Capítulo 13
Estoy oficialmente agotada. He pasado todo el fin de semana con la cara enterrada en los informes, tratando de tenerlo todo a punto para que hoy solo tenga que trabajar un par de horas y así poder desaparecer oficialmente de la oficina.
Haber hecho aquel viaje con Marcus me quitó dos días de trabajo y yo siempre he tenido una agenda bastante ajustada, por lo que he tenido que ponerme las pilas para no dejar nada a medias antes de las vacaciones. No es que la empresa me vaya a negar las vacaciones si tengo algo por hacer, pero no quiero pasarle esa carga de trabajo a Jordan.
Mi único respiro lo tuve anoche, cuando Marcus apareció por sorpresa, despeinado y con el libro que le había prestado en la mano.
—Dime que tienes la segunda parte —me dijo con tono suplicante.
Yo aún no la había leído, pero de todos modos se la presté con la promesa de que no me contara el final. Luego, se quedó un rato, pero le lanzaba tantas miradas de reojo al libro que terminé por echarlo de casa para que se fuera a leer. De todos modos, aún tenía mucho trabajo por delante y terminé acostándome a las cuatro de la madrugada, con casi todo el trabajo terminado.
Arrastro los pies por la oficina y entierro la nariz en el ordenador para dar los últimos retoques al trabajo con la ayuda de Jordan y de Martie, para quien la idea de retomar nuestra amistad, significa retomar la costumbre de merodear por mi escritorio como si fuera un ave de presa y soltar bromas inapropiadas o intentar asustarme y, de vez en cuando, hacer algún comentario útil sobre el trabajo.
La tercera vez que pasea a nuestro alrededor le dedico una mirada asesina.
A la cuarta, le tiro de la corbata y le juro que, si vuelve a pasar, le haré la zancadilla.
Y así es como termina sentándose en su puesto y haciendo el idiota desde la distancia. Es evidente que no tiene absolutamente nada que hacer hoy, de lo contrario tendría la cara enterrada en su teclado.
Pero yo sí tengo trabajo y eso me está poniendo de mal humor, sobre todo cuando termino y recibo un mensaje de Simon indicándome que acuda a su despacho.
He estado evitándolo desde que me besó y descubrí que me había creado una imagen de él que no coincidía en absoluto con la realidad, pero es mi supervisor y no puedo huir de él para siempre, así que imprimo todo el trabajo y me dirijo a su despacho.
Simon está sentado en su escritorio, el ceño fruncido y discutiendo, otra vez, por teléfono.
—Esa no fue mi propuesta y lo sabe, señor Hawkes —gruñe—. Como bien sabe, no me gusta la mediocridad y soy muy minucioso con mi trabajo. No estoy de acuerdo con su decisión, pero la respetaré.
Ladeo la cabeza. A mí no se me ocurriría hablarle de ese modo al señor Hawkes ni en un millón de años, pero es evidente que Simon se cree con derecho a tomarse ciertas licencias.
—Por supuesto, señor Hawkes —dice. Le tiembla un músculo en la mejilla al hablar, como si estuviera conteniéndose—. Como usted desee. Se lo haré saber. Muchas gracias.
Observo su despacho con detenimiento. Ha vuelto a cambiar la decoración y ahora es aún más frívola. La cafetera ha desaparecido y las estatuas han cambiado de lugar. No hay ni rastro de la planta. Empieza a parecerse a la consulta de un dentista.
Alza la cabeza hacia mí y ahí está de nuevo, la sonrisa que siempre tiene en el rostro. Tengo que contenerme para no hacer una mueca porque no puedo evitar pesar en lo que me confesó Jordan, que le vio sonreír del mismo modo el día en que le hundieron la vida a Sarah. Nunca he tenido un contacto estrecho con ella, y sé que, desde el asunto de la felación, pocas personas se relacionan con Sarah.
Ahora lo pienso y siento náuseas. Todos la dimos de lado.
—Buenos días, Elisabeth —me dice con voz suave—. Te veo bien.
Le devuelvo el saludo escuetamente y dejo la documentación sobre su escritorio.
—Aquí están los proyectos que tenía que finalizar. No tengo nada más pendiente.
Ni siquiera mira los documentos. Apoya los codos sobre la mesa y me mira, pensativo.
—¿Dónde estuviste la semana pasada? Apenas te vi.
—Trabajando —le respondo.
