8. LA POLICÍA SECRETA (NO TAN SECRETA) DE LA REINA
Capítulo 8. La policía secreta (no tan secreta) de la reina.
—Entonces, ¿las fracciones equivalentes son...? —Edmund dejó la pregunta al aire, esperando a que la castaña a su lado respondiera.
—Son dos o más fracciones que aun cuando no tienen el mismo denominador o numerador entre ellas, el valor numérico es el mismo. —contestó Catherine, sin vacilar, aunque por dentro rezando para que la respuesta fuese la correcta.
Lucy soltó una ronda de aplausos luego de que Ed confirmara la respuesta, dejando de lado la corona de flores que estaba tejiendo con las plantas cerca del árbol. Los tres estaban sentados debajo de un gran árbol, en el patio principal. Mientras que Peter y Susan jugaban al baseball unos metros más allá.
La menor de los Pevensie estuvo jugando al baseball con sus hermanos por un buen rato, hasta que se aburrió de correr bajo el sol y fue a acompañar a su otro hermano y a la princesa mientras estudiaban pero, por supuesto, las fracciones equivalentes también eran un tema complicado para una niña de diez años, así que simplemente se conformó con sacar algunas margaritas y hojas y se concentraba en tejer con esmero la corona de flores.
—Vaya, aprendes rápido. —felicitó el muchacho, dejando de lado el libro de matemáticas que tomaron prestado de la biblioteca en el césped para tomar un descanso.
—Eh bien, vous parlez à une personne qui parle quatre langues différentes, monsieur Edmund. —dijo Catherine con una sonrisa juguetona, cambiando el idioma al francés que tanto le gustaba hablar con sus hermanas y abuela en casa. (Bueno, está hablando con una persona que habla cuatro idiomas diferentes, señor Edmund).
—Je sais très bien à qui je m'adresse, votre altesse royale. —Ed fingió inclinar su cabeza en modo de reverencia, bajo las miradas sorprendidas de Lucy y Catherine. (Sé muy bien con quién estoy hablando, su alteza real).
—Cefais fy synnu bod ei Ffrangeg gymaint yn well na rhai fy nain ac mae hynny'n dweud llawer pan ddaw i'r frenhines Mary. Llongyfarchiadau, Edmund. —Le dijo la princesa, esta vez en galés, aunque sin dejar de observar a Edmund con admiración, pues aunque el francés era una asignatura impartida en las escuelas inglesas, era bastante complicado que un alumno, más si de la edad de Edmund, alcanzara un nivel de fluidez tan alto. (Me sorprende que su francés sea mucho mejor que el de mi abuela y eso dice mucho cuando se trata de la reina Mary. Felicitaciones, Edmund).
—¿Cefais fy qué? —Lucy soltó una sonora carcajada al escuchar esas palabras salir de la boca de su hermano, quien portaba la mueca de confusión más grande de la historia. Las risas de la Pevensie menor llamaron la atención de Peter y Susan, quienes se acercaron curiosos dejando totalmente olvidado el juego.
—Me has sorprendido, Ed. —mencionó Catherine con su linda sonrisa. —Tu francés es realmente bueno.
Peter estaba a punto de mencionar que él también sabía francés (aunque realmente solo sabía decir bonjour, oui y au revoir) cuando tres carrozas tiradas por elegantes corceles hicieron aparición en la puerta de la gran mansión victoriana. De cada una salieron cinco personas, vestidas con los más elegantes vestidos y trajes, hasta Catherine sintió vergüenza por el simple vestido azul marino que llevaba.
Quizá eran visitantes, pues la casa del profesor Kirke era tan vieja y famosa que gente de toda Gran Bretaña acostumbraba a pedir permiso para visitarla. Y aunque a veces estos visitantes llegaban sin previo aviso nunca eran mal recibidos por la señora Macready, quien les hacía una guía por la mansión, hablándoles de los cuadros y los escudos de armas. Y no había que olvidar que a la señora Macready no le gustan los niños, por eso cuando los Pevensies llegaron por primera vez a la casa les dijo, junto con muchas otras instrucciones: "Por favor, recuerden que deben mantenerse fuera de mi camino siempre que esté guiando a un grupo de visitas por la casa".
