Capítulo 18
Ojalá las vacaciones pudieran ser eternas. Me encantaría que durasen para siempre, como un sueño del que no quiero despertar, pero el capitalismo necesita mano de obra esclava para seguir funcionando, así que me veo obligada a volver a Evenmont el viernes para preparar mi vuelta al trabajo. A la miserable rutina.
No es que odie mi trabajo, pero cualquier persona con tres neuronas medianamente funcionales prefiere quedarse en casa leyendo libros antes que trabajar por un salario miserable.
Este mediodía iré a casa de Marcus para hacer una barbacoa en su casa. Nos despedimos esta mañana, pero somos incapaces de pasar demasiado tiempo el uno sin el otro, lo cual es tá empezando a hacer mella en mi vida social.
La idea de conocer a Josh, el mejor amigo de Marcus, hace que una bola de nervios se me asiente en la boca del estómago. Gato me observa con curiosidad desde lo alto de su castillo mientras yo voy y vengo por el salón, preparándome para la cita. Probablemente se está preguntando a qué viene tanta histeria.
Paso por su lado y le lanzo una mirada de advertencia pero, evidentemente, los gatos no entienden de advertencias e intenta darme un zarpazo. Lo esquivo por poco y le agarro la pata. Él intenta darme un zarpazo con la otra, pero yo soy más rápida que él y lo vuelvo a esquivar.
—Si vuelves a intentarlo, le diré a Marcus que no te traiga más salmón.
Le suelto la pata y él echa las orejas hacia atrás, furioso.
—Advertido quedas —gruño.
Aquello parece afectarle, porque finalmente me da la espalda y dedica su valioso tiempo a lamerse la pata que le he tocado, no vaya a ser que le transmita una infección o algo así. Jordan entra en el salón y le acaricia la cabeza a Gato, que me mira como si me estuviera preguntando si a ella sí puede arañarla. Al no obtener una respuesta clara por mi parte, le muerde la mano con fuerza y Jordan le grita en tres idiomas diferentes y finalmente el animal decide que ya ha tenido suficiente y se baja de su castillo. Las dos nos movemos hacia la cocina, ignorando el gato que sisea en el sofá, y nos preparamos un té.
—Vive con el odio incrustado en el alma —se queja.
—Pues igual que tú.
—¿Yo? Pero si soy una santa. Me falta la areola.
—Aureola —la corrijo—. La areola es la piel que rodea el pezón.
—No, no, me reafirmo. Quiero una areola en la cabeza. Seré la Virgen del Santo Pezón.
Me río tan fuerte que escupo el té sobre la encimera y termino con un ataque de tos que Jordan intenta remediar dándome fuertes palmadas en la espalda. Cuando me recompongo, me bebo un vaso de agua de un trago y limpio los restos de mi té de la encimera.
—No sabía que tenía la capacidad de matar a alguien proclamando mi santidad —se burla—. ¿Eso es porque eres una hereje? ¿No sigues la religión del Santo Pezón?
—Es que pertenezco a la Iglesia del Santísimo Falo —la corrijo con voz ronca.
—¿Por qué? A los falos no hay que alabarlos, hay que comérselos y desecharlos. Nuestros pezones, en cambio, nos acompañarán durante toda nuestra vida. Se merecen un lugar de honor en nuestros corazones. —Ella toma un sorbo de té con toda la seriedad de la que dispone, como si estuviera debatiendo sobre la cura de alguna enfermedad venérea importante—. A propósito, ¿te apetece hacer un picnic el domingo por la tarde? He pensado que de temática podemos escoger el siglo XIX. Nos vestimos como señoritas victorianas y a Gato lo podemos disfrazar de aristócrata. Sería un aristogato.
El animal echa las orejas hacia atrás desde el sofá. Es increíble la capacidad que tiene para entender que estamos hablando de él. Desde luego, me encantaría hacerle un estudio y un par de análisis, porque estoy completamente segura de que debe ser un alienígena disfrazado de gato.
—Dios, eso sería genial. ¿No le habías comprado un disfraz de pequeño aristócrata hace unos meses?
