara, las luces, la música lo-fi, el sabor al licor de melón y los fuegos artificiales regresaron a la mente de Alexia como si fuesen parte del presente.

Fue en la fiesta de año nuevo. Había sido un día feliz para Alexia, como todos. La certeza del final de un año de mierda y la posibilidad del inicio de uno diferente operaban de alguna forma extraña en su cabeza y la ponían de buen humor. Después, el tiempo pasaba, nada cambiaba y la felicidad pasajera se iba diluyendo entre la angustia y el tedio habitual.

Chiara se había encargado de los preparativos de la pequeña fiesta en la Academia. «Por primera vez libre de viejas», declaró emocionada cuando les entregó la lista de las compras de última hora a Lucas y Alexia. Y luego de que ambos regresaran del supermercado con bolsas llenas, los guió hasta el patio desierto. Alexia se asustó cuando el plástico de las bolsas, que tenía pegado a los brazos por el sudor, se despegó de sopetón y las bolsas se alzaron en el aire hasta el techo de la Academia. Helena sonreía desde lo alto, la expresión le achinaba sus ojos celestes iluminados por el sol del atardecer. Helena la saludó con la mano antes de atrapar las bolsas y pasárselas a alguien más. A Alexia le pareció que ese día estaba más hermosa que el resto de los días.

—Alix, sube —gritó apuntando hacia la desvencijada escalera herrumbrada que trepaba por la pared—. ¿Sabías que de aquí arriba se puede ver hasta el centro comercial?

—¿De veras? ¿Y también el río? —Alexia subió los escalones desvencijados con menos cuidado del que debería haber tenido.

Helena le tendió la mano cuando llegó a la cima y la ayudó a ponerse de pie. Después la arrastró por el techo, entre la cortina de luces de navidad que estaba terminando de instalar Mili, hasta el frente de la Academia.

—Allí se ve el agua.

Más allá de los techos enmohecidos de las casas vecinas, de las copas de los árboles, las luces naranjas de las calles y los edificios que ya se empezaban a encender, de los autos moviéndose como hormigas de un lado a otro y de los manchones verdes de las plazas, se divisaba un surco azul que aparecía y desaparecía detrás de todo lo demás. Después de él, estaba el sol quemándose en el horizonte, por última vez en el año.

—Es increíble, ¿no?

—Tendríamos que haber subido aquí antes.

Alexia volteó hacia Helena y ya no quiso ver nada más. Ni los edificios, ni los árboles, ni el agua, se comparaban con su piel blancuzca enrojecida por las últimas luces del día y su rostro embelesado. Bien podría haber sido una niña que sale por primera vez a ver el mundo maravillada, por que él aún no le ha mostrado su cara amarga. Conservaba la ilusión en los ojos porque aún estaba entera, completa. Y en cada centímetro, allá donde se la mirara, ese día era perfecta.

—¿Qué? —preguntó Helena cuando la descubrió observándola embobada.

—Nada. Es solo que la luz te refleja muy bien hoy.

Helena rió.

—Es un cumplido extraño. —Se aclaró la garganta—. Aquí va otro: tú te ves tan naranja que parece que ardes.

—Cringe. —Alexia se alejó como si la hubiese espantado, pero en realidad buscaba la oportunidad para esconder su rostro sonrojado.

—Al menos lo intenté.

En el tiempo que restaba para la cena, subieron al techo los sillones del jardín, la mesa y el parlante que Lucía escondía en su cuarto y que usaban en las contadas ocasiones que Bina abandonaba la Academia. Cenaron sandwiches de miga y champán mientras se empezaban a oír las primeras bombas de estruendo a lo lejos. Después, Chiara puso música, una muy estridente y alegre que Alexia odiaba a pesar de estar en uno de sus días buenos. Bailaron un poco hasta que Lucas comenzó una guerra de maní con chocolate, que perdió estrepitosamente contra todas las brujas que comenzaron a tirarle cosas sin mover ni un músculo. Mientras tanto, Alexia y Mili aprovecharon para robarse una botella de licor y un plato de dulces, y comérselos sentadas en el borde del tejado, mientras miraban cómo la ciudad pasaba de la tranquilidad al estruendo de los fuegos artificiales y las luces de colores en cuanto dieron las doce.

—Se van —dijo la voz de Helena a sus espaldas cuando los ruidos cesaron y solo quedó la música—. Hay una fiesta por ahí.

Helena se sentó junto a ellas. Tenía el parlante de Lucía y su teléfono en la mano.

—¿Tú no vas?

—Prefiero quedarme aquí.

Cambió la música a una más tranquila. Se estiró por encima de Alexia para llegar hasta la botella de licor y bebió de ella lo poco que quedaba.

—Espero que haya más por ahí —dijo cuando vio que se lo había terminado todo.

—Yo ya he tenido demasiado —confesó Alexia que empezaba a ver borrosas las luces de los edificios—. No sé cómo voy a bajar de aquí.

Ambas rieron juntas a pesar de que no habían dicho nada gracioso.

