Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 3 (Parte II)


En cuanto termina mi cita con Simon, prácticamente regreso a casa trotando y rebusco en mi librería. He sacado unos diez libros diferentes, todos de autores muy dispares entre sí, y me pongo a leer las sinopsis. Algunos son demasiado profundos, incluso hay uno en el que la protagonista se enamora de un fantasma y termina viajando al pasado solo para estar con él. Me parece demasiado idealista y romántico para Simon. No le conozco mucho, pero le veo más frío y racional, así que es difícil encontrar algo que pueda encajar con él.

Al final, doy con un libro sobre detectives en el que, además, hay fantasmas. La protagonista es una detective que trabaja para una agencia paranormal y los fantasmas le dan casos nuevos para investigar. Doy un grito de emoción.

—¡Este sí, joder! ¡Este le va a encanar!

Jordan sale de su habitación, con el pelo recogido en un moño y los mechones apuntando hacia una dirección distinta. Tiene el cepillo de dientes en la boca y me mira con los ojos abiertos de par en par, como si me hubiera vuelto completamente loca.

—Últimamente intento ser muy prudente contigo —me dice con la boca llena de pasta de dientes—, pero me lo pones difícil para no juzgarte. ¿Te has vuelto loca de forma definitiva e irremediable? ¿Llamo a Hawkins?

Hawkins es mi psicóloga, aunque ella odia que la llamen así porque intenta fingir que es mi amiga para crear un ambiente de confianza o algo así.

«Llámame Sarah, Eli, aquí somos amigas».

Y una mierda. Si fuéramos amigas no me cobraría cincuenta putos euros a la hora. Y eso en los meses en los que no está muy ocupada. Una vez me cobró setenta porque, según ella, la carga emocional que dejé en aquella sesión había sido demasiado intensa. Bueno, eso y que me envió doscientos ejercicios para realizar a lo largo de la semana.

Me jodió el día, el mes y la semana.

—Estaba buscando un libro para Simon —le explico.

Jordan para de cepillarse los dientes y abre los ojos de par en par, sorprendida.

—Ay, dios. Le has hablado de los libros.

Me detengo en el acto y me abrazo al libro de fantasmas como si fuera a protegerme. No es muy gordo, pero quizá puede parar la inseguridad que la mirada de Jordan está empezando a generarme.

—Sí, ¿qué pasa? —pregunto, dubitativa.

—No creo que a Simon vaya a interesarle mucho un libro de fantasía, ¿no?

—Me ha dicho que quería uno de fantasmas —respondo en voz baja.

Jordan arquea una ceja.

—¿Sí? Puedes llevarle algún libro más suave y... adulto. Pero no adulto de los que sueles leer en tu habitación.

—He elegido el de los fantasmas detectives.

Ese libro me gustó tanto que incluso obligué a Jordan a leérselo. Tardó un mes y medio en cogerlo porque odia leer, pero al final incluso le gustó y se leyó todos los libros de la autora. Incluso he descubierto que compró su próximo libro en preventa. Lo tiene anotado en el calendario de su móvil.

Sí, espío su calendario. No es que sea mala persona o una controladora, es que compartimos nuestros calendarios para no pisarnos los eventos. Así, siempre recuerdo cuándo es su noche de mojitos y ella cuándo le toca acompañarme a alguna firma de libros.

—Buena elección —confirma, sonriendo.

El alivio es instantáneo.

Escucho el maullido de mi móvil en algún punto del salón. Creo que está sepultado entre toneladas de libros que he ido sacando y descartando de mala manera. El segundo maullido suena opacado por los libros, y también el tercero. El salón se llena de maullidos que se solapan unos con otros mientras yo rebusco furiosamente entre libros de tapa dura y maldigo en voz alta cuando uno de los de tapa blanda recibe un golpe por mi falta de decoro.

Encuentro mi teléfono bajo una copia de Orgullo y Prejuicio que ni siquiera sabía que tenía (creo que me lo regaló mi ex, pero prefiero pensar que lo compré yo y no me acuerdo). Desbloqueo la pantalla con la esperanza de encontrar un mensaje de Simon, algún chascarrillo sobre la cena de hoy o que, al menos, me diga que le gustó la ensalada hawaiana —no hizo ningún comentario al respecto y dejó la mitad, así que mi preocupación no es irracional, tiene sus bases bien asentadas—, pero me encuentro con una docena de mensajes de Marcus. He pasado el día ignorándole porque no me apetecía saber nada sobre el dichoso catfish, pero es evidente que me he comprometido a averiguar la identidad de ese dichoso farsante y pienso llegar hasta el final del asunto.

