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Interludio: LA LUZ DE LA LUNA EN FLORENCIA

El gato siempre ha estado asociado con la luna. Como la luna, cobra vida por la noche, escapando de la humanidad y deambulando por los tejados de las casas con sus ojos brillando en la oscuridad.

-Patricia Dale-Green


Hija de la luna, eso es lo que significa mi nombre. Lo supe mucho antes de que el sensei me lo dijera. Selene es la diosa de la luna de la mitología antigua e "ina" es pequeño en italiano. Lo que hace que Selina se convierta en un juego de palabras muy curioso para mí.

Solo a la luz de la luna los cisnes encantados del lago de los cisnes pueden recuperar su verdadera forma. Oí que mis padres se conocieron en la preparatoria, así fue como mi padre vio por primera vez a mi madre: en el escenario como una de las doncellas cisne bañada por la luz de la luna. Estaba tan estupefacto, dijo el, como el príncipe Siegfried frente a Odette. Pasaron siete noches en total antes de que él se quedara con ella.

Cuando lo hizo, ella lo reconoció de inmediato: "¿El señor de la tercera fila tan aficionado al ballet?", lo dijo mi madre con una sonrisa socarrona que le hizo saber lo más obvio: era realmente a ella a quien volvía a ver siempre.

Nunca le conté eso a Bruce, pero podía sentirlo de esa manera cuando me estaba mirando.

Pero por supuesto, con Bruce era algo completamente diferente.

O en realidad, con Batman es completamente diferente, pero con Bruce se está volviendo cada vez más...

No, es diferente.

El lago de los cisnes era el ballet favorito de mi madre. Como todas las bailarinas clásicas, soñaba con hacer de cisne. El cisne es, de hecho, dos papeles diferentes: Odette y Odile, el cisne blanco y el cisne negro, la heroína romántica y la hija del hechicero malvado.

Siempre los interpreta la misma bailarina, pues son idénticos en apariencia. Odile es enviada para hacerse pasar por Odette, y ella engaña al Príncipe con su engaño. Tal vez una metáfora; todos tienen un lado oscuro.

Y ambas son la heroína y la villana de la misma historia.

Como yo...

Recuerdo lo que sucedió después de París. Conocí al sensei Shirumare la noche que salí de la ciudad. Estaba lloviendo y los taxis escaseaban, pero simplemente tenía que llegar a la estación de tren antes de cambiar de opinión. Ya había perdido dos taxis y recurrí a un truco especialmente parisino: cerrar mi paraguas y dejar que la lluvia me mojara la blusa y la falda. Colette, acurrucada dentro de mi bolso de mano, maulló de disgusto, pero la silueta producida por la seda arruinada pegada a mi cuerpo conjuró un taxi de la nada. Pero en el tiempo que tardé en levantar mi maleta, un decidido asiático de unos cincuenta años ya tenía la mano en la puerta del auto. Traté de bloquearlo con un ojo lleno de disgusto pero dijo:

-No hay problema, podemos compartir. Yo también me voy de la ciudad. Y no te dejaría parada en un clima como este; sé que a los gatos no les gusta mojarse.

Estuve de acuerdo, realmente no tenía muchas opciones.

-¿Cómo supiste que me voy de la ciudad? – pregunté una vez que el taxi se estaba moviendo –

-Tu maleta... – dijo el viejo, señalándola con la mirada –

-Ahh.

Me sentí estúpida, pero supuse que al menos cubría la charla trivial obligatoria. Planeaba no decir más hasta que llegáramos a nuestro destino, pero Colette tenía otras ideas. Asomó la cabeza por la parte superior de la bolsa, una bola de pelos felinos muy mojados y completamente molestos, y de nuevo dejó que el mundo supiera exactamente lo poco que le gustó el pelaje empapado.

Mi compañero estaba asombrado.

-¿Y quién es esta pequeña criatura? – preguntó el –

-Esta es Colette, la gata que salvaste de la lluvia.

-No, me refiero a ti – el rio – No sabía que la mujergato bajo la lluvia tenía un gato propio.

Lo miré estúpidamente pero Colette decidió hacer amigos. Se arrastró fuera del bolso y aterrizo en su regazo. Empezó a acariciarla.

