38. Eres preciosa
⚠¡Contenido sexual, leer bajo su responsabilidad!⚠
Estaba decidido que ibas a ir a buscar a tu hermana, claro que está vez no irías sola sino que te acompañarían los gemelos Maximoff. Poco después de que Harper colgara la llamada recibiste un mensaje desde una cuenta anónima, habíais intentado buscar la IP pero vuestros conocimientos tecnológicos no llegaba para tanto, en el mensaje había una ubicación, las Vegas, un lugar un tanto curioso para una reunión familiar.
—Le contarás sobre esto a tu padre, ¿Verdad? —preguntó Natasha mientras jugaba con su pelo.
—Claro, le contaré todo lo que me diga mi hermana, al fin y al cabo es su hija —respondiste diciendo lo obvio.
—No me refiero a eso, pregunto que si vas a contarle el hecho de que vas a irte a las Vegas con otros dos adolescentes, sin precaución alguna, sabiendo lo que pasó la última vez que fuiste sola a algún lado.
Frunciste el ceño por sus duras palabras. Quisiste contestarle que no era así, que ibais totalmente preparados, pero no era cierto, incluso Pietro, que se apuntaría hasta a un bombardeo, había cuestionado el plan. Y además sabías que si no se lo decías tú a Tony, Natasha lo haría por ti.
—De acuerdo, le contaré todo en cuanto lo vea.
—Más te vale, granujilla —ambas reísteis y continuasteis con lo que estabais haciendo.
—Ponte esto en la cara, te la hará mucho más suave, y te hidratará la piel -dijiste levantando un pequeño frasco con algo morado y viscoso dentro.
—En qué momento habré aceptado yo esto... —tomó el frasco sin muchas ganas y empezó a jugar con una espátula con la masa en su interior— ¿Y esto va en mi cara?
—Trae anda, deja que te lo ponga yo.
Le pusiste una banda de gatito en el pelo para no mancharlo, y con la espátula comenzaste a esparcirlo por toda su cara, sacando varios comentarios por parte de la pelirroja, quien no le veía el propósito al skin care.
Una vez que las dos teníais el rostro de color morado os sentasteis en el sofá para ver por quinta vez "Call me by your name", película que os fascinaba a las dos.
—¿Cómo se puede ser tan guapo? —preguntaste mirando a Timothée.
—Oye, que tú tienes novio, déjalo para mí.
—Pero si tu ya tienes a Stevy —la miraste con una sonrisa pícara.
—¡Raya! —Te lanzó un almohadazo en la cabeza mientras la habitación se inundaba de vuestras risas.
Hacía mucho tiempo que no disfrutabais un tiempo así entre amigas, una pijamada de chicas. Por mucho que Romanoff se hiciera la dura y la fuerte, realmente lo pasó mal en tu ausencia, tuvo que ser la fuerte del grupo, aparentar que lo tenía todo bajo control, pero no había una sola noche en la que no se culpara por lo que te pasó, pues ella fue la que dejó que Bucky y Steve escapasen, desencadenando que los vengadores se disolvieran en un primer lugar, al menos en parte. Por tu parte, después de pasar meses sin sentir ni una pizca de diversión o cariño, realmente te hacía bien poder pasar estos momentos juntas.
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Tras tu noche de chica con Natasha, seguiste su consejo y le contaste todo a Tony, y salio justo como lo suponías y por lo que no querías decirle nada.
—No, ni pensarlo -dijo firme.
—Papá por favor, Pietro y Wanda estarán cuidándome, además, es mi hermana.
—Tú hermana, claro, la misma que te secuestró y te metió en todo esto. Lo siento, sé que quieres hablar con ella, yo también quiero, pero no voy a arriesgarme.
—De acuerdo, negociemos. Podemos estar en contacto todo el tiempo, y puedes traer a Natasha para infiltrarse en caso de que algo salga mal, incluso me puedes poner cualquier cosa para saber mi ubicación en todo momento, pero por favor, no me puedes prohibir esto.
Tony estuvo pensándolo, no era una mala oferta después de todo. Podría tenerte controlada mientras descubría más sobre su otra hija de la cual no sabía sobre su existencia, pero el riesgo de volver a perderte no lo valía.
—Además, ahora tengo poderes —susurraste con una sonrisita.
—Natasha llevará una cámara escondida.
—¡Gracias! —te lanzaste a abrazarlo, él intentó hacerse el duro contigo pero no pudo evitar abrazarte de vuelta.
—Si te vuelves a perder vas a temer de mí, no de Hydra —amenazó, pero ni si quiera te preocupaba eso, confiabas en ti misma esta vez.
—Te dejaré que me mates tu mismo, no hay problema —le guiñaste un ojo.
—Se moriría el capi antes, su viejo corazón no aguantará otro disgusto.
Ambos reísteis, aunque no estabas pensando en la broma, si no en qué le dirías a tu hermana cuando la vieras.
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Era la noche antes de ir a las Vegas, y estaba extremadamente nerviosa, no por el hecho de que algo pudiera pasarte, en realidad te sentías bastante cubierta en ese aspecto, si no porque no tenías ni la menor idea de lo que le dirías a Harper cuando la vieras; "Hola hermanita, ¿Recuerdas cuando me secuestraste? Que época más divertida". Definitivamente no.
—¿En qué piensas tan concentrada? —preguntó Pietro entrando en la habitación, sacándote de tus pensamientos.
—En qué le diré a mi hermana cuando la vea —contestaste tirándote en la cama.
—Tranquila, estoy seguro de que lograrás manejarlo bien —dijo sentándose a tu lado.
—Supongo que sí, pero los nervios me están matando.
—Conozco un buen remedio para eso —dijo poniéndose sobre sus rodillas y acercándose a tu rostro y empezando a repartir besos por toda tu cara.
Después se tumbó a tu lado entrelazando tus piernas con la suyas y os quedasteis abrazados así durante un buen rato simplemente disfrutando de la compañía del otro. Apenas podías ver sus rasgos, puesto que la noche ya había caído y la única iluminación que quedaba era la de las velas aromáticas que tenías en la mesilla al lado de tu cama. Podríais haberos quedado así durante horas, si no fuera por esa agradable sensación que se había formado en tu estómago, haciendo que te empezaras a mover ligeramente en su muslo.
—¿Qué haces? —preguntó el platinado en un susurro.
—Te necesito —susurraste de vuelta, acercando tu cara a la suya.
—Pensé que no querías hacer nada —una sonrisa se formó en su rostro.
—Eso era antes, ahora es lo único que quiero.
No le hizo falta nada más para colocarse encima tuyo, repartiendo besos por todo tu cuello, pasando sus húmedos labios sobre tu delicada piel. Unos jadeos y gemidos casi inaudibles se empezaron a escapar de tu boca al notar como la lengua de tu novio bajaba por tus clavículas. En un intento de ayudarle te desabrochaste el brasier que Pietro tiró a un lado de la cama, seguido por tu camiseta.
Una vez que las prendas fueron despojadas de tu cuerpo toda la atención del platinado fue hacia tus pecho. No tardó en ahuecar las manos para tomarlos, moviendo sus pulgares como él sabia, sacándote el primer gemido de la noche. Se inclinó más sobre ti para facilitar su trabajo y poder lamerlos
Sentiste un escalofrío recorrer tu cuerpo ante el placer que estabas sintiendo, gimiendo entrecortadamente a la vez que levantabas la cabeza para verlo.
Pietro se incorporó para poder admirar tu desnudez, mientras que tu vista estaba en la molesta camisa que él llevaba, querías quitársela, disfrutar de su cuerpo como el lo hacía del tuyo. Él pareció notar su intensa mirada así que de un solo movimiento dejó su prenda junto a las tuyas que yacían en el suelo, ya olvidadas.
Lo tomaste de los hombros para atraerlo y besarlo, él colocó su mano en tu nuca para poder intensificar el beso. Cuando notaste su pecho chocar con los tuyos no pudiste evitar girarlo y sentarte sobre su pelvis. Pasaste tus finos dedos sobre su formado cuerpo, pudiendo notar algunas cicatrices repartidas por este. Trazaste con tus dedos cada una de ellas, siguiendo su patrón, hasta detenerte en la más grande de ellas, que recorría su abdomen y se escondía en la parte baja de su espalda.
—¿Cuando te hiciste esta? —preguntaste en un susurro, levantando la cabeza y viendo sus ojos.
—En Hydra, tenía una lengua muy larga y a veces decía cosas que no debía —admitió con una sonrisa—. Puede ser que enfadase a algún gorila y ellos jugasen con sus cuchillos.
—¿Lengua larga? —preguntaste, su sonrisa se ensanchaba involuntariamente.
Te levantaste con intención de quitarte los pantalones, pero las manos de Pietro fueron más rápidas que las tuyas, y aún encima suya empezó a deslizar la tela por tus piernas, dejándote en ropa interior. Hiciste lo mismo con él hasta dejarlo en boxers, lo cual hizo aún más notable el bulto entre sus piernas.
Volviste a sentarte en su pelvis, frotándote contra su bulto esta vez, aumentando tu deseo a medida que los suspiros y gruñidos de placer de Pietro aumentaban.
Él era como una droga para ti, solo querías más y más de él, poder tener noches como esa cada día, que los momentos en los que solo vosotros existíais no se acabasen nunca.
Seguiste jugando con él, frotándote lentamente para que pudiera disfrutar de cada uno de sus movimientos, con solo las telas de vuestra ropa impidiendo que os unierais. Ese último hecho estaba empezando a molestar al sokoviano, para remediarlo te tomó de la cintura y se acomodó delante tuya, besándote mientras bajaba lentamente las tiras de tu última prenda. No perdiste tiempo en seguirlo, empezando a masajear su bulto con tus manos hasta que Pietro soltó un gemido que rompió el beso.
—¿Puedo continuar? —preguntó cuando estaba a punto de quitarte tu ropa interior.
Asentiste sutilmente, deseando que lo hiciera, pero sus manos no se movieron.
—Palabras —demandó—, quiero palabras.
—Por favor, solo hazlo —no te gustaba suplicar, pero no podías aguantar más.
—Como mi princesa quiera.
En un abrir y cerrar de ojos te habías quedado sin tu última prenda, quedando totalmente expuesta. Al bajar tu mirada te sorprendiste al ver que él también estaba desnudo. Aparentemente tu expresión al verlo fue notoria ya que una risa salió de la garganta del platinado.
Te volvió a tomar de la cintura, te tumbó y no tardó en subirse encima. Su lengua volvió a escurrirse por tu cuello, ladeando la cabeza para poder morderlo con cuidado, provocando ligeros gemidos por tu parte.
Deslizaste tus manos por tu cuello hasta acariciar sus fuertes brazos. Él lamió hasta llegar a la clavícula, después haciendo círculos en tus pechos y trazando una linea recta hasta tu abdomen. Se separó de tu cuerpo para poder admirarte. Al igual que él, tenías varias marcas y cicatrices por tu cuerpo, marcas cicatrices que le prohibían olvidar donde habías estado los últimos meses.
Abrió tus piernas lentamente mientras tú las mantenías flexionadas a ambos lados de tu cuerpo. Sentiste su lengua pasar lentamente entre tus piernas, comenzó a jugar con su lengua, no se centraba únicamente en un lugar. Cuando sin previó aviso sentiste su mano dentro de ti no pudiste evitar arquear la espalda y soltar un gemido que animaba a Pietro a ir más rápido. Acallaste tus gemidos poniendo la mano sobre tu boca, pero entonces Pietro paró, alejándose de ti.
—¿Qué pasa? —preguntaste con una respiración pesada.
—No te contengas —dijo pasando su mano por tu muslo—. Quiero escuchar lo que mi toque provoca, quiero oírte gemir mi nombre.
Tu estómago se contrajo al escucharle decir eso, que te encendió mucho más de lo que pensabas. Asentiste con la cabeza, y eso formó una sonrisa en el rostro de tu novio, quien siguió con lo que había empezado.
Sentiste sus dedos haciéndose paso en ti, anhelabas que fuera un paso más allá, pero en cambio siguió jugando con ellos. De abajo hacia arriba y de arriba hacia abajo. Acercó so boca otra vez, lamiendo de la misma forma que lo había hecho antes. Su pulgar volvió al botoncito rosado, estimulándote un poco más. Deslizó la mano hacia abajo, enterrándose en ti otra vez.
—No.. No pares —gemiste entrecortadamente.
Él se relamió los labios, sonriendo al escucharte tan necesitada. Metió un segundo dedo delicadamente hasta el fondo y luego empezó un vaivén tranquilo. Sabía que estabas a punto de llegar al clímax así que decidió llevarlo al límite.
Estabas en una nube de sensaciones, con tu orgasmo a punto de llegar, cuando de pronto los dedos de Pietro empezaron a vibrar, y lo que viste fueron estrellas. Te arqueaste sobre la cama mientras él te devoraba con gusto.
—Joder, joder —maldijiste en voz alta, llevando por instinto tus manos al pelo de Pietro, apretándote contra él—. Pietro...
Echaste la cabeza sobre la almohada, arqueándote por el inmenso placer que él provocaba en ti. Te aferraste a su pelo, tirando levemente de él antes de terminar. A pesar de haber llegado a tu climax, siguió lamiendo, escuchándote gemir y lloriquear por su toque. Al separarse, besó tu monte de venus y se acercó a ti, viendo con orgullo lo que tan solo su lengua y sus dedos habían generado.
—No sabía que podías vibrar de esa manera —dijiste en un susurro, débil y cansada por el reciente orgasmo.
—¿Te ha gustado? —preguntó mientras apartaba el pelo de tu cara.
—Ha sido increíble —admitiste.
Acercaste tus rodillas a tu pecho, acurrucándote contra Pietro, pero este volvió a ponerse encima, dándote besos suaves y cariñosos.
—Aún no he terminado contigo —dijo antes de levantarse y acercarse a su mochila de la cual sacó un condón que se puso en cuestión de segundos.
Se subió otra vez a la cama y se colocó sobre ti. Dejó todo su peso sobre su brazo izquierdo y con el otro recorrió todo tu cuerpo, amando la pequeña curva que se formaba entre el pecho y la cadera.
—Si algo te duele o te incomoda quiero que me lo digas —dijo mirándote a los ojos.
—Sí —dijiste esta vez en vez de asentir, aprendiendo que él quería palabras.
—Iré despacio.
—Cielo, no soy virgen, no vas a herirme —dijiste pasando tu mano por su mejilla— no me importa si no eres gentil.
El solo sonrió involuntariamente, pero fue con cuidado de todas formas. Poco a poco fue rozando vuestros sexos, hasta que pensó que la zona estaba lo suficientemente preparada. Entró lentamente, tus manos fueron a las sábanas, agarrándolas con fuerza mientras el seguía hasta tocar fondo. Mantenías la piernas flexionadas y abiertas, pero tuviste que apoyarte con la punta de los pies al sentir esa plenitud extraña, dejando escapar un sollozo de puro placer.
Pietro se separó unos centímetros de ti y entro algo más rápido, pero lo suficientemente lento como para que pudieras sentir cada milímetro. No sentiste ningún ápice de dolor a pesar de no haber mantenido relaciones en mucho tiempo. Aflojaste el agarre de las sábanas y llevaste una de tus manos a su formado brazo.
—Eres preciosa —jadeó, observando tus muecas de placer mientras gemías debajo suya—, jodidamente preciosa, Ray.
Se inclinó sobre ti para besar tus mejillas sonrojadas, sin dejar de moverse dentro tuya, entrando y saliendo de ti completamente. Pietro apretó los dientes para no gemir, dejándote a ti para poder disfrutar de tus suaves gritos junto con el ruido del cabecero de la cama golpeando contra la pared.
Bajó una mano para acariciar tu clítoris, apoyándose en sus rodillas mientras seguía penetrandote. Deslizó las yemas de sus dedos sobre el botón rosado, sobreestimulándote hasta hacerte gritar.
Tus gritos eran música, una música que solo él podía escuchar. Tus pechos se movían con ímpetu en cada embestida, acercándote a tu punto cumbre. No pudo evitar llevárselos de nuevo a la boca, encorvándose sobre ti.
Abandonó tus labios con un chasquido, cosa que no te molestó. Sus dedos jugaban contigo y su penetración tan cuidadosa te producían demasiadas sensaciones para procesar, de tus ojos se asomaron algunas lágrimas de placer.
Pietro tomó unas cuantas respiraciones profundas con los ojos cerrados, deshinchando su pecho desnudo. Cerraste los ojos con fuerza, arqueándote bajo él, y cediste al gran calor que te invadió por completo. Gemiste sin censurarte.
Frunciste el ceño en una mueca de súplica mientras él seguía embistiéndote con la misma fuerza que antes, te cubriste la cara con ambas manos mientras gemías su nombre.
—Lo estás haciendo fenomenal, princesa —te consoló pasando una mano por tu nuca para obligarte a apoyarte sobre tus codos. Te miro profundamente a los ojos.
Tú asentiste varias veces con la cabeza, respirando sobre sus labios, quedándote sin aire cuando te besó, volviendo a encorvarse sobre tí.
Tú gemías su nombre, cerrando los ojos con fuerza y arqueando tu espalda, aplastando tus pechos contra el pecho del platinado. Arañaste su espalda, hundiendo tus largas uñas en su piel hasta trazar un recorrido que acababa en su nuca. Sentías el cuerpo del platinado sobre ti, enredando sus piernas sobre tu cadera para acercarse más a ti, recorriendo con paciencia los fuertes brazos del vengador y clavando tus uñas en sus hombros.
Te sentías en otro mundo, flotando en un limbo extraño. Solo hicieron falta un par de estocadas más para que Pietro finalmente acabara. Ambos os quedasteis en esa posición unos segundos para recuperaros, respirando de manera pesada para después tumbarse a tu lado. Atrajiste al sokoviano hacia ti y lo abrazaste, dejando que se acomodara en el hueco de tu cuello, erizándote la piel cuando suspiró sobre ti.
—No vuelvas a irte —te pidió en un susurro.
Pietro acercó su nariz a tu cuello e inspiró el aroma de tu perfume mezclado con el sudor, sintiéndose por fin en casa al tenerte a su lado.
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