Marcus me ha enviado algunas capturas de pantalla de sus conversaciones con la falsa Elisabeth, aunque ha tenido la decencia de censurar las partes donde, evidentemente, no está aportando información sobre mí misma, sino que tienen un trasfondo demasiado sexual.

Marcus: ¿Toda esta información es correcta?

Me encantaría decirle que no, pero está todo ahí. Es como si yo misma hubiera escrito ese mensaje. Hoy se ha dedicado a parlotear sobre libros, sobre comida y sobre felaciones. No entiendo la relación entre las tres cosas, pero las conversaciones sin relación entre sí son mi especialidad y la falsa Eli empieza a reproducirlas con una fidelidad abrumadora.

Yo: Dios, esto es perturbador. Incluso está empezando a utilizar los mismos emojis que yo.

Marcus: Lo sé.

Yo: Creo que voy a vomitar.

Marcus: Lo siento. Todo esto debe ser horrible para ti.

Yo: No es culpa tuya, sino de la persona que está tras todo esto.

Marcus: ¿Cómo podemos desenmascarar a este impresentable? ¿Se te ha ocurrido algo?

Lo cierto es que siento que mi cerebro se ha convertido en un órgano autónomo y que ha decidido que todos mis pensamientos deben estar enfocados en Simon, como si fuera una obsesión o algo así, pero evidentemente no voy a decirle eso a Marcus.

Yo: Intentemos quedar con ella en algún sitio. El catfish debería aparecer, aunque sea para verte esperando en vano.

Marcus: Si ha planeado el Incidente del archivo, probablemente sepa los lugares a los que sueles ir. O quizá no, quizá solo te conoce de la oficina.

Yo: Es cuestión de averiguarlo. Proponle quedar en algún sitio público.

Marcus: Hecho.

Yo: Y, además, deberíamos trazar un diagrama de personas de nuestro entorno y recopilar toda la información que la Falsa Eli tiene sobre mí para contrastarla con la que yo he dado al resto del mundo.

Marcus: ¿Y si empiezas a dar información falsa en tus redes sociales y llevas un conteo de las personas que la han visto?

Yo: Eso puedo hacerlo en las historias de Instagram, no suelen verlas más de trescientas personas. Sé que es un número amplísimo, pero habría que acotarlo a la ciudad, así que se vería reducido aún más.

Marcus: Joder, deberías dedicarte a ser detective.

Yo: Y tú deberías dejar de decir palabrotas. ¿No se supone que los CEO sois gente seria y comprometida con su trabajo?

Marcus: Y una mierda. Quitarme las palabrotas y matarme son sinónimos, así de claro te lo digo.

Yo: Tienes claras tus preferencias, desde luego.

Oigo a Jordan carraspear a mi espalda.

—Llamando desde La Tierra, ¿hay alguien ahí arriba? ¿Te ha escrito Simon o algo así? Te veo tan enfocada en el teléfono que, literalmente, acabas de sentarte sobre una pila de libros. ¿No se supone que tienes una obsesión con cuidar los libros?

Me pongo en pie de golpe y compruebo que, efectivamente, me he sentado sobre una montaña de libros de Tolkien. Ahogo una exclamación y compruebo los daños. Tengo el culo gordo, pero, afortunadamente, son ediciones de tapa dura. Han resistido.

Yo: Te odio. Me has despistado y he terminado sentándome en una montaña de libros de edición especial. Que sepas que, como hayan sufrido algún daño, te pasaré la factura.

Marcus: No sé cómo puedo responsabilizarme de algo que no he hecho yo.

Yo: Responsabilizándose, señor Hawkes.

Marcus: Ugh, han vuelto las formalidades. No hay nada que me dé más repelús que una buena formalidad.

Yo: Me he dado cuenta, por eso las uso.

Marcus: Ja, ja. Muy graciosa.

