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Pitty se separó de sus amigos

Nunca había entrado a un restaurante de comida italiana, sin embargo, había decidido acudir porque todo mundo hablaba del dichoso restaurante. Fue una gran sorpresa para mí: el menú era bastante amplio y a precios razonables; de ahí que todo el mundo mencionara lo grandioso que era aquel restaurante, además, era el único que contaba con comida de ese estilo en la ciudad. Su éxito fue rotundo.

Los nombres de los platillos eran en italiano, afortunadamente, tenían una breve descripción en español de los ingredientes que llevaban los diferentes platos. Opté por algo llamado Orecchiette broccoli e pomodorini, básicamente era pasta con brócoli y tomates cherry.

A pesar de ser un platillo sencillo, al llegar a la mesa, tenía buena pinta: la pasta tenía una salsa de color blanco y sobre ella un par de tomates diminutos y un par de brócolis, esparcidos pulcramente. Me da un poco de lástima arruinar tan bello manjar, pero estaba muy hambriento, así que decidí tomarle una foto con mi teléfono móvil y después procedí a comer.

Sin duda, todo tenía muy buen sabor y la temperatura ideal para disfrutar de los alimentos, dejé a un lado las verduras, no porque me disgustaran, sino para comerlas una vez hubiese acabado con la pasta. Primero, fueron los tomates, después, el brócoli. No tenía problema con las verduras, pues desde niño me enseñaron a comerlas y disfrutarlas.

Justo cuando quedaba el último trozo de brócoli, una voz parlanchina gritó:

—No me comas.

Decidí mirar a mi alrededor, pero cada persona estaba enfrascada en sus asuntos, los meseros iban y venían; todo lucía normal.

Retomé mi acción de comer el último brócoli y nuevamente el mismo grito con las mismas palabras. ¿Acaso...? No, de ninguna forma, las verduras no hablan, a menos que el vino que había pedido para acompañar la comida se me hubiese subido a la cabeza, sí, eso tenía sentido; pero cuando volví a mandar el trozo a mi boca, la voz parlanchina se volvió a manifestar:

—¿Acaso no he oíste?, ¡dije que no me comas!

—Pero, ¿qué...? —pronuncié, sin embargo, no pude terminar mi frase, estaba consternado.

—Además, acabas de pinchar mis posaderas, ¡eres un monstruo! —se quejó el brócoli.

Sí, el brócoli había hablado y me costaba creer que eso estaba pasando. Tomé al tronquito con mi mano derecha, pues con la izquierda sostenía el tenedor; tenía unas diminutas manchas negras y una pequeña línea debajo: se trataban de sus ojos y boca, además, tenía un par de hilos a sus costados, que, seguramente eran sus brazos.  

—Pero... eres un brócoli, las personas comemos brócoli —indiqué al minúsculo personaje.

—No soy un brócoli —bramó aquel pequeño—. Soy una criatura del bosque, estaba de excursión con mis amigos; una bestia de cuatro patas y con orejas grandes, nos asustó, después, un humano nos puso en una caja, y... luego terminé rodeado de esas bolas rojas y esas cuerdas blancas que te acabas de comer.

—Entiendo —dije, luego de escuchar su relato y me quedé observándolo por unos instantes. En cualquier otro contexto hubiese sido terrorífico verlo, sin embargo, de alguna forma se veía bastante tierno y agradable.

—Necesito tu ayuda para encontrar a mis amigos —pidió el brócoli.

—Pero... pueden estar en cualquier parte —le contesté, sería como buscar una aguja en un pajar.

—Creo que eres inteligente y lo lograrás, así pequeño no lograré hacerlo, pero contigo... tengo la certeza de que los encontrarás.

Analicé sus palabras. Mencionó que había estado en una caja, así que había grandes posibilidades de que se encontraran en la cocina del restaurante, colarme en ese lugar sería complicado; no obstante, al ver el uniforme de los meseros, me pude dar cuenta que solo constaba de pantalón negro y camisa blanca. Si me quitaba la chaqueta del traje, quedaría como uno de ellos.

—Tengo una idea —dije, y pude ver que la pequeña línea se curvaba como en una sonrisa.

Tomé a la criatura y la puse en el bolsillo de la camisa, caminé lentamente hasta el lugar donde se suponía debía estar la cocina, pues de ese lugar salían y entraban los meseros constantemente.