Jordan asiente y, al recordar lo que pasó cuando intentamos ponerle el disfraz, ambas componemos una mueca.
—Habrá que sobornarlo con atún —murmura.
—Ya sabes que prefiere el salmón.
—Y yo también, no te jode, pero estamos a fin de mes y todos tenemos que apechugar. Le daré atún al natural en lata, que el de aceite es más caro.
Al final, Jordan y yo nos trasladamos al sofá —al nuestro, no al de Gato— y vemos un capítulo de nuestra serie favorita hasta que tengo que marcharme a casa de Marcus. Antes de salir, mi amiga levanta los pulgares y me grita un «¡Espero que esta noche rompáis la cama, cerdos!» antes de que me vaya.
Le respondo con una sonora carcajada a sabiendas de que exactamente eso es lo que va a suceder.
Cuando llego a la casa de Marcus y llamo al timbre, el vecino ruso ya está observándome desde el balcón con los ojos entrecerrados. Había olvidado mi encontronazo con él, pero como hoy estoy de buen humor, lo saludo.
—¡Buenas tardes!
—Aún es por la mañana —replica, cortante.
—Pues buenos días —corrijo, aunque ya tengo ganas de lanzarle un zapato a la cabeza. Me fijo en que lleva una navaja en la mano y está tallando algo en madera. Tiene el balcón lleno de serrín, que va cayendo lentamente en el jardín y llenándolo todo de virutas de madera—. ¿Qué está tallando?
—¿A ti qué te importa?
—La verdad es que no me importa, pero tenía curiosidad. Gracias de todos modos, siempre es un placer hablar con usted.
Él aprieta los labios y aparta la mirada. Dándose por vencido, deja la navaja en el banco que tiene a su lado y me enseña la talla desde arriba. Es un pez koi. Aún le faltan algunos detalles, pero la talla es perfecta.
—¿A usted también le gustan los peces?
—No. Yo me los como, pero a Marcus le gustan.
—¿Se lleva bien con él?
—Qué va, solo me gusta hacer regalos a desconocidos —responde sarcásticamente.
Marcus abre la puerta justo cuando estoy a punto de responderle de una forma que no le iba a gustar nada. El ruso guarda el regalo a la velocidad de la luz, con los ojos abiertos de par en par por temor a que Marcus lo vea, pero Marcus centra toda su atención en mí. Me da un abrazo que me deja sin respiración antes de ponerme las manos en las mejillas y estamparme un beso en los labios que me hace tambalear. Está eufórico, claramente.
—¡Hola! Te estaba esperando. Dios, estás guapísima. —No me da tiempo de responder, porque Marcus me pasa una mano por el hombro y me pega contra su cuerpo y es entonces cuando repara en la presencia del ruso—. ¡Ah, Petrov! ¿Ya os habéis conocido?
Miro a Petrov, que sigue haciendo grandes esfuerzos para ocultar todo el serrín que tiene a su alrededor y el pez cuya cola asoma tras su espalda. No sé por qué motivo me apiado de él, pero finalmente decido cubrirle y soltar una pequeña mentira en su beneficio.
—Sí, le estaba contando que vamos a hacer una barbacoa.
Marcus se encoge de hombros y mira al anciano, que parece estar a punto de querer salir corriendo.
—Intenté invitarlo, pero se negó.
—¿Por qué? —le pregunto a Petrov.
—Porque sois todos unos chiquillos —masculla—. Me aburriré con vuestras anécdotas y vuestras cosas de adolescentes. Seguro que os pasáis la cena con el móvil en la mano.
Rebusco en mi bolso y saco una baraja de cartas. La balanceo en el aire para que la vea bien y Petrov se inclina un poco hacia adelante, como un animal frente a cuyas narices balancean su comida favorita.
—Admita que no baja porque le da vergüenza que unos chiquillos le ganen a las cartas.
—¡Ja! Me pasé toda mi adolescencia jugando al Durak, niña. No podréis ganarme ni aunque os aliéis todos en mi contra.
