FINAL
Me lancé sobre Nayeon, esquivando a las personas que le agarraban, y caí encima de ella, volviendo a mi forma natural. Ella asintió con los ojos en grande, y tuve que levantarme otra vez, volteando a Jaehyun.
—No pareciera que lo controles bien— dijo con burla, yo entrecerré mis ojos. —¿No te piensas rendir? Estás bastante herida.
—No, contigo no. — dije manteniendo mi voz serena —¿Sabes con quién me rendiría? Con el Jaehyun que me dijo que me protegería siempre— la diversión en sus ojos empezó a desaparecer —el que me juró que nadie me haría daño, ni volverían a herirme. Solo me rendiría ante el Jaehyun que limpió mis lágrimas y me meció en sus brazos susurrándome lo mucho que me quería para alejar las pesadillas— miré la sangre que seguía bajando de mis heridas —Pero no ante ti, porque tú no mereces ganar, ni tener paz. El Jaehyun que conocí por un corto tiempo, fue con el que me quedaría por siempre, no contigo.
Vi su mandíbula tensarse, y la oscuridad que tomó su cara, mostrando el gran efecto que le causé con mis palabras.
Cuánto hubiera querido mantener a ese Jaehyun conmigo, si supiera lo que iba a pasar, lo habría atesorado más. A ese que hacía bromas inocentes y me miraba sin ningún rastro de maldad, solo como un hombre feliz.
Unos pasos que se hicieron notar por todos los vampiros gracias a nuestro sensible oído interrumpieron la escena, pasos que fueron aumentando hasta llegar al salón.
—¡Señorita Kang! — Volteé con rapidez, encontrando a Cecilia en la entrada. Vi su cara sudada y escuché su respiración agitada.
No esperó más, y sacó lo que tenía debajo de su mandil blanco. Lo lanzó hacia mí, y cuando lo atrapé pude darme cuenta de lo que era.
El libro.
—¿Q-qué? — pregunté asombrada, volviendo a ver a Cecilia.
“—... yo decidí creer en usted.”
—Maldita perra. —escuché a Jaehyun, hablando entre dientes y empezando a caminar a ella —Ya tuve suficiente contigo.
Se acercó tanto que pensé que de verdad iba a sacarle la cabeza, hasta que Mark se puso en frente de ella, protegiéndola y mostrando sus colmillos al mayor, con un sonido amenazador. De alguna forma, él había podido burlar a los fantasmas que lo tuvieron acorralado.
Claro, Mark Lee podía convertirse en una especie de niebla, solo necesitaba un segundo de distracción para cambiar.
Me alejé de Nayeon, yendo a una esquina alejada, atrapando la atención de Jaehyun. Él se volteó a mí, mirándome como un auténtico psicópata.
—Kang Leia— espetó.
—Jung Jaehyun— contesté.
Catástrofe.
Eso se sentía en el aire, denso y fuerte, entrando y saliendo por la ventana.
Éramos la combinación de dolor y muerte.
¿Qué de bueno podía haber? ¿Existía algo que pudiéramos salvar? Nos volvimos un luto infinito, no pasábamos a la etapa de aceptación.
Porque nunca aceptaríamos lo que no queríamos ver.
Él nunca aceptaría que había terminado por volverse loco, y yo nunca querría decir en voz alta que podría perdonarlo, si se redimiera.
¿Qué tienen tus ojos, Jaehyun?
¿Por qué me miras así?
Estábamos en frente del otro, y era devastador, ver los muros caídos a nuestro alrededor, y la sangre que salía de nuestras pieles.
Habíamos dejado de lastimar a otros, para herirnos a nosotros mismos.
Y no podía escuchar su corazón latiendo, pero podía sentir el amor tóxico que me tenía, pasando por el aire.
¿Era amor, acaso?
Quería decirle tantas cosas, pero todo fue dicho ya, ¿verdad?
El amor mata.
Nos matamos a nosotros mismos porque no pudimos ser felices, y era una pena, que aquél hombre que se veía más feliz por una época, ahora sólo tenía dolor y rabia en sus irises.
Y, aunque no tenías derecho para estar de ese modo, te dejé, porque yo también estaba sufriendo, y necesitaba saber que a ti te dolía como el infierno el que yo te haya traicionado, y te haya apuñalado muchas veces por la espalda, para así sentir que yo no era la única rota.
—Si tuvieras un corazón, ¿latería por mi? — me atreví a preguntar, aunque ya supiera la respuesta, quería escucharla de ti, porque en estos cortos segundos, solo éramos nosotros dos.
