Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 14


Las reuniones en el salón de mi casa se han convertido en un extraño ritual con invitados aún más extraños. Ver a Cassie, retorciéndose las manos incómoda en el sofá de Gato; a Marcus a mi lado, con una mano casualmente apoyada en mi rodilla; a Jordan dando vueltas como un animal enjaulado por todo el salón y a Gato subido a la mesa de café, observándonos amenazadoramente no es la imagen más pacífica del mundo.

—Entonces hay dos víctimas del catfish —sentencia Marcus. Ha dicho esa frase tres veces, pero las dos primeras estábamos intentando asimilarla. Aún no consigo asimilar que Cassie también haya caído en lo mismo.

—Sí —murmura Cassie, cuya voz va bajando una octava cada vez que tiene que mirarnos, como si la fuerza y la voluntad se le escaparan.

Solo espero que eso no tenga nada que ver con el hecho de que haya descubierto que Marcus y yo estamos juntos... o lo que sea. Todavía tenemos pendiente esa conversación, pero como habíamos dejado claro que iríamos despacio, no creo que sea el momento para hablar de ello.

Me ha enviado capturas de pantalla de la conversación con la falsa Eli y, aunque no se la he mostrado a los demás, estoy segura de que pueden hacerse una idea del contenido.

—Tenemos que...

—Creo que deberíamos... —hablamos Cassie y yo a la vez.

Las dos nos callamos, avergonzadas e incómodas, y yo la señalo a ella.

—Empieza tú.

—No, no. No era nada importante.

—Creo que deberíamos empezar a actuar ya —digo finalmente—. ¿Quién sabe si el catfish ha embaucado a más personas? No sé porqué me está usando a mí, pero esto tiene que parar antes de que pase algo más grave. Por ahora solo ha sido un pequeño incidente y una amistad que ha estado a punto de romperse, pero podría llegar más lejos.

—¿Un pequeño incidente? —me pregunta Cassie.

Dudo. No le he contado que Marcus me besó en el Archivo y creo que eso es algo que prefiero guardarme para mí. Aunque, Marcus me mira, animándome a hacerlo, al final desisto.

—No es importante. Fue un encontronazo con Marcus, así es como nos conocimos.

—Una historia de amor un poco extraña —dice él, haciendo una mueca.

—Por culpa de un catfish, además —añado.

Cassie se muerde el labio inferior, pero no dice nada.

—Vale, pongámonos manos a la obra —gruñe Jordan, que no hace más que dar vueltas. Sigue sin estar contenta con el hecho de que le haya contado a Cassie lo del catfish y se le nota. Me dio un sermón de media hora sobre lo peligroso que es ir pregonándolo sin antes comprobar si ella es el catfish o no—. Cassie, lo siento mucho, pero primero vamos a tener que revisar tu teléfono.

—¿Por qué? —pregunta sobresaltada—. Yo no he hecho nada.

—Eso no lo sabemos.

—¿Y por qué no revisamos el tuyo, también? ¿En algún momento os habéis planteado siquiera que el catfish puede ser uno de vosotros? —escupe.

Jordan abre los ojos de par en par.

—¿Pero qué tengo que ver yo en todo esto?

—Lo mismo que yo —gruñe Cassie—. Si vais a ver mi teléfono, yo también quiero ver el suyo. Y el vuestro. Es decir, ¿por qué tengo que confiar ciegamente en vosotros si vosotros no confiáis en mí?

—Pero...

—Cassie tiene razón —la interrumpo, poniendo mi teléfono en la mesa—. Si vamos a colaborar, tenemos que confiar los unos en los otros. Lo único que os pido es que no leáis mis conversaciones con Marcus, que me da vergüenza.

Marcus se echa a reír y me mira con los ojos brillantes de pura malicia.

—¿Te da vergüenza que lean las cosas que nos decimos?

—Un poco sí. Son conversaciones privadas.