El Durak es un juego de cartas ruso bastante popular. Solía jugarlo con mis antiguos compañeros de piso, así que sé defenderme. No es que sea una gran jugadora, pero sí que he ganado unas cuantas veces, aunque reconozco haber perdido alguna partida para ser la Durak y que me tocara el castigo, que es beber alcohol, básicamente.
—¡Pues baje y demuéstrelo! ¿O es que le da miedo que unos chiquillos le ganen al juego de su adolescencia?
Petrov aprieta los labios, pero hay un brillo de desafío en su mirada que me dice que he dado en el clavo. No es que el anciano me caiga del todo bien, pero no podría comer tranquila sabiendo que ese pobre hombre iba a estar en el balcón tallando un pececito mientras el olor de las verduras asadas y la carne flota en el aire.
Se pone en pie y deja el cuchillo a un lado, aunque no suelta la talla por si Marcus la ve.
—Bien, pero que conste que solo lo hago porque no me gusta que me desafíen.
Cuando Petrov desaparece en el interior de su casa, Marcus se inclina hacia mí.
—Eres la primera persona que consigue que el cascarrabias baje de su torre. Deberías sentirte orgullosa.
—Me sentiré orgullosa cuando le dé una paliza al Durak.
Él suelta una carcajada y me da un beso en la mejilla.
—No dudo de tus capacidades.
Al final, la que recibió una paliza al Durak fui yo.
Los tres nos trasladamos al jardín trasero. Yo nunca había estado allí, así que me paso los primeros diez minutos empapándome de cada árbol, cada flor bien cuidada, cada detalle, incluido el estanque de Pez y Sakana, que cubre una gran porción del jardín. Cuando Petrov le pregunta a Marcus cómo se las ingenió para hacer un estanque a diferente nivel —ya que en el interior de la casa es más alto— y que ocupara la mitad de la casa, le responde que nunca subestime el poder de un buen ingeniero. Luego simplemente admite que ambos espacios están conectados por la base y que la diferencia de niveles la hacía la pared que habían construido. Después señala que los peces prefieren pasar el tiempo en el interior de la casa, lo cual agradece porque, aunque hay una red protectora cubriendo el estanque, no se fía de la capacidad de inventiva de los depredadores.
Mientras esperamos a Josh y Marcus empieza a encender la barbacoa, Petrov se sienta frente a mí y me mira fijamente, como si fuera un insecto que tiene que analizar para asegurarse de que no soy venenosa.
—Más te vale cuidar de él —masculla—. Es un buen chico y no se merece que le hagan daño otra vez. Esa puerca descerebrada se libró de que le encajara metralla en el trasero, pero tú ya quedas advertida.
Le dedico una sonrisa, aunque la amenaza del hombre parece más que real. De hecho, me lo imagino con una escopeta de perdigones, preparado para dispararme en el trasero si le hago algún tipo de daño a Marcus. En cierto modo, es encantador. En otro, es terrorífico.
—Lo sé. Él es muy importante para mí, Petrov.
Petrov me analiza un poco más antes de asentir y empezar a repartir las cartas. En la primera partida tengo suerte y gano, pero cuando Marcus se une a la segunda, empiezo a perder por goleada. Esos dos parecen haberse aliado en mi contra. Después de que Petrov me dé una auténtica paliza dos veces seguidas, le dice algo a Marcus al oído y en la siguiente ronda es él quien nos apalea.
—¡Eh, eso es trampa! —protesto mientras Petrov se afana en rellenar mi chupito de vodka hasta el borde. A este paso, voy a terminar borracha como una cuba y esos dos sobrios.
—El trabajo en equipo nunca es trampa —replica Marcus—. Vamos a por ti.
—¿Crees que yo me rendí cuando me intentaron robar dos inútiles con pistolas? —me grita Petrov, señalándome—. ¡No! Luché y gané. Bueno, me disloqué el hombro, ¡pero nada que un buen médico no sepa curar!
Me bebo el chupito de vodka de un trago y me sacudo en un escalofrío cuando me baja por la garganta.
—¿Así que, en esa metáfora tuya, vosotros sois los dos inútiles con pistolas?
Petrov abre los ojos de par en par y me señala con un dedo acusador.