—El dolor que siento, y todas las personas que maté a lo largo de mi vida, nunca superarán a lo que latería mi corazón por ti, si funcionara, Kang Leia.
Asentí, mirando la caja de madera que había dejado caer, y por consecuencia se había abierto, dejando ver al Tsunagari tirado en el piso. Rojo.
Me recordé a mí misma, que el hombre al que miraba con tanto amor en el pasado, nunca volvería. Fue una ocasión, en la que él dejó ver su lado más vulnerable, y ahora, solo era una criatura llena de rencor.
Solté el libro, dejándolo caer con un ruido sordo al piso. Sentí que cayó en cámara lenta, antes de encontrarse con el suelo y abrirse a la mitad.
Jaehyun ni siquiera lo vio, se mantuvo con sus ojos sobre los míos, con el rojo sanguinario predominando su aura.
En un segundo, él me había sujetado del cabello y lanzado al piso, poniéndose encima de mí, y agarrando mi cuello como antes lo hizo, solo que esta vez, sus dos manos aplicaban presión.
Dejé que lo haga, dejé que sus venas empiecen a resaltar gracias a la fuerza que hacía y que sus ojos me miren con intensidad. Me mantuve quieta debajo de él.
Escuché a Minjeong sollozar, sin embargo, no me moví, con mi respiración cortándose y un dolor fuerte en mi cuello, sintiendo que poco a poco, Jaehyun me lo rompía.
Vi los ojos de Jaehyun llenarse de lágrimas, mientras de mi boca salía sangre gracias a las heridas anteriores. Sentí sus brazos temblar de la rabia y la impotencia, y la energía roja que nos cubría y nos unía, empezó a palpitar, como si fuera un corazón del que sus latidos subían gracias a la adrenalina, antes de dejar de latir.
Mis ojos empezaron a cerrarse, pestañeé repetidas veces, con la vista borrosa, y sentí una lágrima caer sobre mi mejilla.
Una lágrima que se sintió tan cruel y dulce al mismo tiempo, el dolor y belleza que nos representaba, caía de los ojos de Jung Jaehyun, mientras me mataba.
Tal vez, así como su padre buscó realidades alternas para volver a tener a su mujer, nosotros en otro lugar, otra dimensión, otra vida, fuimos felices, sin matar, ni mentir, ni lastimar.
Sólo él y yo, aprendiendo a querer como era debido, a cuidar el corazón del otro, y sin heridas internas y externas.
Pero aquí no.
Saqué el cuchillo de debajo de mi polera, el mismo que Nayeon me pasó cuando me tiré encima de ella, y se lo clavé a Jaehyun.
Un único golpe en su pecho, directo al corazón.
La piedra roja en el mango brilló del mismo color que lo hacían los ojos de Jaehyun.
Sus manos dejaron de asfixiarme, y yo pude enfocar mi vista de nuevo, encontrando al vampiro encima de mí con la boca entreabierta.
Poco a poco, fue quitándose de encima, cayendo con lentitud al costado, mirando el cuchillo.
Yo me levanté, y me puse de rodillas a un lado suyo, con la respiración entrecortada.
Su cabeza se encontró con el suelo delicadamente, como si se hubiera posado encima de una almohada de plumas, y desde ahí, me miró.
Nos quedamos en silencio, mientras veía la sangre empezar a mojar sus rosados labios, subiendo desde su garganta.
—Ah…— dejó salir en un suspiro —, siempre supe que eras bastante especial, Kang Leia. —Me acerqué un poco más —Tan determinada y curiosa.
Sus ojos brillaban por las lágrimas anteriores, pero ahora veía algo más, algo diferente.
¿Era admiración? ¿aprecio? ¿nostalgia?
—Fui un estúpido al pensar que podría ganarte— murmuró, tosiendo y sacando sangre de su cuerpo —, subestimé demasiado a la mujer que me enamoró—La piedra roja del cuchillo empezó a apagarse, perdiendo su intensidad con el pasar de los segundos —Supongo que aquí termina nuestra guerra…
Su mirada se dirigió al techo del salón, y empezó a pestañear con lentitud.
No podía quitar la vista de él, por más que quisiera, o por más cosas que estuvieran ocurriendo alrededor del salón, como los vampiros moviéndose de un lado a otro, mi atención siguió fija en el único vampiro que estaba a mi lado.
El vampiro que me había secuestrado en un callejón, a unas cuadras de mi casa. El que me golpeó con una piedra, me dio un dormitorio, me encerró en una casa, me trató como un adorno, me dijo palabras bonitas, me tocó, me besó, me amó.
