Capítulo 2
Me lo pensaré.
¡Le he dicho que me lo pensaré!
Podría haberle gritado que no quería saber nada de él, que no volviera a acercarse y se limitara a subirme el sueldo. En cambio, he accedido a pensar en la idea de ayudarlo a encontrar a la persona que se está haciendo pasar por mí.
Todo el mundo en esta empresa debe pensar que soy idiota y con razón.
Cuando llego a mi puesto, Simon sigue ahí. Me extraña que me preste tanta atención de un día para otro, teniendo en cuenta que esta mañana ni siquiera se detenía a mirarme de reojo, pero no es algo de lo que piense quejarme. Cuanto más cerca lo tenga, más posibilidades habrá de que se fije en mí. Además, cualquier persona se preocuparía si ve a su empleada con cara de haber sufrido un trauma de dimensiones catastróficas y que justo después el mismísimo Marcus Hawkes la convoque a una reunión privada.
Simon me dedica una sonrisa cordial cuando aparezco.
—Elisabeth, ¿te importa venir a mi despacho un momento?
Asiento mientras Jordan me recorre de arriba a abajo con la mirada, como si quisiera asegurarse de que estoy entera y que no ha pasado nada grave en la reunión con Hawkes. Levanto un pulgar de forma bastante patética cuando paso a su lado en dirección al despacho de Simon.
He de admitir que Simon no suele invitarme a su despacho muy a menudo. Es más de enviar correos impersonales donde me adjunta los documentos sobre los que tengo que trabajar. Ni siquiera suele despedirse con «un saludo». Te dice lo que tienes que hacer y te olvidas de él. Punto.
Siempre que entro en su despacho, noto que hay algo distinto. Es como si no estuviera del todo contento con la decoración. A veces, cambia el orden de los objetos que tiene en su escritorio. El ordenador portátil suele estar a mi izquierda, pero hoy lo veo a la derecha. El estante en el que había tres libros está vacío y, en su lugar, hay una pequeña escultura de bronce. Ha puesto dos sillones bajo la ventana y una mesita de cristal sobre la que está el último número de una de esas revistas típicas para ejecutivos e inversores donde hablan de dinero, oportunidades de negocio y fardan de la cantidad de pasta que pueden embolsarse mientras los trabajadores de verdad, los que realmente levantamos el negocio, tenemos que hacer auténticos malabares para llegar a fin de mes. También veo que su cafetera personal sigue en el mismo sitio de siempre. Por fin algo que no cambia.
Y ahora hay una planta junto a su escritorio. Creo que es una monstera, que ahora está de moda. Me pregunto si él mismo escoge los cambios en la decoración o son parte de alguna estrategia empresarial para hacer sentir a sus empleados como en casa.
Simon me invita a tomar asiento en uno de los sillones.
—¿Quieres un café? —me pregunta. Su tono de voz ha dejado el modo Ejecutivo y ahora es más amigable, lo cual agradezco.
—No, gracias —respondo con amabilidad.
—¿Té, entonces? ¿Agua?
Vuelvo a negar con la cabeza.
—Estoy bien, no se preocupe.
Él me dedica una sonrisa que probablemente podría acelerar el cambio climático y se sirve un vaso de agua. Se apoya en el escritorio, pero no como Marcus antes, sino de forma más casual, como si estuviera charlando con una amiga de toda la vida. No sé si eso es bueno o malo. Quizá sea bueno, porque significa que está cómodo.
Y tengo que dejar de sobreanalizar cada gesto de Simon.
—Por favor, tutéame, Elisabeth. ¿Cuánto tiempo llevas trabajando aquí? ¿Dos años?
—En realidad solo ha sido uno —le corrijo amablemente.
—Y parece que lleves toda la vida —me dice y vuelve a sonreír.
Ay, por favor, ojalá sonriera siempre. Se me caerían las bragas y probablemente andaría en una nube todo el día, pero el subidón de feromonas que me da verle sonreír me haría inmensamente feliz.