—¡Yo no he dicho eso! —me grita, molesto.
—¡Que esto sea una urbanización privada no quiere decir que puedas ir por la vida dejando la puerta abierta! —grita alguien a nuestra espalda—. ¡Cualquier loco podría cruzar por ese umbral!
Todos nos giramos y veo cómo a Marcus se le compone una sonrisa al ver al chico en su jardín. Se levanta de golpe y se reúne con quien, deduzco, debe ser Josh.
—La dejé abierta para ti, pedazo de inútil —le responde, dándole un abrazo.
El chico, que es mucho más bajo que Marcus y más delgado, se echa a reír. Lleva una camisa naranja con motivos florales que lo hace parecer aún más flaco y tiene el pelo hacia atrás, recogido en trenzas. Su piel es oscura y tan brillante que me apunto mentalmente preguntarle qué crema usa.
—¿Cómo has estado? —Luego, su mirada se desvía al señor Petrov y abre los ojos de par en par—. ¡Coño, Petrov! ¿Quién te sacó de la cueva, viejo cabrón?
Petrov pone los ojos en blanco y lo llama idiota y bocazas en ruso. El chico lo señala con un dedo acusador.
—¡Eh, los insultos en un idioma que yo pueda entenderlos!
—Y una mierda —masculla Petrov en ruso.
No puedo evitarlo: termino riéndome a carcajadas. Josh me mira y me sonríe de oreja a oreja.
—Tú debes de ser Eli, ¿verdad? —Me pongo en pie para estrecharle la mano, pero él me aplasta en un abrazo y luego da un paso atrás, aún sonriendo—. Ya me presento yo, que este está pasmado. Soy Josh, el mejor amigo de Marcus y la persona más importante de su vida. No intentes quitarme ese puesto y nos llevaremos bien.
Le devuelvo la sonrisa y los nervios se evaporan rápidamente.
—Tranquilo, tu puesto está a salvo, yo me conformo con ser un personaje secundario, así tengo menos obligaciones.
—¡Eh! ¿Y yo no tengo opinión en todo esto? ¿Qué pasa si decido, unilateralmente, darle a ella ese puesto? —pregunta Marcus.
Josh bufa, como si la idea le pareciera absurda, y se cruza de brazos.
—Que te ahogo en el estanque del pez diabólico.
—¡Pez no es diabólico! —le grita Marcus, señalándolo con un dedo acusador.
—¡Me mordió!
—¡Te guardaste su comida dentro del puño, no sabía que tu mano no formaba parte del festín!
—¡Estaba jugando a que averiguara en qué mano estaba!
—¡Y lo averiguó!
Los dos se enzarzan en una discusión sobre las verdaderas intenciones de Pez y yo decido regresar a mi asiento porque deduzco que la discusión se va a alargar bastante. Como hemos terminado la primera partida de Durak, recojo las cartas y vuelvo a barajarlas. Mientras tanto, Petrov los mira con los párpados caídos por el aburrimiento.
—¿Siempre son así? —le pregunto a Petrov en voz baja.
—Desde que los conozco sí. Insoportables, si me permites la opinión. En mi época, cuando los niños se comportaban así les dábamos unos azotes.
—Un método un poco brusco para detener una discusión entre amigos, ¿no?
Petrov se encoge de hombros.
—La vida es brusca. Como tu forma de jugar al Durak. No piensas, solo tiras cartas como una lunática.
Se me escapa una carcajada porque tiene toda la razón. La frustración por haber perdido las últimas rondas me hizo tirar las cartas sin pensar.
Cuando Marcus y Josh terminan de discutir —o, al menos, se declaran una tregua temporal—, vienen a sentarse con nosotros. Josh se hace un hueco junto a Petrov y le da un codazo al anciano, que le gruñe como un perro rabioso.
—¿Qué tal, Petrov? ¿Ya amenazaste de muerte a Eli? —Luego me mira y me dedica una sonrisa de disculpa—. No se lo tengas en cuenta, es un viejo gruñón y que pasa demasiado tiempo mirando por el balcón, tiene que buscar alguna amenaza para su seguridad.