Eso ni a Edmund ni a sus hermanos les había hecho mucha gracia, "Como si alguno de nosotros desea desperdiciar nuestro día arrastrandonos por ahí con una multitud de adultos desconocidos" Había comentado el azabache de manera despectiva y Peter, Susan, y Lucy pensaban lo mismo.
Así fue como las aventuras de los Pevensie y la princesa Catherine comenzaron nuevamente.
—¡Se supone que nadie debe saber que Cat está aquí! —exclamó Lucy de sopetón acordándose de las reglas que Macready les dijo la mañana siguiente a la llegada de Catherine, tirando al suelo con fuerza su corona de flores terminada.
—¡Hay que desaparecer! —dijo Peter, preocupado por la seguridad de la princesa y, antes de que las visitas o incluso la señora Macready pudiera verlos, los cinco niños corrieron dentro de la casa por la puerta del jardín trasero. Entraron al comedor verde y desde allí huyeron camino a la biblioteca. Pero repentinamente oyeron voces y comprendieron que la señora Macready estaba conduciendo a las visitas por la escalera trasera y no por la principal (como Susan había supuesto).
Después de eso, tanto porque ya empezaban a perder la cabeza, o porque la señora Macready los odiaba e intentaba atraparlos, o simplemente porque alguna magia de la mansión creyó divertido empujarlos a la habitación del armario (la cual los niños tenían prohibida luego de la pelea entre Edmund y Lucy). Lo cierto era que parecía como si las visitas los siguieran a todas partes.
—¡Qué rabia me dan esos turistas! —bromeó Catherine, sujetando su estómago ya cansada de correr por toda la mansión en zapatos con tacón. —Quizá no nos queda de otra, vamos a la habitación del armario hasta que se vayan, no creo que nos seguirán hasta allí.
No obstante, nada más entrar a la polvorienta habitación, oyeron voces en el pasillo y luego alguien que hurgaba en la puerta; hasta que finalmente el picaporte comenzó a girar.
—¡Rápido! —indicó Susan con algo de temor a ser atrapada, nunca en su vida había sido regañada por desobedecer alguna regla. —No hay otro sitio, entren al armario.
Todos le hicieron caso, sin rechistar.
Lucy fue la primera en entrar al ropero, seguida de Edmund, Susan, Catherine y finalmente Peter, quien fue el encargado de juntar la puerta levemente, pues recordó como cualquier persona sensata, que uno no debe jamás, jamás, encerrarse en un armario. Pasaron segundos, que se convirtieron en minutos, donde los cinco estaban apretujados como sardinas dentro del armario.
—Ojalá Macready se dé prisa. —Lucy se quejó luego de un rato de estar de pie en el lugar. —Estoy empezando a sentir unos calambres terribles.
—Y ni hablar del olor a bolitas de naftalina mezclado con el aroma a encierro. —Edmund hizo como si fuera a vomitar, cerrando los ojos con fuerza y tapando su boca con su mano.
—Supongo que los bolsillos de estos abrigos están llenos de bolitas. —observó Peter, jugando con las mangas del abrigo gris. —Para que las polillas se mantengan alejadas.
Se mantuvieron en silencio por unos minutos más, intentando escuchar si Macready ya se había ido del pasillo. Sin embargo las voces aún se escuchaban por el lugar, y nadie quería arriesgarse a salir del ropero por el miedo a que el ama de llaves fuese a entrar de pronto por la puerta.
—Algo se me está clavando en la espalda. —Catherine se removió incómoda, ya cansada de estar de pie en la misma posición por tanto tiempo.
—¿Y sienten que se puso frío? —preguntó Edmund, abrazándose a sí mismo.
—Ahora que lo mencionas, si que hace frío. —dijo Susan, incorporándose con dificultad. —Y por María, además este lugar está húmedo, estoy parada sobre algo mojado.
—Creo que es mejor salir, ya se han ido.
—¡Oh por Dios! —exclamó Catherine repentinamente, y todos le preguntaron asustados qué le sucedía. —Estoy parada contra un árbol. Y miren, por ahí entre los abrigos hay un claro de luz. —anunció mirando con admiración el paisaje recientemente descubierto.
Todos menos Edmund y Lucy quedaron anonadados.
—Creo que llegamos a parar al bosque de Lu.
