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-¡Bájate de ahí! – Selina ahuyentó al gato que había recogido hacia unas noches de su disfraz, que estaba tendido sobre la cama – Arruinarás todo, gato tonto – murmuró, y se inclinó para inspeccionar el daño que el gato le había hecho al disfraz –
-¿Arruinar qué? – preguntó Holly con curiosidad, acercándose al lado de Selina –¿Arruinar qué, Selina?
-Nada – Selina recogió la sección del corsé del disfraz y pasó un dedo por la tela –¿Tenemos algún hilo por aquí, Holly?
Holly se encogió de hombros y comenzó a hurgar en su pequeño apartamento en busca del pequeño kit de costura que Selina tenía a mano. Después de todo, las reparaciones eran más baratas que los reemplazos.
Mientras Holly miraba, Selina recogió la parte inferior del nuevo disfraz, que ahora era un traje de tela morada que cubría cada centímetro de piel debajo de su cuello. Para Selina fue como ponerse un guante viejo. Ni deslizarse en las botas ni tener que cambiar la posición de los ojos de la máscara la ralentizó por más de un segundo. Cuando Holly regresó con el hilo, Selina ya tenía subido el cierre. Selina tomó el kit de manos de Holly y rápidamente se puso a reparar con aguja e hilo negro el agujero que el gato había hecho.
-Creo que es raro – Holly observo desde un costado, viendo a Selina trabajar – Me platicaste que Stan te dio antes un traje así, pero el odia a los gatos... ¿No es así?
Selina sonrió ante su trabajo y rápidamente colocó el corsé en su disfraz.
-Sí – Selina dijo, recogiendo la máscara y poniéndosela – Ese es su problema. Y con lo de la otra noche, te aseguro que no supo que me convertí en uno.
***
Estando en su bar destrozado, Stan aún estaba confundido y curándose las heridas de la cara del ataque de la otra noche.
¿Cómo fue que esa desconocida en el traje de gato los había hecho quedar como tontos a él y a sus matones?
¿Quién era ella y por que los había atacado? ¿Y por que se había llevado a Holly?
El teléfono de Stan sonó y este apenas y lo noto. Cuando vio que era un número privado, tomo el celular sin pensarlo dos veces.
-Stan... – la voz de Selina se escuchó del otro lado de la bocina –
-¿Por qué llamas? Eres una descarada, después de que me abandonaste...
-Estoy una cabina telefónica. Me arrepiento de lo que te hice, lo siento... no sé qué paso por mi mente... oye, mate a alguien...
-¿Alguien te vio? ¿Policías?
-No. No, no lo creo. Dios... Stan, tengo miedo.
-De acuerdo. Solo quédate tranquila, ¿Dónde estás?
-En el Crime Alley, junto al cine.
-No hables con nadie. No hagas nada... solo espera hasta que me veas. Pero si te voy a dar una represalia.
***
Stan se paró en la entrada del callejón oscuro. No era un callejón particularmente notable. Había montones de basura sin recoger, una puerta al final del callejón con una cruz pintada y un trío de gatos callejeros hurgando en la basura. Stan sacó un paquete de cigarrillos del bolsillo de la chaqueta y se metió uno en la boca.
No había nadie más en la calle, pues no muchos transeúntes estaban dispuestos a navegar por las calles secundarias de Gotham por la noche sin razón.
Sin embargo, había alguien observándolo.
En una azotea frente a él, había una figura agachada sobre los dedos de los pies. Llevaba un disfraz de gato de tela morada y una mata de cabello negro que reflejaba la luz de la noche de la ciudad. En una mano sostenía un látigo y en su rostro lucía una máscara de gato que no hacía nada para ocultar su sonrisa.
Solo espera hasta que me veas.
El cigarrillo de Stan era poco más que una colilla humeante entre sus labios. Dio otra calada y consultó su reloj. Habían pasado treinta minutos desde que Selina llamó y todavía nada. Frunció el ceño y sacudió la manga sobre la esfera del reloj.
