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27. Buena niña

Te despertaste algo aturdida, sentías que todo tu cuerpo ardía y tus párpados a duras penas podían levantarse. ¿Dónde estaría Pietro? Te debía 5 dólares de una apuesta, ¿O eran 10? Bah, que más da. El suelo se sentía increíblemente incómodo, no recordabas donde te habías quedado dormida. Todos tus recuerdos se veían borrosos y confusos, como si alguien hubiera metido tu cerebro en la batidora. Era extremadamente molesto, intentabas con todas tus fuerzas recordar dónde estabas la última vez que estuviste despierta, pero solo veías una imagen borrosa de ti misma vestida con ropa militar, ni si quiera recordabas haber comprado algo así.

Te apoyaste sobre tus codos, aún estando tumbada para poder estabilizarte. Abriste tus ojos lentamente, pero no eras capaz de fijar tu vista en un solo sitio, esa sensación de mareo volvió y tuviste que volver a tumbarte cerrando los ojos.

Te quedaste así varios minutos hasta que sentiste que tu cerebro estaba volviendo en sí, o al menos parcialmente. Lograste sentarte sin marearte y miraste a tu alrededor, tratando de descubrir donde estabas. Las paredes eran de piedra, había pintura blanca en ellas pero apenas quedaba rastro de ellas. Había un sucio y mugriento colchón en una esquina, pero preferiste quedarte en el suelo congelándote antes que tumbarte ahí, quien sabe que demonios era esa mancha café que cubría una gran parte del colchón.

Continuaste tratando de recordar, pero te dolía, era como si tu cerebro estuviese haciendo fuerza en contra para que no pudieras acceder a tus recuerdos, agradeciste que no eras de esas personas que se rendían tan fácilmente. A pesar del dolor seguiste insistiendo, hasta que recordaste cómo acabaste en ese lugar. Recordaste estar en el complejo, con un agente de Hydra, había mucha luz, y después de eso todo se volvió negro.

Empezaste a respirar pesadamente, estabas en Hydra, secuestrada. ¿Acaso tu padre sabía donde estabas? Lo dudabas, las cámaras también se desactivaron debido al hackeo, con lo cual sería prácticamente imposible que supiera donde te encontrabas. No podrían salvarte, tendrías que hacer esto sola, la última vez que hiciste eso acabaste en ese lugar, así que tu esperanza estaba por los suelos.

Tus pensamientos se vieron interrumpidos cuando escuchaste unos pasos de unas botas pesadas acercándose a la habitación en la que estabas, te levantaste rápidamente para ponerte en posición de pelea, pero no contaste con que ese movimiento brusco te aturdiría lo suficiente como para tener que apoyarte en la pared, teniendo que bajar los puños.

Unos soldados de musculatura ancha armados con todo tipo de pistolas y cuchillos entraron sin ni si quiera mirarte, se quedaron a los lados de la puerta y seguidamente entró el hombre con el que habías estado peleando en el complejo.

—Veo que has despertado, dulzura —su sonrisa y su forma de llamarte solo te dieron ganas de romperle los dientes de un puñetazo—. Sabía que podías soportar la maquina, al fin y al cabo tienes ese suero tan especial que te convierte en una súper soldado.

No respondiste, preferiste mirarlo silenciosamente, esperando a que siguiera hablando hasta que te diese información útil.

—Entonces, cuéntame, ¿Cómo está tu memoria? —preguntó sonriendo, pero tú no contestaste—. Oh, vamos, no puedo mantener una conversación contigo si tú no hablas —silencio otra vez—. para que confíes me voy a presentar, mi nombre es Jack Rollins, encantado.

Entrecerraste los ojos, analizándolo de arriba a abajo, buscando armas que pudieras quitarle, buscando sus puntos débiles, y aunque sabías que eso de momento no te serviría de nada por los gorilas que custodiaban la puerta, tal vez podrían serte útiles más adelante.

—Si no colaboras esto no va a funcionar, dulzura —se acercó a ti poniendo una mano en tu mejilla—. Vamos se una buena niña.

Te apartaste de su contacto velozmente, sin querer que un solo átomo de su cuerpo se acercase a ti, pero al parecer ese movimiento no contentó al agente.

—De acuerdo, veo que eres una de esas zorras que no entienden cual es su posición, ¿Sabes que hacemos con ellas? —preguntó con una sonrisa casi maniática—. Las ponemos en su lugar, les enseñamos quien está por encima y con quien están hablando.

Le hizo una señal a los soldados que lo acompañaban y uno de ellos se acercó a ti cogiéndote de los hombros, sin ni siquiera inmutarse cuando le diste una patada en sus testículos. El otro abrió la puerta para que el agente saliese, y el que te sujetaba te llevó con él a la fuerza.

—Esta es mi parte favorita de mi trabajo, castigar a las niñas malas —dijo mientras abría la puerta de otra sala.

Al entrar pudiste ver una gran cantidad de máquinas en las paredes, estanterías con sustancias probablemente ilegales y en el centro se encontraba una silla con electrochoques, con solo verlo te aterró, pues sabías que nada bueno saldría de eso.

—Te presento mi juguete favorito, yo la llamo la batidora de cerebros —explicó mientras te sentaban en la silla—. Es la misma que usaban con el soldado de invierno, y como sabrás, fue un éxito absoluto.

Los gorilas te ataron las manos y los pies en la silla, y lo que más rabia te dio fue ver que no había ni un solo ápice de culpa en su rostro.

—En realidad ya has estado aquí, mientras dormías te trajimos aquí para empezar a borrar tu memoria, es probable que hayas sentido algunos recuerdos borrosos y la mente pesada, si te preguntabas la razón, aquí la tienes —explicó orgulloso de sí mismo—. Claro que no funciona de una vez, así que la idea es traerte aquí una vez a la semana, pero como me has hecho enfadar te he traído de nuevo. 

Lo miraste con odio, deseando que un rayo cayera mágicamente del cielo y lo matase de un golpe, aunque para ser sincera preferías una muerte lenta y dolorosa para él.

El hombre se acercó y ató tus muñecas y tus tobillos en la silla, después te puso en la boca algo hecho de goma para que mordieras. Se acercó a una de las máquinas y comenzó a pulsar varios botones, haciendo que las luces de la silla se encendieran.

—Te dejaré aquí un par de horas —dijo antes de pulsar una tecla que hizo que las piezas eléctricas se acercasen a tu cabeza—. Piensa en alguien que quieras, a Barnes le ayudó pensar en Rogers para olvidar el dolor, aunque luego se pasaba horas repitiendo su nombre como zombie... 

Sus palabras se perdieron cuando salieron cerrando las puertas detrás de ellos, dejándote sola con la tortura que sería ahora tu nueva rutina, y con ella vendrían unos gritos desgarradores y un sufrimiento casi eterno.

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