—¿La luz me sigue reflejando...? ¿Cómo era?

—¿Qué sé yo?

Miró por el rabillo del ojo para ver si Mili estaba escuchando la conversación. Para su alivio, ella se había levantado de su lado sin que lo notaran y las dejó solas.

—¿Se iban todos?

—Ajam.

Helena le pasó el brazo por encima de los hombros y dejó reposar su cabeza sobre él. Tenía ese gesto tan a menudo que Alexia temía estar confundiéndose.

—¿Dónde irás cuando termines la Academia? —preguntó Helena mientras contemplaba una vez más la ciudad a sus pies.

—No lo sé.

—¿No lo has pensado? Por fin tendrás un poco de libertad y hay tanto por ver en el mundo.

—El mundo podrá verse bonito, pero es una porquería. No me interesa.

—¿Qué es lo que quieres entonces?

—Quedarme contigo.

Helena levantó la cabeza para mirarla. Sonreía y se le marcaba solo uno de sus hoyuelos. Solo con eso hizo sonreír a Alexia también.

Tenía su cara tan cerca que podía oler su aliento dulzón, contar cada pelo de sus pestañas y descifrar todos los tonos de azul que se arremolinaban en sus ojos. La contemplaba como un bicho encandilado mira un fluorescente, con la imperiosa necesidad de, por más próximo que pueda estar de la luz, siempre acercarse más. Estaba aterrada, y a la vez, totalmente cooptada por ella. Le había lanzado un hechizo alcohólico y no le quedaba más remedio que seguir acercándose.

—Estabas muy lejos cuando dieron las doce —dijo Helena.

—Ahora estoy cerca.

La punta de sus narices se rozaron y Alexia saboreó el sabor a cerezas del brillo labial de Helena o tan solo lo imaginó, porque un milisegundo antes de que sus labios se juntaran por fin, una voz bien conocida las sobresaltó.

—¡Uy! —dijo y después soltó una risita no muy sobria.

Helena y Alexia pegaron un salto y rápidamente se separaron. La niebla del hechizo se disipó.

Chiara estaba parada junto a la escalera y, junto a ella, Mili batallaba para ponerse de pie. Las cuatro se miraron en un silencio incómodo. Alexia sentía la necesidad de decir algo, de justificarse, pero le faltaban las palabras. Para eso era mucho mejor Helena, pero ella estaba igual de petrificada.

—No puede ser —dijo Chiara.

—Cállate —Mili tironeó de ella para llevarla de nuevo escaleras abajo—. Vámonos.

—Chiara —dijo Helena por fin—, cierra la boca... por favor.

Fue Mili quien asintió y alejó a Chiara. Su risa se siguió escuchando a lo lejos a pesar de haber desaparecido.

A pesar del calor, Alexia tenía la piel de gallina y todavía respiraba entrecortadamente. Helena se puso de pie e iba a ir hasta la escalera, pero luego se detuvo y se quedó donde estaba sin saber qué hacer. Miró a Alexia con desesperación.

—Di algo —le ordenó.

—¿Crees que te hará caso? —Alexia no sabía ni por qué le preguntaba eso, en ese momento no sentía que tenía nada que ocultar.

—No lo sé.

—¿Por qué te preocupas tanto?

—No... No lo sé. —Volvió a sentarse, pero esta vez abrazó sus piernas en lugar de a Alexia—. Perdón. Enloquecí de repente por nada.

—Perdonada.

—No debí haber bebido tanto.

Alexia imitó la pose de Helena y se abrazó a sí misma. La cabeza le daba vueltas y sabía que no podría ponerse de pie y bajar las escaleras sin dar lástima, de otro modo lo hubiese hecho. La alegría de principio de año ya comenzaba a disiparse.

Helena la observaba mientras ella miraba el agua a lo lejos, tan negra como el cielo, que de a ratos se iluminaba con reflejos de colores. Sin decir ni una palabra se fue acercando a Alexia y volvió a acomodar la cabeza en su hombro mientras los últimos fuegos artificiales de la noche explotaban en el cielo.

Alexia extrañaba cómo eran cuando estaban juntas.

—Lo de esa noche es diferente. No tiene tanta importancia... —empezó a decir Alexia—. No estoy diciendo que no es importante, sino que para ella no tiene la misma importancia...

—Entiendo, entiendo. —La cortó Helena para salir del tema—. Aún así, ella mantuvo la boca cerrada. Sabes lo insistente que puede ser Lucía a veces. Y, por sobre todo, no me ha hecho ningún chiste incómodo al respecto.

—Chiara también te ha guardado el secreto.

—No en completo silencio, no como si no nos hubiese visto. Le gusta hacer alusiones sin importar quién esté escuchando. Perfectamente podría estar ventilándolo ahora mismo.

—¿Te molestaría que lo hiciera?

Helena se tomó un largo rato para pensar.

—No —dijo. Temía todo lo que podría pensar el resto, pero no podía decírselo—. ¿Qué podrían decir que no hayan dicho ya?

—Muchas cosas.

