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28. Juntos

—Piensa tu próximo movimiento cuidadosamente, Rogers.

—No soy yo quien está en peligro de muerte inminente, Romanoff —respondió de la misma manera.

—Te lo tienes muy creído —sonrió de lado.

—Deja de hablar y haz un movimiento, no tenemos todo el día.

La rubia miró sus opciones detenidamente, hasta que dio con la mejor forma de matarlo sin alargarlo mucho. Un par de movimientos más y la Victoria fue para Natasha.

—Y Jaque mate, princesa —dijo ella después de mover una de sus fichas con su ya normal sonrisa de superioridad.

—Solo me ganas por tu maniático cerebro, tienes una voz malvada que te dice como ganar — bufó el rubio dejándose caer en el pequeño sillón que tenían.

—Solo asume tu derrota —habló antes de correr a por su teléfono, pues Pietro la estaba llamando.

—¿Quien es? —preguntó Steve sin recibir respuesta de parte de su amiga, quien estaba demasiado ocupada intentando entender lo que decía el platinado ya que la cobertura en el almacén y en esa zona en general era terrible.

Mientras esperaba a que la rubia terminase la llamada comenzó a recoger las piezas y el tablero de ajedrez, el cual estaba roto por algunas esquinas, pero no pudo terminar su tarea cuando Natasha corrió hacia él algo alterada.

—Tenemos que irnos, busca a Sam —dijo metiendo algunas cosas en una mochila.

—¿Qué ha pasado? Pensé que aquí estábamos bien.

—Tienen a Ray, Hydra tiene a Raya.

Casi un mes, había pasado casi un mes y aún seguías desaparecida para los vengadores. Revisaron una por una cada base de Hydra que conocían, incluso descubrieron unas cuantas más en el proceso, pero no había rastro de ti, no había pistas para ellos, solo un vació en su pecho que no parecía querer llenarse.

Mientras tanto tú seguías sufriendo en tu larga tortura, con los borrados de memoria semanales, y un par que te ganaste por no ser una "buena niña". Cortesía de Jack. 

La tercera vez que saliste de la maquina estabas confundida, habías olvidado muchos recuerdos comunes que no tenían demasiada importancia, pero aún tenías la memoria lo suficientemente clara como para poder ubicarte y saber a quien escupir. 

La cuarta vez sentiste que no afectó mucho a tu cerebro, pero físicamente estabas completamente destrozada. Te dolía cada parte de tu cuerpo, eran como punzadas lentas y dolorosas, hasta el punto en el que apenas pudiste moverte esa semana.

La quinta vez olvidaste la mayoría de recuerdos de tu infancia, cuando Tony te acogió, vuestro proceso para llevaros bien, todo eso se había esfumado. Lo bueno era que no sabías que era lo que olvidabas, así que el único dolor era físico.

La sexta vez, después de mucho dolor, olvidaste prácticamente todos los recuerdos antes de los quince años, lo cual psicológiamente te afectó mucho, pues parte de tu personalidad y forma de ser se había ido, te sentías extraña, incómoda contigo misma. Aún así, todavía no se te había ido la cabeza, sabías donde estabas y a donde tenías que llegar. Tus recuerdos de Pietro eran los que menos afectados se habían visto, probablemente esto sucedió porque él era la persona en la que pensabas durante cada lavado de cerebro, pensabas en sus ojos azules como el océano, en su suave pelo, y como no, en sus exquisitos abdominales. 

Estabas tumbada en el suelo de tu "habitación", si es que así podía llamarse. Mirabas el techo, pensando en una manera de escapar, tal y como llevabas haciendo desde que habías llegado a ese horrible lugar. Lograste tirar de la lengua de Jack, sacando información que utilizaste a tu conveniencia, estabais en Rusia, él no era el jefe de esa base pero aún así su tarjeta de identidad de Hydra abría muchas salas útiles para tu causa, solo tenías que encontrar el momento perfecto para arrebatársela. Sabías que era impulsivo, así que sacarlo de sus casillas y hacer que cometiera irresponsabilidades sería muy fácil.

Como siempre, esperaste hasta la hora de comer, ya que él era quien te servía esa comida, o al menos la mayoría de veces, porque esta vez la visita te tomó por sorpresa.

—Hola, milagro —sonrío un hombre calvo con una especie de monóculo en un ojo que te sonaba bastante, pero no podías recordar quien era—. ¿No me reconoces?

—¿Debería? —preguntaste alzando una ceja.

—Supongo que no, al fin y al cabo no peleaste en Sokovia con los demás vengadores —chasqueó la lengua—. ¿Te suena el nombre Strucker?

Abriste los ojos como platos al escuchar ese nombre, pues se supone que había muerto hace ya casi un año, su presencia aquí no tenía sentido alguno.

—Por tu reacción supongo que si me conoces, lo que significa que el borrado de memoria está tardando más de lo que pensaba —miró al techo, como si buscase paciencia—. Jack está haciendo un trabajo democre contigo, si en mis manos estuviese lo hubiera fusilado hace mucho tiempo.

—¿Cuanto tiempo ha pasado desde que me secuestrasteis? —quisiste saber.

—Alrededor de un mes, y por favor, no digas secuestrar —pidió—. Solo recuperamos lo que es nuestro.

—No soy un objeto, y creo que dormirme y encerrarme en una habitación en contra de mi voluntad entra en la definición de secuestro.

—Si hubieses colaborado podrías haber venido despierta, y tal vez hasta podrías haber conseguido una habitación decente —dijo esto último mirando con asco las paredes de la sala—. pero no estoy aquí para hablar de la horrible decoración de este lugar, he venido para algo más importante, algo que tal vez te guste.

—Ilumíname, por favor.

—Empezarás tu entrenamiento la semana que viene, se supone que con tres lavados más deberías de olvidar lo suficiente como para que nos obedezcas sin chistar —sonrió orgulloso.

—¿Y qué si no lo conseguís? —preguntaste ocultando tu miedo.

—Obedecerás igualmente, a no ser que quieras que Jack te electrocute, dudo que ponga muchas quejas.

Guardaste silencio, tal y como lo hacías con el otro agente cuando demostraban su poder sobre ti, no tenía sentido discutir por algo que ya tenías perdido, a no ser que quisieras ganarte un castigo, y eso nunca era una buena idea.

—Bien, eso era todo, ahora te llevaremos de nuevo a la maquina, así que prepárate —dijo antes de abrir la puerta para salir de la sala.

—¿Y mi comida? —preguntaste molesta.

—No lo sé, no estoy a cargo de esta base, supongo que te la darán después, o tal vez hoy no comes, me da igual —cerró la puerta detrás suya.

—¿Y como pretenden entrenarme si me tienen desnutrida? —murmuraste para ti misma.

Esperaste sentada en el suelo hasta que los gorilas llegaron, ya no te arrastraban como la primera vez, les dejaste claro que sabías andar sola, así que ahora simplemente se ponían a tus lados y te llevaban hasta la sala de borrado de memoria. Al entrar pudiste ver al doctor amable, te dio una pequeña sonrisa y te ayudó a sentarse.

—¿Estás lista? —preguntó atando tus manos.

—No, pero como a nadie de aquí le importa mi opinión... —bufaste.

—En una semana el dolor acabará.

—Y ya no seré yo misma —miraste al suelo, recordando tu plan— ¿Te puedo pedir un favor? —él asintió—. Ya sé que no puedo tener nada en mi celda, pero dibujar era uno de mis mayores hobbies, y siento que sin eso estoy perdiendo la cabeza, ¿Podrías traerme un cuadernillo y un lapiz después del lavado de memoria?

Pusiste los ojos de cachorrito que siempre funcionaban con Tony, él pareció pensarlo durante unos segundos, te dio una última mirada y se fue sin decir nada después de activar la silla. volviendo a dejarte sola en tu tortura, por séptima vez desde que llegaste a ese lugar.

Steve llevaba mirando fijamente la misma pantalla durante casi dos horas, esperando encontrar algún tipo de información o anomalía que lo ayudase a encontrar tu paradero, pero ninguno de sus intentos parecía dar resultado.

—Por mucho que mires la pantalla no la vas a encontrar mágicamente —dijo Sam entrando en la sala.

—¿Es mejor quedarme de brazos cruzados mientras ella está quien sabe donde sufriendo quien sabe qué? No gracias.

—Tampoco es eso, pero apenas comes y casi ni duermes, si la encontramos no vas a ser capaz de pelear con nadie, y tal vez te atrapen a ti también —explicó apoyándose en la mesa.

—Podré con ellos —insistió, sin apartar la vista del ordenador.

Solo dejó de mirarla cuando esta se volvió negra, y al girarse hacia Sam lo vio con un cable desenchufado en la mano.

—Steve, esto tiene que parar. Vas a ir a tu habitación, vas a darte una ducha, vas a cenar y luego vas a irte a dormir, y no acepto ningún otro tipo de plan.

El rubio lo miró molesto, pero en el fondo sabía que tenía razón, no podía seguir con esa rutina si quería ser alguien útil cuando llegase el momento de la pelea, porque sabía que ese momento iba a llegar, no iba a permitir que sufrieras lo mismo que sufrió Bucky, no podía permitirlo.

Se levantó con intención de ir a su habitación, pero el moreno lo paro para decirle algo antes.

—La vamos a encontrar, juntos —le aclaró asintiendo.

—Lo sé —le regaló una pequeña sonrisa antes de irse.

Mientras tanto Tony se encontraba en el piso en el cual usualmente hacían las fiestas, solo que esta vez el único invitado era él, y estaba exageradamente pasado de copas. Se encontraba tirado en el suelo, apoyando su cabeza en el sofá con una botella de whisky en su mano izquierda y un abridor de botellas en la otra.

Había estado emborrachándose para olvidar todo durante casi una semana. Casi una semana estando borracho todo el tiempo, ignorando sus quehaceres y al resto de los vengadores, pero había una cosa que no había salido de su mente en ningún momento. Su hija, su mente lo torturaba con tu recuerdo cada día, recordándole que era un adulto irresponsable y un horrible padre, y el millonario solo bebía más y más con la intención de que esas voces se fueran, pero solo se hacían más fuertes, y así el bucle se repetía.

El millonario escucho un ruido en la sala, pero no le dio importancia, tal vez eran alucinaciones por la cantidad de alcohol que había ingerido, pero supo que no lo eran cuando vio a una mujer rubia parada delante suya con los brazos cruzados.

—¿Quieres? —ofreció tu padre levantando la mano en la que tenía el abre botellas—. Perdón, eso no —esta vez levantó la mano con la botella de whisky—. Esto.

—No, y deja eso —le quitó ambos objetos de las manos para después dejarlos sobre la mesa.

—¿Qué quieres, Romanoff? —bufó.

—Tony, ¿Puedes dejar esa mentalidad de soy genial y me emborracho por un segundo y pensar en tu hija? —preguntó molesta.

—Es lo que hago —contestó indiferente.

—Pues te puedo asegurar que desde fuera no es lo que aparenta.

—Pienso en ella, todo el tiempo —explicó mientras miraba al suelo—. Mi mente me recuerda cada día que si ella no está aquí es por mi culpa, y eso está acabando conmigo.

—No Tony, tú estás acabando contigo mismo, yo también tengo esas voces por otras razones, pero o las controlas a ellas y te controlan a ti, y teniendo en cuenta que la vida de una persona está en juego creo que es mejor que seas tú quien esté al mando.

—No puedo controlarlas, gritan en mi cerebro todo el tiempo, solo las calmo cuando bebo.

—Gritan porque se lo estás permitiendo, haz que susurren —le extendió la mano al millonario.

—¿Y si no puedo? Mírame, soy un fracaso.

—No estás solo, no vamos a abandonarte. Estamos juntos en esto, salvaremos a Raya y nos desharemos de esas voces. ¿Trato? —sonrió aún con la mano extendida.

El castaño lo miró, ignorando las voces por una vez, tomó su mano y se levantó con su ayuda, devolviéndole una sonrisa, algo tonta por el alcohol, pero dentro de su ebriedad estaba seguro de sí mismo.

—Trato hecho.

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