Y ya no les quedó la menor duda, los cinco niños caminaron por el húmedo suelo de madera y se adentraron a la brillante nieve de invierno que reinaba por sobre todo el nuevo universo. Había de todo, árboles que parecían no tener fin, arbustos y lo que en algún pasado fueron flores, pájaros cantores que volaban por el cielo azul sin ninguna preocupación, y ardillas que corrían por las raíces y ramas hasta llegar a las copas de los árboles.
—Realmente lo siento, Lucy. —Peter volvió con su pequeña hermana, luego de embriagarse con el panorama. —No te creí cuando nos contaste de este mundo ¿me disculpas?
Lucy asintió con una sonrisa, abrazando a su hermano con cariño y riendo de manera burbujeante al darse cuenta que por fin le creerían sobre Narnia y el señor Tumnus.
—Y ahora ¿qué hacemos? —se dijo Susan, aún consternada por darse cuenta que la historia de Lucy jamás fue mentira, se sentía culpable pero al mismo tiempo deseaba que todo fuese un simple sueño.
—¿Qué hacer? —preguntó Peter con burla, como si lo que su hermana hubiera dicho fuese una mala broma. —Pues ir a explorar el bosque, por supuesto.
—Bueno... Hace mucho frío. ¿Por qué no nos ponemos unos abrigos antes?
—No son nuestros. —respondió el rubio dudoso, dando un paso atrás por la pregunta.
—Estoy segura de que a nadie le importa. Se nota que no han sido usados en años. —declaró Catherine, sacando cinco abrigos de las perchas. —Además, no es como si quisiéramos sacarlos de la casa; ni siquiera los estamos sacando del armario.
Y le entregó un abrigo a cada uno.
—No me gusta este. —se quejó Edmund, observando con asco el abrigo blanco que Cat le ofrecía.
—Entonces puedes tener el mío. —Catherine se encogió de hombros y le entregó el grisáceo abrigo al azabache, colocándose ella el blanquecino con rapidez para combatir el frío.
—¡Pero es un abrigo de niña! —Edmund ya estaba arrepintiéndose de haberse quejado del abrigo blanco, pero aun así se abrigó rápidamente para evitar tiritar por la fría nieve..
—Lo sé.
Los abrigos eran demasiado grandes para ellos, de modo que aunque Peter era el más alto midiendo 1,75 aún le llegaba hasta el tobillo. Y, una vez puestos, parecían más unos mantos que abrigos. Sin embargo, todos se sintieron mucho más arropados y pensaron que tenían mejor aspecto con su nuevo atuendo.
—Podemos fingir que somos exploradores árticos. —sugirió Lucy con mucha emoción, ya comenzando a actuar como si estuviera en el ártico, caminando por la nieve y fingiendo con sus manos tener binoculares.
—Creo que esto ya resulta bastante emocionante sin tener que fingir nada. —declaró Susan mientras seguía a Peter, quien encabezaba la marcha hacia el interior del bosque.
Las nubes eran lo único que desentonaba aquel encantador paisaje, pues estaban casi negras; lo que significaba que en poco tiempo iba a nevar.
—Yo digo que deberíamos dirigirnos un poco más a la izquierda, —intervino Edmund de la nada. —si es que queremos ir hacia el farol.
El azabache se calló por completo, maldiciendo internamente pues había olvidado que debía fingir no haber estado nunca en el bosque y, en cuanto las palabras salieron de su boca, comprendió que se había delatado. Todos se detuvieron; todos lo miraron con asombro. Excepto Lucy, quien lo miraba con superioridad, mientras que Peter lanzaba un silbido por lo bajo.
—Al final resulta que sí habías estado en este lugar. —le regañó su hermano mientras negaba con la cabeza.
Nadie más dijo nada, y al poco tiempo los cinco reanudaron su travesía; con Edmund refunfuñando cada cinco segundos sobre cómo sus hermanos y Catherine estaban en su contra.
—¿Y a dónde vamos, si puede saberse? —preguntó Susan, principalmente para hacer callar a su hermano.
—Lu debería de ser nuestra guía. —sugirió Catherine y la mayoría estuvo de acuerdo, después de todo, este era el mundo que Lucy había encontrado primero y el cual ya había explorado.
—Además se lo merece, ¿a dónde quiere llevarnos, lady Lucy?