—No serían más que inventos. Nada ha cambiado entre nosotras en realidad.

—Sí, sí... Es obvio. —dijo Alexia. Por un momento, se sintió como en el final de aquella noche—. Regresemos a lo importante. ¿Qué hay del resto? No confío en Lucía.

—Hablé con Lucas hace unos meses, me dijo que ninguno de ellos fue. Estoy cien por ciento segura de que dice la verdad.

—Ellos no son más que títeres. Nunca lo hubiesen hecho por su cuenta. Alguien tendría que habérselos ordenado, alguien más inteligente y que pudiera manipular las cosas para que creyeras en Lucas.

—Lo tomo. Estoy un noventa por ciento segura de que no lo han hecho.

—Bien. Tachamos a cuatro de la lista. ¿Cuántos quedan? —Dudó. No sabía cuánta gente era parte del Círculo—. ¿Mil?

—Más de dos mil diría yo.

—Y ni siquiera conocemos a la mitad.

—Aún así podemos pensar en quién de ellos... Espera, creo que deberíamos suponer que fue una bruja.

—Como mínimo.

—¿Quién, de todas las brujas que merodean por la Academia, tendría algún motivo para asesinar a Bina?

—Imposible saberlo. No conocemos mucho sobre las demás. Piensa cuántas tramas ocultas en relación a Bina deben existir. La mayoría ocultas por ella misma. Cualquiera podría tener un motivo.

—Es por eso que nos apuntan a nosotras.

—Ni siquiera tú te salvas de esa lista. Matar a Bina. Tú —dijo Alexia y rió amargamente—. Es hasta poético.

Helena, que mantenía la vista fija en el alféizar de la ventana, abrió los ojos como platos.

—Díme, ¿quién tiene un motivo, y además, le ha dado al Tribunal información vital para que nos acusaran?

—Elisa —dijo Alexia para nada sorprendida.

—Exacto.

—Y mintió para encubrirse. Es muy posible... —Alexia dudó, pero al final se decidió por formular la pregunta que le venía rondando por la cabeza desde la audiencia—: ¿Qué hay de tu padre? Te ocultó lo de la Mano y es amigo de Elisa.

—No sé... En otro momento te hubiera dicho que de ninguna manera se ensuciaría por nadie, pero ahora, después de todo, no sé. No sé... Aún así, me cuesta creer lo de Elisa —dijo Helena y como vió que Alexia la miraba con mala cara, se corrigió—: Preferiría que no fuese así. Nadie en el Círculo se lo creerá. No hay ni una prueba que la incrimine. Y además, ¿tú la ves apuñalando a alguien?

—Sí, claro. No es muy diferente a Bina...

—¿De verdad?

—¿Por qué son tan ingenuos? No es una viejita bondadosa. Es igual de mala que Bina y está carcomida por la sed de poder...

—No exageres.

—La única diferencia es que Elisa pretende ser amable con todo el mundo y a Bina eso le importaba una mierda porque no tenía que ascender, ya lo tenía todo y nos gobernaba a todos. Espera a que Elisa tenga el Conocimiento y verás.

—Bina intentó matarte.

—Ella también lo hace, pero antes se está asegurando de ensuciar mi nombre. Y va a lograr ambas cosas.

Helena suspiró.

—Tienes razón.

—Aunque no servirá como prueba de nada, podrías ver lo que piensa Elisa.

—Ya lo he hecho y no me llevó a nada.

—Oh —dijo Alexia sorprendida de que Helena se hubiese atrevido a hacer algo prohibido.

—No puedo arriesgarme otra vez con Elisa. Si vuelvo a leerle la mente, lo único que lograré es que confirme sus sospechas sobre mí.

—Qué pena. Me gustaría cerrar esta historia, aunque sea para mí. Estoy segura de que cuando me quemen el Conocimiento aparecerá mágicamente en su bolsillo y ¡problema solucionado! Todos estarán contentos.

—No sería tan descarada...

—Ha sido lo suficientemente descarada como para inventarse que yo estuve aquí aquel día, incluso como para plantar esos cabellos que vaya a saber uno de dónde los sacó. Y tú padre ni siquiera se esforzó para conseguir una prueba de ADN.

—Mejor así. Los cabellos sí deben de ser tuyos. —Y sin dar lugar a que Alexia se quejara, agregó—: Prácticamente vivimos en la escena del crimen. Pueden haberlos sacado de tu cepillo —dijo señalando el tocador— o del piso. No me sorprendería, pierdes más pelo que todos los gatos del Círculo.

—Qué graciosa.

—Y según Elisa, también hueles peor que los gatos del Círculo.

—Ni me lo recuerdes. Si iba a mentir para que me mataran, lo mínimo que esperaba era que me de un poco de dignidad en su relato, en lugar de insinuar que no me baño. La gente ya no tiene respeto por nada.

Consiguió que a Helena se le dibujaran sus hoyuelos.

—Ven, acuéstate a mi lado.

—¿No te preocupa que tenga olor a alcantarilla?

—¿De dónde habrá sacado eso?


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