Uno de los gatos callejeros abandonó su búsqueda de alimento en la basura y caminó hacia Stan, frotándose a lo largo del costado de la pierna de su pantalón.
-¿Qué es eso? – miró hacia abajo y se enojó aún más. Echó la pierna hacia atrás y pateó al gato con fuerza –
El animal aulló de dolor cuando hizo un pequeño arco en el aire y aterrizó en la alcantarilla vacía de la calle. Le siseó, pero cuando dio un paso adelante, dio media vuelta y huyó en la noche. Stan sonrió alrededor de su cigarrillo y no se dio cuenta de la sombra que se unía a la suya en la pared del callejón.
Tres lazos de cuerda cayeron sobre su cabeza, uno de los cuales se enganchó justo sobre su tráquea cuando los apretaron. El medio jadeo de sorpresa y dolor cuando la presión se apoderó de su garganta hizo que dejara caer el cigarro ardiente de sus labios.
-Los egipcios solían adorar a los gatos – las cuerdas se aflojaron y una mano detrás de él lo hizo girar – ¿Lo sabias? – era Selina, era ella la que había atacado su bar hacia unas noches. Ahora todo tenía sentido. En su mano sostenía un látigo, cuya longitud estaba actualmente envuelta alrededor de él –
-Bonito atuendo – dijo el, aprovechando la oportunidad para mirarla de arriba abajo –
Stan nunca había visto bien a Selina antes. A pesar de su aversión a los gatos, una mirada lasciva creció en su rostro cuando su mirada alcanzó sus botas y volvió a subir a su rostro enmascarado.
-Me lo puse solo para ti – Selina le dijo en el tono sensual y seductor que ambos conocían como una de sus voces de trabajo. Apretó más los lazos del látigo y lo acercó a ella. Se inclinó y besó a Stan en la comisura de su boca. Él sabía a ceniza –
-¿Quieres jugar, gatita? – preguntó Stan, aún con perversión –
La mano de Selina se movió rápidamente. Las afiladas uñas de sus guantes le cortaron la mejilla izquierda. Stan se tocó la cara y luego se miró la mano. Sangre roja, turbia en la penumbra, cubría la piel demasiado pálida de su mano.
-Me cortaste – dijo con incredulidad antes de que su voz se convirtiera en una furia ardiente – ¿Estás loca? Ahora tengo que enseñarte una lección. Otra vez – Selina se alejó de Stan y se adentró más en el callejón. Dejó caer su látigo al suelo –
-Adelante, Stan – dijo ella con frialdad – Trata de darme una lección. Otra vez.
Stan cargó contra Selina, pero ella se agachó bajo sus brazos. Ella agarró su cintura y se enderezó. Dejó que su impulso fuera hacia adelante y le dio una patada a Stan que lo tumbo a un montón de basura con un ruido sordo. Él se apoyó en un codo mientras Selina caminaba hacia él. Abrió la boca para decir algo, pero ella le dio una fuerte patada en la barbilla. Ella sonrió cuando escuchó sus dientes chocar juntos y escuchó el gemido de dolor. No intentó levantarse de nuevo pues estaba demasiado ocupado apretándose la boca por el dolor.
Selina se subió la máscara para que su rostro fuera claramente visible.
-A ver si te queda claro... ¡No patees al gato, Stan! – ella gritó – ¡No otra vez! ¡Jamás!
El callejón se iluminó de repente cuando la puerta trasera de la iglesia se abrió y dejó entrar un chorro de luz dorada perfecta en el callejón. Selina se congeló como un ciervo ante los faros, y la hermana Magdalene (rodeada por un halo a la luz de la puerta) la miró sorprendida.
Por segunda vez en un año, Selina se encontró en ese callejón particular en Gotham.
Al final del callejón estaba la puerta con la cruz pintada, y al lado la ventana de falso vitral. Unos momentos antes, la puerta se abrió y salió una monja, cargando un montón de restos de comida. Los gatos maullaron encantados y corrieron hacia ella. Se frotaron a lo largo del dobladillo del vestido de la monja, maullando lastimosamente al mismo tiempo.
-Realmente sientes algo por esos gatos, ¿no? – dijo la hermana Magdalene con una voz amarga. Habían olvidado que Stan estaba tirado ahí y Selina salió de su escondite –
-Viene de familia – Selina dijo en voz baja, para que solo otra persona pudiera escucharla. Magdalene jadeó sorprendida, dejando caer el plato de comida al suelo. El sonido fue cubierto por la consternación de los gatos reunidos, quienes rápidamente se pusieron a intentar salvar todo lo que pudieron – Maggie... – hubo una pausa mientras Selina la miraba y Magdalene se santiguó ante su repentina aparición, con una expresión de pura conmoción en su rostro – Seguro que te ves diferente – dijo Selina en voz baja – malditamente diferente.
-Por favor, no maldigas – dijo Maggie. Cerró la puerta de la iglesia en silencio detrás de ella –
-Bueno, discúlpame – dijo Selina, con sarcasmo – me olvidé de tus orejas vírgenes.
-Te estuve buscando.
-Lo sé – dijo Selina con amargura – todo el mundo lo sabe.
-Prepararé un poco de té, quiero decir café – corrigió Maggie, extendiendo su brazo hacia Selina – Te gusta el café. Recuerdo que papá siempre decía que retrasaría tu crecimiento y mira, ahora eres más alta que él... Maggie sonrió mientras observaba a su hermana – Estoy balbuceando, ¿no?
Selina dio un paso encorvado hacia atrás y Maggie se detuvo; su brazo cayó lentamente hacia abajo.
-¿Ahora qué? – Maggie preguntó tentativamente –
-Ahora... – Selina se incorporó en toda su altura – Nos decimos adiós.
-¿Qué?
-Tú me estabas buscando. Aquí estoy. Ahora nos despedimos. Esa es la letanía, ¿no? – Selina ladeó la cabeza – A menos que algo haya cambiado.
-Antes no tenía que buscarte – dijo Maggie en voz baja – Tu solías venir a mí.
-Tu hiciste tu elección y yo hice la mía, hermana – Selina le dio la espalda – Adiós.
-Papá está muerto.
Selina se congeló en seco. Se volteo hacia su hermana y Maggie pudo ver que sus ojos verdes se agrandaban y sus labios se fruncían levemente.
-¿Cuando?-
-Hace dos meses. Su hígado se rindió.
Selina permaneció en silencio durante unos segundos. Ella exhaló una vez, temblorosamente. Luego su rostro se cerró y se dirigió hacia una escalera de incendios cercana.
-Aléjate de las calles, Maggie – dijo Selina mientras comenzaba a escalar – No te necesito en mi conciencia.
Maggie la siguió rápidamente, pero justo cuando estaba a punto de tocar la escalera de incendios, Selina la sacó fuera de su alcance. Maggie miró hacia arriba y solo vio el rostro impasible de Selina, escondido detrás de su máscara. Selina se volteo y siguió subiendo. Por un segundo, Maggie se sorprendió, pero esa emoción fue reemplazada rápidamente.
-Te estás quedando sin escapes – Maggie llamó a la forma en retirada de su hermana – Vas a llegar a un callejón sin salida – Selina llegó a la cima y desapareció por el borde del techo – ¿Me escuchas? Sé que puedes oírme. ¡Estás actuando como una niña tonta! ¿Cuándo vas a crecer y aceptar la vida, en lugar de jugar a disfrazarte? – Selina estaba fuera de su vista, pero Maggie seguía gritando a los cuatro vientos – El mundo no gira a tu alrededor.
Maggie tomó aliento para descansar.
En la azotea de arriba, Selina se detuvo. No salieron más sonidos del callejón. Se encogió de hombros; Maggie debía de terminar con su pequeño discurso, y entonces se dirigió hacia el corazón de la ciudad.
Selina tenía trabajo que hacer.
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