—¿También el jueves y el viernes?
—Me tomé dos días libres, si es eso lo que me querías preguntar.
Él chasquea la lengua al ver que, de pronto, mi actitud hacia él ha cambiado y se pone en pie.
—Escucha, respecto a lo del otro día, creo que no estuvo bien que te fueras así.
—No te preocupes por eso. Ten por seguro que no se repetirá. Las normas de la empresa son bastante claras respecto a ese asunto, imagino que eres consciente de ello.
Él parpadea, atónito.
—También creo recordar que te dije que quería conocerte.
Me contengo para no decirle lo que realmente pienso respecto a lo que pasó, que nunca había tenido una cita tan tensa y que era evidente que ambos estábamos incómodos.
—Y nos conocimos. Es evidente que no somos compatibles, así que es mejor dejar esto aquí. Prefiero que nuestra relación se limite a lo estrictamente profesional.
—No entiendo ese cambio tan repentino —me dice, frunciendo el ceño. Da un paso hacia mí, pero yo retrocedo dos—. Me consta que te gusto, así que, ¿a qué viene hacerse la dura ahora?
—Creo que ya he dejado bien clara mi opinión al respecto, así que no me voy a repetir más —replico firmemente. No voy a dejar que ningún hombre me manipule otra vez—. ¿Solo me has hecho llamar para esto? Si es así, me marcho ya. Oficialmente estaré de vacaciones dentro de cincuenta minutos y no quiero perder más tiempo.
Le veo debatirse, apretando la mandíbula. Simon es una persona a la que jamás le han dicho que no, así que mi actitud le enfurece. Me juro a mí misma que, si da un solo paso más hacia mí, voy a terminar insultándolo en tres idiomas distintos. Desde mi encontronazo con el vecino de Marcus, aprendí a decir palabrotas en ruso, así que más le vale estar preparado para recibir treinta y siete maldiciones en ruso.
Al final, Simon chasquea la lengua y pone los ojos en blanco, como si, para él yo no valiera el esfuerzo de intentarlo una vez más. Me alegra que lo vea así, prefiero que se rinda y vuelva a fingir que no existo a tener que soportar la tensión de nuestro último encuentro.
—Arnold Hawkes quiere verte en su despacho a las nueve —me informa fríamente.
—¿Te ha dicho porqué?
Simon me dedica una sonrisa tensa.
—Es sobre tu ascenso. El que yo propuse.
Lo dice como si me lo estuviera echando en cara, como si yo fuera una niñata malagradecida que no merecía que él hiciera ese esfuerzo por mí.
Pese a ello, siento que me da un vuelco el corazón y se me escapa una sonrisa.
—¿Lo he conseguido?
Esta vez, él sonríe de verdad.
—No —dice, borrándome la sonrisa de golpe—. Primero tendrás una entrevista con él. Si la superas... Bueno, tendrás noticias suyas, supongo.
Deja la frase a medias, como si ni siquiera él estuviera seguro de que vaya a conseguir el puesto. En lugar de dejar que me afecten sus palabras, sonrío de oreja a oreja.
—Estupendo. Gracias por avisarme —le informo.
—Y ya sabes, no te pongas nerviosa ni hagas eso de hablar sin parar y gesticular tanto —me dice—. Da muy mala imagen.
Ladeo la cabeza. No sé cómo hemos pasado de intentar gustarnos a lanzarnos dardos envenenados tan pronto, pero no me importa porque ahora mismo no puedo dejar de pensar en que voy a tener una oportunidad de ascenso y esa felicidad no la va a empañar un idiota trajeado.
—Solo lo hago cuando estoy con una persona que me hace sentir incómoda, Simon —le espeto—. El señor Hawkes es encantador, estoy segura de que me sentiré como en casa.
—¿También lo es su hijo?
Me congelo en el sitio. Estoy a punto de preguntarle a qué viene eso, de delatarme a mí misma pero, afortunadamente, soy menos impulsiva de lo que esperaba.
—No he tenido el placer de conocerlo, pero seguramente lo sea.
Hay algo extraño en la expresión de Simon, algo que no me gusta nada, pero decido ignorarlo y salgo de allí tan feliz como una niña el día de Navidad.
Le envío un mensaje a Marcus, prácticamente tropezando con las teclas.