Marcus se queda pensativo. Probablemente ha olvidado que a lo largo del fin de semana estuvimos compartiendo mensajes muy poco decorosos.

—Sí, tienes razón. Son bastante privadas. A no ser que os apetezca leer ciertos... asuntos privados, será mejor que evitemos entrar en esas conversaciones.

Cassie toma una bocanada de aire y asiente.

—Está bien. Solo comprobamos las aplicaciones y los correos. También las personas con las que hemos contactado recientemente. Solo para sentirnos más cómodas.

—Cómodos —la corrige Jordan, que sigue molesta—. A no ser que a Marcus le haya salido una vagina.

—¿Por qué tengo que usar el plural masculino si aquí solo hay un hombre? —replica Cassie.

Marcus se encoge de hombros.

—A mí no me molesta.

—Pues ya está. ¿Podemos empezar de una vez, por favor?

A la de tres, todos dejamos nuestros teléfonos sobre la mesilla de café. Mientras los revisamos uno por uno, Gato se encarga de intentar tirarlos de la mesa con la pata cada vez que nos despistamos.

—Nada, Eli está limpia —dice Cassie.

—Era evidente, es la víctima principal —añade Jordan poniendo los ojos en blanco.

El siguiente teléfono es el de Marcus. Él también está limpio, así que pasamos a Cassie, quien tampoco tiene nada sospechoso. Marcus decide entonces enviarle un mensaje a la Falsa Eli y nos pide a todos que dejemos los teléfonos sobre la mesa, pero cuando recibimos la respuesta, ninguno había cogido el teléfono.

—Solucionado —dice—. No somos ninguno de nosotros.

—Aún falta por revisar el teléfono de Jordan —dice Cassie—. Solo por si acaso.

Jordan hace un gesto hacia su teléfono y se lo tiende.

—Espero que estés preparada para lo que vas a encontrar ahí —se burla.

En el teléfono de Jordan, evidentemente, no hay nada sobre el catfish. Lo que sí encontramos son conversaciones con cientos de hombres a quienes descarta como si fueran cromos repetidos. Además, solo tiene una cuenta de Tinder. Era algo que ya sabía, puesto que en ningún momento desconfié de Jordan, pero quiero que el resto también confíe en ella y este ha sido el único método que se nos ha ocurrido.

Cassie se marcha poco después con la promesa de que investigará más y que llamará a su ex la abogada y Jordan se encierra en su habitación para llamar a Nathan y ver si puede hackear el perfil de Tinder. Sé que lo está haciendo por mí, que de otro modo ella habría borrado el número de Nathan de su teléfono.

No es que Jordan desprecie a los hombres, sino que le aterra entregar su corazón a otra persona. Es tan maniaca del control que no se siente capaz de dejar su corazón en manos de alguien que pueda destrozarlo. Nathan me parece un buen tipo, pero entiendo a Jordan porque durante mucho tiempo yo también me he negado a dar un paso adelante.

Al final, Marcus y yo nos quedamos a solas en el sofá mientras Gato nos observa atentamente.

—A veces pienso que ese animal sabe cosas —murmuro tras exhalar un largo suspiro.

—Quién sabe, igual él es el catfish. ¿Has comprobado si no tiene un teléfono escondido en su castillo?

Marcus me pasa un brazo por los hombros y me atrae contra su pecho. Es un gesto nuevo entre nosotros, pero es tan natural, tan correcto, que es imposible no sentirme cómoda con él.

—No me atrevo a acercarme ahí —señalo mientras me acurruco más contra su pecho—. La última vez que pasé por delante de su castillo estuvo a punto de dejarme calva.

—Habría pagado una fortuna por ver eso.

Me separo de él y le doy un golpe en el hombro, molesta.

—¡Oye! ¿Pero cómo te atreves?

—¡Ah, vamos! Debió ser divertido —responde con una sonrisa.

—Eres una persona despreciable y espero que te pique una araña en un testículo.

Marcus arquea una ceja.