Marcus: Volviendo al tema inicial, creo que deberíamos vernos en persona para contrastar datos y trazar un plan. Sé que esto de la distancia de seguridad te va más, pero los servicios de mensajería limitan mucho la cantidad de información que se puede compartir y, lo que es más importante, la ralentizan. No es por presumir, pero soy una persona increíblemente ocupada.

Marcus: En realidad no es presumir, es quejarme. Quiero vacaciones. Y luego pedir vacaciones de las vacaciones.

Pongo los ojos en blanco. Marcus tiene una tendencia insana a divagar cuando dejo de responder durante un rato, como si tuviera la necesidad imperante de rellenar mi parte de la conversación con más palabras. Es un maldito loro, igual que yo. Lo cual, por cierto, es contraproducente porque se supone que me tiene que caer mal. Motivos no me faltan.

Primero, es mi jefe. Los jefes nunca pueden caer bien. Es el responsable directo de mi bajo salario, de que haga horas extras y de que tenga el culo plano por culpa de la maldita silla de la oficina.

Segundo, me manoseó. Vale, es cierto que lo hizo engañado por culpa de un catfish, pero eso no elimina el hecho en sí.

Tercero, es muy parlanchín. De verdad, habla hasta por los codos. En el noventa por ciento de los casos, soy yo quien habla y los demás escuchan. Me gusta así, me hace sentir como que tengo el control, aunque también agradezco intervenciones oportunas donde cedo el control para poder relajarme y que no se me vaya de las manos, pero es que Marcus no me deja hablar. A veces abro mi teléfono y descubro que ha escrito 20 mensajes donde, literalmente, no puedo aportar nada a la conversación porque ya se ha respondido él solo.

Incluso tengo la sospecha de que Marcus es el tipo de persona que puede tener largas conversaciones con sus peces mientras ellos se limitan a soltar burbujitas de aire en la pecera.

¿Que por qué deduzco que Marcus tiene un pez?

Porque, evidentemente, no es una persona de gatos. Tampoco de perros, no le veo paseando a un chucho por el parque y agachándose para recoger sus heces con una bolsita de plástico de color negro.

Tampoco le veo con un hámster. Es un animal encantador, pero nocturno. Apenas lo vería y le rompería el ciclo del sueño al corretear en la rueda como si lo hubiera poseído el espíritu de las carreras.

—¡Eli! —me grita Jordan, devolviéndome a la realidad—. ¡Deja de divagar mentalmente y dime con quién estás hablando o te quitaré el teléfono y te daré tal sopapo que las ideas que se te hayan formado en esa cabecita preciosa tuya van a empezar a chocar entre sí y harán puf —dice, elevando las manos en el aire como si hubiera una explosión entre ellas— y desaparecerán! ¡Adiós, ideas de Eli!

Rompo a reír.

—Estaba hablando con Marcus y pensando en que no para de hablar —me quejo—. Es como un loro.

—Dile que se vaya a la mierda. Estás ocupada con tus cosas de Simon.

Suspiro.

—No puedo decirle eso, Jor. Es el jefe de mi jefe. Y quiero descubrir quién diablos está detrás de toda la historia esa del catfish.

—Eso no te impide mandarlo a la mierda de vez en cuando, tonta. Además, no puede quejarse porque puedes denunciarle.

—El chantaje es ilegal y yo no soy una delincuente —recalco.

—Tienes razón, eres demasiado hippie para este mundo. Tanta paz y amor te va a dejar el cerebro frito, te lo digo yo —masculla, arrugando su naricita puntiaguda. Es adorable hasta cuando se mete conmigo—. La violencia es el camino ideal. Hasta podrías pedirle un ascenso y que te convierta en su secretaria para que no hagas nada más que leer libros y fingir que tecleas en el ordenador cada vez que aparezca alguien.

—No tengo la menor intención de ser un florero con piernas, te lo prometo —señalo—. Además, ya tiene un asistente.

—Pues serías un bonito florero, mira tremendas piernas tienes —exclama, señalando mis piernas.

—Gracias por el cumplido, pero estos dos pilares de la Grecia Antigua no son precisamente esbeltos, así que mejor guardarlos bajo mis pantalones.

Jordan me fulmina con la mirada, como siempre hace cuando me quejo de mi cuerpo. No es que me queje, en realidad, solo señalo hechos: no tengo un cuerpo noventa-sesenta-noventa. Soy lo que hoy en día se conoce como curvy, una chica que no encaja en una talla normativa. En la Antigua Grecia formaría parte del canon de belleza, pero aquí normalmente me llamarían gorda. A secas.

