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Una pasarela brillante

Cherry estaba recargada contra la pared del pasillo, luciendo como si estuviese al borde de un ataque cardiaco.

Isaac observaba el suelo, sumido en sus pensamientos, y Alessandro se mordía el labio, sintiéndose en medio de una guerra en la que él jamás había aceptado participar.

La boca del castaño se abría y se cerraba, incapaz de poner en orden sus acelerados pensamientos.

El italiano los miró con cuidado, pidiendo que la morena no se desmayara en ese lugar.

— ... Este... ¿vaya situación, no? — Alessandro sonrió, encogiéndose ligeramente en el momento en que Cherry movía sus ojos hacia él.

— ...Alessandro... — la morena murmuró, completamente perdida.

— Ese... ese gato... ese gato estaba hablando — masculló, llevando una mano a su boca y mordisqueando sus uñas.

Pasaron algunos segundos, algo pareció acomodarse en su cabeza.

Levantó la vista, el italiano notó sus pupilas hacerse del tamaño de una semilla de linaza.

— ¡ESE GATO ESTABA HABLANDO! — exclamó, haciendo que el chico le indicara que bajara la voz.

— Espera, Cherry, puedo explicarlo — trató, mordiéndose la lengua al darse cuenta de que no, no podía explicarlo.

La chica colocó su mano en el hombro del castaño, evitando desplomarse al suelo.

— Ay dios... ay dios, ¿qué mierda está pasando? ¿¡Qué puta mierda está pasando!?

— ¡No lo sé! ¡No lo sé, Cherry! Tengo la misma cantidad de información que tú, quizás hasta menos — el italiano la intentó calmar, observando el pasillo a lo largo y temiendo que algún vecino asomara su cabeza.

— Ellos... Ellos aparecieron aquí una noche, veintisiete jodidos gatos parlantes que, aparentemente, eran liderados por Oliver — explicó.

Sonaba como algo que un niño había imaginado.

— ... ¿Cómo... cómo pudo pasar? ¿Cómo demonios están hablando?

— Nadie sabe, ni siquiera ellos... los... los gatos me explicaron que sólo lo... comenzaron a hacer — el muchacho prosiguió, dándose cuenta de lo lunático que se debía de ver al explicar algo así de ridículo.

El trío se quedó en un silencio sepulcral, tres cabezas que trabajaban a toda velocidad intentando encontrarle sentido a la situación que los envolvía.

— Gatos que hablan, jodidos, gatos, que, hablan — la joven de cabello rizado se llevó una mano a su frente.

Isaac levantó la vista del suelo, el italiano tenía que inclinar ligeramente su cabeza hacia abajo para verlo a los ojos.

— ¿Qué... qué piensas hacer? — preguntó, haciendo que Alessandro suspirara y se dejara caer contra la pared.

— No tengo idea, hermano — murmuró, conectando con su vista y dedicándole una mirada de cansancio.

El castaño suspiró, mordiéndose el labio mientras intentaba ocultar una pequeña sonrisita.

Los otros dos chicos lo miraron como si estuviera loco, ¿qué demonios le parecía tan gracioso?

Isaac notó las miradas escandalizadas que le dirigían, algo que no hizo más que aumentar su sonrisa.

— ¿Qué? — Cherry preguntó, completamente sorprendida.

— ¡Son gatos que hablan! — el chico rio.

— ¡Gatos que hablan!

— Sí, sí, eso ya nos quedó claro — el italiano lo apresuró.

El chico de cabello castaño observaba a sus dos amigos como si no pudieran ver algo que estaba frente a sus malditos ojos.

— ¡Tienes un departamento lleno de gatos que hablan! ¡Eso es genial! — el chico sonreía, parecía que un sueño suyo se había vuelto realidad.

Alessandro se tomó un segundo para pensarlo, había estado tan concentrado en "me metí en un puto problema" como para verle el lado positivo a esa situación.

Tenía lo que probablemente era un milagro de la ciencia (¿cuál uno? malditos veintisiete) en su casa, un animal que puede hablar y pensar como ellos.

Una mascota súper avanzada... ¡era el sueño de cualquier niño!

Regresó a aquel pensamiento de la noche anterior: siempre había querido que Oliver pudiera hablar, regresarle y expresarle con palabras respuestas a todas las confesiones que alguna vez le hizo.

Volvió a mirar a Isaac, esta vez, sonriéndole de vuelta.

— Ustedes están jodídamente locos — Cherry los miró, exasperada.

— Jodídamente locos.

Antes de que cualquiera de los dos pudiera reaccionar la morena ya estaba huyendo por el pasillo y hacia el elevador, alejándose de ellos y caminando lo más rápido que podía.

Los dos amigos la observaron irse, cachando sus miradas de nuevo y dejando escapar un par de risas.

— Se le pasará — Isaac afirmó, mirando brevemente al elevador y suspirando.

