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Dilemas sobre ruedas

— No... no, no, no — el italiano daba vueltas en círculos, queriendo tirar de su corto cabello oscuro.

— ¿Cómo demonios sucedió esto? ¿¡Qué fue lo que hicimos mal!?

— Vaya, no lo sé, Alex — la voz de una morena sonó desde el sofá; la habían traído al apartamento de una forma tan apresurada que ni siquiera le había dado tiempo de ponerse maquillaje, lo que dejaba ver la mancha rosácea que cubría la mayor parte de su rostro.

— No es como que fuimos lo suficientemente irresponsables como para sacar a un gato del departamento... oh, espera — añadió sarcásticamente, recibiendo una mirada asesina del castaño.

— Ay, ya — la chica volteó los ojos, achicándose bajo el enojo de sus amigos.

— Era una broma.

El lugar se había quedado en un tenso silencio y los felinos observaban a los tres jóvenes con miradas interesadas: Isaac leía con rapidez el artículo que ya había leído más de diez veces, Alessandro sufría una crisis y Cherry intentaba mantenerse despierta de la siesta que le habían arrancado minutos antes.

"¿Qué haremos ahora?... Merda, ¿Qué demonios haremos ahora?" el italiano pensaba para sí, intentando ponerle orden al torbellino dentro de su mente.

Había pensado cientos de veces en las opciones que tendrían a la mano si las noticias de... de los gatos parlantes, se extendieran.

Ninguna parecía muy brillante.

Se dejó caer contra la pared. Millones de ideas desalentadoras volaban por su cerebro.

— ... Miremos el lado positivo — Isaac comenzó con voz temblorosa.

— Son noticias recientes; videos publicados a YouTube que están ganando popularidad... la gente aún no está del todo convencida en sí creer que son reales o no, lo que nos da un poco de tiempo antes de que se descubra la verdad-

— ¿Tiempo para qué, exactamente? — Cherry volvió a hablar, haciendo señas en el aire con su manicura de uñas postizas.

El castaño se mordió la mejilla.

Los tres chicos conocían la respuesta perfectamente, pero se negaban a decirla primero.

— Tiempo de... tiempo de esconderlos — soltó, moviendo su mirada brevemente a los ojos azules y agotados de Alessandro.

El italiano elevó la vista, observando con cuidado la vieja pintura blanca de su techo.

Entonces sintió algo que lo hizo mirar hacia abajo.

Oliver se había refregado contra su pierna, saltando después a la barra de cocina y observándolos con sus brillantes ojos cafés.

El chico suspiró; de pronto todas las decisiones que había tomado en las últimas semanas de habían derrumbado al suelo gracias a recordar la jodida debilidad que tenía ante esos animales.

— ... Decías... ¿Decías que tu tía tenía un rancho?

Isaac detuvo sus dedos (que hasta el momento se habían estado moviendo a una velocidad bastante fascinante), volteando la vista hacia su amigo con una expresión de completa sorpresa.

La morena en el sofá se irguió, igual o incluso más sorprendida.

Alessandro podía escucharla preparándose para gritarle.

***

— Isaac, juro por Dios que si no guardas eso ahora mismo me va a dar un maldito paro cardíaco — Cherry exclamó, su voz estaba tintada con un urgente tono de pánico.

El castaño, que conducía la empolvada camioneta que su padre no había usado desde el noventa y siete y había aceptado regalarle, malabareaba entre tener las manos en el volante y leer un pequeño diccionario español-francés.

— Tranquila, Chers, no hay nadie en la carretera.

— Guarda el libro. Pon los ojos en el camino. Nadie sale herido. No es tan difícil.

Tal vez la peor decisión que haya tomado en su vida, pero decidió ignorarla por completo.

— ¿En dónde dejaste al Isaac que maneja como abuela?

— Esto es muy importante, Cherry.

— El departamento de Alessandro se estaba quemando.

— ¡Ya te lo dije! ¡No hay nadie en la carretera!

Ahora, la carretera por la que cruzaban en ese momento sí estaba, de hecho, completamente vacía.

Pero para Cherry estaba llena de niños y cubierta de mantequilla y aceite, por alguna razón.

Era temprano y el sol le daba al cielo un suave color campanula, iluminando pálidamente los verdes campos a su alrededor. Una atmósfera que pudo haber sido suficientemente placentera para hacer el viaje en auto una experiencia refrescante.

Pero el italiano sabía desde el principio que, estando dentro de un vehículo con esos dos inútiles (aspecto que era tal vez más estresante que tener a más de dos docenas de felinos en el mismo confinado lugar), esa travesía sería todo menos pacífica y placentera.

— ¡Voy a aventar la maldita cosa por la ventana! — la morena vociferó, saltando de una forma exagerada cuando una bolsa de plástico golpeó el frente de la camioneta.

La basura fue ruidosa, pero nada muy preocupante. Fue el hecho de que Isaac se asustó más por el grito de la copiloto que por el obstáculo lo que causó que le diera un tirón al volante e hiciera que el grupo entero se sacudiera violentamente.

Alessandro soltó un quejido cuando las uñas de Nerea se clavaron en su pantorrilla.

Si la cabina se estaba descontrolando de ese modo no pudo evitar pensar en el desastre que debía de estar ocurriendo en la cajuela.

La acomodación a la que habían llegado hace aproximadamente dos horas parecía ahora un jodido chiste.

El castaño se había ofrecido a manejar, y ya que Alessandro era la versión viva del agotamiento y Cherry aún no había obtenido su licencia, habían dejado que lo hiciera.

La morena entonces tomó el lugar del copiloto, dejando que el italiano tuviera la oportunidad de conseguir "algunas horas de sueño".

La siguiente decisión, para ellos, era bastante obvia: la camioneta pick up tenía una cajuela bastante grande donde podrían esconder a los veintisiete gatos parlantes bajo una lona y evitar así levantar sospechas.

Claro, genial idea.

Mala suerte que no todos pensaran así.

La primera en protestar fue Nerea, exclamando que no sería tratada como una inferior por un ser tan primitivo como un humano.

Entonces, Oliver se unió con el argumento de que "era una parte del grupo tan importante como cualquiera de nosotros y no merecía ser abandonado en el maletero".

Anhura dijo que tenía claustrofobia, Valentino amenazó que le sacaría un ojo a Zeus si los dejaban en el mismo lugar ("bastardo irrespetuoso, ¡un joven impertinente que no sabe mantener el pico cerrado! Si llego a escuchar alguna fechoría articulada por su mente ordinaria se las va a ver con el creador mismo"), Atlanta añadió que se mareaba fácilmente y Nix se negó por completo a manchar su pelaje blanco en la polvorienta cajuela.

Dos chicos que no se llevaban bien al frente de un equipo de seis felinos parlanchines. Alessandro no podía hacer más que arrepentirse.

— ¡Fue sólo una bolsa, no sucedió nada!

— ¿¡No sucedió nada!? ¡Por poco nos matas!

— Bueno, si no te tuviera a ti gritándome en el oído cada quince segundos tal vez hubiera podido concentrarme más en el camino.

Los asientos de pasajeros, que antes se habían sacudido en un estado de pánico, ahora estaban completamente callados.

La mirada de Cherry pudo haber incendiado un bosque entero, y, con un movimiento bastante iracundo, arrebató el diccionario que Isaac había comprado por un precio bastante alto en una gasolinera.

— ¡Hey! ¡Devuélveme eso! — el castaño chilló, intentando recuperar su libro sin estampar la camioneta contra los cercos que había junto al camino.

La joven abrió la ventana y lo inevitable sucedió, robando algunas expresiones asombradas de los chicos y felinos.

— ¡Maneja con cuidado o el siguiente serás tú!

Para sorpresa de nadie, Isaac detuvo la camioneta.

— Ni siquiera te atrevas — Cherry le advirtió.

Pero era demasiado tarde, el castaño había detenido el vehículo en medio de la autopista y se había bajado a rescatar su diccionario.

— ¡Isaac! ¡Isaac vuelve aquí en este instante!

Y, así como así, los dos asientos delanteros se quedaron vacíos.

En medio de la jodida calle.

— ... Ellos... Ellos volverán, ¿cierto? — Oliver preguntó, asomándose por la ventana.

Los dos jóvenes estaban en el borde la carretera, peleándose a gritos por el bendito diccionario.

Alessandro llevó una mano a su frente, maldiciendo a sus amigos con un par de insultos en italiano.

— ¿Por qué no dejó el diccionario en el suelo? Nos hubiera ahorrado todos este drama — Nix exclamó, optando por mirar por la ventana trasera.

— ¿Ahorrarnos el drama? ¡Lo único que nos podría ahorrar este sainete es una pelea a mano armada! — Valentino respondió, levantándose en sus patas traseras para también observar la interesante pelea.

Después de algunos exhaustivos minutos de verlos pelear, el chico se bajó de la camioneta, parándose en la fría autopista rodeada por páramos y cerrando su chaqueta rápidamente.

— No se muevan — indicó, cerrando la puerta y encaminándose hacia donde sus dos mejores amigos se gritaban entre sí.

— ¡Esta fue tú puta idea! "Oh sí, vamos a tomar el pedazo de chatarra que mi padre no ha tocado en años y manejar siete horas, soy un genio".

— ¡Y todo habría salido perfectamente bien si no hubieras sido un completo dolor de cabeza por estas últimas dos horas!

— ¿¡Qué otra opción me quedaba si el piloto estaba haciendo todo menos manejar!?

— Este... ¿chicos?