Yo: ¡Tu padre me quiere entrevistar para el puesto de coordinadora! Si no llego a tiempo es porque me ha dado un infarto, así que llama a la ambulancia. Estoy en el ascensor, por si necesitas indicaciones.
Marcus: Lo sé. Te propuse yo ;)
Me congelo con un dedo sobre el botón de la quinta planta.
Yo: ¿Qué?
Marcus: Tranquila, no le he manipulado ni nada de eso, solo mencioné que eres buena en tu trabajo y que debería entrevistarse contigo. El ascenso está en tu mano si superas la entrevista, no en la mía.
Yo: ¿Y a quién propuso Simon?
Marcus: A Theodore Levels. ¿Por qué? ¿Lo conoces?
Confirmado, Simon es un mentiroso, un arrogante y un cretino. Todas las banderas rojas se alzan al mismo tiempo, como si a mi alrededor hubiera un jurado que está juzgando cada movimiento de mi supervisor.
En siete días ha pasado de ser mi crush a mi archienemigo oficial. En un mes intentaremos asesinarnos en los pasillos.
Pedazo de cabrón. Ahora me arrepiento de no haber sido más agresiva con él antes, pero me voy a ir guardando frases mordaces para ir soltándole como metralletas en cuanto lo vea. Las apuntaré en las notas de mi teléfono, por si se me olvidan. Puede que incluso le dedique un par de PowerPoints.
Me encantaría decirle todo esto a Marcus, pero no es el momento. Prefiero esperar a verle en persona.
Yo: Por nada, es solo curiosidad. Si tengo que competir con Theodore voy a ganar seguro. Es un inútil patológico, el pobrecito. Eso sí, lame culos como un campeón.
Marcus: Ganarías incluso si tuvieras que competir conmigo. Mucha suerte, Eli ♥
Marcus: Ah, por cierto, mi padre es igual que yo pero más viejo y está en plena crisis de los sesenta. Trátalo con cariño, que es muy sensible.
Al ver el corazón sonrío como una idiota. Desde que volvimos del viaje, Marcus me ha estado enviando mensajes cada vez que tiene la oportunidad y, esta vez, he prestado atención a todo lo que me dice. Es como si hubiera despertado en mí un lado sentimental que creía que había muerto.
Sonriendo, me dirijo al despacho de Arnold Hawkes. El propio Arnold me está esperando, con la puerta abierta y una sonrisa de oreja a oreja. Marcus tiene razón, su padre es encantador, pero no puedo evitar preguntarme si sería igual de encantador si supiera que su hijo y yo hemos compartido algo más que un par de palabras.
Me invita a pasar y me hace varias preguntas rutinarias, aunque estoy segura de que conoce las respuestas: cuánto tiempo llevo en la empresa, si estoy cómoda y si me siento preparada para asumir la responsabilidad de un puesto superior. Se parece tanto a Marcus que, automáticamente, me siento cómoda a su alrededor.
—De los proyectos en los que has trabajado, ¿cuál es el que más te ha gustado? —me pregunta de pronto.
No necesito más de un segundo para responder.
—Las viviendas del valle Ashter. Bueno, técnicamente no es mi proyecto, pero fui yo quien aportó la idea de hacerlas ahí y también contacté con ecologistas de la zona para que pudieran darme su visión.
A Arnold parece sorprenderle, pero se sobrepone rápidamente.
—Y dime, ¿qué te parece el proyecto?
—Creo que es viable. El valle de Ashter es territorio urbanizable y hay una empresa interesada en convertirlo en un vertedero. —Intento evitar arrugar la nariz por lo frustrante de la situación, pero no lo consigo. Destrozar un paraje natural siempre me pone de mal humor—. No es que ahora no lo sea, claro. Lamentablemente, ahora se encuentra en un estado lamentable, así que la perspectiva de comprar el terreno al completo y construir de forma sostenible solo en una parte mientras se rehabilita el resto le ha parecido mucho mejor a los ecologistas. Siguen sin estar del todo de acuerdo, claro. Para ellos sería mucho mejor que se rehabilitara el valle y se convirtiera en un parque natural, pero sabemos que eso es imposible.
Él me escucha con un dedo sobre los labios. Está serio, atento a cada una de mis palabras.
—Te apasiona tu trabajo —sentencia—. No todo el mundo puede decir eso.
Le sonrío.