Él aprieta los labios y niega con la cabeza.
—Yo no amenazo a nadie, niño.
—Tiene razón, jamás me ha amenazado con dispararme ni nada de eso —admito—. Pero oye, gracias a él voy a aprender a jugar mejor al Durak.
Marcus se atraganta con la cerveza y tengo que darle un par de palmadas en la espalda para que recupere el aliento.
—¡Petrov! —le reclama—. ¡Te he dicho que no amenaces a la gente que me importa!
El aludido apenas es capaz de contener su irritación.
—¡Pues precisamente porque te importan deben estar advertidos!
—¿No debería ser al contrario? —inquiere Marcus—. Amenazar a mis enemigos es más efectivo.
—Disfrazarse de amigo es la forma más fácil para acercarse al enemigo —escupe Petrov, golpeando la mesa con una mano—. ¿O es que no sabes nada sobre los espías?
—Pero esto no es una película de espías —interviene Josh.
—¡Bah! Tonterías.
—En realidad tiene razón —admito.
Los tres me miran como si me hubiera vuelto completamente loca y Marcus aparta la botella de vodka de mi lado disimuladamente, completamente seguro de que es el alcohol el que está hablando por mí.
—Creo que esto de beber sin haber comido antes no ha sido una buena idea —dice—. Voy a ir poniendo la carne en el asador, que ya debe estar más que listo.
—No, hablo en serio. A ver, si es cierto que sus métodos son poco ortodoxos, pero es normal desconfiar de las personas que llegan nuevas a la vida de las personas que te importan. Lo último que quieres es que tus seres queridos sufran.
Josh se frota la cabeza, pensativo.
—¿Pero no es mejor observar desde las sombras, rollo espía silencioso, y si ocurre algo malo intervenir?
—Cada uno elige su táctica. La de Petrov es ir de frente, como los toros.
El aludido levanta la barbilla con orgullo.
—¡Por supuesto que voy de frente! Estoy demasiado viejo para jueguecitos.
—¿Lo veis? —señalo—. Tiene toda la razón. Y ahora, será mejor que comamos algo, porque como tenga que tomarme otro chupito de vodka sin comer voy a terminar regando los árboles con mi vómito.
Marcus y Josh parecen haberse quedado sin argumentos para rebatir, porque finalmente desisten y se encargan de la barbacoa. Los cuatro almorzamos mientras jugamos al Durak y descubro que Josh es uno de los peores jugadores de Durak del mundo. Apenas es capaz de llegar a la segunda ronda, mientras que Petrov continúa manteniéndose firme en la posición ganadora. Más de una vez estoy a punto de derrotarlo, pero en el cuarto asalto me destruye como si no fuera más que una pequeña sabandija.
Cuando termina el almuerzo y el sol se vuelve demasiado intenso, decidimos entrar y tomarnos una última copa dentro de la casa, bajo música tranquila y con la compañía de Pez y Sakana, que nos observan en silencio mientras nos acomodamos a lo largo del sofá.
Las cartas han quedado olvidadas a un lado y ahora Josh se dedica a relatar su viaje por Nepal, al parecer motivado por Derek.
—El Cairo, señores —dice, extendiendo los brazos como si por ello pudiera transmitir las imágenes que rondan por su cabeza. Los hielos de su copa tintinean y un par de gotas de whisky se derraman en la alfombra—. Ahí encontré la respuesta a todas mis preguntas. Tuve la revelación mientras entraba en una de las pirámides. Estaba arrastrándome por sus túneles cada vez más estrechos, sintiendo que podía quedarme atascado en algún momento y que mi propia vida dependía solo de mi destreza para moverme por esos túneles. Era un momento de vida o muerte y...
—Tuviste un ataque de claustrofobia que obligó al guía turístico a sacarte a rastras del túnel y darte un calmante —le interrumpe Marcus con una sonrisa casi diabólica—. Cuando te despertaste, en medio de la sala del sarcófago, con el guía abanicándote y una señora dándote agua como si fueras un pajarillo con un ala rota, pensaste que habías viajado en el tiempo y eras un faraón al que habían enterrado vivo.