— Ahora... conozcamos a esos... a esos gatos que hablan.

El italiano tragó saliva, envolviendo su mano en la perilla de metal y dándole vuelta lentamente, casi con temor.

Una discusión acalorada entre las que parecían ser dos gatas se interrumpió, haciendo que los doce ejemplares voltearan hacia los chicos en la puerta.

Hubo un intercambio de miradas, las colas de los felinos se movían como tranquilos papelillos en el viento.

El castaño soltó una risa, incapaz de creer lo que estaba frente a él.

Dio un paso en dirección a los animales, sonriendo con nerviosismo.

— ... Hola — sonrió.

— Mi nombre es Isaac.

Anhura se acercó al joven de un salto, haciendo que sus pupilas se dilataran y que Alessandro los observara con curiosidad.

Isaac extendió su mano, la gatita le dio una olisqueada cautelosa.

...

— ¡El enano huele a pastelillos!

Los gatos (excepto la antipática de Nerea) estallaron en charlas y bienvenidas, sobándose contra la ropa del sorprendido chico.

— ¡Un nuevo esclavo!

— ¡Es cierto, huele a pastelillos y pasta de dientes?

— ¿Tienes comida?

— ¡Incendiamos un microondas!

— ¡Aprendí a escupir!

El italiano comenzó a reírse, el enano con olor a pastelillos le dedicó una mirada ligeramente confundida, sonriendo con inseguridad mientras recibía el afecto de los felinos.

La gata negra se subió de un salto a la mesa del comedor, tirando un vaso de plástico al suelo para llamar a la atención de los felinos.

— ¡Gatos! — ella exclamó, recibiendo una mirada molesta de parte del italiano mientras recogía los que había tirado.

— ¿¡Pero qué están haciendo!? ¿¡No les da vergüenza!? — les reclamó, haciendo que la habitación se quedara en silencio y que los demás se alejaran lentamente del chico castaño.

— Si podemos hablar ahora es para que dominemos a los humanos, ¡no para seguir viviendo bajo sus faldas!

Isaac se puso de pie, sus ojos analizaban el rostro de Nerea con cuidado y una sonrisa brillaba en su rostro.

— Esto es maravilloso, Alessandro — exclamó, riendo y haciendo que la gata moviera su cola irritadamente (¿qué me estás viendo, chango mal afeitado?).

— Recuerdo haber visto un documental de un orangután en cautiverio hace algunos días... algunas personas le habían enseñado a aplaudir, tronar los labios, murmurar y un par de cosas con relación al habla humana... pero esto, esto es maravilloso — mencionó, Nerea estaba ahora completamente mosqueada.

— ¿¡Orangután!? ¡Sí alguien aquí se parece a un maldito orangután eres tú!

El castaño soltó una risa incrédula, regresándole la mirada al ligeramente confundido muchacho alto.

— ¡Esto es una obra ejemplar de la madre naturaleza!

Nerea le echó una mirada de "¿quieres perder tu estúpido ojo?" mientras Isaac regresaba al sofá, comenzando a acariciar la cabeza de Oliver. Su mirada divagó al humeante artefacto de cocina; el metal que habían puesto en su interior no lo haría explotar, eso lo sabía por experiencia (tuvo unas vacaciones muy extrañas hace algunos años) .... pero Alessandro jamás podría volver a usar esa pieza de chatarra.

El italiano siguió sus ojos, regresando a su rostro una expresión afligida y pensando en lo mucho que le había costado se microondas.

La mirada de Isaac se iluminó.

Cualquiera de sus compañeros de equipo y aquella especial morena te podían decir el increíble control freak que ese chico podía llegar a hacer.

Él lo llama "liderazgo", claro, llama liderazgo a su incapacidad de no tomar el control de cualquier situación.

— Tengo una idea.

***

Una bolsa de basura con un extraño olor a orina y humo estaba abandonada afuera del viejo edificio departamental, escondiendo los rastros de un pobre, pobre microondas.

El departamento número diez había estado teniendo una semana muy extraña.

— Bien, el que sigue — Isaac indicó, anotando en una libreta pequeña con una pulcra caligrafía.

Alessandro estaba... sorprendido.

Sorprendido de lo que ese chico había podido organizar con un par de sobornos y repitiendo "por favor" casi cien veces.

Un gato del color de las nubes en invierno subió al escenario que habían improvisado con cajas apiladas, luciendo como si fuera el ser más tierno del universo.

— ¿Cuál es tu nombre?

— Coconut — el felino respondió, en su cuello había un pequeño collar azul con una brillante placa plateada del mismo nombre.

— Coconut... ¿de dónde vienes, Coconut?.

El italiano admiraba la seriedad con la que Isaac estaba manejando todo esto.

A este punto ya hubiera encerrado a todos los animales en un cuarto y salido del país de no haber sido por él.

— Mi familia vive en una casa no muy lejos de aquí... mi dueña era Fernanda Abbot, una niña genial — explicó, haciendo que los demás voltearan los ojos e hicieran sonidos de abucheos.

Al parecer, que un gato no pensara que su humano es su esclavo era humillante.

— Cuando descubrí que podía hablar, Fernanda fue a contarles a sus papás. Creyeron que estaba alucinando, y cuando insistió por días enteros decidieron darme en adopción... Tuve miedo de hablar frente a ellos, y ahora quiero deshacer esta situación para volver y hacer las cosas bien — Coconut terminó, Alessandro jamás había visto una cosa más triste que la expresión en su rostro.

Dios, sólo te daban ganas de abrazarlo.

— Entonces sentiste una conexión con este departamento, y decidiste venir — Isaac adivinó, recibiendo una afirmación del blanquecino felino.

El patrón se había repetido varias veces: un gato vive una vida normal, descubre que puede hablar, siente una conexión al departamento de Alessandro y vienen a encontrarse con el grupo.

Era... una situación mucho más compleja de lo que habían pensado.

— Siguiente — el chico indicó, observando al animal alejarse y perderse en el público para darle paso a un nuevo gato.

— ¿Cuál es tu nombre? — Isaac preguntó, el nuevo felino vestía un largo pelaje blanco con motas anaranjadas y negras, y le hacía falta la punta de su oreja.

— Zeus, mi nombre es Zeus.

— ¡Ahora sin llorar!

La muchedumbre estalló en risas, Zeus río con ellos e intercambió insultos con otros gatos bajo el escenario.

Isaac levantó su mano, logrando que se callaran.

Desde que se había convertido en la persona que reparte las galletas de mascota todos parecían respetarlo de sobremanera.

— Zeus, ¿de dónde eres?

— De la calle principal, líder de la pandilla "humo" — exclamó, hinchándose el pecho de orgullo.

Alessandro levantó una ceja, ¿había pandillas entre gatos?

— Me desperté un día y fui a la misma panadería en donde la señora Dionne me alimenta todas las mañanas, y antes de que lo pensara le reclamé porque me había puesto la leche deslactosada que sabe a agua de cloaca.

Gritó, se desmayó, y hui de la escena del crimen, nadie debía de saber que estuve ahí así que le dije a un perro tonto que, sí alguien preguntaba, dijera que me vio dormido en su patio. Una coartada demasiado fácil.

Alguien claramente debía de haberle explicado esos términos, términos que el italiano conocía sólo por las horas que él había dedicado a series policiacas.

— Entonces pasaba por aquí, y decidí entrar a este departamento — terminó simplemente, los demás parecieron intercambiar murmullos con historias similares.

Los dos muchachos se miraron, llegando a una conclusión mutua.

Esa "pasarela" que Isaac había reveló muchos detalles que ellos no conocían.

Por ejemplo, se enteraron de que Valentino tiene una bastante inconsistente historia de cómo una vez estranguló a un Rottweiler, que Zeus una vez se comió una lata y la vomitó y que cada uno de los gatos de casa tienen mucha información comprometedora de sus dueños.

Conocieron que Rosa, una gata siamés, trabaja en un asilo de ancianos como animal de compañía, y que Nix, la blanca angora, vivía con un escritor que Alessandro conocía por un libro que había leído en la biblioteca escolar (Han Oyokone, un maestro de las letras).

Aprendieron que Pantro, un enorme gato de bengala que el italiano había ignorantemente confundido con una pantera, se escapó de forma heroica de una feria clandestina, además de que los gatos creen que el viejo y callado felino gris llamado Lieutenant vivió en un campamento en el Amazonas (en el Amazonas, en un barco naufragado, en El Monte Everest, en una perrera salvaje, la pregunta es en dónde no ha vivido).

Atlanta, el calvo gato de ojos celestes, está obsesionado con la televisión, mientras que Jade una vez se cayó de un techo por estar observando las estrellas.

Se enteraron muchas cosas, pero tal vez la más importante era que todos habían sentido una conexión con Oliver, cosa que los impulsó a venir a ese departamento.

Era extraña la forma tan similar a la de los humanos que tenían al hablar: hacían bromas, se burlaban entre sí, hablaban con acentos y utilizaban expresiones que los chicos muchas veces no entendían.

El propio felino de Alessandro tenía un acento irlandés que no tiene ni idea de dónde lo sacó.

Había sido ciertamente... una experiencia.

Y mientras el italiano observaba a su amigo subirse en un camión (Cherry se había llevado su carro aunque no supiera como manejar del todo, algo que los ponía ligeramente nerviosos), pensaba en lo mucho que le hacía falta resolver de ese misterio.

Y, diablos.

Su departamento entero ya había comenzado a apestar terriblemente.

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