5 De doctores y apreciaciones
Cada que lo veía su corazón daba piruetas de alegría, su respiración se entrecortaba y necesitaba hacer uso de todo su auto control para que él no se enterara.
Era la perfecta actriz, siempre lo fue... O al menos lo fue desde los quince años, edad en la que esos ojos ambarinos se clavaron en su corazón de una manera que jamás esperó.
Pero él era despistado, demasiado... Y un eterno caballero que jamás notó sus intentos de seducción.
Dios, llegó a usar un microshort en una pijamada para que su idiota mejor amigo se dejara llevar por las hormonas y el muy solo le ofreció un pants, ni siquiera la miró con algo de deseo... ¡Nada!
Era hermosa, lo sabía, todos sus conocidos le decían que tenía cuerpo de modelo y cara de ángel. Incluso él le llegó a decir que era preciosa... Pero al parecer no era ni jamás sería su tipo.
Y entonces lo tuvo que ver caer ante Akiho, doña perfección con caireles que quería incendiar solo por celos, porque la chica no era mala. Esperó por años que en algún momento se volviera una perra despiadada, pero todo en ella era... Amabilidad. Incluso cuando empezó a dar señas de que no quería seguir con Syaoran, mantuvo su actitud amable y cariñosa.
Así que hizo lo que toda buena amiga y se convirtió en consejera doctora corazón.
Mudarse de Hong Kong fue un cambio drástico, pero entre que en Tomoeda necesitaban de su experiencia, y entre que extrañaba horrores a su idiota mejor amigo, no le quedó de otra más que tomar sus maletas e irse del lugar que la vio crecer, enamorarse y decepcionarse.
Y ahora estaba ahí, con miles de preguntas mientras uno de sus colegas le ponía una férula a la joven novia que Syaoran le pidió revisar con toda la discreción del planeta.
¡Las cosas que hacía por un amor no correspondido!
—Esto es lo más extraño que me has pedido y lo pagarás caro; lo sabes, ¿verdad?
El castaño se encogió de hombros, estaba apoyado sobre uno de los muros con los brazos cruzados esperando a que terminaran con Sakura para llevarla al departamento de su hermano.
—Sin mencionar que esa gasa en tu mejilla está por caerse... ¿Peleaste con alguien? —continuó la chica arrugando el entrecejo—. Nunca te he visto hacer eso, pero en definitiva eso que se asoma es un golpe.
Syaoran suspiró llevando la mirada al techo.
—Larga historia —masculló pasando una mano por su cabello color chocolate.
—¿Perfecta para una noche de Netflix? —cuestionó ella ladeando la cabeza—. O Akiho te va a atar a la cama...
Su amigo se encogió un poco con un gesto de dolor, como si lo hubiera pellizcado.
—No... Nada de eso... ¿Sabes? Debo llamar a mi madre, prometí... —balbuceó él sacando su celular para fingir una llamada que no pensaba hacer.
Tomoyo abrió los ojos con sorpresa empezando a notar los nervios del que llamaba amigo. Siempre que evitaba una pelea balbuceaba pretextos tontos para desviar la atención. Eso solo significaba...
—¡Lo hiciste! —acusó señalándolo—. Lanzaste la pregunta cuando te dije específicamente que ella no estaba lista y...
Orbes color ámbar la vieron con cansancio.
—Sí, bueno, ya no me saltaré las noches de Netflix —recriminó él con ojos llenos de enojo—. ¿No era eso lo que querías? Que todo fuera como antes —concluyó entornando los ojos habiendo medio imitado la voz de la chica.
Ella se cruzó de brazos sintiendo entre emoción y un tanto de tristeza. Era una mezcla de todo, un huracán de emociones que no podía describir. Pero en el exterior puso su gesto serio y lo vio enfadada.
—No uses mis palabras para justificar tu estupidez; Meiling también te dijo que esperaras, que era muy pronto...
—¿Cinco años?
El estómago de Tomoyo cayó al suelo; sí, cinco años lo vio darle todo a Akiho sufriendo en silencio.
—Syaoran... Ella no quería casarse, era obvio —susurró, cansada—. No quiere la casa de Barbie y los hijos... Se sentía abrumada...
El aludido arqueó una ceja digiriendo las palabras.
—¿Te lo dijo? ¿Sabías que lo iba a terminar? —cuestionó entre dolido y molesto.
Tomoyo levantó un hombro.
—Sus conversaciones eran de viajes y sueños de ir sin rumbo a ningún lado... Tú no eres así, siempre debes seguir un plan... —Miró la sala donde Sakura veía hacía el otro lado en un pésimo intento por fingir que no los escuchaba—. Aunque esto, bueno...
Syaoran siguió su mirada. Efectivamente su encuentro con la novia iba en contra de todo lo que él era.
Miró el vestido ya casi gris, con el corte en la cola tan chueco que pareció haber sido hecho por un niño de kinder. Y esos pies llenos de polvo y tierra...
—¿Tienes ropa extra? Con ese vestido a duras penas cabe en la camioneta —dijo cambiando adrede el tema—. También le vendría bien un baño, no sé si quiera esperar a llegar con su hermano.
Tomoyo frunció el ceño al escucharlo pero terminó asintiendo con un gesto dubitativo. Regresó la mirada a él y al encontrarlo observando con preocupación a la chica rara, no pudo más que suspirar de manera pesada.
No sabía porqué, pero algo muy dentro le gritaba que su sufrimiento por amor estaba lejos de acabar.
No podía evitar la vergüenza. Tardaría años en pagarle a su acompañante todo lo que estaba haciendo por ella sin conocerla.