—¿Ya estás pensando en mis genitales otra vez, Eli? Al final te voy a tomar por una pervertida.

—¡Yo no pienso en tus genitales! —protesto, intentando separarme de él sin éxito. Cuando quiere, sus brazos pasan de ser acogedores a convertirse en barras de acero. Me retuerzo, molesta—. ¡Suéltame, idiota!

—Te soltaré cuando admitas que piensas en mis genitales —me dice, dándome un golpecito en la nariz que me irrita aún más.

—¡Que no pienso en ellos! Además, ¿quién dice genitales en pleno siglo veintiuno? ¿Quién eres, Cervantes?

—Vale, emplearé otros nombres. —Marcus se queda pensativo un momento—. Veamos... Huevos, cojones, saco escrotal... ¿O estás pensando en otra parte más concreta de mi anatomía? También tiene muchos nombres: polla, picha, verga, nabo, rabo, poronga...

Le tapo la boca con la mano, escandalizada y sonrojada hasta las orejas.

—¿Quieres callarte ya, pedazo de guarro?

Marcus no aguanta más y rompe a reír, aunque se niega a soltarme. Le pongo una mano en la mejilla, sonriendo, y me muerdo el labio inferior.

—Esta semana va a ser la más larga de mi vida —señala él cuando consigue calmarse.

Lo atraigo hacia mí y le beso en la mejilla y desciendo hasta su mandíbula.

—Solo son siete días —le digo entre un beso y otro—. De todos modos, estaré cuatro días con mis padres y tres en una casita en la playa. Quizá me aburra sola allí, en medio de la nada, rodeada de surfistas cachas...

Marcus se separa de mí, arqueando una ceja.

—¿Qué insinúas?

—Solo digo que si te apetece coger un avión y pasar unos días conmigo en la playa es muy probable que te deje entrar. Incluso puede que te permita dormir en la misma cama que yo.

—¿Qué probabilidades hay de que eso pase, exactamente?

—Todo depende de lo bien que te portes, Marcusito.

—Yo siempre me porto genial. Solo me falta un halo en la cabeza para ser un angelito.

—Eso mismo diría el demonio para convencerme de que le deje entrar en mi cama.

Marcus se inclina hacia mí. Está tan cerca que nuestros pechos se rozan con cada respiración y sus labios acarician los míos suavemente.

—Ah, ¿que aún tengo que convencerte de eso? —murmura sobre mis labios—. Creía que ya me habías dejado entrar.

—No del todo. Tienes una patita dentro, nada más.

—¿Segura? Esta mañana no decías lo mismo.

—Eso es porque me pillaste baja de defensas —le digo, mordiéndome el labio inferior.

—Claro, por supuesto. Debe ser eso. No tiene nada que ver con el hecho de que los dos nos gustamos. De hecho, creo que en realidad nos odiamos muchísimo, solo que fingimos otra cosa mientras esperamos a que el otro baje la guardia.

—Exacto, veo que lo has entendido.

—Tienes toda la razón, como siempre —ironiza.

—Y puedo hacerte un PowerPoint para demostrarlo.

Cuando sonríe y me besa, esta vez sin medias tintas, siento que el corazón me hace una pirueta dentro del pecho y me doy cuenta de algo fascinante y, al mismo tiempo, aterrador: Marcus se ha convertido en una parte imprescindible de mi vida.

—¿Te quedarás esta noche? —le pregunto, esperanzada. Aún no estoy preparada para despedirme de él, no por hoy, no después de las cosas que hemos descubierto, de las personas que están viéndose afectadas por las cosas malas que están sucediendo a mi alrededor.

—Estaba esperando a que me lo pidieras —confiesa.

En cuanto nos metemos bajo las sábanas, pega su pecho a mi espalda y me abraza. Nos acurrucamos en brazos del otro, sintiendo el calor de nuestra piel, su respiración contra mi nuca. Sus dedos me recorren la cintura, colándose bajo mi camiseta y acariciándome la piel desnuda.