La menor de los cinco se alegró por aquella idea, y decidió llevarlos a la casa del señor Tumnus, el simpático fauno que había conocido por primera vez en aquel país. Se arroparon mejor con los largos abrigos y se encaminaron. Se dieron cuenta que Lucy era una excelente guía, pues mientras los guiaba por el camino nevado, soltaba comentarios como "A su izquierda pueden ver ese árbol gracioso" o "Y si miran bien por ahí delante, pueden observar como las pequeñas ardillas se esconden entre los arbustos". Al principio se preguntó si recordaba cómo llegar a la casa del fauno con bufanda roja, pero luego de reconocer el gracioso árbol seguido de varios troncos se dió cuenta que en realidad estaban más cerca de lo que pensaba, así que los condujo al interior de un pequeño valle donde el terreno se tornaba más liso, hasta llegar ante una puerta color rojiza que pertenecía al señor Tumnus.
—¿Será que nos encontraremos con Gandalf? —preguntó Susan, mirando la bonita fachada exterior con admiración, ni siquiera se mostró indignada cuando nadie excepto Edmund reconoció la referencia al libro que estaba pensando (y como Edmund seguía molesto, su opinión tampoco fue tomada en cuenta por su hermana).
Pero dentro de la casa les esperaba una terrible sorpresa, pues luego de llamar a la puerta por tres minutos, Edmund se quejó de que estaba agarrando un severo caso de hipotermia y abrió la puerta de roble. En el interior, la cueva estaba fría y oscura, los vasos y platos, junto con muchos cuadros estaban destrozados en el piso. Los libros que antes estaban prolijamente ordenados en el librero ahora estaban quemados dentro de la apagada chimenea. Sin mencionar el olor a perro mojado que el lugar desprendía.
—Vaya desastre. —se mofó Edmund, sin querer pisando un cuadro roto de un fauno. —Ha sido un desperdicio de tiempo venir hasta acá, sin mencionar que no hemos comido nada desde el almuerzo y hace frío. ¿A ninguno de ustedes se les antojan unas delicias turcas?
—Ahora que lo dices unos bizcochos de jalea no estarían mal. —murmuró Susan, de pronto sintiendo antojo por los postres hechos por Betty, la cocinera de la casa del profesor, y la única que parecía querer a los hermanos, pues siempre decía que les recordaban a sus propios hijos, quienes ya estaban todos grandes y con sus familias correspondientes.
—Miren esto. —observó Peter, quien acababa de descubrir un trozo de papel que alguien había clavado en la pared.
—¿Hay algo escrito? —quiso saber Catherine. El rubio asintió y se dirigió a la salida para tener más luz, con los demás siguiendo.
El anterior ocupante de este lugar, el fauno Tumnus, está bajo arresto y aguardando juicio por la acusación de alta traición contra su majestad imperial Jadis, reina de Narnia, Castellana de Cair Paravel, y emperatriz del Norte y las Islas Solitarias; también se le acusa de haber dado alimento a los enemigos de dicha majestad, haber alojado a espías y confraternizado con humanos. Firmado: Maugrim, capitán de la policía secreta. ¡Larga vida a la reina!
Los seis se miraron entre sí.
—No es policía secreta si lo vas escribiendo por ahí para que todo el mundo lo lea. —opinó Catherine, y todos estuvieron de acuerdo.
—Realmente, ya no me gusta este sitio. —declaró Susan con escalofríos, de pronto sintiéndose observada y mirando hacía todos lados con temor. —Si la reina lo arrestó por fraternizar con humanos, entonces deberíamos dar media vuelta y largarnos de aquí.
—¡No es la verdadera reina de Narnia! —exclamó Lucy, casi echándose a llorar. —Es una bruja horrible, se llama la bruja blanca. Todos, absolutamente todos, incluso sus más leales súbditos la odian. Ha lanzado un hechizo sobre todo el país, de modo que aquí siempre es invierno, pero jamás navidad.
—Me... Me pregunto si sirve de algo seguir adelante. —comentó Susan y eligió bien sus siguientes palabras para evitar una pelea, sabía que esto era importante para su hermana, pero su sentido común le rogaba salir corriendo de ahí e irse hasta su habitación para permanecer bajo la seguridad de las cobijas. —Es decir, este lugar ya no me parece divertido o seguro. Además hace mucho frío y no hemos traído nada para comer, ¿y si regresamos a la casa del profesor?