—Antes de nada, no quiero que pienses que te he reunido por algo malo —me explica—. Es solo que te he visto un poco alterada antes y me gustaría decirte que, si tienes algún problema, puedes contármelo. Sé que parece que no soy muy cercano, pero me importas.
Creo que, si no estuviera conectado a mi cuerpo mediante un complejo entramado de venas y arterias, el corazón me habría salido disparado del pecho ahora mismo. Me encantaría contarle todo a Simon, pero creo que decirle que Marcus Hawkes me ha besado es una muy mala idea, así que le devuelvo la sonrisa mientras intento que no se me note lo mucho que me afecta cualquier gesto suyo.
—Estoy bien, de verdad. Es solo que no he tenido muy buen día. Te agradezco la preocupación.
—¿Quieres hablar de ello?
Me muerdo el labio inferior y juraría que él sigue el gesto con la mirada. Casi siento un escalofrío recorrer mi espina dorsal. Dios santo, si una mirada me provoca esto, estoy segura de que, si Simon me roza, voy a salir ardiendo como una antorcha olímpica.
—Es complicado —confieso.
—No te preocupes. Lo importante es que estés bien y sepas que puedes contar conmigo para lo que necesites, ¿de acuerdo?
Se me está subiendo la presión. Su tono de voz es tan dulce que tengo que aferrarme al asiento para evitar saltar encima de él.
—¡De acuerdo! —le digo con un poco más de entusiasmo del que me habría gustado—. Gracias de nuevo, Simon. Ojalá todos los jefes fueran como tú.
Otra sonrisa. Es oficial, estoy pilladísima de mi jefe. Bueno, técnicamente es un supervisor, pero estoy obsesionada con llamarlo jefe. Le da un toque de autoridad que me gusta más.
Simon se inclina sobre su escritorio y coge una pequeña tarjeta.
—Tómate el resto del día libre. Puedes ir a este spa, hacen unos masajes balineses que te dejarán como nueva. Y si les dices que vas de mi parte, te harán un buen descuento —admite, guiñándome un ojo.
Me pongo en pie, sonrojada hasta las orejas. Pienso en darle las gracias otra vez, pero ya sería la tercera y no quiero quedar como una idiota.
—Lo haré. Me vendrá bien este descanso.
Él mete las manos en los bolsillos y señala la puerta con la cabeza.
—Anda, descansa. Espero que mañana puedas regresar siendo la misma Elisabeth Brown de siempre. Nos hacen falta tus sonrisas y tus grandes ideas en esta sección.
Creo que voy a desmayarme.
Salgo del despacho con piernas temblorosas y, cuando regreso a mi puesto, Jordan está tan expectante que prácticamente salta de su sitio. Creo que la pobre ha sufrido tal oleada de emociones en la última hora que en algún momento va a explotar y se va a llevar por delante a todo el departamento entero.
—Lo de Marcus ya está arreglado y Simon me ha dado el día libre —le explico antes de que me salte encima y me interrogue—. Voy a disfrutar de un spa y esta noche nos tomamos una copa de vino y te lo cuento todo, ¿de acuerdo?
Intento alejarme de ella, pero Jordan tiene otros planes. Me agarra del brazo y tira de mí hasta que estamos prácticamente frente a frente. De cerca, mi amiga impone aún más. Es como un pequeño diablo capaz de arrancarte el alma si le llevas la contraria, justo igual que su gato. Son tal para cual.
—Nos vemos a las ocho en punto en el salón. Quiero todos los detalles —exige con tono amenazador—. Ni se te ocurra faltar, Elisabeth Brown, o dejaré la caja de arena de Gato bajo tu cama durante el resto de la semana.
Trago saliva. Sé que puede parecer imposible escapar de mi compañera de piso, pero tengo un talento innato para escaquearme, así que entiendo perfectamente que haya tomado el camino más eficaz: amenazarme.
—Vale, nos vemos a las ocho.