Me estremezco de pies a cabeza bajo sus caricias, que cada vez se aventuran más en el territorio inexplorado de mi cuerpo, rozándome el estómago, ascendiendo por mis costillas y trazando la frontera de mis pechos.

Con la respiración acelerada, me pego más a él y siento su erección contra mi trasero, encendiéndome como una antorcha olímpica en plenas olimpiadas.

—Marcus... —susurro, incapaz de decir nada más que su nombre una y otra vez como un mantra.

—¿Puedo tocarte? —me pregunta suavemente.

Es un paso gigantesco, pero estoy dispuesta a darlo porque sé que, si hubiera un precipicio al final del camino, él nunca me dejaría caer. Asiento, decidida a avanzar, a dejar atrás todo lo malo, a permitirme abrir un nuevo capítulo y cerrar el anterior con un golpe sordo.

—Si quieres que pare, solo tienes que pedírmelo, Eli. Dilo y me detendré inmediatamente.

Los pensamientos se diluyen cuando una de sus manos se aventura hacia arriba y me roza el pecho mientras que la otra desciende hacia el borde de mi pantalón. Uno de sus dedos juega con mi pezón y mi cuerpo reacciona automáticamente. Me arqueo contra él y le oigo gruñir contra mi oído cuando empiezo a frotarme contra su erección.

Me muerdo el labio inferior con fuerza cuando su otra mano cruza la frontera de mi pantalón y se aventura dentro de mis bragas. Sus dedos me acarician el clítoris con suavidad, tentándome, esperando la reacción de mi cuerpo para saber si le permito continuar. Muevo las caderas contra su mano y el placer es instantáneo, como una ola que se está gestando bajo la superficie y que poco a poco empieza a alzarse para acabar estrellándose contra la orilla.

—Joder, estás empapada —susurra.

Siento uno de sus dedos colarse en mi interior, bombeando suavemente, mientras la palma de su mano me presiona el clítoris. Esta vez no permito que el miedo me paralice, sino que permito que mi cuerpo me guíe en busca del placer que tanto busca. Gimo y me muevo contra su mano y contra su erección al mismo tiempo.

No puedo evitar decir su nombre en voz alta cuando otro dedo se aventura en mi interior y siento la presión abrumándome, transformándose en un orgasmo que amenaza con dejarme rota en mil pedazos. Durante un largo minuto, solo se escuchan nuestras respiraciones aceleradas, el roce de nuestros cuerpos en la oscuridad, el placer abrumándome y creciendo más y más hasta convertirse en un tsunami.

Me muerdo el labio inferior cuando el orgasmo me atraviesa como una flecha, dejándome tensa para luego soltarme y convertirme en gelatina. Respiro entrecortadamente cuando Marcus saca los dedos de mi interior y me coloca la ropa bien.

—Paso a paso —me dice, besándome la frente.

Me giro hacia él, percatándome de que su erección no ha bajado ni un centímetro. Marcus me mira, cauteloso, cuando deslizo la mano dentro de sus boxers.

—¿Estás segura? No quiero obligarte a hacer nada si no estás preparada para ello.

El hecho de que se preocupe por mí en una situación como esta hace que me apetezca saltarle encima, arrancarle toda la ropa y hacerlo como animales durante toda la noche, pero voy a contentarme con dar pequeños pasos hasta que podamos llegar a ese destino.

—Dicen que el dolor de huevos es tremendamente molesto —le digo.

Él se echa a reír, pero su risa termina en un gemido cuando empiezo a mover la mano rítmicamente.

—Sí... sí que lo es —gruñe, respirando entrecortadamente.

—Y no queremos eso.

—No, no lo queremos.

Marcus mueve las caderas contra mi mano, ajustando el ritmo mientras me centro en darle placer. Voy variando la presión con una mano mientras le acaricio con la otra.

—Tienes unas manos que... dios... —dice con voz ronca—. No pares de hacer eso.