Lucy se molestó.
—No, no podemos. ¿Es que ninguno se da cuenta? no podemos regresar a casa después de presenciar esto. Por mi culpa el pobre fauno se ha metido en problemas con la bruja. Es nuestro deber rescatarlo.
—Por supuesto. —dijo Edmund, quien hace mucho no hablaba, con ironía. —Quieres enfrentarte a la reina, liberar al fauno y esperar a que todo salga bien. ¡Ni siquiera tenemos comida!
—¡Tu guarda silencio! —ordenó Peter, quien ya había perdido la paciencia y había reemplazado la poca tolerancia que le quedaba con el cansancio y la irritabilidad. —¿Qué opinas tú, Catherine?
Los cuatro pares de ojos la miraron con dureza, como si su opinión fuese el voto final.
—Creo... Bueno, tengo la sensación de que Lucy tiene razón. No quiero seguir caminando e internamente pienso que hubiese sido mejor quedarnos con Macready y las visitas; pero también creo que debemos intentar hacer algo por el señor fauno.
Lucy abrazó con fuerza a la segunda heredera al trono, tenía a Cat de su lado, y ya no le sería más difícil convencer a sus hermanos de hacer lo correcto. Y si llegaban a decir que no, ella siempre podía echarse a llorar y hacer que cambiaran de opinión, usualmente funcionaba la mayoría del tiempo.
—Eso mismo pienso yo. —declaró Peter, arreglando los botones de su camisa y arrugando la nota, para luego tirarla al suelo. —Pero Susan también tiene razón, deberíamos regresar a buscar comida. Aunque no hay certeza de que después podamos volver a este país. Lo más seguro es seguir adelante.
Edmund se burló, mientras que los demás estaban de acuerdo con lo dicho. Aunque realmente esperaban tener tan solo una pista de donde estaba encarcelado el señor fauno, así sabrían dónde ir. Y cuando Lucy iba a hablar, quizá para sugerir una dirección en la cuál caminar, escucharon un fuerte y claro ¡Shh! proveniente de un petirrojo reposando en un árbol cercano. Los cinco se apartaron con cuidado, pues cerca del mismo árbol unos arbustos se comenzaron a sacudir con violencia, y todos temieron lo peor.
Hasta que un castor, salió de las hojas observando a los niños con curiosidad.
—Aww, pero si es un animalito. —se encantó Susan, queriendo acercarse y acariciarlo.
Peter detuvo a su hermana del brazo, con una mirada que claramente significaba ¿estás loca? Colocó a las niñas detrás de él y comenzó a caminar hacia el castor, chasqueando su lengua y dedos para saber si el animal era salvaje o cariñoso.
—Sabe usted que no le voy a lamer la mano, ¿verdad?
Todos dieron un salto hacia atrás, sorprendidos por haber escuchado al animal hablar. Susan se agarró de Lucy, Lucy de Edmund, Edmund de Catherine y Catherine se dejó abrazar protectoramente por parte de Peter. Mientras que el castor soltaba una pequeña risa.
—Lo siento, emm, señor castor.
Este hizo un gesto con la mano, quitándole importancia. Y le pidió a los cinco que lo siguieran, pues no era seguro hablar en un lugar fácilmente concurrido y donde no tenían la seguridad de que nadie los estuviera escuchando.
—¿Cómo podemos saber que es de confianza? —le preguntó Peter, antes de seguirlo, sin soltar a Catherine de su protección, de esta misma manera evitando que la cadena humana detrás de ellos se rompiera. —Debe comprender que somos nuevos aquí y tenemos razones para desconfiar.
—Por supuesto que lo entiendo, mi señor. —el castor se inclinó levemente, y el mayor de los Pevensie quiso decirle que a quien debía hacer reverencia era a Catherine, quien seguía abrazada a su torso, y no a él. Pero se lo guardó cuando el animalito sacó de su bolsillo un pañuelo blanco con las iniciales L.P bordadas en una esquina.
Era el pañuelo de Lucy, el que la pequeña le había dado al fauno antes de su encarcelamiento.
Capítulo editado.
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