Desafortunadamente, cuando me estaba adentrando en la cocina, una chica me tendió una bandeja con dos platos humeantes.

—Tú debes ser el nuevo, esto es para la mesa seis —indicó la chica y aquella acción, me tomó por sorpresa.

Aun así, tomé la bandeja e inspeccioné el lugar, ¿Dónde diablos estaba la mesa seis? Agudicé la mirada y pude darme cuenta que en un costado de las mesas, se indicaba a qué mesa correspondía; llegué hasta la mesa destinada y entregué la comida, aun sabiendo que ni siquiera trabajaba en ese lugar.

—Buen provecho —les dije a las personas que se encontraban en aquella mesa.

Cuando me dispuse a volver, escuché a un chico de la misma edad que yo, charlando con una de las meseras.

—Lamento la tardanza, hoy es mi primer día —indicó el recién llegado.

No le puse atención al resto de la charla y caminé rápidamente de vuelta a la cocina, esa era la señal de alerta.

El lugar era bastante espacioso, lo que hacía que aquella aventura incrementara su dificultad. Miré en todos los rincones, pero no veía brócolis o lo que sean esas criaturas, hasta que encontré un espacio denominado "verduras". Me aproximé hasta allí y en la parte más baja estaba la caja que había indicado aquel pequeño; las voces de las criaturas se mezclaron con la del brócoli que estaba en mi bolsillo, lo que señalaba la emoción de reencontrarse.

—Oiga, usted no debe estar acá —refunfuñó un hombre alto con un traje de chef, se veía bastante imponente, seguramente era el jefe de cocina.

No había tiempo que perder, tomé la caja y caminé con paso apretado a una puerta que indicaba "salida de emergencia"; no sabía a donde pararía, pero no podía arriesgarme a ser atrapado, estaba cerca de cumplir la misión.

—Los sacaré de aquí —dije a los pequeños.

Tras superar esa puerta, me abrí paso por un corto pasillo que, seguramente, daba al exterior. Sin embargo, tras de mí, sentía los pasos de más personas.

Al salir, efectivamente me encontré con la luz del exterior; me encontraba fuera del restaurante y seguí corriendo sin rumbo fijo. Me sentí bastante agotado, la condenada caja pesaba mucho.

Cuando volteé a mirar, los había perdido, nadie me perseguía. Al fijar la mirada en el cajón, varios brócolis daban saltitos y se reagrupaban, saqué a la criatura del bolsillo de la camisa y me agaché para que se uniera al resto del grupo.

Pitty, qué alegría que nos encontremos —dijo uno de ellos, al brócoli que tenía en el bolsillo de mi camisa.

—Gracias, por fin estamos juntos —habló Pitty, bastante emocionado.

—Tendremos que ser más cuidadosos la próxima vez —indicó otro.

—Bien, me alegra haberlos ayudado, ya es hora de irme, ¡buena suerte a todos! —exclamé y me levanté del suelo.

—¡Oiga! —gritó nuevamente el hombre con traje de chef—. No puede robar en nuestro restaurante, devuelva lo que tomó o lo entregaré a las autoridades.

Miré al suelo y el grupo de criaturas ya no estaba, solo quedaban los verdaderos brócolis.

—¿Acaso está loco? ¿Por qué hizo eso? —gruñó el hombre que estaba acompañado de otras tres personas.

—Resulta que tengo una obsesión con los brócolis —respondí con una sonrisa de medio lado.

—Pues debería ir a un supermercado —rebatió el hombre y tomó la caja con las verduras.

—Es buena idea, iré en este instante —contesté, sin dejar de sonreír, saqué un par de billetes y se los entregué al hombre—. Salí sin pagar mi comida, conserve el cambio y lo lamento por las incomodidades.

El hombre quedó con la boca abierta y no pronunció ni una sola palabra. Y, para lograr zafarme de esa incómoda situación, comencé a caminar en dirección a la parada de autobuses. Era hora de volver a casa.

Esta historia rara se me ocurrió hace unos días que estaba cocinando, estaba pensando en una historia que estuviese relacionada con comida, luego vino la idea de un trozo de fruta o verdura que pudiera hablar, después surgieron los demás elementos.

Espero les haya gustado, no olviden votar y comentar. ✨

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