Aura María
Desde siempre fui un hombre prudente y austero, debido a la furia que se acrecentó como un viento violento y mi modo de ver las cosas cambió con el tiempo. Cualquiera podría imaginar que tenía odio en mi corazón o que mi corazón estaba herido de guerra, después de haber sufrido como los temores me visitaban en forma de pesadillas.
La tempestad continuó con violencia hasta que decidí sentarme frente a ese monitor. Era las diez y media de la noche cuando decidí meterme en la aplicación de citas. Su anuncio era demasiado colorido y tan prometedor que no lo había podido sacar de mi mente.
La aplicación me pidió que llene un formulario, pero la vergüenza se opuso y no fui capaz de escribir ni siquiera mi nombre. Pero en la mañana siguiente una especie de hada maligna me susurró al oído que lo vuelva a intentar otra vez, pero tenía que esperar que Gloria me traiga el desayuno y que luego se vaya a hacer sus quehaceres.
Mi nuera había aparecido con un café expreso y una rebanada de tarta de ricota. Ella sabía que me encantaba comer esa tarta y de vez en cuando me preparaba una casera que al fin y al cabo era mejor y más fresca que la que vendían en la panadería.
Al caer la noche volví a intentar llenar ese formulario. Lo primero que había que hacer era marcar la opción de género: hombre o mujer, luego había que cliquear entre las siguientes opciones: Asexual, bisexual, Pansexual, transgénero, lesbiana, gay o heterosexual. Medité durante unos minutos intentando entender que podrían significar estos términos.
Cerré la computadora y esperé que Gloria venga con la cena. En ese instante memoricé aquellas palabras complicadas para poder preguntarle. Ella se alegró por verme animado y me preguntó donde había visto estos términos, y le dije como excusa, que lo había escuchado en la radio. Ella me explicó detalladamente y luego me miró con cara de incredulidad y torció su sonrisa.
Aturdido por la situación incómoda que me hizo asustar notablemente, pensé que era demasiado arriesgado y que mi nuera o Angelo podrían descubrir con facilidad. Pero aún así tenía sueños que quería convertirlos en palabras, también tenía sensaciones raras y quería que alguien intente de comprender mi vida. Imaginaba que alguien completamente diferente podría reflexionar sobre el cine, la literatura, la vida y la muerte.
De manera experimental, decidí seguir llenando la solicitud y escogí: heterosexual y me envió a escoger el rango de edad: 18 a 29 años, 30 años a 50 años y 50 años o más.
Pensé en darle click a la última opción, pero me equivoqué y el mouse cliqueó en la opción: 30 años a 50 años y no supe como arreglarlo.
Por último me pidió que ponga una foto, me levanté de la silla con dificultad y busqué una foto en un álbum que estaba en un cajón del placard donde guardo las frazadas, los acolchados y las sábanas.
Después de un rato escogí una buena foto de cuando tenía cuarenta y cinco años pero no supe en que agujero de la notebook podría entrar. Moví el computador para todos lados y no hallé un lugar para poner mi foto. Hasta que vi la opción: Galería de fotos, cliqueé en esa opción y apareció la foto media borrosa de Angelo.
Como estaba muy estresado decidí cliquear en ella y esta apareció por arte de magia en la página de la maldita solicitud. Luego me pidió un correo electrónico y me acordé que al dorso del teclado mi hijo había colocado una cinta de papel con el correo electrónico asociado a la notebook: [email protected].
Allí mismo se abrió otra página diferente con adornos de pequeños corazones rojos con unas figuras de Cupido lanzando flechas a todas las direcciones y luego apareció un cartel que me dió la bienvenida como usuario.
Recuerdo que suspiré agotado. Parecía que había hecho una declaración de impuestos, nunca me hubiese imaginado que una aplicación de citas podría tener tanta burocracia.
Me sentí un poco molesto porque tendría que utilizar la foto de mi propio hijo, pero por otro lado me sentía como un jefe administrativo que sabe usar una computadora de una forma magistral. Me alegré porque estaba comenzando a dominar el asunto al usar un teclado físico.
Empecé a ver los perfiles de las damas como si fuese un miembro de una manada que lucha con garras y dientes por su porción. Parecía que mi ánimo estaba a flor de piel, por suerte con la excesiva cantidad de perfiles de muchachas bonitas, había suficiente para compartir entre hombres con cara de cachorros que seguramente ocultaban sus instintos asesinos a la hora de coquetear.
Yo no no quería jugar al gato y al ratón, mis espectativas eran demasiado altas a pesar que las mujeres no estaban en mi rango de edad.
De todos modos, pensé, que podría encontrar a una amiga y que yo, a lo mejor, podría convertirme en un buen oyente y también podría debatir sobre política, soberanía, igualdad, derechos humanos, independencia, integración, turismo, cocina, cine, la diversidad cultural, la democracia, los valores, la constitución, la malversación, la explotación, los secuestros, los autos, las mafias, la privación de la libertad, memoria, verdad y justicia, y todas estas palabras que no se asocian a la conquista, ni con el amor, ni con la pasión, para ver quienes somos y que pensamos.
Entre tantos rostros y tantos peinados a la moda encontré a Aura María, una muchacha de treinta años, de cabello rubio platinado y ojos pardos.
La blonda tenía una foto que me provocó una sugestión. En su tierna mirada había un fuego o un hechizo que me hizo escogerla entre una marea de chicas pelinegras con delineados exagerados.
Entonces decidí enviarle un mensaje un poco inusitado: «Hay algo que es muy importante al momento de establecer un contacto con alguien y eso se reduce al entendimiento de las partes».
Después de enviar el mensaje me sentí alegre por mi extravagante espíritu de iniciativa.
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