—Ocho en punto —recalca—. Promételo.
—Lo prometo —repito, fingiendo hastío.
Al final, llego a las ocho y quince minutos. El spa que me recomendó Simon resultó ser maravilloso y, después, me fui a almorzar, me compré algo de ropa en las rebajas y terminé en el cine viendo una película bastante cutre mientras me zampaba un cubo de palomitas y un refresco de los grandes yo solita.
Evidentemente, Jordan no está muy contenta con el hecho de que la haya hecho esperar, pero, en cuanto me ve la cara, se traga la sarta de insultos que estaba a punto de proferir.
—Te veo mucho mejor —señala ella con una dulzura casi impropia de ella.
—Simon me recomendó un buen spa y he de admitir que me ha sentado muy bien —admito.
—¿Que Simon hizo qué? —me pregunta Jordan, prácticamente saltando del sofá.
—Dijo que me había visto un poco afectada hoy, así que me dio el día libre, me recomendó ese spa y, encima, me dijo que se preocupaba por mí —admito, intentando controlar la emoción de mi voz.
Simon me ha visto.
Es como si me hubiera chutado adrenalina. El simple hecho de recordar cómo me miraba hace que me encienda como una antorcha olímpica y que quiera saltar y gritar por todo el salón. Gato me lanza una mirada de advertencia desde su castillo, así que me contengo. No quiero que vuelva a arañarme los tobillos.
—¡Madre mía, Eli! —exclama Jordan, ganándose un bufido de Gato—. Te dejo sola media hora y siento como si me hubiera perdido un año de tu vida. Necesito que me cuentes todo por orden cronológico para poder entender cómo hemos pasado de querer denunciar a Marcus a que Simon te invite a un spa y te dé el día libre.
Me siento con ella y, tal como prometí, le cuento todo lo que ha pasado. Jordan me escucha en silencio y no me interrumpe ni una vez mientras le explico lo sucedido con Marcus y su petición de ayuda.
—¿Así que, básicamente, hay alguien que se está haciendo pasar por ti para hacer estallar un escándalo? —me pregunta Jordan.
Tiene el ceño tan fruncido que tengo miedo de que se quede congelada en esa expresión para siempre.
—Eso parece —admito—. Supongo que la persona que hizo esto pensaba que yo le denunciaría ante el sindicato. Las relaciones entre empleados están prohibidas, ya lo sabes. Si a eso le sumamos que Arnold aún está haciendo la transición para que su hijo herede la empresa, probablemente mandaría a Marcus a paseo sin pensarlo dos veces.
—Joder, eso es super retorcido —dice Jordan—. Pero, si no se ha inventado todo eso para que no le denuncies, han dado en el clavo porque eso es justo lo que íbamos a hacer. De hecho, tengo una cita con el sindicato para mañana. ¿Vas a venir?
—No va a hacer falta —le digo—. No voy a denunciarle.
—¿Estás segura de eso? —me pregunta.
—Completamente. Él mismo me dijo que, si quería denunciarle, lo entendería, pero... No sé, Jordan. Parecía sincero. Creo que hay alguien queriendo hacerle daño.
—Y, al parecer, hacértelo a ti también —señala—. No creo que sea coincidencia que te hayan escogido justamente a ti. Podrían haber utilizado a Cassie.
Aprieto los labios. Cassie formó el escándalo del siglo después de que un compañero de trabajo la acosara sexualmente. No solo hizo que le despidieran, sino que, además, tuvo que pagarle una indemnización.
Jordan tiene razón: ella habría sido la candidata ideal. No habría dudado un segundo en ir a por Marcus Hawkes con todo lo que tuviera a mano.
El problema es que, si me han escogido a conciencia, solo hay un motivo por el que lo han hecho.
—¿Crees que alguien más sabe lo que me sucedió? —le pregunto a Jordan con voz temblorosa—. ¿Que alguien... que alguien está intentando que se repita?