-¿Q-qué quieres decir? – tartamudee finalmente –

-Te mueves como un gato – dijo – persiguiendo los dos primeros taxis. Vi de inmediato que esa mujer era un gato. Pero ha tenido un sensei muy malo.

Colette lo miró con enojo, no porque le importó si él llamó a Sean un mal sensei, pero al hacerlo levantó un dedo, agitándolo hacia mí. Colette siguió mirándola hasta que él le devolvió el dedo meneante a la barbilla.

-Tu sensei te enseñó como el lobo y el oso. ¿Qué hace un gato tratando de ser un lobo?

No tenía ni idea de lo que estaba hablando, pero Colette parecía transportada. Ella se inclinó hacia él, ronroneando tan fuerte que podía oírse por encima de las gotas de lluvia que caían sobre el techo del coche.

-Todas las artes marciales se basan en el movimiento de los animales – dijo pacientemente – Eres como este, eres un gato. Eres sigilosa, veloz, trepadora y agil en equilibrio y gracia. Eres tímida, descarada e ingeniosa también, pero eso vendrá después. Eres un gato. El tuyo deben ser los movimientos de un gato. No de oso, ni de lobo. Solo echarás raíces y prosperarás cuando se te permita ser lo que eres. Está bien, todo lo que hagas mal se puede desaprender. Tomará seis meses arreglarlo. Ve a Fiesole. Sin interrupciones.

-Gracias, pero no – le dije con firmeza – los gatos no se van con hombres extraños que encuentran en los taxis, especialmente no para "arreglarlos".

El taxi se detuvo en la estación de tren y nos despedimos. Nunca me di cuenta hasta ahora de lo que había sucedido. Era la primera vez que alguien me llamaba gato.

***

Roma se parecía mucho a Gotham. Es una ciudad moderna y bulliciosa, a pesar de las ruinas de hace 2000 años que se alzan entre una pizzería moderna y un hotel de lujo. Es una ciudad que ha sido el centro absoluto de su mundo. Y los romanos son muy parecidos a los habitantes de Gotham, un poco más bruscos que otros, zigzagueando entre el tráfico en sus scooters o abriéndose paso entre una multitud de turistas. También son más mundanos, nunca dejan que el ocio excesivo se entrometa en los placeres importantes de la vida, como el café helado y observar a la gente en una tarde de verano en el Café Dolce Vita. Y a través de todo ello proyectan esa aura de ser una extensión absoluta de su ciudad.

No fui a Italia por esa conversación con el asiático. Fui porque necesitaba salir de París. François se estaba preparando para proponerme matrimonio, me di cuenta. Traté de despedirlo, pero él no entendió la indirecta. Los hombres pueden ser terriblemente densos con las indirectas. Estaba segura de que a Sean no le importaría que me fuera; tenía que saber que lo haría. Si no hubiera sido la primera en irme, hubiera sido otra persona. El equipo estaba destinado a desmoronarse; éramos demasiado jóvenes. Teníamos que averiguar qué podíamos hacer por nuestra cuenta. Si no fuera por mí, habría sido uno de los otros. Y si me quedaba hasta que me lo propusiera, habría tenido que decir que no.

Cuando llegué a la estación de tren no tenía ningún destino en mente, cualquier lugar sería bueno, y elegí Roma. Yo era una ladrona de arte después de todo, ¿y no era Italia tan importante para el mundo del arte como Francia?

Dondequiera que iba, parecía haber un recuerdo peludo de cuatro patas de esa breve conversación con un extraño en un taxi de París...

"Eres un gato... Solo prosperarás cuando se te permita ser lo que eres".

Fui a Florencia, pues la ciudad es una obra de arte viva. Es más que eso; de alguna manera genera arte... Da Vinci, Miguel Ángel, Giotto, Donatello... la lista sigue y sigue. Expulsa genios como Galileo, Dante, Maquiavelo, Boccaccio, Brunelleschi. Había medio día a pie a Fiesole desde Florencia. No había ninguna razón para caminar, podría haber contratado un taxi o alquilar un automóvil. Pero decidí caminar cuesta arriba.

Subí por un camino empinado y medio piedroso, pasando por algunas lujosas villas que planeaba visitar después de horas antes de abandonar los alrededores. Estaba más que exhausta después de la escalada, pero Dios, fue hermoso.

Nunca supe el nombre del Sensei en el taxi, y Fiesole es más que un pequeño pueblo. Pero como cualquier ciudad italiana, tiene una plaza supremamente importante que supera a todas las demás: Piazza Mino. Esta si era una ciudad romana; la plaza aún albergaba el ayuntamiento, la catedral y lo que es más importante, el café principal de la ciudad. El propietario del café principal en la plaza principal de una ciudad italiana puede decirte cualquier cosa si está dispuesto, y si eres una bella regazza y le coqueteas lo suficiente, él estará dispuesto a darte las cosas a menor precio.

Mi amigo asiático era japonés, aprendí. Su nombre era Shirumare. Y vivía en una pequeña casa en Via Marri más allá de las ruinas del antiguo asentamiento etrusco. Había dejado instrucciones en el café: Cuando una donna della via la gatta (una mujer con forma de gato), viniera a preguntar por él, el dueño debería contarme todo. Pero cuando se trataba de dar direcciones, Shirumare fue muy específico: el propietario se aseguraría de enviarme por Via Verdi.

No pregunté por qué. En ese momento me estaba acostumbrando a la idea de que rara vez entendería los porqué con el señor Shirumare.

En el caso de Via Verdi, sin embargo, supe la respuesta a mi pregunta de inmediato, incluso antes de llegar a la casa de Shirumare. Via Verdi tenía una vista panorámica de Florencia que era nada menos que magnífica. Y estaba salpicada de casas, más bien villas y mansiones. Las vistas de millones de dólares solo se disfrutan con las casas de millones de dólares, y las casas de millones de dólares son propiedad de personas con millones de dólares.

En estas casas, lo supe incluso antes de tocar la puerta de Shirumare, es donde aprendería lo que era ser un gato.

El día comenzó con la meditación. Me encontraba con el Sensei al amanecer en las ruinas del antiguo anfiteatro romano, al borde del bosque de pinos con una vista impresionante de Florencia. Meditábamos durante unos diez minutos, luego realizábamos una serie de estiramientos y posturas de yoga. Otros pocos minutos de meditación y luego Sensei tomaría un termo y serviría dos tazas pequeñas de Hoji-cha, su té verde tostado especial.

Luego pasaba una hora viendo a Colette dormir, jugar o cazar y compartir mis observaciones de ella con Sensei.

Luego regresábamos a la casa de Sensei y hacíamos ejercicio por el resto de la mañana. Fue físicamente agotador, más agotador que cualquier entrenamiento con Sean o Ted Grant, y al principio tuve dificultades para terminar las lecciones sin descansos.

Sensei fue muy firme: "No puedes prosperar hasta que seas lo que eres. Encontrarás fuerza y ​​resistencia cuando liberes al gato que llevas dentro. Una leyenda china dice que el gato es producto de una leona y un mono. De la leona, el gato obtiene belleza y dignidad. Del mono, el gato obtiene curiosidad y alegría. Tú ya tienes mucha belleza y dignidad. Todavía debes encontrar la alegría".

Las tardes y las noches eran mías, pero tenía que ir a Florencia y "absorber".

-¿Absorber qué, Sensei? – pregunté una vez –

-La vida – respondió, luego hizo una mueca como si eso no estuviera del todo bien –

Miró a su alrededor como si buscara una palabra e hizo un gesto al aire, como si fuera algo indefinible lo que quería decir.

-Su espíritu... – sugerí – o actitud – Él negó con la cabeza – Es Je ne se quoi – apunté –

-No, no es eso. No lo digas en francés – Parecía muy severo –

No entendía, pero iba a la ciudad todos los días. Visitaba los mercados, me sentaba en las plazas o en los cafés. Visité las tiendas que fabricaban hermosos papeles caros y la escuela de peletería. Y, por supuesto, pasee por los maravillosos museos, jardines e iglesias de la ciudad.

Lentamente en el transcurso de un mes, comencé a entender por qué Sensei no quería que lo dijera en francés. El arte de esta ciudad era tan magnífico como el de París, la comida era tan buena, si no mejor, pero de alguna manera había allí una alegría de la que París carecía. Los italianos hicieron que todo pareciera fácil; había una informalidad relajada.

Me acordé de las compras en Milán. Es una capital de la moda tan importante como París, pero no todo se toma tan en serio. En París, elegir un vestido es una decisión monumental. En Milán, es una patada.

-Hoy vas a Piazzale Michelangelo, maravillosa vista de la ciudad, buen restaurante. Pero es muy importante que vayas por Vialle Machiavelli, la calle principal de Porta Romana.

-Sí, Sensei – No pregunté por qué. Nunca hubo un por qué, y siempre hubo un por qué –

Vialle Machiavelli resultó ser como Via Verdi, me llevó más allá de una de las casas más fabulosamente ricas de la Toscana, Villa Cora.

Lo extraño era que no creía que Sensei aprobara robar. Pero nunca dijo nada; nunca hubo el menor rastro de juicio o censura. Él sabía cómo iba a utilizar lo que me enseñó. Él enfatizaría las habilidades sigilosas y depredadoras mientras yo estudiaba a Colette. Y me envió más allá de estas fabulosas mansiones llenas de premios. Y sin embargo, de alguna manera, lo sabía.

Bueno, él siempre decía que tenía que ser lo que era para prosperar. Si sabía que yo era una ladrona, obviamente eso significaba...

Bueno, soy más que eso... ¿no?

Me tomó un tiempo llegar allí, pero finalmente me di cuenta de que hay más en mí que robar.

Supongo que tal vez fue algo por lo que tuve que pasar para...

Carajo, ¿cuál es el punto de todo esto?

Ahora que lo pienso, es espeluznante. Realmente no sé cómo se pensó Sensei acerca de robar. Pero me veo obligada a darme cuenta de que ya sea que lo aprobara o no, realmente no sé por qué me ayudó de la forma en que lo hizo. Supongo que lo más cerca que estuvo de explicarlo fue en Venecia.

El Carnaval.

La primera máscara que yo misma hice.

La hice de gata... de papel maché, pintada con lentejuelas de oro y plata, esmalte rojo, resaltada aquí y allá con un brillo anaranjado-dorado. Solo me cubría la mitad de la cara, sin bigotes, pero la forma de los agujeros para los ojos y el contorno de las orejas de gato que se elevaban sobre las cejas, no dejaban duda de lo que pretendía representar: Miau.

-Debes usar una máscara para el Carnaval – dijo Sensei – La máscara no es para esconderse, es para liberar lo que hay dentro. Cuando no sea tu rostro sino esta pantalla lo que el mundo vea, tu esencia saldrá a la luz.

Pensé que estaba borracho. Y cuando el chico con el que has ido al Carnaval de Venecia se emborracha, deja de ser tu Sensei y se convierte en un amigo del Harry's Bar de Gotham.

-Tomaré otro Bellini – le dije, poniendo los ojos en blanco – Porque claramente aún estoy sobria.

-Qué americana eres a veces – me dijo el sacudiendo la cabeza – La máscara es como la bebida, pero es diferente. Ya verás; perderás tus inhibiciones, pero no el juicio, el instinto y los reflejos. ¡Camarero! – gritó Sensei – Esta mujer no puede beber más a menos que se ponga una máscara, ¿entiendido?

"Si signore, no bellini per la donna senza mascherina", asintió el camarero. Puede parecer extraño. En Gotham lo sería, incluso en Italia en otra época del año. Pero durante el Carnaval de Venecia, fue aceptado como un pedido perfectamente natural. Nada de tragos para la mujer sin mascarilla.

Yo me la puse. Por qué no, no era doblegarse; estaba jugando. Complaciendo a mi Sensei borracho. Me sentí tonta los primeros minutos y luego... Libre. Empoderada. Y solo un poco excitada por todo.

Acompañé a Sensei de regreso a su pensión (después de todo estaba un poco borracho) y luego di un paseo por la ciudad, con mi verdadero rostro oculto y revelado por la máscara.

Al día siguiente, mientras hacíamos un poco de turismo, Sensei dijo: "

-¿Conoces el "Karma"?

-Karma significa destino, ¿no?

-S-sí, en cierto modo. El karma es tu camino. El Universo sabe lo que está haciendo. Tiene un plan para ti. Tiene tu camino... solo para ti. Si sigues el camino, prosperarás; pero si te desvías del camino, te pierdes. El verdadero yo conoce el camino. ¿Entendido? Por eso te ayude... porque tú tienes que cumplir para bien o para mal un camino.