—Sé que fuiste con esa bruja, ¿Ya descubriste cuál es mi maldición? —preguntó, con un tono más débil, me quedé en silencio y él interpretó eso como un No —Me entregó la casa y su protección… a cambio de mi libertad.
Fruncí el ceño, sin entender al principio sus palabras. Y pude darle forma y sentido.
“… se dice que intercambió algo importante para obtener el control de la casa...”
“… Y Grace lo sospechó de Jaehyun, por eso al hacer el hechizo, le quitó algo más al vampiro...”
“… así como la casa está conectada a él, si se va, todo desaparece...”
“… Lo único que quería era libertad…”
Jaehyun nunca se fue de la casa desde que llegó, y no era porque no quisiera.
No podía. Lo único que lo protegía, lo tenía atado por siempre, la libertad que buscó desde que su madre murió y su padre le quitó, lo entregó por un hechizo.
Su salvación era de igual manera, su maldición.
Y fue devastador, ver que mientras él se apagaba, el techo empezó a desvanecerse, como un montón de polvo que era soplado.
Y así, fue avanzando a las paredes, deshaciendo las maderas y vidrios que constituían la gran casa.
Volví a mirar a Jaehyun, él ya me veía fijamente, y sus ojos ya no brillaban en ese rojo carmesí, solo había un naranja que iba extinguiéndose, como una llama que utilizaba sus últimos recursos para seguir prendida.
—Sé que nunca te lo dije… —susurró —, pero lo siento—tragó saliva —siento haberte alejado de tu familia, y arruinado tu vida— su voz cada vez era más débil —siento haber apagado esa hermosa luz que tenías antes de conocerme— respiró profundo —Debí haber hecho las cosas de otra manera, todo fue mi culpa— pestañeó con lentitud —Espero que algún día, puedas perdonarme, amor mío.
Fue la primera vez que él me dijo que lo sentía, y yo entendí que dentro de mí, buscaba eso, buscaba arrepentimiento por todo lo que hizo.
Y finalmente, la catarsis se completó.
Lo único que pudo sanar el alma de Jaehyun, fue su muerte, la cual lo liberó de todos los demonios que lo perseguían.
Él pudo escapar de su odio, y yo pude escuchar lo que siempre esperé.
Fue lo último que escuché de él, antes que, al igual que la casa, empiece a desvanecerse como polvo, lentamente sus facciones fueron perdiéndose en el viento.
Miré al frente, y me encontré con Cecilia. La mujer me miraba con los ojos llenos de lágrimas y una gran sonrisa de victoria en su rostro, una sonrisa de alivio que iluminó su aura, mientras su cuerpo igual iba desvaneciéndose. Pude distinguir un gracias salir de su boca antes de perderse en el infinito.
Pestañeé un par de veces, sabiendo que ya no tenía preguntas en mi cabeza, porque todo estaba respondido. Cecilia, Sara, Camille, y todo el personal estaban atados a Jaehyun, y por más que quisieran, nunca iban a abandonar completamente la casa. Esa era su verdadera maldición, que el día que el dueño se vaya, ellos igual se irían.
Las sombras, que una vez se veían peligrosas, ahora estaban tranquilas, y eran rodeadas por luz. Todas las personas que habían muerto a lo largo de los años dentro de estos terrenos, aparecieron en frente mío.
Diferentes vestimentas, diferentes peinados, géneros y edades. Todos los que habían perecido aquí, empezaron a desaparecer como una luz acogedora.
Sus almas fueron liberadas.
Encontré a JaYoon y Sakura mirándome, sin odio, sin sangre, ni temor, solo con una paz tranquilizadora, que me indicaba que todo iba a estar bien, que ellas ya estaban bien.
Se perdieron las paredes, los muebles, los árboles, el portón, y el lindo jardín que siempre estuvo cuidado. Cada planta que fue puesta en la tierra, se perdió entre el polvo y el viento que pasaba.
Y yo me quedé de rodillas, sin poder decir palabra alguna o soltar lágrimas, mirando la maldición romperse, liberando a todos los que estuvieron una vez aquí.
No fue hasta que el último pedazo de cemento desapareció, que el cuerpo de Jaehyun terminó de desvanecerse, y lo único que quedó de él, fue polvo que se perdió entre el viento, volando hacia un rumbo desconocido, volviéndose parte del todo.
La libertad que tanto quería.
El Tsunagari que me regaló, igual se secó, la planta que parecía ser de plástico verde terminó como un color café sucio, y sin vida.
Y de esa casa tan grande, solo quedó tierra y recuerdos de lo que una vez hubo ahí.
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