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No más

Magdalena

Los Taylor eran una familia americana exiliada en Europa desde hace un tiempo con negocios en España y sus alrededores. Dueños de una fábrica de carnes frías y otra de pesca. Los Halls, por su parte, eran propietarios de una cadena de hoteles dispersos en España y Bélgica.

La unión de Octavio Taylor e Ivonne Hall, fue no solo en matrimonio también en el plano comercial. Hay quienes dicen que fue una boda arreglada y en la pareja el único amor que se maneja es en los negocios. No me consta; aunque, he dicho que en los meses que llevo aquí los he visto intercambiar palabras solo en monosílabos.

En lo referente a mi estadía en Alicante, nada ha cambiado. En cuanto llegamos Augusto me dejó en casa de sus padres y se fue de gira por los hoteles. Al día siguiente de su partida decidí regresar a casa y no pude hallar mis documentos. Pregunté en muchas oportunidades a diversas personas, desde familias hasta empleados y nadie me daba razón.

Todas las salidas estaban bajo llaves y las ventanas abiertas eran las del segundo piso. En algunas ocasiones me veía tentada a lanzarme al vacío. Por la enfermedad de papá me vi obligada a alejar esos pensamientos y a callar mi sufrimiento.

Augusto estuvo por fuera una semana, al regresar atacó con más fuerzas mi estado de ánimo. Le pregunté por mis documentos y negó saber algo al respecto. Sobre la casa bajo llave aseguró era cuestión de seguridad. Las personas podían entrar a la vivienda, llevarse cosas y la policía era demasiado inepta para hacer algo por ellos.

Lo dijo en medio de alaridos, insultos y palabras ofensivas. Sin importar que estuvieran sus padres o el personal de servicio. Ivonne fingía no escuchar y miraba en otra dirección, al tiempo que Octavio sonreía orgulloso hacia su hijo.

Sus desprecios y calificativos despectivos me hicieron volver al alcohol. El bar de la casa siempre estaba lleno y daba la impresión de que nunca se agotaba. Me fui hundiendo en ese charco de vino y menosprecio.

El alcohol me hacía valiente y enfrentaba a Augusto sin problemas. Odiaba verme borracha o con aliento alcohol, me reclamaba mi poco interés en ser útil. Le devolvía los ataques acusándolo de alejarme de casa, para someterme a su voluntad. Que no iba a lograr nada, pero una pequeña voz me decía que ya lo hizo.

En casa solo estaban los empleados y los padres de Augusto. Su hermano Dorian vivía en un apartamento cerca al muelle y estaba a cargo de la empresa pesquera. Escuchaba su vos en las mañanas, cuando la resaca era insoportable.

No me culpen por la baja autoestima, hay que ver a Augusto en acción para entender el porqué de mi comportamiento. Sabe dar las palabras exactas en el momento justo para hacerme sentir miserable.

De la chica alegre, amante de las extensas cabalgatas y que tenía cargo la situación financiera del rancho, quedaba muy poco. Intento dejar la bebida, pero la situación en casa es asfixiante. El único momento de paz es con varias copas en mi sistema.

La noche anterior me había dormido tarde hablando con Travis, el único que conocía mi infortunio. Gracias a él había logrado no tomar, pero estaba tentada a hacerlo en el día. El hormigueo en todo mi cuerpo, sudar frío y la certeza que todo esto acababa con una copa crecía en mis entrañas. Contemplo el jardín a cinco metros de distancia de mis pies y me resulta atractivo.

La falta de algo que hacer, aparte de autocompadecerme, me hizo leer los documentos que papá firmó. El divorcio de ambas partes no podía ser la única salida. Estaba segura hallaría otra manera de librar a mi familia de la ruina.

—¿Se puede? —pregunta Dorian desde la puerta de la habitación.

—Es tu casa. —cruzó mis brazos a manera de protección.

Él también me odia...

Fue mi culpa al fijar mis ojos en Augusto, me encandilé con su caballerosidad, obsequios lujosos y demás. Hasta los celos me resultaron atractivos y eran vestidos por mí, como amor.

—No hemos tenido muchas oportunidades de hablar —dice entrando a la habitación —mamá me contó el infierno que vives. También que Augusto confiscó tus documentos.

—Me casé enamorada... Hoy no entiendo por qué lo hizo tu hermano.

Resulta increíble, es que crea tener oportunidad de acceder a mis tierras. "Tú le estás dando muchas oportunidades al tomar." Me dice la voz del Travis y sacudo la cabeza, pero vuelven a mí "—Es así que te quiere, sin voluntad. ¿No has pensado que su deseo sea internarte? Si te declara incompetente, siendo tu esposo, tiene todo el derecho en tomar posesión del rancho"

No. No y no. Me niego a decaer y rendirme, Travis tiene razón. No puedo seguir en este bache tan oscuro.

Se instala a mi lado y guarda silencio. Si bien, la forma en que se refirió a mí fue despectiva, dejó claro que no estaba de acuerdo con este matrimonio. Incluso llegó a sugerir que podía divorciarse.

—Augusto hace lo que papá le pida, sin importar si es correcto o no —comenta dando la espalda al balcón.

—Debo deducir que no harías lo mismo.

Cruza sus brazos y me mira en actitud desafiante. Dorian es el menor de los dos hermanos, según rumores de empleados, la oveja negra de la familia. Con veinticuatro años, dos menos que su hermano. Soltero y con muchas mujeres dispuestas a quitarle ese título.

—No hay forma que papá me haga hacer algo, que vaya en contra de mis principios o dañe a alguien—acaricia su mentón con los pulgares e índices antes de seguir —menos si es para su beneficio y no el mio. Ellos ya vivieron su vida, no es egoísmos hacer lo propio por la mía ¿No crees?

Dudo en responder. Lo que logro deducir entre líneas es que esto fue orquestado por su padre; aunque no tenga los motivos. Mis padres nunca me harían daño o pedirían hacer algo que dañe a otros.

—Dicen que para ser feliz algunas veces hay que ser egoísta —mi comentario lo hace sonreír y le observo hacerlo.

Podría decir que lo que más llama la atención es su cabello castaño poblado, su estatura o el aire desafiante que lo envuelve. Lo cierto es que al igual que su hermano, tienen diversas virtudes físicas que lo hace atractivo.

Sin mencionar a sus abultados bolsillos.

No es que sean los más ricos o millonarios, pero, sin dudas, viven en medio de lujos. En camisa blanca, pantalón gris y mocasines, luce relajado y elegante. Llegó en el Lamborghini hace una hora y ocasionó risas en la cocina. El estruendo que hace su llegada y las bromas que siguen es la única alegría que hay en la casa. Al partir, la casa regresa a ese ambiente aburrido que la envuelve.

—¿Te apetece comer afuera? —La pregunta la hace de repente y parpadeo por la sorpresa de la invitación —mi hermano no está, mis padres tampoco. Y, aunque estén, no te pierdes de nada bueno ¿Me equivoco?

—No soy una buena compañía. Mi ropa no es la mejor...

Sonrió con timidez y suspira viendo mi imagen. En vaqueros, remera blanca y zapatos deportivos. Mi cabello está atado en mi cabeza en una coleta y cae sobre mi espalda de cualquier forma.

—El hábito no hace al monje... ¿Te molesta si te llamo Magda? —niego y sonríe —Magda será. ¿Qué dices?

—Que puedo tener el olor a eses de vaca, heno o sol...

Mucho antes de terminar la frase me di cuenta del error que había cometido. El mayor de los Taylor observa mi rostro y guarda silencio.

—Lamento mucho todo lo que has pasado con Augusto.

Retiro el aire de mis pulmones con disimulo aliviada. Dorian ha imaginado que aquellas palabras son parte de los insultos de su hermano. Me conviene que crea esa versión, es posible que no tenga una salida a mi problema en este instante.

Confío en que no siempre sea así.

—No voy a mentirte, no estuve de acuerdo en este matrimonio —comenta regresando su cuerpo a las barandas del balcón —en nada tiene que ver con la manera en que tu familia se gana la vida. Aun así, debes aceptar que esto —señala a su alrededor abriendo los brazos —y el Rancho Mallory no compaginan.

—Cometí un error...

—El único culpable es Augusto y Octavio Taylor —me interrumpe. —el campo no es nuestro lugar y nada que venga de allí nos resultará atractivo. No será la lámpara de Aladino, no hará milagros. El que no se acerca a las buenas, no lo hará a las malas. Menos, si es un Taylor.

No alcanzo a entender lo último que dice y no tengo oportunidad de razonar sobre ello. Por insistencia suya acabo, aceptando su ofrecimiento, de conocer la ciudad.

— Comeremos en un sitio tranquilo. —me calma y afirmo. —el atuendo está perfecto, no te preocupes.

Al bajar por las escaleras y pasar por el bar, mis manos tiemblan, el deseo de ir por una copa es incontrolable. El hormigueo de la noche anterior y lo que estoy viviendo es una alerta.

Es hora de parar.

—¿Te molesta si damos una vuelta antes de llegar al lugar? — sugiero y afirma distraído. Esperaba que el aire puro calmara mi ansiedad por tomar.

Tres horas después...

Dorian hizo de guía turístico, aunque bastante alejado y en algunos momentos se podía notar avergonzado por mi compañía. Sin entender por qué decidí al regresar verme al espejo y detallar mi atuendo con ojo crítico. Agradezco el tiempo que me brindó y sonríe. Subo las escaleras escuchando una discusión en el estudio de la casa. Augusto ha regresado de viaje y está cabreado por los gastos.

—¿Puedes decirme en que te has gastado tanto dinero? —Susurros le siguen en respuesta y me detengo en mitad de los escalones —¡No bajaré la voz! —protesta —tampoco le pediré prestado para cubrir tu falta...

Continúo mi ascenso al escuchar lo que sigue, el padre de los Taylor está en el vicio de las apuestas. Augusto se queja de que todos los dividendos que produce sus fábricas no dan abasto para cubrir las deudas de juego.

Detengo mis pasos frente al espejo y guardo silencio. Le sumo el acto de buena fe a Dorian por salir conmigo en ese estado tan deplorable. Tengo ojeras, cabello revuelto y he bajado varios kilos. Desde mi llegada a esta casa mi alimentación es escasa, algunas veces nula.

"—Pueden robarnos todo Magda, pero cuando te quitan las ganas de vivir estamos muertos en vida —Recuerdo a Travis decirme en videollamada la noche anterior"

—Una desquiciada tiene más presencia que yo —me burló ante la imagen que veo.

—Te cuesta adaptarte a este ambiente, pero acabarás haciéndolo. —salto al escuchar la voz de Augusto y lo encuentro dentro de la habitación —¿Dónde estabas?

—No te importa...

—Magda—me advierte —no me hagas enojar.

—Largo Augusto —le pido —no me interesa tu compañía a no ser que sea para decirme que quieres el divorcio.

—Podemos fingir que somos una pareja...

—No. —le interrumpo sintiendo el móvil vibrar en el bolsillo trasero de mi vaquero. —perdiste esa oportunidad en nuestra boda.

—¿Estás ebria? —alzo el mentón con todo el orgullo que da saber que no es así.

—¿Te gustaría que lo esté verdad? —guarda silencio y me mofo de él —no me verás en ese estado jamás.

Su mirada se oscurece y su mandíbula se tensa, aprieta las manos en un puño viéndome con odio. Por un instante creo que se lanzará sobre mí o me golpeará. Sostengo su mirada con todo el desprecio que ha alimentado en mí todos estos meses.

—Te odio —le digo con fuerza —te odio Augusto Taylor y no hay nada que puedas hacer para cambiar esto... te o dio.

—No me hagas olvidar que soy un caballero...

—¿Qué más da? Ya olvidaste que eres hombre — da un paso hacia mí y estiro todo mi cuerpo.

—¿Qué pasa Augusto? —la voz de su madre lo detiene y enarco una ceja divertida. —¿Augusto? —insiste la señora Yvonne. —Si deseas caer más bajo que casarte con esta campesina... golpéala y de paso te olvidas de que eres Hall.

—Esta campesina tiene más valor que usted —le interrumpo.

—¿Cómo te atreves? Estás en mi casa, jovencita...

—No por mi decisión —les recuerdo y mi buen humor aumenta.

—Basta Magdalena... —me advierte Augusto y niego.

—¿Por qué? Ya no estoy dispuesta a caer de nuevo, si necesitas dinero no lo vas a encontrar en mí. —sonrío mirándolo y lo veo apretar las manos con fuerza —es posible que no sepa comportarme en tu círculo, pero jamás regreso a donde me desprecian.

Los rodeo a ambos y salgo apresurada hacia el jardín, sacando el móvil que no cesa de vibrar.

—¡Por Dios! Estaba empezando a creer lo peor...

—Estoy bien mamá ...

—No me digas que estás bien Magdalena, cuando tu voz dice otra cosa —se queja mamá —No me mientas, tu hermano ha bajado de peso, pasa interminables horas en el establo y solo entra cuando está agotado. Y esa voz es de llanto...

—¿Por qué debe ser mi culpa? —me quejo controlando la agonía de saber que mi Patrick sufre quizás por mí. —estaba viendo una película y solté en llanto.

—¿Segura?

—Muy segura mami ¿Cómo estás ustedes? ¿Cómo es eso que Patrick está de mal humor?

—Le he dicho que son penas de amor, pero no me lo cree —la risa de papá me alivia y a mamá le causa enojo.

Malcolm y Alice Mallory, son la pareja más dispar que se pueda conocer. Papá bromista, ella juiciosa, él 1.90 y su cuerpo curtido por el sol del campo. Mamá 1.67, rubia, menuda y de un carácter fuerte.

—No le veo el chiste por ningún lado...

—Los verás cuando nos presente a la que lo tiene así —insiste papá. —sé que extrañas a la niña, yo también lo hago. Nunca nos dijeron que se irían al otro lado del mundo —suspira — solo llevan meses de casados y no es adecuado que deje a su hogar para vernos.

—Ustedes pueden venir o quizás Patrick — ruego porque acepten y cruzo los dedos —unas vacaciones le harán bien y de paso mamá se asegura que estoy bien...

—De ninguna manera —Interrumpe papá —hacer eso sería desconfiar de Augusto... Además, de estar mal lo dirías ¿Nos ocultas algo acaso?

Antes de responder pienso en su corazón y en que su estado de salud está cada vez más deteriorado. Le aseguro estar bien, que extraño el rancho y la vida de campo. Al parecer, me han creído y al colgar sollozo.

—¿Qué tengo que hacer para que vuelvas a ser la de antes? —la voz detrás de mí me hace abrazarme y guardar silencio —en un momento de la boda cambiaste tanto... que creí te habías arrepentido. Por eso te dije todo eso... está herido y enojado. —sigue —coqueteaste con ese don nadie con quien hablas cuando no estoy.

—Es el socio de Patrick y su mejor amigo...

—Al que nunca me presentaste...

—¿Ahora eres el afectado aquí? —le enfrento y lo observo molesta —¿Estás seguro de que eres el perjudicado en esta relación? —insisto —acabo de escucharte decir que están mal de liquidez y mágicamente cambias el trato conmigo ¿Me crees tan estúpida?

—Linda...

—¿Quieres saber que tienes que hacer Augusto Taylor? —pregunto y noto a varios empleados viendo hacia nosotros con disimulo —¡Muérete! Y veremos si me afecta. —doy un paso adelante y siento sus pasos detrás de mí —quiero estar sola... en verdad me gustaría que estuvieras muerto... porque es la única forma de librarme de ti.

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