A Jordan se le ensombrece el rostro y veo el momento exacto en el que se le tensan los músculos de la mandíbula. Ella es una de las pocas personas que lo sabe y que, además, me ha animado a salir del cascarón y a entender que la historia no tiene porqué repetirse. De no ser por Jordan y por el hecho de que prácticamente me arrastró hasta la consulta de mi psicóloga, seguiría culpándome a mí misma
—Espero que no, Eli, pero es posible —admite finalmente.
De pronto siento unas inmensas ganas de llorar. La impotencia se aferra a mí y no quiere soltarme. La perspectiva de que, ahora que he logrado superarlo, alguien intente hacerme revivir un trauma que me costó un año superar, me resulta aterradora.
Entierro la cara en las manos y tomo una fuerte bocanada de aire. Necesito pensar con claridad.
—No sé qué hacer —admito.
—Yo saldría de dudas. Si de verdad es un catfish, Marcus debería tener pruebas para demostrarlo. Luego podéis planear la forma de hacer que el catfish salga a la luz.
Dudo. Lo cierto es que no sé si quiero saber si hay alguien queriendo hacerme daño detrás de todo esto, pero también es cierto que no puedo vivir con el miedo de saber que puede haber una persona con la maldad suficiente como para utilizarme de ese modo.
Me muerdo el labio interior y rebusco en mi bolso la tarjeta con el número de Marcus. Me la dio antes de que me fuera, aunque, por su expresión, estoy segura de que ni siquiera esperaba que la cogiera.
Marco su número de teléfono y lo coge a los dos tonos.
—¿Diga?
—¿Marcus? Soy Eli.
El silencio se apodera del otro lado de la línea. Suspiro.
—Elisabeth —le aclaro—. Ya sabes, la persona con la que tuviste un encontronazo en el archivo.
—Sí, sí, perdona. Es que no esperaba que fueras a llamar. ¿Has tomado una decisión?
—Voy a ayudarte —sentencio.
—¿De verdad?
—Sí, pero tengo una condición.
—Te escucho —responde atropelladamente.
—Quiero un aumento de sueldo.
Jordan abre los ojos de par en par y me da un golpe en el hombro mientras gesticula la palabra reina y levanta el pulgar.
—¿Qué? No puedo hacer eso, no tendría cómo justificar una subida salarial selectiva —masculla.
—Pues el aumento tendrá que salir de tu sueldo, entonces.
Marcus se queda callado durante tanto rato que tengo que mirar la pantalla del móvil para asegurarme de que no me ha colgado. Finalmente, suspira.
—Está bien, pero no esperes un aumento de más de un diez por ciento.
—Vale.
—Bien, pues... eh... ¿Vienes a mi casa mañana, después de trabajar?
La perspectiva de quedarme a solas con Marcus en su terreno no me resulta nada agradable. De hecho, me parece la peor decisión que puedo llegar a tomar desde aquella vez que pensé que los leggins blancos eran bonitos.
—¿No podemos quedar en un lugar público? —murmuro
—No si queremos mantener nuestra investigación en secreto.
—Entonces en mi casa. Mañana a las seis.
Estoy presenciando la batalla de miradas más intensa de la historia de las batallas de miradas. Por un lado está Marcus, sentado en el sillón verde que, en realidad, pertenece a Gato, vestido con un pantalón oscuro y una camisa blanca. Por el otro, Gato y Jordan en el sofá, esta última llevando un conjunto de chándal en color gris y el otro luciendo su habitual pelaje naranja, tan quietos como gárgolas. Marcus no parece ni medianamente intimidado, y eso que es más que evidente que Gato tiene las uñas muy afiladas, ya se encargó de demostrárselo al usarlas en el borde del sofá mientras le miraba amenazadoramente.
Llevan así quince minutos de reloj.
—Bueno, ¿alguien piensa decir algo o vais a seguir con el duelo de miraditas? —me quejo—. Si queréis os dejo solos para que os matéis.
Jordan aprieta los labios.