—¡Eso no fue exactamente así! —protesta—. ¡Ya te dije que fue una revelación!
—Sí, la revelación de que tenías claustrofobia.
Petrov y yo nos miramos a la vez y nos reímos a carcajadas mientras que Josh parece estar pasando un momento verdaderamente malo.
—¡La claustrofobia es un problema muy serio! —gruñe Josh.
—Nadie dice lo contrario, solo digo que cuentes la verdad —admite Marcus tras darle un sorbo a su copa mientras lo mira de reojo.
—¡Tonterías todo! Los jóvenes de hoy en día os aterráis por cualquier cosa —sentencia Petrov, sacudiendo la mano en el aire—. ¡Yo estuve en un túnel sin agua ni comida ni luz durante tres días y no me quejé ni una sola vez!
—¿Y cómo saliste? —le pregunto.
Petrov parpadea, confundido.
—¿Eh?
—Que cómo saliste del túnel. ¿Te sacaron?
El rubor cubre sus mejillas y deja su copa sobre la mesa.
—Eso no es relevante. —Se pone en pie y estira la espalda. Le crujen los huesos y hace una mueca—. En fin, será mejor que me vaya. Dar palizas en el Durak es agotador.
Me echo a reír.
—Desde luego que nos has dado una lección a todos —le digo, poniéndome en pie también. Me tambaleo un poco a causa del alcohol, pero Marcus me agarra por el brazo y me ayuda a estabilizarme—. Te acompaño hasta tu casa.
El ruso da un manotazo, como si la sola idea de tener que salir escoltado por haber tomado un par de copas con nosotros fuese un insulto que no piensa tolerar.
—Sé que no soy un chiquillo, pero todavía puedo mover mi trasero soviético de una puerta a la otra, muchas gracias —Sin que podamos evitarlo, alcanza la puerta en apenas un par de zancadas—. No os acostéis hasta que se esconda el sol, que es sábado.
Nos echamos a reír y, cuando Petrov cierra dando un portazo, Marcus se recuesta en el sofá y se estira como un gatito.
—Oye, ¿y cómo es que terminaste enamorada de este pedazo de estiércol? —pregunta Josh.
Está sonriendo maléficamente porque sabe que Marcus odia que se metan con él.
—¿Te contó lo del perfil falso?
Josh niega con la cabeza, confundido.
—¿Qué perfil?
Por poco se me escapa un suspiro. El hecho de que Marcus haya mantenido esto en secreto incluso para la gente cercana a él, que nos haya protegido a ambos así, me hace sentir increíblemente aliviada. Aunque, por otro lado, me preocupa que se guarde tantas cosas para sí mismo. Al fin y al cabo, siempre es importante desahogarse.
—Bueno, al parecer alguien se hizo un perfil falso, haciéndose pasar por mí, y este cayó como una mosca. Me besó en el trabajo y yo estuve a nada de demandarlo. Luego nos dimos cuenta de lo que pasaba y nos pusimos manos a la obra buscando al culpable. Al final estaba pegado a mí todo el día y ya sabes, el roce hace el cariño y todo eso.
—¡Eh, eso no fue así en absoluto! —protesta Marcus.
Estallo en una carcajada y le doy un beso en la mejilla.
—Al principio sí, admítelo.
Marcus hace un mohín, pero no me lleva la contraria. Se limita a pasarme un brazo por los hombros y a tomar un sorbo de su copa.
—Joder, qué cosas más raras te pasan, Marcus —admite Josh—. Aunque esta al menos ha tenido un final feliz, no como el día en que un tío te robó el móvil y luego intentó volver a venderte el puñetero móvil por el doble de su precio.
Abro los ojos de par en par.
—¿De verdad te pasó eso?
Marcus asiente con una sonrisa.
—Por aquel entonces era casi tan flaco como este —dice, señalando a Josh—, pero entre los dos le dimos una paliza y recuperamos el móvil... solo para que, en medio de la pelea, se le cayera el móvil a Josh y el tipo se fuera corriendo con él. Al final tuve que comprarle un móvil y mi padre me castigó durante una semana.