-Sí, Sensei – le mentí. Él lo sabía pero continuó –

-La máscara es una forma de liberar tu verdadero yo. Ya sabías que tu yo era un gato, pero no importa. Hay otros que tal vez no lo sepan, pero pueden descubrirse a sí mismos de la misma manera. Una vez al año, tener tal vez una fiesta y usar las máscaras es bueno. Es importante, ser ese verdadero yo siempre. Sigue tus fortalezas, haz lo que disfrutas, haz para lo que eres buena, haz lo que te agrada. Estar con aquellos que te complacen. ¿Entendido?

-Sí, Sensei.

-No, no lo harás.

Estaba empezando a enfadarme. Tomamos una lancha a motor a Murano y vimos los sopladores de vidrio. Compré una escultura de un gato y una caja de cristal. Entonces Sensei lo intentó de nuevo.

-Haz lo que se te da bien. Estar con aquellos que disfrutas. El resto vendrá por sí solo. ¿Entendido?

-Sí, Sensei.

-No, no lo harás.

Fuimos a una segunda isla; Burano, donde hacían encajes y lino. Compré un mantel.

-¿Entendiste?

-Sí, Sensei.

-No, no lo haces.

Almorzamos tarde en Torcello.

-¿Entiendes?

-Sí, Sensei.

-No, no lo entiendes.

Esa noche hubo un baile de máscaras en el Palacio PisaniMoretta con vista al Gran Canal.

-¿Entiendes?

-Miau.

-Excelente.

***

Mis habilidades de lucha mejoraron y Sensei dijo que solo necesitaba ir con él tres mañanas a la semana. Pasé más tiempo en Florencia. Como era una ciudad de museos, empecé a visitarlos después del anochecer en lugar de durante el día. Aprendí a vencer la seguridad en cada uno y a navegar por sus galerías oscuras con la misma naturalidad con que los amantes pasean por el Ponte Vecchio.

Paseé por el Ponte Vecchio también, pero no de la mano de un galán y joven ragazzo. Paseé por las cafeterías y mientras me tomaba mi gelatto, a través de mis gafas de sol estudiaba a los joyeros y a las docenas de comerciantes de oro en sus pintorescos puestos. Aprendí a leer las maneras de los empleados de las joyerías, la forma en que manejaban mejores piezas, la forma en que evaluaban a los clientes. Y aprendí a sacar provecho de las operaciones diurnas donde se guardaba la mercancía de alta calidad después del anochecer.

Cuando estuve lista, visité Villa Cora, en Vialle Machiavelli, la calle principal de Porta Romana, la villa que no pude evitar ver cuando Sensei me envió a Piazzale Michelangelo. La Villa se convirtió en un hotel, un hotel que aumentó una fabulosa colección de arte con una colección igualmente fabulosa de huéspedes aristocráticos y llenos de joyas.

Esa primera y única noche salí con cuatro miniaturas, una pintura al óleo sobre madera, una pequeña estatua de bronce, un collar de rubíes, dos anillos de diamantes y un brazalete.

Nunca me despedí de Sensei. Sabía que lo entendería. Colette ya se había convertido en su gato.

Algún tiempo después, solo estuve en España durante unas pocas semanas. Fue un tiempo lo suficientemente largo como para vender lo que había adquirido en Florencia. No pude conseguir mucho, siendo una desconocida en el diminuto mundo del mercado negro internacional. Pero los contactos que hice compensaron con creces a futuro la falta de ingresos sustanciales. Yo compensaría la diferencia en futuras ofertas.

Y por supuesto conocí a Alessandra. No era amor, pero ciertamente era divertido. Aprendí un par de cosas cuando viví con esa abogada "de moral ambigua". Aprendí los números de la banca extraterritorial y las cuentas numeradas, lo que sin duda me ha sido útil. Y sobre todo, aprendí que hay reglas. No sus reglas, mis reglas.

Hay cosas que no haré. Hubiera podido haber tomado algunas cosas antes de irme; Dios sabe que Alessandra guardaba bastantes lujos inútiles en su finca. Pero aunque no fuera amor, estuvimos bien juntas por un tiempo, y darle la vuelta y robarle no estaba en mi moral. Las chicas buenas y malas no mezclan el trabajo y el juego. Absolutamente no, lo decidí allí mismo. El amor era el amor, el robo era el robo, y los dos nunca se encontrarían.

En fin, vivíamos en una bonita finca familiar que había heredado de un tío agonizante, un cliché total. Barcelona era bastante curiosa, pero anticuada. Ya saben, la típica ciudad del viejo continente con personas anticuadas y calles adoquinadas.

