Presencia nocturna
La culminación de mis estudios de medicina me llevó a trasladarme al campo, sin duda, fue una experiencia placentera; exceptuando por lo calurosos que se volvían los días, debido a ello, me había traslado a un condominio bastante acogedor.
Las casas, aunque eran pequeñas, eran confortables y cumplían su función. Además, era un lugar bastante tranquilo, el único ruido que se escuchaba regularmente era el de los carros al pasar frente al condominio, el cantar de las aves en la mañana y el ruido de los grillos en la noche.
A pesar de que mi tiempo lo consumía el estudio y el trabajo, había optado por salir todas las noches a caminar; si bien llegaba bastante cansado, eso no era excusa suficiente para dejar de lado las caminatas nocturnas que, de una u otra forma, me relajaban. Estar acompañado de la luna y las estrellas era maravilloso, ayudaba a aclarar mi mente y generaba paz, pues cada noche el viento se hacía presente y refrescaba el ambiente.
Cada noche, pasaba frente a la casa de mi vecino Aurelio, quien era un médico jubilado que decidió pasar sus últimos años de vida en el campo. Era grandioso visitarlo, siempre lo veía sentado frente al pórtico de la casa en una silla mecedora y, de vez en cuando, me hablaba sobre sus días como estudiante y cómo antaño vivió la vida a plenitud. En cada caminata me enaltecía con sus múltiples anécdotas.
Se podría decir que entre los dos habíamos creado un lazo de amistad y aparte de contarme anécdotas, me daba consejos para llevar los estudios y la vida profesional de la mejor manera.
Las casas tenían una enorme ventana frontal, desde el exterior se podía vislumbrar que se trataba de un espacio destinado para una sala de estar.
En muchas ocasiones, las cortinas de la ventana de la casa de Aurelio se mantenían abiertas, dejando a la vista su pequeño sofá, un par de sillas y el televisor. Aunque no era frecuente, cuando pasaba frente a su casa, veía acostado en el sofá a un hombre de unos —probablemente— treinta años. Supuse que era su hijo, pero nunca me atreví a preguntar sobre su vida privada, a menos que él se animara a hablar.
—Mañana me iré al hospital —dijo Aurelio una noche—, mis piernas me están matando, siento un dolor que va de la rodilla hacia abajo; tal vez sean los huesos, no lo sé...
Tenía sentido, desde hacía unos días, el semblante de Aurelio había cambiado. Se veía cabizbajo, alguna vez lo veía dormido en la silla mecedora y, otras veces, estaba en el interior de la casa y con las cortinas cerradas.
—Espero no sea nada grave —le contesté, después de todo, siempre se veía como un hombre saludable y enérgico.
—Calma, muchacho, este viejo puede soportar un par de años más.
Y con esas palabras, me tranquilicé y continué con mis caminatas nocturnas sin darle mucha importancia a sus palabras. Sí, su estado era lamentable, pero no podía interceder por él y estaba seguro de que su familia haría todo lo posible para que su salud no se viera disminuida con el paso del tiempo.
Infortunadamente, unos días después, rondaba en el condominio el rumor de que Aurelio había fallecido y, aunque no había un veredicto definitivo, veía la casa ausente desde la última conversación que tuvimos, era clara señal de que padecía una enfermedad degenerativa de la cual nunca hablamos.
Unos días más tarde, el joven que veía en casa de Aurelio confirmó su muerte y se presentó ante los demás como el esposo del difunto, no podía negar que me sorprendió, incluso más que la noticia de su muerte; pero no le di demasiada importancia.
Los días posteriores a la muerte de mi vecino, fueron extraños. La casa permanecía vacía, todas las luces apagadas y una sensación de incertidumbre se cernía sobre mi cada vez que pasaba por el frente. Pero había algo que destacaba. A pesar de tener las cortinas cerradas, tras la ventana se vislumbraba una sombra de un hombre de baja estatura y aspecto enclenque.
Tenía toda la pinta de ser Aurelio, pero esa idea me hacía estremecer, ¿acaso su espíritu estaba atrapado en nuestro plano terrenal? Tenía más curiosidad que miedo y para cerciorarme de que no eran ideas mías busque la forma de entrar; pero era inútil intentarlo, no había modo de hacerlo.