—Me gusta el proceso de planificación y ver cómo todo va cobrando vida poco a poco. Es casi como tener un hijo. —Frunzo el ceño, dándome cuenta de que la comparación no es muy acertada y una bola de nervios empieza a anudarse en torno a mi estómago—. Bueno, no quiero decir que lo sea, supongo que los hijos son mucho más importantes que un proyecto. Igualmente, la metáfora de comparar las cosas con hijos está muy quemada, creo que debería ser ilegal usarla.
Arnold suelta una carcajada sincera, haciendo que me relaje de nuevo.
—Coincido contigo en absolutamente todo —me dice, haciendo que me relaje de nuevo—. ¿Qué opinas de mi hijo?
Doy un salto en el asiento y estoy a punto de caerme de la silla, pero me recompongo. Esta entrevista empieza a convertirse en una montaña rusa de emociones.
—Discúlpeme, pero no entiendo muy bien la pregunta. ¿Quieres que opine sobre cómo se desenvuelve en el trabajo?
La mirada de Arnold no me abandona ni un solo instante y sé que está analizando cada mínimo gesto que hago,
—Por ejemplo, sí. Y por favor, tutéame. Cada vez que alguien me trata de usted pierdo años de vida —bromea.
Le sonrío, confiada, y quizá es esa confianza la que me empuja a contarle exactamente lo que pienso de su hijo.
—Creo que hace un trabajo impecable y que se esfuerza mucho para que todo salga bien. Me contó que nunca había presentado un proyecto, así que ejercí de apoyo y apenas necesitó que le echara una mano. Prácticamente dirigió la presentación él solo y eso dice mucho sobre sus capacidades. Es bueno en su trabajo, lo que necesita es que confíen en él e ir a su ritmo. A fin de cuentas, carga con una responsabilidad enorme sobre sus hombros.
Mi jefe se queda en silencio durante tanto tiempo que empiezo a preguntarme si no he metido la pata al hablar tan abiertamente sobre su hijo.
—Parece que lo conoces bien.
—Es fácil conocer a una persona que es muy abierta respecto a sí misma y a cómo se siente.
Él asiente.
—¿Te sientes cómoda trabajando con él?
—Sí, por supuesto —respondo sin dudar.
Arnold se recuesta en el asiento, pensativo.
—Te pregunto esto porque hemos recibido la respuesta de Ersen Enterprises. Harris ha aceptado el proyecto.
—¡Eso es maravilloso! Me alegra que lo hayamos conseguido —le digo, encantada.
—Y eso no es todo. Harris quiere trabajar con vosotros. Dice que le habéis cautivado y que no dejaría su proyecto en manos de otra persona.
—Vaya. Eso es... —parpadeo, atónita—. ¿De verdad?
—Sí, de verdad —admite él—. Empezareis a trabajar en el proyecto en cuanto regreses de tus merecidas vacaciones, si estás conforme con ello. —Asiento, aún atónita—. Respecto a tu ascenso, pronto recibirás mi llamada.
Me pongo en pie justo cuando él lo hace y me estrecha la mano.
—Le agradezco la oportunidad que me está brindando, señor Hawkes —le digo, intentando, sin éxito, no aturullarme—. Prometo esforzarme para dar lo mejor de mí.
—No me cabe duda de ello, Elisabeth. Tu trabajo en Hackaway Technologies es impecable, por eso te estoy brindando esta oportunidad. Ha sido un placer charlar contigo. Ahora, es momento de que disfrutes de tus vacaciones.
Me meto en el ascensor temblando. La entrevista ha ido bien, así que no tengo nada que temer, pero aún tengo los nervios a flor de piel. Empiezo a teclear en mi móvil para avisarle a Marcus de que he terminado y que me voy a casa.
Alguien entra apresuradamente en el ascensor, pero yo sigo tecleando, centrada lo que quiero decirle. Sé que me había dicho que esta semana iba a estar hasta arriba de trabajo, pero me gustaría poder verle antes de irme de vacaciones. Voy a pasar más de una semana fuera y no quiero irme sin despedirme de él.
Es más, no quiero irme en absoluto. Y no solo por él, sino porque me aterra volver a casa sola.
Las puertas del ascensor se cierran de golpe y yo me mordisqueo el labio inferior.
—¿Qué tal la entrevista? —me pregunta Marcus.
Doy un respingo y casi lanzo el móvil por los aires. No me había dado cuenta de que era él. Alzo la vista y le sonrío de oreja a oreja.
—Creo que ha ido bien. Tu padre ha sido encantador, por cierto. Lo llevas en los genes, es evidente.
Él se ríe.
—No me cabe ninguna duda de que vas a conseguir ese ascenso. Así dejarás de tener el trasero pegado a un escritorio y podrás escaquearte más a menudo.
Arqueo una ceja.
—¿Estás deseando que consiga el ascenso para enrollarnos en cualquier sitio o me lo parece a mí? No, aún peor, creo que has sido tú quien convenció a Harris de que nos ponga a trabajar juntos. ¿Sabes que tenemos que trabajar, verdad? —le digo, haciendo énfasis en las últimas palabras.
Sus ojos se oscurecen.
—No quieres saber lo que estoy deseando hacer ahora mismo —ronronea.
Trago saliva, siendo consciente de lo cerca que está de mí y lo peligroso que sería si alguien nos ve así. Sin embargo, cada vez que estoy con Marcus pierdo la cordura de una forma abrumadora. Es como si sacara a la luz una parte de mí que desconocía por completo.
—Dímelo —susurro, pasando los dedos por su corbata. La agarro y tiro de él suavemente—. O, mejor aún, hazlo.
—Si lo hago, todo eso de ir despacio se irá al garete —me dice con voz ronca.
—Creo que podemos permitírnoslo durante un minuto.
Marcus presiona el botón de stop y el ascensor se detiene de golpe, sobresaltándome.
—Un minuto —repite, ladeando la cabeza—. Yo no quiero un solo minuto contigo, quiero mucho más que eso.
No tengo tiempo de responderle. Marcus me empuja contra la pared del ascensor y me levanta por las caderas. Ahogo un gemido cuando sus labios se estrellan contra los míos y termino enrollando las piernas en su cintura para no perder el equilibrio.
Marcus es la única persona capaz de provocarme una montaña rusa de emociones en cuestión de unos segundos, de hacer que olvide de quién soy y que el mundo gire en torno a sus labios y a la forma en que mi cuerpo se amolda al suyo.
Me clava los dedos en los muslos cuando le muerdo el labio inferior y un gesto tan sencillo hace que perdamos por completo la noción del lugar donde nos encontramos. O quizá, el hecho de que estemos haciendo algo absolutamente prohibido es, precisamente, lo que nos ha lanzado a los brazos del otro de esta forma tan demencial.
Marcus me aprieta contra la pared y yo muevo las caderas, frotándome contra su erección. El placer me arranca un escalofrío y se me corta la respiración. Me hace el pelo a un lado para besarme el cuello y eso es todo lo que necesito para perder el control por completo y que se me escape un gemido.
—¿Va todo bien ahí dentro? —pregunta alguien a través del interfono.
Marcus y yo nos miramos, jadeando. Tiene una sonrisa traviesa en los labios y yo me he puesto roja como un tomate.
Dios, si estás ahí arriba, solo te pido que el técnico del ascensor no me haya escuchado gemir.
—Sí, sí —responde con calma, como si no hubiéramos hecho absolutamente nada—. Lo siento, pulsé el botón de stop sin querer.
El ascensor se pone en marcha con un traqueteo y Marcus me ayuda a arreglarme el pelo y la ropa y luego hace lo propio con la suya. Le paso los dedos por el pelo para ayudarlo a peinarse y, en lugar de colaborar, me da un beso en los labios y sonríe de nuevo, orgulloso por haberme hecho perder el control.
—Nos vemos luego —me dice, el muy cabrón.
Las puertas se abren y yo salgo del ascensor tambaleándome, con piernas temblorosas y las mejillas de color escarlata. Me giro para verle y hacerle la peineta por haberme hecho semejante encerrona en pleno trabajo, pero ya se han cerrado las puertas, así que me guardo la venganza para más tarde. Si viene a verme esta noche, se va a arrepentir de haberme puesto en este estado en pleno trabajo.
Intento recomponerme de camino a mi puesto y me siento en el escritorio para apagar el ordenador y recoger algunas cosas, disimulando.
Jordan se echa a reír y la miro, confusa. Por toda respuesta, ella coge un pañuelo de su bolso, me pone una mano en la barbilla para que me quede quieta y me arregla el pintalabios.
—Recuerda usar pintalabios de color claro la próxima vez que te enrolles con tu jefe en el ascensor —murmura, aún sonriendo.