—¿Esto? —le digo, presionando ligeramente en la punta.

—Mierda. Sí. Eso. Como pares te despido.

Me echo a reír y hago exactamente lo que me pide. Aumento la velocidad cuando siento que empieza a estremecerse y no paro hasta que le oigo gemir y estalla en un orgasmo.

Ambos nos quedamos en silencio, respirando entrecortadamente, tratando de recuperarnos. Luego, lo limpiamos todo y nos tumbamos de nuevo. Marcus me acaricia la mejilla y me obliga a mirarle. Aún en medio de la oscuridad, veo que está sonriendo. Me inclino hacia él y le beso.

—Gracias por dar este paso conmigo —murmuro.

—Ha sido un placer. Literalmente, además.

—Un gran placer, dirás- —le corrijo—. Tengo manos prodigiosas.

Marcus me toma de las manos y deja un beso en cada una.

—Voy a venerar estas manos a partir de hoy, que lo sepas.

—¿Solo las manos? —le pregunto, arqueando una ceja.

—Oh, no. Tengo intención de venerar cada parte de tu cuerpo, Eli, pero pienso empezar por esta y ya iré venerando el resto.

Sonrío y le acaricio el brazo. Está ardiendo, como siempre. Creo que la temperatura corporal de Marcus está siempre por encima de la media.

—Entonces yo quiero empezar por venerar tu calor corporal. ¿Cómo diablos lo haces? Estás ardiendo.

—Bueno, acabas de hacerme una paja, eso ayuda a que me suba la temperatura corporal.

Ahogo un grito y escondo la cara en su pecho, avergonzada.

—¡No digas esas cosas, que me da vergüenza!

Siento su risa ascender por su pecho y vibrar contra mi mejilla y no puedo evitar sonreír.

—Es increíble que sientas vergüenza después de haber obrado semejante maravilla con esas manos.

—¿Podemos dejar de hablar de lo que acaba de pasar? —le pregunto, enterrando aún más la cara en su pecho.

—¡Pero es que no quiero! Me muero de ganas de gritarlo a los cuatro vientos.

Me echo hacia atrás, mirándolo alarmada.

—¿Qué? ¡Marcus, ni se te ocurra!

Al ver mi expresión de pánico estalla en otra carcajada y se dobla por la mitad mientras yo le doy un manotazo en el hombro, molesta. Marcus se seca una lágrima con el dorso de la mano e intenta recobrar la respiración en vano. Al parecer, le divierte muchísimo avergonzarme.

—Tranquila, no voy a decirle a nadie que tienes semejante prodigio con las manos, no quiero que me salga competencia.

Pongo los ojos en blanco.

—No tienes competencia a la vista, James Dean, así que déjate de tonterías y abrázame, que mañana madrugo y no quiero ir a ver a mis padres con cara de haber pasado la noche haciendo cosas indecentes.

—Es que las hemos hecho —responde burlón.

—Sí, pero el público general no tiene porqué saberlo. Especialmente si ese público se hacen llamar mamá y papá.

—Cierto, no quisiera causar mala impresión a mis futuros suegros —se burla, guiñándome un ojo.

El corazón me da una vuelta de campana en cuanto me dice eso, pero no tengo tiempo de responder porque, automáticamente, Marcus me abraza contra su pecho, nos tapa con la manta y me acaricia el pelo hasta que me quedo completamente dormida.

Y puedo jurar que nunca me había sentido tan segura como en esos instantes entre sus brazos.


Lo estabais pidiendo a gritos y a mí no me gusta que la gente me grite, así que aquí lo tenéis, el comienzo de lo que SE VIENE con estos dos.

Eli ahora no solo es la reina del PowerPoint, también lo es de las pajillas 😂 JAJAJA

Espero que hayáis disfrutado del capítulo ♥ En el siguiente conoceréis a los suegros de Marcus 😏

Que, por cierto... Marcus y Eli en una casa de la playa????????????????? Ya podéis chillar

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro