Especial
Dentro del orfanato San Ambrosio, cada semana un niño se iba y uno nuevo llegaba; con suerte, eran más los que se iban, que los que llegaban. No importaba la edad, su color de piel, su estatura, o si se trataba de un niño o una niña. Todos eran recibidos por igual.
El orfanato era bastante famoso; pues dentro de aquel lugar, se imponía el respeto, las buenas costumbres y se les enseña a todos por igual sobre las ciencias básicas, mientras encontraban un hogar definitivo.
Wilma era la única niña que iba y venía. Siempre encontraba un hogar, pero ocurrían «cosas extrañas» en los hogares temporales, lo que daba como resultado que Wilma regresara al orfanato. No tenía amigos porque cuando hacía una nueva amistad, ese niño o niña encontraba un hogar y no regresaba.
Odiaba una palabra más que cualquier otra cosa; la palabra «especial». Decían que era una niña especial y que debían tenerle paciencia; no obstante, ninguna familia podía lidiar con Wilma porque esas cosas extrañas que sucedían, estaban ligadas con el fuego. Ella no podía estar cerca de una chimenea o de una cocina, pues había una fuerza extraña que ocasionaba incendios y fogatas.
—No tengo idea de lo que ha pasado —se disculpaba en cada ocasión.
A veces, le decían que era una niña rara o, simplemente, especial; pero ella no se sentía así, aunque la madre superiora y sus subalternas dijesen que sí lo era, Wilma no se sentía de esa forma. Mas consideraba que si era una niña rara: una niña extraña que nadie quería adoptar.
Una tarde, cuando el cielo se coloreaba de naranja y el sol se ocultaba, Wilma decidió poner fin a aquella pesadilla, sí, porque para ella era horrible ver niños yendo y viniendo, ver rostros nuevos en cada momento y darse cuenta de que ninguna familia podía estar con ella para siempre. Eso era lo único que quería, una familia que la quisiera por como fuese y que no se cansara de su presencia. No era una niña traviesa, pero los adultos así la tildaban; ya no podía seguir viviendo de esa manera.
San Ambrosio era un edificio de tres plantas y lo bastante grande para alojar a muchos niños huérfanos y tenía un jardín trasero que se conectaba con el pueblo más cercano. Frente a la gran casona estaba el bosque, aquel bello lugar que Wilma solo podía ver a través de las ventanas. El orfanato no tenía seguridad, pero los niños sabían claramente que, más allá de la valla, no podían cruzar.
Wilma, le dio poca importancia a esa advertencia, esa tarde se internaría en el bosque e iniciaría una nueva vida, tal vez fuese acogida por una familia de osos; en el peor escenario, esa familia de osos se la comería, pero eso no importaba, ella debía arriesgarse. Aquel lugar viejo y con olor a citronela ya no sería más su hogar. Además, no tenía idea de quienes eran sus padres y año tras año, se convencía de que era mejor no saberlo.
Con sumo cuidado, esperó a que no hubiera moros en la costa ni ninguna persona que truncara su plan y, como alma que lleva el diablo, salió de la casona, cruzó la valla y se internó en el bosque.
Corrió como si estuviera en una maratón. Corría con el corazón trasbocado y con la sensación de que la atraparían; pero no fue así. Se adentró tan profundo que se detuvo solo por el cansancio que sus piernas manifestaban, luego, la noche se hizo presente.
Estaba demasiado oscuro y ella odiaba estar en la oscuridad, por eso trataba de mantenerse en lugares alumbrados; le aterraba pensar qué cosas ocultaban esas tinieblas y, raras veces, cuando estaba asustada, salía de sus manos un par de esferas luminosa; pero para ella, eso era algo normal. Nadie nunca la vio hacerlo, si lo hicieran quien sabe que atrocidades le podrían ocurrir, podían señalarla como bruja, monstruo o demonio; incluso, pensaba cosas peores.
Wilma se estremeció ante sus pensamientos.
—Parece que estás perdida —dijo una voz masculina desde algún lugar.
Ella reaccionó y miró a su alrededor y no encontró al remitente de esa voz.
—¿Quién...? ¿Quién anda ahí? —preguntó Wilma, tratando de no demostrar el miedo que la invadía.
—Eres una niña muy peculiar, muy... especial —respondió la voz misteriosa.
¿Qué clase de broma era esa?
Wilma mantenía sus manos encendidas, con aquellas esferas que parecían fuego y no la quemaban, al contrario, le brindaban calidez y seguridad.
—¡Agh! —gruñó Wilma—. No soy especial, solo soy una niña ordinaria que nadie quiere tener cerca.
El ser misterioso salió de su escondite y reveló una figura de un chico, con su torso desnudo cubierto por un simple chaleco azul; unas piernas cubiertas por un un pantalón y, lo que más le llamaba la atención, era sus orejas puntiagudas. ¿Acaso estaba soñando?
—No temas, soy como tú —dijo aquel chico, acercándose cada vez más—. Soy un elfo y conozco un lugar donde te sentirás mucho mejor que en ese horrible sitio de donde vienes. En este sitio acogemos gente como tú o como yo.
Ella sabía que no debía confiar en extraños, pero si no aceptaba su ayuda, su idea de ser comida de osos podría llegar a ser real.
Wilma asintió y siguió al chico misterioso hasta una cascada, rodearon el agua y llegaron a un lugar asombroso, tan asombroso que no tenía palabras para describirlo.
—Seguro no sabes lo que eres —aseveró el elfo, volteando a verla—. Estoy seguro de que eres un hada del fuego que ha olvidado sus orígenes y fue cuidada por humanos.
—¿Yo? ¿Un hada del fuego? —chilló Wilma, no podía creer lo que decía, ni tampoco estaba segura de lo que pasaría, todo era muy confuso.
—Sí, hay hadas de los elementos, como tú y, también, de otro tipo, conozco a alguien que responderá todas tus dudas —le respondió el chico—. Por cierto, me llamo Emil.
Wilma asintió y siguió a Emil hasta un enorme árbol que parecía ser una casa; su misterioso compañero, aseveró que allí encontraría todas las respuestas a sus múltiples preguntas.
Este relato participó en el concurso "sonidos fantásticos" del perfil de WattpadFantasiaES
Historia inspirada en la canción "Just Like Fire" de P!nk. Se encuentra en multimedia por si quieren escucharla.
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