Antes no era así. Antes de mi ruptura con Daniel, tenía el cuerpo como Jordan: era una chica más o menos delgada y con el pecho pequeño. Había cambiado todo eso por cuatro tallas más. Lo bueno era que el pecho también me había crecido. Y que ya no me escondía de mí misma ni lloraba en el baño ni me preocupaba de ganar un kilo más o menos.

—No eres más tonta porque, si lo fueras, necesitarías usar babero —espeta—. Creo que no eres del todo consciente de lo cañón que eres, Elisabeth. Pero no te preocupes, ya se encargará Simon de decírtelo cuando lo tengas babeando entre tus piernas y te diga «oh, Elisabeth, tu coño sabe a melón».

—¿A melón? —le pregunto, arqueando una ceja.

—Es mejor eso que decir que sabe a bacalao salado, creo yo —gruñe.

Suspiro. Creo que los amantes de Jordan la tienen demasiado consentida.

—Es que es a lo que saben.

—¿Lo has probado? ¡No conocía esa faceta bisexual tuya, pillina!

Cojo uno de los libros que hay desparramados por el suelo e intento recordar en qué parte de mi estantería estaban colocados. Los tengo ordenados por género, sagas y libros favoritos. Creo que este va abajo.

—No he probado ninguno, muchas gracias por tu interés —replico—. Lo digo por el olor.

—Pues el mío huele de maravilla.

Lo dicho. Sus amantes eran unos halagadores y unos mentirosos.

—Me alegro por ti.

—Igual tienes una infección vaginal y por eso hueles así —conjetura.

—Si tuviera una infección vaginal olería a pan —gruño, molesta.

Jordan frunce el ceño y me mira con los ojos entrecerrados.

—¿Y por qué a pan y no a otra cosa?

—Porque la candidiasis huele a... Mira, déjalo. Voy a coger el libro, a guardar el resto y doy por finalizado el día.

—¡Y una mierda! —me grita Jordan, interponiéndose entre mi preciosa estantería y yo—. Todavía no me has contado los detalles de tu cita con el señor S. ¿Hicisteis piernas por debajo de la mesa? ¡Confiesa!

Tomo una fuerte bocanada de aire.

—No hice nada, Jordan, y por favor devuélveme mi espacio vital. Si esto fuera una novela, estarías mutando en ese personaje cuya única aspiración vital es ayudar a la protagonista a encontrar el amor.

—Pues me parece una aspiración vital muy bonita —repone, cruzándose de brazos.

Todavía no sé cómo se las arregla para seguir cepillándose los dientes. Yo habría vomitado por tener la pasta de dientes en la boca durante tanto tiempo.

—Y vacía de cojones. ¿Qué harás cuando lo encuentre, además de pasar a un estúpido segundo plano? Gato espera más de ti, Jordan. Lucha por tus sueños y todo eso.

Jordan me lanza el cepillo de dientes a la cabeza y se me enreda en un mechón de pelo. Doy un grito y finjo sufrir una arcada.

—¡Pero serás asquerosa! ¡Que esto tiene tus babas e incluso sangre! —grito mientras trato de arrancarme el cepillo del pelo. Me voy cuenta de que sí que hay sangre de verdad en el cepillo y se me revuelven las tripas—. ¡Oh, por el amor de Dios, Jordan, te sangran las encías!

—¡Eso es culpa tuya! ¡Nadie te ha dado permiso para meterte con mis aspiraciones vitales, arpía curvilínea!

Intento desenredar el cepillo de mi pelo y avanzo hacia el baño que Jordan y yo compartimos para hacer un balance del desastre que acaba de causar. No sé cómo diablos se las ha ingeniado para engancharse en uno de los bucles que me había hecho esta mañana con las tenacillas. Quizá la laca haya hecho reacción. Al final, termino metiéndome en la ducha, con cepillo de dientes incluído, mientras Jordan me sigue y continúa dándome un sermón digno de un párroco un domingo a las doce de la mañana.

—Eres un poco cabrona, Eli —conjetura. No puedo contradecirla: lo soy... creo—. Lo que me has dicho ha sido muy feo. Devuélveme mi cepillo, por cierto, que no me quedan más.