—¿Hola? —pregunté a aquella silueta, como esperando a que, lo que sea que estaba adentro, me respondiera.
No hubo respuesta.
Días más tarde la cortina desapareció, al igual que un par de muebles, y cada noche al pasar, se veía perfectamente la silueta de Aurelio. Su aspecto era reconocible a pesar de la poca luz que entraba a la casa desde el exterior. Era una imagen aterradora, como si quisiera hablarme o simplemente limitarse a verme.
Poco a poco, la sensación de curiosidad, se convirtió en miedo. Un auténtico terror a lo desconocido, pavor de ver a Aurelio ubicado en medio de la sala de estar sin hacer nada.
Nada ocurriría, pero era una imagen que me generaba mucho miedo; era como verlo en vida, desde la ventana se notaba como si estuviera mirando al exterior o mirándome a mi. No podía descifrar el porqué estaba ahí, pero estaba dispuesto a descifrarlo.
Cada noche, duraba mucho tiempo conciliando el sueño. La imagen de Aurelio en la ventana permanecía en mi mente hasta que me levantaba de la cama, iba por un vaso de leche caliente hasta la cocina y podía dormir plácidamente hasta el siguiente día.
Hasta que cierta noche pegué mis ojos a la ventana. La imagen del difunto era grotesca y hacía que un escalofrío recorriera mi espalda. Lo veía parado en medio de la sala con su mirada fija hacia el exterior.
—Hola —lo saludé nuevamente, esperando a que respondiera o que al menos se moviera y confirmara que no me estaba volviendo loco.
Sin embargo, no pasó nada y eso era lo que más me inquietaba.
Decidí comentárselo a mis padres y ellos solo dijeron que posiblemente era fruto del cansancio y de la sugestión causada por no dormir las horas suficientes y, sobre todo, por la conexión generada entre él y yo. Sí, lo consideraba un gran amigo, mas no podía hacer nada para verificarlo o hallarle una explicación lógica a lo que sucedía en esa casa.
Contacté a una bruja para atar todos los cabos y ella me manifestó que su presencia significaba que había dejado deudas pendientes que debían ser resueltas. Su respuesta generó que pensara en todas las posibilidades y en las múltiples razones por las que Aurelio seguía ahí.
—Las razones son muchas —me explicó la clarividente—, sentimiento de culpa, busca ser perdonado, o no alcanzó a perdonar a alguien, o, tal vez siente apego hacia la casa.
Tras varios días de pensarlo y de interrogar a su antigua pareja, ninguna de las opciones dadas por aquella mujer era la indicada. La razón más apropiada era el apego que él tenía por la casa, pensé que, muy seguramente, Aurelio temía por el destino de la casa y en manos de quién quedaría, pues era claro que su ex pareja no se quedaría a vivir ahí y él mismo había comentado sus deseos de venderla.
Ante aquella esperanza, el siguiente mes decidí vender la casa donde yo vivía y comprar la casa de Aurelio. Era la solución más racional que tenía a la mano.
Unos días más tarde, me di cuenta que esa era la respuesta: Aurelio confiaba en mí y sabía que yo cuidaría lo que alguna vez fue su hogar.
Viviendo en la casa de Aurelio, ya no volvió a aparecer en medio de la sala y cuando salía a caminar, ya no veía nada en la ventana, salvo mi sofá, el pequeño equipo de sonido y parte del comedor. Claramente pude conciliar el sueño y después de dicha experiencia, a nadie le comenté lo que veía a través de la ventana de la casa de Aurelio; nadie supo de esa presencia nocturna que cobijaba mis noches.
Para esta historia me inspiré en un caso real, hace un par de días falleció un vecino y vivía con su pareja y para todos fue una sorpresa que tuviese un esposo, pero no le dieron mayor trascendencia.
Sea como sea, algunos muebles aún siguen en la casa y nadie ha venido desde que se supo la noticia y, como cada noche salgo a caminar, de ahí surgió la idea :3
Y tú ¿qué harías si se te aparece un fantasma?
Gracias por leer y nos vemos en una próxima historia.
*créditos de la imagen a quien corresponda.
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