Lo interesante para mí fue el "Club de Cortes". Era un antro ubicado en un sótano bastante bonito en donde la gente snob iba a desquitar sus apetitos sexuales y vicios que se consideraban "fuera de lo común". Ofrecían espectáculos de lanzamientos con cuchillos, peleas de perros con apuestas de por medio, los sábados había combates arreglados, etc. En fin, era miércoles en la noche y el espectáculo de ese día era "La Danza Caliente", que consistía en que una persona voluntaria del publico podía danzar flamenco en una pequeña arena en el medio del club mientras que trataba de esquivar a un tigre que trataba de devorarla. Para que el incentivo fuera mejor, si la persona sobrevivía los dos minutos se llevaba unos cinco mil euros al bolsillo.

Alessandra me rogo que no lo hiciera. Que solo nos tomáramos unos tragos y nos fuéramos a casa, pero se oía tan divertido y peligroso que no pude evitarlo.

Me arreglaron bastante bien. El traje típico de flamenco consistía en una chamarra abierta que estaba bastante holgada de las mangas e igualmente traía por debajo una camisa bastante ceñida. Querían encasquetarme una falda, pero siempre se me hicieron muy molestas, por lo que opte por usar un pantalón que estaba abierto de los tobillos hasta los pies con unos bordes que emulaban flores. Me puse los zapatos con los que se retumbarían mis pisadas y terminaron por maquillarme y ponerme una flor en el cabello.

Añádanle a todo eso el abanico y la concha con la que acentuaría mis taconeos. Siempre creí que solo me veía tan bien con mi traje de Catwoman, pero vaya que con ese atuendo si deje con la boca abierta a más de la mitad de los presentes.

Y entonces me pare en medio de la arena que estaba recubierta con un suelo de mármol, tome mi posición con el abanico cabiéndome el rostro y mi pie al frente, las guitarras sonaron con una melodía bastante agresiva, el tigre salió de una puerta frente a mi... y comenzó la danza.

Me recordé a mí misma respirar bastante.

Había hecho cosas similares miles de veces antes.

No conté el ritmo de la melodía, solo lo sentí y lo hice mío. La audiencia quería que me cansara para que muriera, así que no les di esa satisfacción.

La bestia esperaba a que la flaqueara... solo eran círculos de muerte a la espera.

Pero confié en mis pies y en que el abanico sirviera como una distracción. Así que respire.

Sabia como iba ese baile; un paso aquí, luego otro haya. Todo rebotando en el vigor del fracaso y la adrenalina del baile peligroso.

Con cada paso practique mis movimientos y considere mis opciones. La gracia y sensualidad estuvieron perfectamente equilibradas a partir de ahí.

Pero todo eso desapareció, la danza no estaba en mis miembros ni en mi mente.

Fluye a través de mí. Todos los movimientos fueron por instinto.

Como aterrice sobre mis pies. Como moví mi cuerpo con gracia y delicadeza. Como sus garras trataron de alcanzarme y yo solo me moví sin tensarme y mi abanico solo lo confundió con cada movimiento de mi muñeca. Como me volví la presa más difícil de ese tigre.

Solo por un momento pensé que podía alejarme de todo.

Pero estaba ahí en ese momento. Los dos éramos bestias... el tigre y yo. Y están equivocados si creen que me he olvidado de ese baile.

Solo tuve que aguantar por esos dos minutos y... incluso cuando los cumplí no había terminado.

Claro que no... pues comprendí que solo con un equilibrio perfecto lo iba a hacer. Así que me moví en perfecta sincronización con los movimientos del tigre, y me doble por las rodillas cuando el salto hacia el muro de piedra en la arena del club. El felino se estampo en la cabeza tan feo que no pude evitar sentir lastima por él, pero finalmente se calmó.

Comprendió que yo había sido su presa más difícil y por lo tanto, yo era inalcanzable.

Y así termino, conmigo haciendo una reverencia bastante elegante mientras el público me aplaudía agradecido por que habían visto el baile más energizante y peligroso de sus vidas.

En ese baile... yo gane.

Solo hasta entonces supe que era hora de regresar a Gotham City para convertirme en quien se suponía que debía de ser.

El resto de la historia ustedes ya la conocen.

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