—¿Qué hace ella aquí? —pregunta Marcus.
—Asegurarme de que no le tocas un pelo a mi amiga, pervertido —escupe.
—Deduzco que te lo ha contado, supongo —señala.
—¡Por supuesto que lo sé! —estalla Jordan—. ¿Y sabes qué otra cosa sé? Taekwondo. Puedo romperte el brazo antes de que tengas tiempo para reaccionar. Y Gato tiene un talento innato para arañar caras, así que espero que no te muevas de ese sillón en toda la noche. Nada de contacto físico con Eli, ¿estamos?
Marcus arquea una ceja.
—No voy a tocar ni una partícula de aire que haya respirado Elisabeth.
—Bien. Cíñete a eso y todo irá como la seda.
Ahogo las ganas de reírme a carcajadas porque Jordan ni siquiera sabe taekwondo, aunque lo de Gato es cierto: cuando me conoció, lo primero que hizo fue arañarme la mejilla. Afortunadamente, Jordan le obligó a reconociliarse conmigo y ahora solo me mira con superioridad desde lo alto de su castillo-rascador, que básicamente es una de esas torres enormes para gatos que ocupan la mitad del salón y te hacen replantearte toda tu vida cuando te das cuenta de que el gato prefiere la caja en la que venía el castillo antes que el juguete en sí.
Desgraciadamente, Gato tiene una inteligencia fuera de lo común cuando se trata de hacer maldades y se ha dado cuenta de que, desde esa altura, puede darnos zarpazos cuando pasamos a su lado. El otro día prácticamente me arrancó un mechón de pelo y estoy completamente segura de que vi su expresión triunfal cuando grité de dolor.
Suspiro. Gato ha sido un quebradero de cabeza bastante adorable desde que me mudé aquí, pero le quiero igual.
Marcus frunce un poco el ceño cuando me oye suspirar.
—¿Estás bien? —me pregunta.
Prácticamente salto del asiento. Es la primera vez en mucho tiempo que alguien me lo pregunta de forma tan explícita. Jordan suele dar vueltas a mi alrededor como un pajarillo y ofrecerme soluciones; Cassie me obligaba a salir de fiesta y Martie simplemente finge que no estoy mal, pero Marcus es directo y no estoy acostumbrada a eso.
—Sí, sí —respondo, aunque mi voz suena como si fuera un eco distante. Carraspeo—. Marcus, ¿puedes contarme cómo ha pasado todo esto?
Él se muerde el carrillo y asiente.
—Verás, hace un año terminé mi relación con la que había sido mi novia —Marcus suspira y apoya los codos en las rodillas—. Poco después, me abrí un perfil en una web de citas. No sé qué pretendía con eso, solo quería distraerme, conocer a gente nueva y pasármelo bien, supongo, pero la cosa no funcionó. No estaba preparado para algo así, por lo que lo dejé abandonado hasta hace dos meses, cuando quise volver a retomarlo.
»Entonces me hablaste tú. O sea, tú no, la persona que se hace pasar por ti —aclara—. Al principio no le presté demasiada atención, pero con el paso de los días fuimos conectando y no sé, me gustaste. Quiero decir, me gustó —vuelve a aclarar, cada vez más incómodo. Estoy a punto de interrumpirlo para que pueda poner en orden sus ideas, pero no me da tiempo—. Para cuando me enteré de que trabajabas en mi empresa ya habíamos empezado con otro tipo de conversaciones más... subidas de tono.
Jordan levanta los brazos, exasperada, y Gato bufa por el susto y salta de su regazo. El animal trepa por su castillo y la observa con rencor desde arriba.
—¡Por el amor de dios! —exclama—. ¿Y en ningún momento se te ocurrió comprobar si el perfil era auténtico? ¿O aplicar esa estúpida norma del trabajo que impide las relaciones entre empleados en el entorno laboral?
