Capítulo 9.
Aunque parezca mentira, ya han pasado casi dos meses desde que me mudé con mi madre a Bogotá, y me atrevo a decir que han sido los mejores de mi vida.
Todos los fines de semana los paso con los chicos escuchándoles tocar y, la verdad, creo que puedo considerarme su mayor fan.
Y en cuanto a la carrera... cada vez estoy más convencida de que detesto la arquitectura.
-Elvira, venga pa' ca -me llama Villa-, tenemos algo que decirle.
Me siento a su lado en el sofá y los miro fijamente.
-Nos vamos de gira -dice Isaza.
-¡Qué bien! -me levanto y los abrazo con fuerza-. Eso es que os va bien lo de la música.
-Sí -responde Alejo tras reírse un poco-, nos va bien.
-Lo malo es que estaremos dos semanas fuera -finaliza Simón.
Me quedo paralizada, con la sonrisa congelada en mi cara.
Dos semanas. Voy a pasar dos semanas sin ver a ninguno de ellos.
Se avecina drama.
¡¿Qué voy a hacer con mi vida?!
Sobrevivir he sobrevivido, no sé si de la mejor forma posible, pero lo importante es que aquí estoy.
La buena noticia es que en cinco horas van a llegar al aeropuerto y voy a poder volver a verlos.
La mala noticia es que tengo que entregar un proyecto este fin de semana.
Y la noticia neutra es que no sé qué comer.
Llevo unos cuantos minutos mirando la nevera fijamente, pero nada me apetece. Mi madre, como siempre, se ha ido a trabajar y no me ha dejado comida preparada. ¿Va a volver para la hora de la comida? Sí. ¿La voy a esperar? No.
Al final acabo comiéndome un bocadillo de jamón y queso que se me ha quemado en la sartén.
Después de lavarme los dientes voy a mi habitación arrastrando los pies y me quito las zapatillas antes de tumbarme en la cama.
Te recuerdo que tienes que hacer deberes.
Pero eso será después, que ahora es momento de una buena siesta.
¿Tengo que recordarte que lo de dormir la siesta es una cosa que en Colombia no se lleva?
Hay costumbres que son demasiado buenas como para abandonarlas, conciencia.
Cuando me despierto de la siesta ya son más de las seis de la tarde, pero me siento tan bien que me da igual. Me levanto lentamente de la cama, sin ganas de hacer nada.
Al menos hasta que recuerdo que en apenas dos horas van a llegar los chicos.
Me arreglo a la velocidad de la luz y me preparo para salir de casa, pero claro, tengo que encontrar algún medio de transporte.
-Mamá, ¿me puedes acercar al aeropuerto? -digo tras ponerme frente a ella en mitad del salón.
Mi madre levanta la cabeza de una revista que estaba leyendo y me mira fijamente.
-¿Se puede saber para qué quieres ir tú al aeropuerto?
A ver cómo le explicas ahora que lo que quieres es ir a darle una sorpresa a los chicos.
-Unos amigos van a venir hoy y...
-No puedo -me corta mi madre-. Cógete el bus, saldrá dentro de poco.
Con un bufido me vuelvo a mi habitación, marcando el número de Martín.
-¡Hola! -comienza él todo alegre.
-Hola -susurro sin tanto entusiasmo.
-¿Todo bien? -pregunta.
-Bueno, no sé. Esto... ¿vas a ir a buscar a los chicos al aeropuerto? -le digo.
-No -responde-. Tengo que estudiar para los exámenes. Lo siento -responde.
Tras decirle que no pasa nada cuelgo y me preparo para coger el bus.
Tienes una mala suerte...
Afortunadamente consigo llegar unos minutos antes que el avión, por lo que puedo relajarme un poco. Veo cómo un avión aterriza y cómo, minutos después, comienzan a salir pasajeros de su interior.
Reconócelo, tienes muchas ganas de verlos.
Siiiiiiii.
Pero más a uno de ellos.
Nooooo.
Mentirosa.
Qué va.
-¡Simón! -grito antes de tirarme a los brazos de el chico que acaba de salir del avión.
¿Lo ves?
-¿Y nosotros qué? -se queja Villa.
Esbozo una sonrisa divertida antes de abrazarlos a ellos también. Al final acabamos los cinco en mitad del aeropuerto con toda la gente a nuestro alrededor juzgándonos.
N.A.
Seguid leyendo, que hay doble actualización.
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