Las miradas se posaron en él, haciéndolo dar un paso atrás.

— ¡Ah, Alessandro! — Cherry exclamó, sonriendo de una forma que genuinamente asustaba al pobre italiano.

— Dime, sí un idiota del tamaño del universo estuviera poniendo en riesgo tú vida manejando mientras lee un puñetero diccionario, ¿no sería lo más sensato asegurarte de que no lo siga haciendo?

— No, Alex — Isaac la interrumpió, colocándose al lado del chico y sentenciándolo a una situación infinitamente incómoda.

— ¿No crees que aventar las cosas de alguien por la ventana jamás es algo aceptable? ¿En ningún tipo de situación?

— A menos que la situación incluya salvar el puto pellejo de todos los que van en el vehículo con ese alguien, ¿cierto, Alessandro?

— Cosa que no es más que una mentira, pues claramente tenía todo bajo control.

— ¿Bajo control? ¡Casi estrellas la camioneta por una jodida bolsa!

— ¡Fue porque me gritaste en el oído, Cherry!

Alessandro pensaba rápidamente; su objetivo era llegar al rancho de la tía de Isaac cuando dieran las dos, lo que les daría el tiempo suficiente para pensar que mierda hacer a continuación antes de que se quedaran sin luz de día.

Pero jamás lo lograrían si esos menudos idiotas se la pasaban minutos enteros discutiendo por tonterías.

Y mientras los observaba intercambiar aún más bramidos molestos algo comenzó a desviarlo de la situación.

Frunció el ceño, ¿qué era eso que se escuchaba?

Volteó la vista, la camioneta había comenzado a acelerar.

— Mierda- ¡Oliver! — un grito escapó de sus labios, interrumpiendo a Isaac y Cherry al momento en que empezaba a correr detrás del vehículo.

La angustia lo invadió en segundos: alguno de esos engendros peludos debía estar sobre el pedal, pues la monstruosa antigüedad no hacía más que aumentar su velocidad.

"Mierda, mierda, mierda".

La cajuela se despertó en fiestas, la lona parecía querer volar en cualquier momento.

— ¡Oliver! — Alessandro volvió a gritar, respirando como un animal asustado.

Una pequeña cabecita emergió de la ventana; el italiano jamás había corrido tan rápido en su vida.

— ¡Anhura! — exclamó, cada palabra le costaba años de vida.

— ¡Alessandro! ¡Hola! — lo saludó, luciendo meramente inafectada por lo que estaba sucediendo.

— ¡Quítense... quítense del acelerador!

— ¿Qué?

— ¡El acelerador... están presionando el acelerador!

Podía escuchar las pisadas aceleradas de sus dos compañeros a su espalda, la discusión parecía haber sido completamente olvidada.

— ¿El qué?

— ¡El acelerador! — las piernas del bastante fuera de forma Alessandro estaban comenzando a quejársele gritos.

— ¡Quien sea que... esté en el asiento del... piloto... dile que... dile que se mueva!

Anhura parecía confundida, y observaba al pobre chico correr con una expresión de ligera diversión.

— ¡Anhura! ¡Por amor de Dios! ¡Mueve... al que esté... en el acelerador!

Pasaron algunos segundos hasta que la gatita pareció finalmente comprender.

Con una expresión de revelación desapareció al interior de la camioneta y, finalmente, la velocidad comenzó a descender.

Alessandro suspiró en agotamiento, limpiando la capa de sudor que había crecido por su enrojecido rostro y deteniéndose a tomar aire.

Sus amigos también dejaron de correr y se posicionaron a su lado, observando en un trance de respiraciones aceleradas el vehículo hasta que se detuvo.

El italiano pegó pisotones hasta la puerta del pasajero, seguido de cerca por Isaac y Cherry, la abrió con fuerza y se lanzó al interior, recibiendo miradas inseguras y apologéticas de los culpables felinos.

Al parecer (y no lo sorprendió en absoluto), Nerea había sido la que estaba sobre el pedal, siguiendo la brillante idea del infinitamente brillante Atlanta.

— Yo... intenté decirles que no lo hicieran, Alessandro — Oliver intentó disculparse al momento en que los dos chicos regresaban a sus designados puestos, pero se arrepintió al ver la aterradora expresión en el rostro del italiano.

— Ahora... sí alguien aquí quiere seguir peleando — el chico exclamó con un tono alarmante.

— Que lo haga en este momento.

Silencio, los estudiantes se mordían la lengua con nerviosismo.

— ... Bien — Alessandro asintió, cruzándose de brazos.

— Entonces me gustaría llegar al rancho lo más rápido posible.

El motor se encendió y se pusieron en marcha, escuchándose sólo las ocasionales discusiones en la cajuela y las respiraciones atolondradas de los jóvenes.

El diccionario quedó guardado en el compartimiento del copiloto por el resto del camino.

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