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Demasiado alto.

Estaba dispuesto a hacer comida decente, ya que el todos los días compraba comida y hoy en el desayuno le pidió comida a un restaurante naturista, todo porque le dije "Deberíamos comer sanamente"

—Nam— le llamé, él bajó su libro y me miró atentamente esperando a que continuara. — ¿Y si vamos a comprar un poco de despensa?

Parecía pensarlo pues había hecho sus ojos a un lado.

—Suena bien— se levantó y acomodó su libro en la pequeña mesa cafetera, tronó sus huesos al estirarse y soltó un suspiró. —Vamos.

Abrió la puerta de la casa y me indicó con la cabeza que saliera. Caminamos en silencio por las pacíficas calles de Mokpo, hasta que nos adentramos a la urbanización, no estaba tan cargado de ruido y tráfico como suelen estar las grandes ciudades.

—Debemos cruzar— me dijo, tomó mi mano y me jaló suavemente hasta el otro lado de la calle.

Sentí bastante cálido el tacto de su gran mano sobre la mía. No hicimos el intento de soltarnos, por lo que seguimos caminando hasta el pequeño super mercado que había por ahí, increíblemente la mitad del establecimiento vendía frutas y verduras naturales.

Caminamos por los pasillos aun con las manos entrelazadas.

—Hey— dijo llamando mi atención—Iré por un carrito mientras ve checando algo de este pasillo.

Soltó mi mano y se alejó trotando, extrañamente una sensación de soledad me invadió cuando él se fue. Me giré para ver lo que había en los estantes del pasillo, había cajas de cereal, galletas y avena. Pude ver mi cereal favorito en lo más alto del estante, me acerqué y me paré de puntas, mis dedos ni siquiera rozaban la caja, formé un puchero y miré la caja, giré mi cabeza de izquierda a derecha, cuidando de que nadie me viera y comencé a saltar para alcanzar la caja, pero simplemente no podía. Sentí algo de calidez en mi espalda, luego una gran mano se alzó sobre mi cabeza, pronto la caja estaba frente a mí.

—Toma— me sonrojé al saber que Nam me había visto saltar tan vergonzosamente.

Tomé la caja y traté de ocultar mi rostro tras de esta. Me giré y puse la caja en el carrito que Nam había traído.

Continuamos con nuestras compras, esta vez procuraba no elegir ni ver nada de los estantes altos. Compramos un par de frutas y verduras.

Ya en la casa me dispuse a acomodar la despensa con ayuda de Nam, procuraba no tomar cosas que ocuparan lugares en gavetas altas, sutilmente las empujaba al lado de Nam y él se encargaba de acomodarlas. Cuando terminamos de acomodar, saqué a Nam de la cocina para poder ponerme a cocinar, y es que una persona como Nam en la cocina acabaría en desastre.

Comencé a cortar las verduras mientras cantaba una canción, a través del arco de la barra de la cocina podía ver a Nam fruncir levemente el entrecejo, estaba muy concentrado leyendo un libro, no sabía de qué era, pero sabía que nuestras fans la sufrirían.

Cuando terminé de picar busqué alguna olla cerca pero, ¡la vida conspiraba contra mí! Todas las hoyas estaban en el estante más alto de la alacena. Rápidamente formulé un plan y este consistía en conseguir el banco de madera que estaba en la sala, sólo debía actuar natural para que Nam no sospechara que usaría el banco.

Caminé de forma natural y sin producir ruido, me acerque a la sala, Nam seguía leyendo su libro, agaché la vista y sonreí al ver al banco frente a mí, me agaché y lo tomé, sonreí contento por mi hazaña, cuando subí la mirada me asusté al ver la mirada penetrante de Nam analizándome.

— ¿Para qué lo ocupas? — preguntó señalando con sus lentes el banco.

—Para adornar la cocina— dije.

—Ya, claro— dijo poniéndose sus lentes y reabriendo su libro— solo preguntaba porque ese banco puede romperse.

Tragué saliva y regresé a la cocina.

¿No se romperá o sí?

Acomodé el banco y subí a él. En cuanto ambos pies estuvieron sobre la superficie de madera, las patas tronaron y se rompió provocando un estrepitoso ruido. Acabé en el suelo y con un tremendo dolor en el trasero.

Nam entró corriendo a la cocina, me miró, luego al banco y por último a la puerta de la alacena, me tendió su mano y me ayudó a levantarme.

—No te avergüences en pedirme que te alcance las cosas— dijo dirigiéndose a la alacena— ¿Cuál quieres? — preguntó señalando los trastos de la parte más alta.

—La olla azul— dije suavemente y con vergüenza.

La tomó y la bajó poniéndola en la barra junto a mis verduras.

—Jamás me va a molestar ayudarte— dijo encogiéndose de hombros y levantando los trozos de madera— Enano.

Y desapareció por la puerta como un rayo.

¡No soy un enano, simplemente él es demasiado alto!

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