—El perfil tenía las fotos actualizadas y las veces que hablamos por teléfono era una mujer quien respondía —se defiende—. No tenía motivos para sospechar lo contrario. Respecto a la norma... Intenté aplicarla varias veces, pero, tal como sabrás, esa norma solo prohíbe relaciones dentro del entorno laboral, no se puede controlar lo que sucede fuera.
Me tapo la cara, avergonzada. No sé quién está pasando más bochorno en este momento, si Marcus relatando cómo ha estado coqueteando con un perfil falso que se hacía pasar por mí o yo, que no sé cómo asimilar toda esta información.
—Suficiente información —le digo—. ¿Puedes enseñarnos el perfil?
Él asiente y saca su móvil. Prácticamente se podría decir que está pasando el peor momento de su vida, sobre todo cuando me lo tiende y veo que, efectivamente, el perfil sigue ahí. Con los nervios de lo que pasó, no lo había visto bien, pero ahora puedo comprobarlo con calma y descubrir que no es una alucinación. Jordan frunce el ceño mientras revisa foto por foto.
—¿Le has dicho que ya sabes que es un catfish? —le pregunto.
—No —admite—. Quería hacerlo, pero he preferido ser prudente.
—Síguele la corriente —sugiero.
Marcus parpadea, confundido.
—¿Cómo?
—Que le sigas la corriente a la Falsa Eli. Finge que no sabes nada, que crees que ella es yo, y trata de convencerla de veros en persona.
—Elisabeth, si estaba en el archivo esa mañana fue precisamente porque la falsa Elisabeth me pidió que fuera allí para vernos —me aclara.
Jordan y yo nos miramos, confundidas.
—Cassie me mandó al archivo —murmuro con la voz entrecortada.
—No creo que ella sea capaz de hacerte algo así, Eli —replica Jordan, aunque ni siquiera parece medianamente convencida de sus propias palabras—. Además, ¿qué motivos puede tener para odiar a Marcus? Si ni siquiera le conoce.
Marcus carraspea y de pronto se le encienden las mejillas.
Oh, no.
—Técnicamente eso no es cierto.
—¿De qué estás hablando? —pregunto.
—Bueno, yo la... ascendí. Más o menos.
—Claro, por sus méritos laborales.
—No exactamente. O sea, sí que estaba calificada para el puesto, pero...
—¡Ay, dios! —exclama Jordan—. ¿Se acostó contigo para obtener el ascenso?
—Algo así. Me hizo una... en el... —Marcus se corta y se tapa la boca, frustrado. Luego señala su entrepierna, como si eso fuera suficiente.
—¡Vale, vale! —le interrumpo, poniéndome en pie bruscamente—. ¡No quiero saberlo, gracias!
—Fue solo una vez —me aclara, como si me debiera algún tipo de explicación respecto a ese tema—, pero luego vi el ascenso sobre mi mesa y pensé que no habría problema por aceptarlo.
—Creo que voy a vomitar —nos informa Jordan.
—Creo que necesito una copa —admito yo.
Prácticamente salgo disparada hacia la cocina y me abalanzo sobre la botella de vino blanco que guardo en la nevera. Saco tres copas porque ahora mismo todos necesitamos una buena dosis de alcohol, y regreso al salón. Las dejo en la mesa del centro y Marcus niega.
—No me apetece vino blanco, lo siento.
—Bien, vale. Eh... Me bebo tu copa y arreglado. ¿Quieres otra cosa o... bebes alcohol, acaso?
Marcus esboza una sonrisa que prácticamente pasa inadvertida.
—Sí, bebo alcohol ocasionalmente, pero creo que este no es el momento ideal para ello.
Me encojo de hombros y me bebo su copa de un trago.
—Pues yo bebo siempre que puedo —le digo.
—Eso se llama alcoholismo —señala.
—Porque tú lo digas —escupo.
—No lo digo yo, lo dicen los médicos.
—¿Y qué sabrán los médicos de la vida? —escupo.
Él bufa y se cruza de brazos con la prepotencia de quien tiene la verdad de su lado y no piensa separarse de ella.
