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Capítulo 10.

Alejo nos ha abandonado.

Sí, como lo leéis. Ha preferido irse a reclamar una nota de un examen a la universidad que venirse con nosotros.

Para lo que estáis haciendo...

Estamos jugando al ajedrez.

Sé sincera: intentando.

Bueno, es verdad. He perdido todas las partidas que he jugado en un tiempo demasiado vergonzoso hasta para mí, pero no pasa nada, porque han cogido el relevo Isaza y Simón.

-Me aburro -se queja Martín.

-Cállese, Marto -lo regaña su hermano.

El chico pone los ojos en blanco y se levanta. No tardo en seguirlo a su cuarto, donde nos sentamos en su cama.

-¿Qué tal la vida? -pregunto por cortar el silencio.

-Quiero enseñarte algo -dice mientras busca su teléfono-. Es una canción que he compuesto, pero creo que es demasiado mala y no les va a gustar a los perros. Además no soy parte del grupo y...

-Enséñamela -lo corto.

Abre las notas de voz y me deja oír un pequeño audio.

-Se llama "mi suerte" -me dice.

Y aunque ya no pueda verte

Yo nunca culparé a la suerte

Yo ya gasté toda mi suerte

Mi suerte la usé en encontrarte a ti.

-Tienes mucho talento -lo felicito cuando acabo de escuchar el audio.

-¿De veras?

Sonrío y lo abrazo.

-Cree un poquito más en ti. ¿Vamos a ver de qué forma tan lamentable está perdiendo Isaza?


De repente se abre la puerta del salón, pero ninguno de nosotros le presta demasiada atención: estamos muy centrados en la partida de ajedrez.

Sí, esa partida que lleva ya dos horas.

-Perros, tengo algo que decirles.

Ante esa frase me giro de golpe hacia Alejo, quien acaba de aparecer.

Al cotilleo sí que le prestas atención, que te he pillado.

-Diga -lo anima Villa.

-Me voy -responde Alejo.

¿Qué me he perdido?

-¿A dónde? -pregunta Martín.

-Del grupo -explica el batería-. Para mí mi prioridad es la universidad, y la he tenido que dejar estas últimas semanas por lo de la pequeña gira. No quiero esto, así que, con todo, les deseo mucha suerte y que les vaya muy bien.


Y así, dos horas después, todavía en shock, sigo agarrada como un koala a Alejo.

-Elvira, esto no quiere decir que no nos vayamos a volver a ver -dice por enésima vez el chico.

-¡Pero no te veré tanto! -me quejo.

-Seguís yendo a la misma universidad -resalta Simón-. Compartís más de seis horas al día.

Hombre, así mirado...

Me separo de Alejo y hago un pequeño puchero.

-¿Está seguro de lo de irse de esta casa?

Quiere dejar el piso que tiene con los otros, dice que prefiere dejarles espacio para la música y así centrarse mejor en sus estudios.

-Sí -le responde Alejo a Villa.

Los chicos, quienes le han ayudado a recoger sus cosas, lo acompañan hasta la puerta de la casa.

-¿Van a venir a buscarte? ¿Y dónde te vas a quedar? ¿Estarás bien? -digo atropelladamente.

-Sí -dice él entre risas-. ¿Hace falta que te pase un parte de lo que hago en cada minuto?

Asiento rápidamente y lo vuelvo a abrazar.

-Eres muy exagerada, lo sabes, ¿verdad? -se queja Villa.

-¿Algún problema?

Me giro hacia él con mi peor cara, logrando algunas risas de los otros.

-No, no, ninguno -se apresura a responder él.


Una hora después Alejo ha salido oficialmente de mi vida.

Mira que eres drástica.

La cuestión es que estoy sola con los otros en su piso. Y, afortunadamente, ya ha acabado la partida de ajedrez.

Por tu culpa.

No ha sido mi culpa.

Ya lo creo que sí.

¡He volcado el tablero sin querer!

Y yo soy tonta, no te fastidia...

-Bien, pues... parece que se ha quedado una plaza vacante en Morat -dice Simón.

-¿En qué? -pregunto.

-En la banda -responde él-. Le hemos cambiado el nombre.

Casi puedo oír los engranajes de mi cabeza dando vueltas intentando entender lo que me están diciendo.

No te esfuerces, que no das para más.

-¿Entonces ya no os llamáis "Malta"? -les pregunto.

-Ahora nos llamamos Morat -contesta Isaza.

Los miro en silencio, pidiéndoles explicaciones.

-Nos llamamos así porque hace unos años, cuando empezamos a tocar, lo hacíamos en una finca llamada Morat.

-Y por eso -completa Villa- hemos decidido ponernos ese nombre.

Asiento, dándoles a entender que me parece una buena elección.

-A lo que iba -sigue Simón-, que nos hemos quedado con un miembro menos.

Cruza una mirada significativa con Isaza, quien lo mira sin comprender. Al final le da una patada en la espinilla y reacciona.

-Esto... Marto, ¿qué opina de convertirse en nuestro nuevo batería?

Martín se gira rápidamente hacia Isaza, completamente incrédulo.

-¿Yo? -se señaló.

-No, si quieres el vecino -le responde su hermano-. Pues claro que tú, Marto.

El chico se gira hacia mí con una sonrisa en los labios y el solo contacto de nuestras miradas me hace saber su respuesta.

N.A.

¡Resucité!

Siento no haber publicado en tres días, pero entre los últimos exámenes y el especial de Navidad (ya lo leeréis pasado), no me ha dado la vida.

Quería daros las gracias por las casi cien lecturas.

Os quiero.

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