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Los eventos exclusivos siempre sacaron a relucir el quién es quién de la alta sociedad de Gotham en masa, y esta noche no fue la excepción. Se filtraban por la habitación con finas copas de champán caro en sus manos cuidadas. Como siempre, muchas de las mujeres presentes traían todo lo posible del departamento de accesorios. Lástima que Selina no estaba buscando una pieza de joyería tan cara. Esta noche no. Esta noche tenía el ojo puesto en algo mucho más grande.

El museo estaba presentando su nueva exhibición de gemas minerales con algunas de las piedras más valiosas del mundo. Zafiros, esmeraldas y diamantes se exhibían por la habitación, cada gema de alta claridad y perfectamente cortada y engastada. Cada una valía una fortuna en el mercado negro. Pero ella tenía la mirada puesta en algo más exquisito que una simple esmeralda o un diamante. Buscaba algo sobre lo que solo había leído, algo que algunos en su profesión creían que era el equivalente brillante del monstruo del lago Ness. Directamente en medio de la habitación, rodeado de personas excesivamente perfumadas que lo veían con entusiasmo, estaba el Queen's Ruby.

Aproximadamente del tamaño del puño de un hombre y de un rojo más intenso que la sangre arterial, el Queen's Ruby estaba valorado en cerca de 20 millones de dólares. Formaba parte de una colección privada anónima y no se había mostrado públicamente en más de cincuenta años. Incluso desde esa distancia, era todo lo que Selina había imaginado y más. Si su operación salía según lo planeado, el rubí estaría fuera del país por la mañana.

Mezclada con las afueras de la multitud, Selina sacó su teléfono y fingió enviar un mensaje de texto mientras tomaba fotografías discretas de las cámaras que se alineaban en el techo y la posición de cada una de las cajas de joyería. Incluso con su reconocimiento y semanas de planificación anticipada, el trabajo de esta noche sería complicado.

Debido a su rareza como exhibición, el Queen's Ruby fue objeto de una intensa cobertura de la prensa nacional e internacional, lo que lo se convirtió en un objetivo para todos los ladrones y estafadores de cientos de millas. A su vez, la seguridad en el ala se incrementaría en al menos un treinta por ciento. De los siete guardias en la habitación, Selina consideró a tres como contrataciones temporales: los temporales siempre se delataban con sus miradas nerviosas y sus inquietudes del uniforme. Apostaría por otros dos novatos en la sala de control de seguridad además del personal regular.

Ella catalogó mentalmente la habitación mientras tomaba fotografías: había seis cámaras visibles. A juzgar por el diseño del espacio, esas cámaras no eran lo suficientemente grandes o potentes para capturar toda la habitación sin puntos ciegos, lo que significaba que tenía que haber al menos cuatro cámaras que ella no podía ver. La habitación también contenía un sistema de sensor de movimiento de luz enfocada integrado en las paredes. Cuando estaba habilitado, este sistema creaba una complicada red de rayos infrarrojos que atravesaban la habitación. La alarma se dispararía si algo impidiera que un rayo llegara a su receptor de luz designado. Se necesitaría precisión, paciencia y una muy buena gimnasia para pasar por la red sin romper ninguna de las vigas. Le picaban los dedos. Sería un desafío. Desafíos como estos eran para los que vivía Selina.

Batman era el único comodín. El único factor que no podía predecir ni calcular. Él estaría mirando, lo sabía, pero ¿cuándo? ¿Dónde? Si todo iba bien, no se reuniría con él esta noche. No se encontraría en un tejado con él, el aire de finales de octubre cargado con el aroma picante del otoño, sus labios perfectos proyectando sombras intrigantes sobre su fuerte barbilla.

-¿No tienes interés en la exhibición? – La voz vino de su derecha. Fue fácil, divertido. No le sorprendió la atención que había producido en los chicos, considerando que había optado por su vestido de cóctel negro más ajustado y sus tacones de aguja más altos. Pero esa noche no se trataba de llamar la atención del género opuesto –

Volteándose hacia el dueño de la voz, sus excusas murieron en sus labios. Estaba cara a cara con nada menos que Bruce Wayne; con sus hombros anchos y su vestimenta de un elegante traje gris oscuro, una corbata de gris azulada. Su atuendo era caro pero sin ser llamativo, elegancia sin pretensiones. Dinero viejo hasta la médula. Era una mirada que le gustaba.

-Al contrario. Tengo buen ojo para las cosas bellas – los ojos de ambos se encontraron mientras ella guardaba su teléfono en su bolso. Antes de cerrar el cierre, envió las imágenes de la habitación a su computadora, que las pondría automáticamente en un plano del edificio usando un programa que ella escribió. En una hora debería tener un mapa interactivo de la habitación, incluidos los sistemas de seguridad y los conductos –

-Tenemos eso en común – dijo Bruce arrastrando las palabras. No había nada sutil en la forma en que sus ojos recorrían sus curvas – Ya tiene rato que no te veo, Selina... ¿Me acompañas a tomar una copa?

Con las bebidas en la mano, se dirigieron a una sala de exposiciones vacía que contenía varias gemas sin tallar de todo el mundo. A Selina le complació saber que podría llevarse cada piedra en esa habitación esta noche si quisiera. Sería fácil. Pero ella nunca había hecho las cosas fáciles.

-Te preguntaría si vienes a estas cosas a menudo, pero dado que ya casi no te veía... – dijo Bruce, que trataba de ocultar el nerviosismo que traía –

-Te preguntaría si sabes que viajo demasiado, pero como me cortaste hace años y luego me cambiaste por la snob de Vicky Vale... – bromeó Selina, haciendo que Bruce se pusiera mas nervioso – Pero no te preocupes. No le guardo rencor a los adolescentes de cuarenta años.

-Te dije que era por trabajo. Mi junta directiva no confiaba en tus servicios... Además ¿Qué te hace pensar que sigo con ella? – preguntó Bruce, sonriendo. Eso la sorprendió –

Según todos los sitios de chismes de la ciudad; en todo el tiempo que Selina no se vio con el(como Bruce) Bruce Wayne ese volvió un mujeriego con más apariencia que cerebro y que amaba cuatro cosas: las fiestas, las carreras de autos, el alcohol y las mujeres. Era inmaduro y un alcohólico sin límites. Dados todos los rumores sobre su comportamiento, a Selina siempre le pareció extraño que nunca lo hubieran arrestado o que lo hubieran captado en un video consumiendo cocaína en un baño demasiado decorado.

-¿Que te paso ahí? – preguntó Selina, señalando con la cabeza hacia un vendaje en los nudillos de la mano izquierda de Bruce –

-Yo... ¿alguna vez has ido a bucear cerca de un arrecife de coral? – le preguntó el –

-Pensé que te obligaban a usar guantes.

-No soy de los que siguen las reglas.

En un rincón oscuro, se detuvieron frente a una gran mascara de algún guerrero mesoamericano. Un solo foco iluminaba la máscara, permitiendo que las gemas en ella brillaran como la ciudad por la noche. Dejando su bebida, Selina tomó su mano y pasó el pulgar suavemente sobre las vendas.

-Sigues como siempre... todo un cabeza hueca – dijo Selina, con voz baja y juguetona. Por lo general, era parte de la estafa. Pero esta noche la lujuria en sus labios sabía real. De tan solo recordar hacia unos años todo lo que habían pasado y los ratos agradables que compartieron juntos. Ella dejó su bebida –

-¿Lo soy? – preguntó Bruce. Su voz pasó de los tonos alegres y suaves que había estado usando a algo más áspero. Él estaba en el espacio personal de Selina, apoyándola contra la pared. Su barbilla de cuatro días se juntó casi con la frente de Selina – ¿Y tú?

-Ahora señor Wayne, soy una buena chica – dijo Selina, dando a entender todo menos eso. Su espalda golpeó la pared y sus manos volaron hacia los hombros de Bruce –Tal vez puedas mostrarme lo bueno que puede ser el mal.

Sus labios se encontraron. Sabía limpio, sin rastro de alcohol en su lengua. Normalmente, un beso de un "estafado" era algo que había que soportar. Esta noche era algo para disfrutar, saborearlo y catalogarlo en su memoria. La forma en que la besó la hizo casi dispuesta a darle cualquier cosa. De repente, deseaba que las cosas fueran diferentes como hacia unos años... deseaba que fueran personas normales que se conocían como las personas normales; en un bar, en una cafetería, en algún lugar donde la marca de sus trajes no tuviera nada que ver.

Deja vu... fue lo primero que le paso por la mente a Selina.

Eso la hizo perder el equilibrio. La forma en que hizo latir su corazón, hizo que sus rodillas se debilitaran, la forma en que la agarró por las caderas mientras la inmovilizaba contra la pared con las caderas...

Ella había hecho eso antes, lo había besado antes, lo juraría.

-Oye... realmente quiero reparar la forma en la que nos separamos hace años. Vamos a cenar, al restaurancito de mariscos en Madison Av; sin todos estos "snobs" – murmuró Bruce mientras la empujaba contra él. Había algo diferente en su voz, algo oscuro. Algo inquietantemente familiar – Anda, vamos.

-Yo... – ella jadeó mientras él mordía suavemente la carne de su cuello. Trató de burlarse de él y alejarlo como lo haría con cualquier otra persona. Pero no pudo. Ella no quería dejar sus brazos. Sus dedos se deslizaron suavemente a lo largo de su columna mientras ella se estremecía contra él. No había sentido un deseo como este en mucho tiempo. No desde esas noches en los tejados –

-¿Bruce? ¿Estás ahí? – La voz de Verónica Vreeland sonó desde la puerta. Se separaron y sus ojos se cruzaron. Sus ojos estaban llenos de inteligencia, lujuria, incluso un poco de rabia. Este no era Bruce Wayne, el playboy multimillonario. Era otra persona, alguien diferente. Alguien familiar –

-Sí, Very... estoy aquí – dijo Bruce con disgusto mientras rompía el contacto visual con Selina. Ella se volvió para irse, pero él la agarró del brazo – Oye no quiero ir con ella. Vámonos de aquí...

-No te preocupes. Tengo otros planes para esta noche...

Recogiendo su vaso, Selina pasó junto a Verónica Vreeland con la cabeza en alto y las caderas balanceándose seductoramente. Una vez que estuvo fuera de la vista de los demás, limpió su copa de vino de huellas dactilares, la puso sobre una mesa y se adentró en la noche. Y pensaba que Bruce ni siquiera se dio cuenta de que le faltaba el reloj.

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