Se me ponen las mejillas de color escarlata y prácticamente me hundo en mi asiento.
—Dios, qué vergüenza —digo abochornada.
—Tranquila, solo era un poco. Veo que tuvisteis tiempo de arreglar el mayor desastre antes de llegar. Menudo talento.
—No tendríamos que haber hecho eso.
Jordan se encoge de hombros, despreocupada.
—Pues yo creo que sí. Has pasado mucho tiempo reprimiéndote a ti misma, Eli. Ya es hora de que disfrutes un poco de la vida, ¿no?
—Sí, pero no a costa de mi...
—Buenos días —dice una voz cortante a la vez que un archivo cae sobre mi escritorio con fuerza—. Nuevo proyecto. Tenéis diez días para terminarlo.
Alzo la vista hacia Cassie y me pongo en pie, tendiéndole el documento de nuevo.
—Lo siento, pero estoy oficialmente de vacaciones. Me temo que tendrás que pasarle el proyecto a otra persona.
Ella aprieta la mandíbula y me arrebata el documento con brusquedad mientras Jordan nos observa y me da una patada disimuladamente. No creo que Cassie esté en su mejor día, pero sí es cierto que, si voy a irme de vacaciones, prefiero irme sabiendo que no hay un catfish sociópata siguiendo mis pasos, así que me pongo en pie de golpe y tomo a Cassie del brazo antes de que se vaya.
—¿Podemos hablar en privado?
Cassie abre la boca y la cierra varias veces. Luego, mira mi mano sobre su brazo y asiente, tensa de los pies a la cabeza, antes de soltarse con brusquedad y echar a andar hacia su despacho. La sigo en silencio, consciente de la tensión que reina entre las dos y que crece en el momento en el que ella cierra la puerta a su espalda y se apoya en su escritorio de brazos cruzados.
—¿Qué quieres? —escupe.
No sé qué decirle, en realidad, y su actitud no da pie a mantener una conversación medianamente pacífica, pero aún así quiero intentarlo.
—Escucha, yo... —Tomo aire, frustrada porque las palabras se niegan a fluir—. Creo que es absurdo que sigamos enfadadas por un ascenso que tú ya obtuviste y que claramente te merecías. Sí, es cierto que entramos en un modo de competitividad bastante fuerte, pero no tiene sentido que sigamos así y...
—¿Te estás burlando de mí? —me interrumpe, fulminándome con la mirada—. ¿Crees que puedes venir aquí y hablarme de un supuesto enfado por un ascenso después de lo que hiciste? Deberías trabajar más en tus excusas.
Frunzo el ceño.
—¿De lo que hice? —le pregunto.
Ella alza las manos, frustrada.
—Ah, así que ahora vamos a jugar a fingir que no ha pasado nada. Bien, yo también sé jugar a ese juego —sisea—. Fuera de mi despacho. Ya. Lárgate a tus puñeteras vacaciones, así me ahorraré el tener que verte esta semana.
Abro la boca y la cierro varias veces, confundida.
—Cassie, te prometo que no entiendo de qué estás hablando.
Ella me mira un instante, furiosa, y termina por sacar su teléfono del bolso con brusquedad.
—Pues vamos a refrescarte la memoria.
Teclea algo en su teléfono y, tras unos segundos de incertidumbre, me muestra la pantalla. Al verlo, retrocedo un paso y se me acelera el corazón. Esto no puede estar pasando. Siento como si el oxígeno de toda la habitación hubiera desaparecido y mis pulmones se empiezan a vaciar rápidamente.
—Esa no soy yo —murmuro, llevándome una mano al pecho.
Cassie se echa a reír.
—Bonita excusa. ¿También me vas a decir que el agua no moja?
—No es ninguna excusa, Cassie. Yo no tengo perfil en Tinder. Sabes perfectamente que me aterra la idea de citarme con desconocidos.
—Pero yo no soy una desconocida —me dice, aunque es evidente que está perdiendo seguridad con cada palabra que pronuncia—. Éramos amigas, nos conocíamos y tú de pronto me dices esto y...
No consigue terminar la frase porque le tiembla demasiado el labio inferior. Su coraza se resquebraja frente a mí y no sé cómo reaccionar, qué decir para solucionar esto. Las palabras que le dedicó el catfish a Cassie jamás habrían salido de mi boca ni aunque fuéramos las peores enemigas. Es... Es injusto y terrible.