—Lo siento, Jor, pero sabes que es verdad. Deberías centrarte en tu vida —le digo a través del plástico blanquecino de la ducha. Tiene un estampado de gatitos bastante ridículo, pero Jordan se niega a cambiarlo por uno que compré hace dos meses y que tiene un estampado más playero.

—¡Y una mierda! Ya sabes que soy una vividora folladora.

Suspiro.

—Ese término no existe.

—El término existe porque lo creé yo —escupe—. Las cosas empiezan a existir en cuanto les das vida. ¿Es que no lo sabes?

Es inevitable: me echo a reír. Tras batallar un poco más con el cepillo, consigo sacarlo de los bucles y se lo tiendo a Jordan, que lo atrapa con maestría.

—Ahora hablas como una autora de fantasía.

—De fantasía mala es la vida que estoy llevando ahora mismo. ¿Sabes que tengo una cita en la habitación?

Asomo la cabeza por la cortina de la ducha, preocupada.

—¡Ay, no! Pobrecito. ¿Lo has abandonado?

—Me aburrí de él y decidí ponerme el pijama por si pillaba la indirecta, pero ahí sigue, el muy plasta. ¿Es que la gente no entiende que, después del primer polvo, deben marcharse?

—No si no lo especificas —repongo.

La oigo bufar a través de la cortina y contengo la risa. Jordan siempre ha sido así, cree que todo el mundo debe captar sus señales (yo incluida), lo que termina en muchos conflictos.

—Es que no tengo que especificar nada, que lea entre líneas —farfulla.

—¿Al menos el sexo fue bueno?

—Mucho —señala, entusiasmada.

—Pues míralo por el lado positivo, puedes tener sexo durante toda la noche.

—Mañana madrugo, idiota.

—¿Y cuándo te ha impedido un buen madrugón pasarte la noche gritando como si estuvieras poseída por un demonio del sexo?

La veo sonriendo de oreja a oreja mientras se apoya en el lavabo y devuelve su cepillo de dientes a su lugar: la dichosa taza del gatito. Definitivamente, mi superpoder es positivizar situaciones que ella odia furiosamente, como el hecho de que algunas de sus citas de una noche decidan enamorarse de ella o ponerse cariñosos. No les culpo: Jordan es preciosa y tiene un talento innato para romper corazones.

—Literalmente nunca.

—Pues eso, Jor. Ve a dormir con tu juguete sexual y mañana será otro día.

Mi amiga me mira durante un largo minuto en el cual no para de resbalar jabón por mis hombros. Finalmente, claudica.

—Vale, pero que sepas que no soy un personaje secundario fácilmente reemplazable —murmura.

Eso me ablanda el corazón. Por supuesto que Jordan no es reemplazable. Es la cosa más bonita que me ha pasado en los últimos cinco años y la adoro tanto que no tengo palabras para expresar lo mucho que significa para mí, pero eso ya lo sabe. Con la ayuda de Hawkins, me he vuelto más abierta en cuanto a lo que siento, así que me encargo de decirle a Jordan lo mucho que la quiero una media de una vez por semana.

—No lo eres, Jor. Eres mi salvavidas, pero tienes tu propia vida, sueños y aspiraciones. Solo me estaba metiendo conmigo.

Ella aprieta los labios y asiente, aunque aparta la mirada. Suspiro. Algún día, mi amiga se abrirá y me contará lo que pasa dentro de esa cabecita. Hasta entonces, yo seguiré dándole mi amor incondicional. Igual así la ablando un poco.

—Te quiero, aunque seas un poco zorra —me dice.

—Yo también te quiero aunque me lances cepillos de dientes al pelo y te entrometas en mi vida sexual y sentimental.

—Ya sabes por qué lo hago —responde sencillamente.

—Lo sé, Jor. Lo sé. Y te doy las gracias, pero eso no va a impedir que me queje o haga bromas al respecto.

—Vale. Buenas noches, rubia. Ojalá todo salga bien entre el señor S y tú.

Sonrío.

—Ojalá.

Y creo que nunca he deseado algo con tantas fuerzas en toda mi vida.


¡Hoooola! Tal como prometí, aquí os traigo un capítulo nuevo ♥

¿Qué os está pareciendo Catfish hasta la fecha? :)

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro