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Capítulo 12

El avión se mueve por la pista traqueteando. Da la impresión de que, en algún momento, se va a desmontar y nos quedaremos con el culo en el asfalto. Marcus, a mi lado, gruñe cuando el avión da una última sacudida antes de despegar por fin. Acto seguido, entrelaza nuestros dedos. Prácticamente no nos hemos despegado en las últimas veinticuatro horas. Después del jacuzzi nos metimos en la cama y charlamos hasta que el hambre nos obligó a salir a la calle. Luego dimos un paseo por Maintown, cenamos en el primer lugar que encontramos y regresamos al hotel para seguir hablando.

Con él siento que los temas de conversación nunca terminan. Son infinitos, al igual que sus caricias. Marcus nunca parece cansarse de mi contacto y me busca inconscientemente y yo estoy empezando a hacer lo mismo.

Apoyo la cabeza en su hombro y bostezo. Aún me parece increíble que hayamos pasado dos noches juntos y que él siga respetando mi espacio. Ni siquiera intentó nada en el jacuzzi y tampoco cuando dormimos juntos por segunda vez, pese a que era evidente que lo estaba deseando. Que ambos queríamos hacerlo.

Pero aún no me siento preparada.

Me da la sensación de que, en lo que se refiere al sexo, he retrocedido hasta mi adolescencia. Es como si fuera virgen de nuevo, como si toda la experiencia que había adquirido durante los últimos años se hubiera esfumado a la vez. Siento el mismo miedo de las primeras veces enroscándose en la parte baja del estómago y también los nervios de anticipación.

Me da la impresión de que se ha activado una cuenta atrás y que, en cualquier momento, el contador va a llegar a cero. Es evidente que Marcus no va a esperar toda la vida a que me decida y yo tampoco me siento capaz de controlarme lo suficiente como para esperar tanto tiempo, pero lo que me aterra es cómo voy a reaccionar cuando eso suceda, cuando vayamos tan lejos.

No quiero entrar en pánico y fastidiarlo todo.

En un intento por despejarme, hago una lista de los libros que quiero leer este año, separándolos entre los que ya he comprado y los que no. Hay muchos, más libros de los que podría leer con el tiempo del que dispongo, pero cada año lo intento igual.

Cuando me canso de las listas, me quedo dormida sobre el hombro de Marcus y, al despertar, el avión ya está aterrizando. Nos despedimos en el aeropuerto y Marcus me paga un taxi hasta mi casa porque a él aún le espera un día increíblemente largo. Por lo que me ha contado, tiene que reunirse con su padre en apenas unas horas para ponerse al día y, en sus palabras, volver a tener otro de esos días de padre e hijo que su padre parece adorar últimamente.

Yo me alegro por ambos. A mí me encantaba pasar tiempo con mi madre antes de mudarme a Evenmont. Solíamos recorrer Lenox de arriba a abajo, buscando rincones que aun no conociéramos, descubriendo nuevos restaurantes y haciendo amigos por el camino. A mi madre, además, le encanta la naturaleza, así que prácticamente conozco cada rincón de Lenox como la palma de mi propia mano..

El trayecto de vuelta a casa se me antoja extraño y, mientras estoy subiendo las escaleras hasta mi piso, recibo una llamada de mis padres, que quieren asegurarse de que no me voy a inventar una excusa para no ir a verles, igual que hice las últimas dos veces.

En el fondo quiero huir, pero ya se me han agotado las excusas, los billetes de avión no son reembolsables y, además, después de la visita a mi familia, he reservado una casita a pie de playa que, aunque me costó una fortuna, es justo lo que necesito para desconectar de todo.

Jordan no está en casa. Hay una nota sobre la mesa que me da la bienvenida a casa y me asegura que estará de vuelta antes de que logre deshacer la maleta.

Mi amiga cumple con su promesa. Cuando estoy en ropa cómoda, leyendo en el sofá la segunda parte del libro que le presté a Marcus, aparece con Martie. Hacía tiempo que no se pasaba por casa, concretamente desde que le encargaron el dichoso proyecto del váter pero, ahora que tiene la agenda más libre, parece querer retomar la amistad justo donde la dejamos.

Martie se lanza en el sofá de Gato como si le perteneciera y el animal echa las orejas hacia atrás, observándole con rabia desde lo alto de su castillo. Él clava sus ojos azules en mí, que contrastan muchísimo con su piel oscura, y me dedica una media sonrisa.

—Echaba de menos venir a molestaros —señala como si hubiera estado de viaje en lugar de enfrascado en un proyecto increíblemente ridículo—. ¿Me he perdido algo este mes?

Jordan y yo compartimos una mirada y, en silencio, acordamos no decir una sola palabra de Marcus.

—No mucho, la verdad —admite Jordan, inverviniendo en mi lugar—. Además de descubrir que las paletas de Gertrude son falsas, no hemos vivido más aventuras.

Le lanzo a Jordan una mirada asesina. Habíamos acordado mantener el secreto, pero es evidente que los secretos en nuestro círculo de amigos no permanecen ocultos durante demasiado tiempo.

Martie parpadea, confundido, mientras Jordan le relata lo que me contó Simon.

—Yo habría demandado a la empresa por hacer puertas de cristal tan duro —farfullo mientras me imagino llevando a Marcus a un juzgado porque me rompí un diente contra una de las puertas de la empresa. Sería divertido, desde luego.

—¿Eso quiere decir que se puso las paletas así a propósito?

—No lo creo —intervengo—. Supongo que su dentista no midió bien. A veces pasa, sobre todo si vas a uno barato.

Él se encoge de hombros.

—Pero podría ajustárselas, ¿no? Que se las limen, como a las cobayas.

Me muerdo el labio inferior. No me gusta el rumbo que está tomando la conversación porque, sinceramente, hablar del físico de los demás no es plato de buen gusto, así que decido intervenir.

—¿Y qué tal con Sarah? —le pregunto en un intento por desviar el tema.

Martie aprieta los labios. Vale, quizá ha sido un golpe bajo, pero ha sido el primer tema que me ha venido a la cabeza.

—Lo de siempre. Desde lo que ocurrió en el archivo no es capaz ni de mirarme a la cara —murmura, encogiéndose de hombros—. No sé, creo que, en cierto modo, se avergüenza tanto que prefiere culparme a mí antes que simplemente ver que los dos somos culpables porque no tendríamos que haber hecho nada allí.

—También has de entender que es una mujer, a nosotras nos torturan mucho más ese tipo de cosas.

Él asiente, frustrado.

—Lo sé. ¿Sabéis que el imbécil de Theodore Levels me felicitó por lo de Sarah? Estuve cerca de tirarlo por las escaleras, pero habría sido un marrón si me lo cargo.

—No sobrevivirías ni un día en la cárcel —señalo.

—Negro y de ojos azules, soy un caramelito para los delincuentes sexuales —se lamenta—. Maldita genética.

Me echo a reír. Es innegable que Martie es guapo y que muchas mujeres se detienen a observarle, no en vano medio departamento está enamorado de él. Incluida Sarah, aunque se niegue a dirigirle la palabra.

—Pero no entiendo muy bien porqué sigue tan enfadada —insiste—. Intenté apoyarla todo lo que pude, incluso le dije que podríamos renunciar e irnos a otro lugar a trabajar, pero ni siquiera me escuchó.

—Creo que Sarah prefiere que no os vean juntos para que los rumores terminen muriendo. No quiere alimentarlos más, supongo —dice Jordan.

—Pues es una mierda porque es la única mujer que me ha interesado de verdad en mucho tiempo.

Suspiro. Se nota que Martie no lo ha superado. Cuando ocurrió el incidente del archivo, ambos estaban empezando a salir y es evidente que él terminó más enamorado que ella. O, quizá, a Sarah le aterra la idea de seguir con él y que los rumores sigan creciendo hasta que la asfixien.

—Tal vez sea hora de seguir adelante, Martie —sugiero.

—Todo el mundo me dice eso, pero es difícil seguir adelante cuando te arrebatan a la persona a la que amas de la forma más injusta, cuando tienes que verla todos los días en el trabajo y sabes que ni siquiera puedes acercarte porque todos los ojos están puestos sobre ti.

—¿Y qué vas a hacer, entonces?

—Seguir luchando.

—¿Sabes cómo llaman a eso en mi pueblo? —le pregunta Jordan—. Acoso.

Él pone los ojos en blanco.

—Si Sarah no quiere que luche por ella, que me lo diga directamente. Solo entonces dejaré de intentarlo.

Al final, Martie se marcha al caer la noche, recordándonos que en unas semanas dará una fiesta en su casa y que tenemos la obligación moral de acudir porque está muy triste, muy solo y necesita apoyo para reconquistar a Sarah.

Jordan y yo nos tumbamos en el sofá, hombro con hombro, y compartimos un bol de palomitas mientras pasamos a limpio las estadísticas de mi perfil de Instagram. Aún no nos hemos rendido, por mucho que hayamos pasado la última semana y media holgazaneando y centrándonos en mi extraña vida amorosa.

—Me siento como si fuera un agente del FBI, haciendo una tabla para ver quién ha visitado tus historias y descubrir al catfish —confiesa Jordan, riéndose.

—Igual nos contratan y nos convertimos en agentes secretas.

—Esos son los de la CIA —me corrige—, pero también sería interesante ser de la CIA. Aunque prefiero ser una agente especial. Podría presentarme diciendo Agente especial Williams Smith, queda usted detenido porque su ropa constituye un atentado contra la vista —señala, colocando las manos en forma de pistola.

—¿Irás persiguiendo a la gente por practicar el terrorismo estético?

Ella se echa a reír y sus rizos negros se balancean con el ritmo.

—¡Pues claro! Y ahora, veamos esa lista antes de que empecemos a divagar.

En la lista, tengo todas las trampas en las que ha caído el catfish. Empecé con el tataki, en aquella historia en la que dije que no me gustaba. Luego publiqué que me iba a comprar un libro que detesto; a los pocos días le hice una foto a un perro por la calle y dije que era el perro de una amiga. Así, empecé a soltar mentiras día tras día y Marcus me informaba si el catfish caía en ellas o si, por el contrario, no lo hacía.

Cayó en cuatro de las cinco que pusimos, así que descarté una de las mentiras de la lista y empecé a acotar la búsqueda a todas las personas que hubieran visto esas cuatro historias.

La lista se ha visto reducida a diez personas.

—Vale, a dofflesmith lo podemos descartar —le digo a Jordan—. Y a jainaferrari también.

—¿Por qué? —me pregunta, curiosa.

—Es italiana. Ni siquiera hablará inglés.

—¿Y por qué te sigue?

—Yo que sé. Le gustarán mis fotos.

Jordan suspira y continuamos descartando hasta que solo quedan cuatro personas. Observo la lista y tomo una fuerte bocanada de aire.

Solo quedan Cassie, Simon, Martie y un usuario desconocido.

Esto no va a ser fácil. Jordan me pone una mano en el brazo al ver el primer nombre de la lista. Creo que ambas habíamos contenido la respiración hasta entonces, manteniendo la esperanza de que ella terminara descartada desde un primer momento.

—Sé que no quieres pensar que ella pueda ser el catfish, pero creo que va siendo hora de que tengáis una conversación.

—Cassie jamás me haría eso —murmuro. Ni siquiera yo estoy convencida de mis propias palabras y el nudo que se empieza a formar en mi garganta aprieta cada vez más.

—Pero Marcus habló por teléfono con una mujer, ¿verdad?

Asiento débilmente y Jordan se quita las gafas, dejándolas sobre la mesa de café.

—La única mujer de la lista es ella —insiste, bajando la voz.

Aparto la mirada.

—Si fueras tú la que estuviera en esa lista yo también te daría el beneficio de la duda, Jor.

—Lo sé, Eli. Es solo que... —Jordan suspira y se muerde el labio interior—. Estoy preocupada por todo esto, ¿entiendes? El catfish sigue hablando con Marcus, ¿y si está planeando algo más grande, algo peor?

—Marcus ya sabe que es un catfish, ¿qué podría pasar?

Jordan niega con la cabeza.

—No lo sé, Eli, pero todo esto me da mala espina.

Tengo que admitir que tiene razón. La postura fácil es relajarme y pensar que no va a pasar nada más, que lo peor que pudo hacer el catfish es provocar que Marcus me besara a la fuerza, pero es posible que ese solo sea el primer movimiento de una cadena mucho mayor. Y ese es el mayor temor al que me enfrento ahora mismo.

—A mí también. Por eso tengo que averiguar quién es.

—Yo descartaría a Martie —dice Jordan—. No le veo capaz de hacer algo así.

—Tampoco veo capaz de algo como eso a Cassie o a Simon.

—Pues es uno de ellos —murmura—. Y no sé qué opción es peor.

Tiene razón. Si es Martie, me sentiría traicionada. Si es Cassie, me dolería muchísimo. Pero si es Simon... Significaría que se intentó acercar a mí con malas intenciones, que alguien le ha estado revelando mis secretos. Y eso sería mucho peor porque implicaría algo aún más peligroso: que hay más de una persona involucrada.



Me ajusto la corbata una última vez, ansioso, mientras espero a mi padre en el restaurante donde nos hemos citado. Le echo un vistazo al reloj por enésima vez. Aún faltan veinte minutos para que llegue, lo que me da tiempo para revisar mi teléfono.

Tengo varios mensajes, pero solo abro el de Josh, mi mejor amigo, el cual lleva semanas desaparecido porque, inspirado por el espíritu hippie de mi hermano, se ha ido de viaje por el mundo. Acaba de llegar y ya me ha enviado dos docenas de fotos, pidiéndome que se las muestre a Derec cuando lo vea. Al parecer, son todas de sitios que él le recomendó.

Casi me echo a reír. Derec lleva dos meses en el Tibet, absolutamente incomunicado porque, según él, "las tecnologías le absorben y debe reconectar con la naturaleza". Volverá, supongo. Siempre lo hace, cuando se cansa de jugar a ser el hijo de los árboles y necesita dinero para seguir viajando.

Lo cual, según mis cálculos, sucederá en unas semanas, como mucho. Aún así, le envío un email con las fotos de Josh. Derec finge que está aislado de la sociedad, pero sé que revisa el correo al menos una vez a la semana.

Le echo un vistazo a las fotos de Josh. Hay unas cuantas en un zoco, donde afirma que consiguió la alfombra más bonita que ha visto en toda su vida; y otra en una montaña que, al parecer, le inspiró para escribir sus memorias.

Yo: ¿Vas a escribir tus memorias? No puedo esperar a leer el momento en el que querías hacer un trío y una de las chicas te vomitó encima. ¡Ah, no! Mejor aún, necesito ver por escrito el día en que intentaste hacer balconing, te rompiste una pierna y te perdiste la mitad del viaje a Mallorca. Sin duda, tu vida está llena de momentos memorables.

Como respuesta, Josh me envía una sarta de insultos que me hacen reírme a carcajadas.

Mi padre aparece apenas unos minutos después y guardo el teléfono. Hoy parece contento, deduzco que porque finalmente me atreví a hacer algo que me daba miedo y he sobrevivido, lo cual me lleva a pensar que no era para tanto.

Desecho ese pensamiento con rapidez, recordando las palabras de Eli. Si te hace daño no es una estupidez. Al final sus frases sí que son dignas de ser enmarcadas.

Incluso la forma de andar de mi padre ha cambiado. Va con el pecho hinchado, los hombros cuadrados y una sonrisa que es una réplica de la mía, solo que marcada por algunas arrugas.

Él se sienta frente a mí, encantado.

—¿Qué tal el viaje, campeón? —me pregunta mi padre.

Campeón. No hay nada que delate más su avanzada edad que el uso de ese término. Sonrío sin querer y estoy a punto de contarle todo. No solo lo referente a los negocios, sino que también quiero hablarle de Eli.

Pienso en decirle que creo que me estoy enamorando aunque sea demasiado pronto para pensar en ello siquiera, pero en el último momento decido no hacerlo. Hablar de lo que sea que haya entre los dos no es una decisión que me corresponda solo a mí, sobre todo teniendo en cuenta que ella trabaja en mi empresa y todo lo que diga puede afectarle.

Así que, en su lugar, me centro en el trabajo que, aunque sigue siendo terreno pantanoso, al menos me llenaré de fango hasta las rodillas yo solo, no otra persona.

—Voy avanzando poco a poco. Logré hacer la presentación.

Hay un brillo en su mirada que me dice que sabe absolutamente todo lo que pasó en ese viaje. Por un segundo, me pregunto si me puso un detective privado para que me espiara. ¿Y si me vio cantando High School Musical en el karaoke? No es lo más vergonzoso que he hecho delante de él —a fin de cuentas, mi padre era la persona que me cambiaba los pañales—, pero aún así me abochorna pensar en que un detective lo ha podido llamar por teléfono para decirle "eh, tu hijo está cantando canciones de amor con una compañera de trabajo".

—He oído que no has viajado solo.

Me sobresalto. ¿Cómo puede haberse enterado tan rápido?

—Las facturas vienen a nombre de la empresa —añade como si me leyera el pensamiento—. ¿Quién viajó contigo?

—Una empleada del departamento de Simon Goldstein —digo, aún reacio a darle el nombre de Eli—. Pensé que podría servir de ayuda, puesto que estaba familiarizada con el trabajo.

Mi padre se recuesta en la silla mientras nos sirven las copas de vino. Toma un sorbo de la suya y cruza las manos sobre su estómago. Me fijo en que ahora tiene el pelo prácticamente gris. No pasará mucho tiempo hasta que el gris cambie a blanco.

—Marcus, esto es un trabajo, no una página de citas —me advierte.

—Ya lo sé. Solo trabajamos, te lo prometo.

Si tuviera que hacer una lista de la cantidad de veces que le he prometido a mi padre que no le estoy mintiendo mientras le miento, probablemente llenaría un libro. En mi defensa, he de decir que, hace unos años, Arnold no era la persona más comprensiva del mundo.

—Entonces no te importará que hable con ella al respecto, ¿verdad?

Aprieto los labios, molesto.

—¿Y qué le vas a preguntar? ¿Si se acostó conmigo? Eso podría ser considerado acoso laboral, papá. Déjala tranquila.

Mi padre aguanta la compostura unos segundos más y luego se echa a reír.

—Solo te estaba tomando el pelo, hijo. Sé que no harías algo así —señala, provocando que me relaje, al menos en parte—. ¿Quién viajó contigo?

—Elisabeth Brown.

Hablar de ella con mi padre me resulta extraño, cuanto menos, como si le estuviera revelando un secreto bien guardado.

—¿Es buena?

Pienso en sus besos, en la forma en que se arquea contra mí cada vez que la acaricio, en sus sonrisas y el tacto de su piel bajo mis dedos y estoy a punto de responder que no es buena, es perfecta.

Céntrate, Marcus.

—Sí, sí que lo es. Es brillante. De hecho, me sorprende que aún no la hayamos ascendido.

Arnold se mesa la barbilla, pensativo, aunque ese extraño brillo en su mirada sigue presente y cada vez me pone más inquieto. Es como si me estuviera interrogando sobre cosas que él ya sabe de antemano.

—Tendré que echarle un vistazo a su trayectoria. No me gusta que se desperdicie el talento.

—Elliot Harris se jubila en unas semanas, ¿no?

Mi padre asiente.

—Sí. Simon Goldstein propuso a Theodore Levels para su sustitución.

Para ser sinceros, no tengo ni puñetera idea de quién es Theodore Levels y tampoco tengo intención de conocerlo.

—¿Y lo has decidido ya?

—No. Si te soy sincero, no me convence su propuesta.

—No quiero influir en tu decisión, pero deberías tener en cuenta a Elisabeth. Es bastante trabajadora.

Arnold arquea una ceja. Es muy probable que se me note demasiado lo que siento por Elisabeth.

—Parece que le has cogido cariño —murmura, analizándome.

—Entrevístala, al menos.

—Lo haré. Tu último ascenso fue un acierto.

Me niego a contarle los motivos del anterior ascenso, pero sí le he contado la verdad respecto a Elisabeth. No quiero que la asciendan por quién es para mí, sino por su trabajo.

Hay algo que mi padre no me está contando. Lo noto en la forma en que sonríe, formándose un hoyuelo en su mejilla derecha.

—Suéltalo ya, papá —le pido. Sé que adora dejar las sorpresas para el final, pero no siempre son sorpresas agradables.

—Adivina qué —me dice, sonriendo cada vez más. Empieza a darme miedo.

—Sorpréndeme.

—El cliente nos ha escrito esta mañana. Están interesados en el proyecto. Dicen que les habéis cautivado y que tu compañera es excelente. —Tras pedir dos copas de vino, apoya los codos en la mesa, con una energía nerviosa que incluso se me empieza a contagiar—. La quieren para liderar el proyecto, Marcus. De hecho, os quieren a los dos.

—¿A mí también?

—Por supuesto. Tú lo has presentado. Ya te lo dije, creo que te vendrá bien aprender cómo funciona cada parte de la empresa, por eso te he tenido haciendo trabajos distintos en cada departamento. Cuando hayas pasado por todos, conocerás cada engranaje de Hackaway Technologies y podrás manejar la empresa como si formara parte de ti.

Tiene razón. Así fue como mi padre consiguió llevar la empresa a lo más alto. No solo tenía el dinero, sino que se implicó en cada parte del proceso y se aseguró de tener en su equipo a los mejores profesionales, personas serias y dedicadas a su trabajo.

—Está bien. Avisaré a Elisabeth y nos pondremos manos a la obra. Pediré que nos envíen todos los detalles por correo y formaremos un equipo para trabajar en ello.

Mi padre sonríe, satisfecho.

—Por cierto, he pensado que la semana que viene podemos probar a hacer rafiel. Hay una empresa que hace excursiones a la naturaleza que terminan en una bajada en rafiel por la montaña de... No me acuerdo del nombre. Una de las que hay por aquí, a unas dos horas en coche —admite, rascándose la cabeza—. El caso es que podemos reservar eso y luego una cabaña. Tienen excursiones de kayak, pero les he preguntado y la pueden sustituir por unos picnics. Ya sabes, así podemos tener un plan tranquilo.

Lo miro, parpadeando varias veces.

—¿Te refieres al rápel? ¿A bajar montañas lisas atados a una cuerda?

Mi padre abre los ojos.

—¿Eso es el rafiel?

—Rápel —le corrijo con una sonrisa—. Y sí, papá. Si te da miedo el kayak, creo que el rápel va a acabar contigo. No quiero que te desmayes y termines colgando de la cuerda de seguridad como un fardo.

Veo el momento exacto en el que el color empieza a abandonar sus mejillas y tengo que contenerme para no echarme a reír.

—Vaya, pues me lo habían vendido como algo divertido.

—¿Qué te parece si quedamos para almorzar y luego, no sé, vamos al acuario, como cuando era pequeño?

Si hay algo que tengo en común con mi padre es la pasión por el mar. Desde pequeño, mi padre me llevaba a todos los acuarios del Estado. Así fue como terminó trayendo a Pez a casa, a quien mi padre visita de vez en cuando porque, según me dice, lo echa de menos.

—Sí, creo que va a ser un mejor plan —dice mi padre, acobardado de repente—. Eso de los deportes de riesgo lo dejamos para el día en que me diagnostiquen una enfermedad incurable.

Arqueo una ceja.

—Hablas como si te fueras a morir.

—Estoy en plena crisis porque se acerca la edad de mi jubilación, Marcus. Deja que dramatice como buen viejo.

—Dramatiza porque dentro de poco tendrás que usar dentadura y no podrás dormir sin pañales o algo así, pero los temas serios mejor los dejamos fuera de la conversación.

Mi padre esboza una sonrisa ladeada que es exactamente igual a la mía, solo que en un rostro más viejo. Podría decirse que yo soy una copia exacta de mi padre, mientras que Derec se parece más a nuestra madre.

Como si me leyera el pensamiento, mi padre apoya los codos en la mesa y me lanza una mirada inquisitiva.

—¿Has llamado a tu madre?

Me encojo de hombros.

—¿Por qué iba a hacerlo?

—Sigue siendo tu madre —insiste él.

—Lo sé, lo sé, pero ya sabes que nos hemos distanciado. Creo que no nos echa tanto de menos, a fin de cuentas.

Mi madre ahora está en España. Hace dos meses me envió fotos en Italia. Deduzco que el año que viene vivirá en Rusia o algún país así. Con su ritmo de vida, es imposible mantener el contacto con ella.

Es curioso que mis padres sigan casados pese a todo. Es evidente que no están juntos, pero ninguno de los dos tiene valor para admitirlo en voz alta.

—Sí que lo hace —responde, aunque no lo hace con demasiado entusiasmo.

—Está bien, la llamaré luego.

Lo que no le he contado es que, la última vez que la llamé, mi madre no me cogió el teléfono, que mi último mensaje quedó en visto. Tampoco le rebato cuando me dice que ella sí le escribe aunque ambos sabemos que es mentira.

No lo hago porque no quiero verlo sufrir, porque haré lo que sea para que mi padre sea feliz.


La cosa se empieza a poner interesante, mi gente 😏

Estad atentas al próximo capítulo porque SE VIENE

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