—Semana en la cual rompí el nuevo móvil sin querer.
—Y me negué rotundamente a darte otro.
—Aunque estabas forrado.
—Pues igual que tú, cabrón.
—¡Tenemos poderes adquisitivos diferentes!
Marcus se gira hacia mí, frunciendo el ceño.
—¿Se ha colado una urraca en casa? Solo oigo ruiditos.
Josh abre los ojos y le da un codazo en las costillas. Si a Marcus le ha dolido, no lo muestra ni un ápice porque sigue sonriendo.
—¡Sabes que odio que me llamen así!
Marcus estalla en una carcajada y despeina a Josh entre risas. Al final, nos hacemos un hueco en el sofá y decidimos poner una película, aunque Josh se marcha justo a la mitad porque había olvidado que tenía una cita con su madre, a la que no ve desde hace meses, y ya llegaba tarde.
—¿Qué te ha parecido Josh? —me pregunta Marcus en cuanto su amigo desaparece por la puerta.
—Me cae hasta mejor que tú —bromeo—. No, en serio, creo que sois tal para cual.
Marcus me sonríe, parece incluso aliviado.
—Josh y yo somos amigos desde niños. Hemos crecido juntos, así que estaba un poco nervioso con la idea de que os conocierais porque ambos sois muy importantes para mí.
Es tan adorable que lo único que me apetece es abrazarlo con fuerza y chillar. Me siento a horcajadas sobre él y automáticamente me pone las manos en las caderas como si fuera incapaz de estar tan cerca de mí sin tocarme.
—¿Sabes lo que me pone nerviosa a mí? Que me hayas dado tan pocos besos. Cuento que me debes unos diez, aproximadamente.
—¿Solo diez? —murmura, ladeando la cabeza—. Yo diría que te debo muchos más.
—¿Y a qué esperas para empezar a saldar tus deudas?
El deseo le oscurece la mirada y la conversación muere ahí porque en ese momento ambos tenemos otras cosas en mente. La ropa desaparece entre besos y palabras susurradas al oído. Las caricias se vuelven urgentes y nuestras manos exploran la piel del otro como si fuera la primera vez, pese a que ya conocemos cada rincón.
Allí, entre sus brazos, vuelvo a entregarme nuevamente, a sentirme a salvo, una sensación que creía haber olvidado y que, ahora que he recuperado, me hace preguntarme cómo es que he vivido tanto tiempo sin ella.
Sin él.
Sin sus besos o sus caricias o la forma en que su cuerpo y el mío encajan perfectamente pese a ser tan diferentes.
Cuando terminamos, nos quedamos abrazados en el sofá y suspiro al sentir su pecho contra mi espalda y sus brazos alrededor de mi cuerpo. Ponemos una película tras otra y charlamos sobre tonterías, riéndonos por cualquier cosa.
Haciendo acopio de toda mi fuerza de voluntad, me desenredo de él.
—Voy al baño —le informo cuando estira un brazo hacia mí, somnoliento, e intenta atraparme de nuevo.
Me pongo en pie, tambaleándome un poco porque llevo tanto tiempo tumbada que parece que he olvidado cómo utilizar mis extremidades inferiores, y camino por el pasillo mientras Marcus se hace una bolita en el sofá.
He olvidado donde está el baño, así que abro la primera puerta que encuentro y tanteo la pared en busca de la luz.
—No es esa puerta.
La advertencia de Marcus llega demasiado tarde, cuando la luz ya ha iluminado cada minúsculo rincón de la habitación y lo he visto absolutamente todo.
Y hay un momento de sorpresa que da paso a una total y absoluta incomprensión.
¡Hola! Ya estoy de vuelta, más o menos recuperada. Me ha costado mucho recuperar el ritmo y, sobre todo, aprender a luchar contra la niebla mental, pero poco a poco vuelvo a ser la de antes.
Hace tiempo que no parloteamos por aquí, así que contadme:
✨ Si pudierais elegir un superpoder, ¿cuál sería?
✨ ¿Cuál es vuestro juego de mesa favorito?
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