—Pues de la vida no sé, pero de la salud y las adicciones mucho.
—Bueno, pues me da igual —gruño, tomando mi copa—. Pienso seguir bebiendo.
—Tú sabrás, es tu salud la que está en juego.
Jordan pone los ojos en blanco.
—Solo es una copa de vino, no se está pinchando heroína en el brazo. Relájate.
Marcus y yo nos enfrascamos en un pequeño duelo de miradas que termina en victoria para mí cuando él finalmente refunfuña y se reacomoda en el asiento
—Volviendo al tema inicial... —empiezo, captando de nuevo la atención de Marcus y Jordan—. No estoy segura de que sea Cassie.
—Cassie sabe muchas cosas sobre ti —dice Jordan.
—¡Pero eso no significa nada! —protesto.
—Fue quien te envió al archivo —añade Marcus—. Tú misma lo acabas de decir.
—Puede haber sido casualidad.
—Lleváis meses enfadadas, quizá ha pensado quitarte de en medio —se suma Jordan. Genial, para una vez que se ponen de acuerdo y tiene que ser en esto.
—¡Ella no es así! —les discuto.
—En realidad, un poco sí —repone Jordan—. Solo que nunca lo había sido con nosotras. ¿Acaso no recuerdas que fue la mismísima Cassie quien intentó agenciarse a tu mejor cliente?
—Fue el cliente quien decidió trabajar con ella —repongo.
—¿Y no te parece demasiada casualidad? Esa era tu oportunidad de ascenso —mira a Marcus y aprieta los labios—. Al no conseguir el ascenso por ese medio, recurrió a otros métodos. Y ahora, por algún motivo, os quiere a los dos fuera del juego.
—Eso es muy retorcido, Jordan —admito.
—Pero tiene sentido, ¿no? Yo la ascendí, pero nuestros intercambios terminaron justo ahí. Ahora finjo que no existe —dice Marcus. Cuando arqueo una ceja, él levanta las manos—. Oye, no es mi culpa, es que no tengo ningún interés en ella.
—Cierto, ahora estás interesado en Eli —se burla Jordan.
—En la falsa Eli —le corrijo.
—Tú eres mejor, desde luego, pero estás fuera de su alcance. Te gustan hombres mucho más superiores que este mequetrefe.
—¿Eres consciente de que acabas de insultar a tu futuro jefe? —pregunto.
Ella mira a Marcus como si estuviera a medio segundo de intentar asesinarlo.
—¿Y qué vas a hacer, despedirme? —le dice—. Inténtalo y sufrirás las consecuencias.
—Eso es chantaje —argumenta él.
—No, es libertad de expresión.
Marcus aprieta los labios y la mira con furia. Estoy completamente segura de que, si me levanto ahora mismo y los dejo a solas, intentarán matarse. La tentación de irme es enorme, pero me mantengo estoica en mi asiento.
Yo apostaría todo lo que tengo a que Jordan ganaría. No porque ella sea más fuerte, sino porque Gato está en su equipo.
—En resumen, que estáis de acuerdo en que puede ser Cassie —digo en un intento por retomar el hilo de la conversación.
—Sí —responden a la vez.
—Pues yo no lo creo —rebato—. Que ahora no seamos amigas no quiere decir que ella se haya convertido en mi enemiga o tenga intención de hacerme daño. Obtuvo su ascenso, tiene lo que quería. ¿Qué sentido tendría hacerme algo así?
Los dos se quedan callados durante tanto rato que doy por hecho que el tema de conversación queda zanjado.
—No lo sé —me concede Marcus—, pero tendremos que averiguarlo.
Genial. La operación "Caza del Catfish" no ha dado comienzo y ya tenemos un objetivo fijado.
Sí, no fui capaz de aguantar hasta el sábado para publicar el capítulo. Los nervios, que me traicionan.
¡Espero que os haya gustado! Nos vemos en el siguiente, mis cielas ♥
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