Doy un paso hacia ella, dubitativa, y le pongo una mano en el hombro.
—Cassie, si no te he hablado en todo este tiempo es porque creí que nos habíamos centrado tanto en competir por el ascenso que ya no éramos capaces de salir de ese modo. —Chasqueo la lengua, molesta—. Mierda, tendría que haberle hecho caso a Jordan y hablarte mucho antes.
—Entonces, ¿me estás diciendo la verdad? ¿Este perfil no es tuyo?
—Sabes que yo jamás te diría algo así. Eres mi amiga, Cassie, y aunque yo no pueda verte de ese modo porque soy demasiado hetero —remarco, intentando bromear en vano—, nunca me burlaría de ti ni te haría sentir mal por ser bisexual ni por fijarte en este cuerpo que Dios me ha dado.
A Cassie se le escapa una carcajada que termina en un pequeño sollozo. Aprieto los labios en un intento por controlar mis propias lágrimas porque sé que, como empecemos a llorar las dos, no vamos a parar nunca.
—Estoy acostumbrada a que me digan cosas bastante desagradables, pero creer que tú me habías dicho esto después de haberte confesado cómo me sentía fue... fue espantoso, Eli. Y tener que verte todos los días y que fingieras que no había pasado nada fue aún peor.
—Lo siento muchísimo, Cassie. No te mereces algo así. —Le aprieto la mano en un intento por reconfortarla—. Te prometo que voy a encontrar a la persona que está detrás de esto y le haré pagar por el daño que te hizo.
Ella se seca las lágrimas con el dorso de la mano, temblando.
—Sea quien sea, no sabe con quiénes se ha metido y tampoco sabe que mi ex es abogada. La mejor abogada de todo el maldito Evenmont.
Le doy un abrazo, temerosa de que se aparte, pero Cassie me lo devuelve sin dudar un segundo.
—Siento muchísimo haberme comportado así contigo. Tendría que haber sospechado que tú jamás harías algo así.
—No hay nada que sentir, Cass. Yo empiezo a dudar hasta de mi sombra.
Ella se separa de mí un segundo para mirarme a los ojos.
—¿A qué te refieres?
Tomo una bocanada de aire y le pido que me enseñe el perfil. Compruebo las fotos y la descripción y trago saliva. Es el mismo perfil que han usado para engañar a Marcus. No puedo evitar preguntarme cuántas personas han caído en esa trampa.
—Es la segunda vez que alguien usa ese perfil para hacer algo así.
Cassie está tan enfadada que le tiemblan las manos. Rebusca en la agenda de su teléfono y ya sé a quién va a llamar antes de ver su nombre en la agenda.
—Voy a llamar a Elaine. Reuniremos pruebas y prepararemos una demanda. Seguramente la policía pueda dar con la dirección IP de ese imbécil.
Entonces me acuerdo de Nathan.
—Jordan tiene un amante que es informático, quizá pueda echarnos una mano.
Cassie asiente.
—Nos vemos esta tarde en tu casa. Iremos a por ese cabrón con todo lo que tengamos, Eli. De eso no te quepa ninguna duda.
—Primero tengo que hablar de esto con la otra persona implicada, por si quiere tomar medidas.
—Yo las voy a tomar, tenlo presente. Pero si esa persona no quiere que salga su nombre cuando todo esto estalle, que me lo haga saber.
Asiento y, tras unos minutos intentando recuperar la compostura, salgo de su despacho. Recojo todas mis cosas y me subo en un taxi porque no me siento capaz de regresar a casa en transporte público sin perder la compostura.
En cuanto estoy a salvo en casa, decido llamar a Marcus. Esto no va a ser nada fácil.
Me voy retirando lentamente mientras procesáis todo lo que está pasando. Ya tenía muchas ganas de que Cassie hiciera su aparición magistral, que llevaba desde el primer capítulo sin dar guerra y ya iba tocando que dijera algo de una vez.
¿Creéis que Cassie realmente ha sido víctima del catfish? 😳
¿Y qué me decís de la escenita del ascensor? Ha sido corta, pero el ambiente empieza a caldearse y me temo que mis niños van a salir ardiendo en cualquier momento 🔥🔥
Poned 🌶🌶🌶 si queréis que Eli reúna por fin el valor para dar el paso con Marcus 😏
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro