Salvar a la bruja
Un corro de personas rodeaba a la mujer; unos cargando antorchas, algunos con lámparas de aceite. El cielo tras la mujer era de un azul que se entremezclaba con tonos naranjas; señal de que la noche estaba por caer.
Las risas y barullos del grupo de personas, parecían incesantes. El cúmulo de palabras se entremezclaban con los gritos, mientras la mujer; atada de pies y manos con una soga, se mantenía inmóvil. Se encontraba amarrada a un grueso tronco de árbol, mientras se veía rodeada por la gente del pueblo. Su enmarañado cabello color azabache caía en cascada por delante de su rostro. Su piel blanquecina, aunque con algunas manchas negras «como de carbón», se hacían notables. Llevaba una camisa blanca de mangas largas y bombachas, unida a una falda verde oliva. Sus pies estaban descalzos.
Su nombre era Irene. Vivía en el pueblo de Cernégula, al norte de España. Vivía sola a las afueras del pueblo para evitar juntarse con los demás lugareños. Sin embargo, muchos de los habitantes del pueblo, visitaban a Irene por algún brebaje de su creación, también, la visitaban personas de pueblos vecinos, curiosos por aquellos brebajes. Tal fue su popularidad, que dichos brebajes, eran considerados por los habitantes del pueblo, como pócimas creadas por una bruja.
Así fue, el alcalde del pueblo; atraído por los rumores, visitó una tarde de finales de septiembre a Irene y escoltado por la mayoría de adultos del pueblo de Cernégula, acusó a aquella mujer de ser una bruja.
La excusa de ella simplemente fue que, usando algunas plantas, tubérculos y esencias aromáticas es como les dio vida a aquellas bebidas; no obstante, el incrédulo alcalde no creyó en la palabra de la mujer y fue así como resultó aquella tarde de septiembre, atada de pies y manos alrededor de un grueso y viejo tronco.
—¡Piedad! —gritó una mujer que se encontraba dentro del corro de personas—. Tened piedad, es solo una dulce muchacha que hace uso de la naturaleza para enfrentar enfermedades, es una médica tradicional. ¡nada del otro mundo!
—Es una bruja, señora Martínez y como tal, debe ser quemada en la hoguera —se defendió el alcalde iracundo, sacudiendo su antorcha.
El alcalde: un hombre rechoncho, de piel rosácea y un bigote particular de color negro, el cual combinaba perfectamente con su ilustre cabellera; se acercó a la mujer y con su antorcha, encendió los trozos de madera que se encontraban a los pies de Irene.
Irene levantó la cabeza y comenzó a reír sin motivo aparente. Miraba a las personas que le rodeaban, mientras reía. Reveló unos ojos negros, como boca de lobo y unos labios finos y una sonrisa de dientes amarillos, pero alineados.
—¡Sí, soy una bruja! —pronunció Irene, irascible—. Una bruja que curó a vuestros niños con sarampión, vuestros ancianos con catarro agudo, o acaso ¿ya lo habéis olvidado?
Ante las palabras de Irene, el pueblo enmudeció e intercambiaron miradas.
—Esos niños y esos ancianos fueron curados por obra de la magia, de trucos enseñados por el mismísimo Satanás —vociferó el alcalde, y se unió a la turba de pueblerinos, mientras veía como las llamas de la hoguera comenzaban a crecer.
Una mujer de cabello rojo; el cual llevaba atado en una coleta, de ojos marrones y labios gruesos, se abrió paso entre la multitud empujando a las personas y haciéndose camino hasta llegar a Irene.
—Ella se irá conmigo —dijo la recién llegada. Sacó del cinturón que llevaba sobre su vestido una espada. Lanzó zarpazos con el arma para dispersar los troncos envueltos en llamas.
Los troncos rodaron a los pies de los pueblerinos, la gente reaccionó asustada y dieron un paso atrás, mientras los cuchicheos iban y venían. No podían entender que sucedía.
—Ignis —articuló la mujer, lanzando una especie de arena sobre los troncos y las llamas crecían en dirección a los pueblerinos. Los gritos inundaron la turba, mientras la recién llegada sacaba de su cinturón una navaja con la cual cortó las sogas que mantenían inmóvil a Irene—. Vengo del futuro, y con tu talento, podremos vencer una fuerza malévola de dónde vengo.
Irene abrió los ojos como platos, tomó la mano de la desconocida y atravesaron el corro de personas que miraban confundidos y asustados.
—Anguis impetum. —Fue lo último que dijo la pelirroja, sacó de un bolsillo del vestido lo que parecían ser gusanos, que por las palabras pronunciadas se convirtieron en serpientes, las cuales se dirigieron a los pueblerinos.
—Gracias —pronunció la confundida Irene y se limitó a seguir a su salvadora a través del bosque que conectaba con el pueblo.
Siempre quise escribir una historia de brujas, y es así como nació este relato.
Buscando información sobre brujas en la antigüedad, encontré muchos datos; pero, me llamó la atención la historia tras el pueblo del relato: "Cernégula", pueblo Español que fue famoso porque —según las leyendas—, fue habitado por brujas y, allí mismo, se dieron vestigios de Inquisición Española.
Pero tiene un giro especial, y es la aparición de la chica del futuro que la rescata. Sí, me hubiera gustado extender un poco más esta historia, pero no me llegaron ideas para hacerlo 😅 gracias por tu visita.
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