—No es necesario —insistió viendo la ropa ofrecida—. De verdad, puedo quedarme así, podría irme atrás para no estorbarle.
Tomoyo hizo un ademán con la mano descartando la excusa.
—No pasa nada, tengo más ropa en mi auto —alegó—. Gajes del oficio, nunca sabes cuándo te tocará hacer rondas extras.
Sakura mordió el interior de su mejilla. Era tan bizarro que no conociera a la chica cuando prácticamente llegó a pasar horas dentro de ese hospital.
—¿De qué área eres? —cuestionó pasando la mano por el pantalón tipo pescador color beige que la doctora le estaba prestando.
Orbes amatistas la vieron un momento.
—Oncología.
La castaña asintió varias veces. Tenía una pregunta en la punta de la lengua pero se la tragó. De verdad no quería buscar más justificaciones para el abandono de Eriol.
—Eso es cerca de cardiología —masculló sin pensar.
La escuchó suspirar con cierto hartazgo y no pudo evitar ver a la doctora.
—Sí, demasiado cerca si me preguntas —ironizó antes de sacar su celular—. Debo hacer mis rondas, ¿segura que no quieres ayuda?
Sakura negó varias veces. Ya se sentía inútil al estar dependiendo de un completo desconocido. Vaya, las muletas en sus manos se las consiguió en menos de lo que cantó un gallo.
—Le daré la ropa a Syaoran apenas me cambie, no te preocupes —dijo admirando el hermoso verde de la blusa que acompañaba el outfit—. O podría lavarla y luego regresarla; aunque mandaría a mi hermano, o Yukito... O a Meiling; no sé si quiero venir aquí...
La pelinegra había estado inclinada sobre su maleta guardando las cosas que sacó para extraer la ropa, pero a la mención del último nombre se congeló y miró a su acompañante.
—¿Meiling?
La novia asintió no captando la sorpresa en la pregunta. Supuso que el nombre llamaba la atención al no ser japonés.
—Mi mejor amiga; bueno, algo así... En la carrera fuimos roomies y era mi dama... Es mi amiga —concluyó tajante queriendo olvidar todo con respecto a su boda fallida.
Pero la doctora la veía con cierta extrañeza. No le sorprendería que fuera la misma Meiling que conocía. Cortó todo contacto con la gente de Hong Kong al irse de ahí, en especial con ella.
Tenían diferentes perspectivas en cuanto del amor se trataba. Meiling siempre le dijo que debió hacerle saber a Syaoran sus sentimientos, ella siempre prefirió verlo feliz desde lejos.
Cuando la prima de su amigo se fue a Tomoeda a estudiar economía, mantuvo su vida aislada de toda su familia.
Creyó que con la llegada de Syaoran a Tomoeda la distancia entre ellos se acortaría, pero si la chica frente a ella y su mejor amigo no se conocían, a pesar de lo cercana que eran las mujeres, es porque Meiling mantuvo su vida alejada de los Li.
—¿Qué pasa? —cuestionó Sakura ladeando la cabeza.
Tomoyo negó varias veces, se quedó inerte ante la cantidad de pensamientos cruzando por su mente.
—Nada; debes regresar en quince días para revisión —le recordó encaminándose a la puerta—. Trata de reposar lo más que puedas, incluso con las muletas no puedes andar de un lado a otro —concluyó dándole un vistazo rápido a las mencionadas.
Sakura asintió
—Claro, gracias por todo —dijo tratando de sonreír.
La doctora le regresó un leve movimiento de cabeza antes de retirarse de la sala. Al cerrar la puerta sintió su celular vibrar. Creyendo que era alguna situación de su área lo sacó a gran velocidad, pero un gesto de hartazgo se formó en su rostro el leer otro mensaje de la persona que llevaba ignorando una semana:
"Por favor, hablemos, no seguí adelante"
Entornó los ojos borrando el mensaje antes de guardar el aparato y dirigirse a su área de trabajo.
Si el doctor Hiragizawa creía que un perdón iba a borrar su actitud de idiota, estaba muy equivocado.
Además, solo un descorazonado cancelaba su boda a escasos días.
Titubeó al andar pensando en la joven novia que Syaoran llevó al hospital. Luego sacudió la cabeza descartando la idea que pasó por su cabeza.
Sería una enorme casualidad. Eso sin mencionar que el doctor aseguró haber cancelado su boda desde hacía una semana.
Odiaba la arena. La odiaba con toda el alma. Si fuera por él la desaparecería del planeta.
Podría estar en el departamento maldito bañándose para luego ir a dormir hasta que su corazón dejara de doler.
Afortunadamente era sábado... ¿O ya era domingo? No sabía, ni siquiera había visto la hora desde que Tomoyo lo regañó por hacer la pregunta.
Se sacudió su cabello húmedo por lo que pareció ser milésima vez. Se miró en el espejo e hizo una mueca al ver su reflejo.
Se veía cansado, no lo podía ocultar. Sus ojos estaban caídos, la línea en su frente parecía permanente y su mejilla estaba enrojecida.
Miró la gasa a su lado y suspiró con fuerza.
Tomoyo insistió en qué se bañara, cambiara por la ropa que sabía que llevaba en el maletero y se pusiera una nueva gasa en la mejilla para que no se infectara su herida.
El día parecía interminable y aún debía llevar a Sakura al departamento de su hermano que no sabía dónde estaba.
Peinó su cabello lo mejor que pudo antes de poner la nueva gasa en su mejilla y salir de las regaderas del hospital. Su amiga había movido muchos hilos para hacerle todos esos favores; le pagaría con un enorme helado de chispas de chocolate. Sabía que no había nada que amara más en el mundo que ese helado.
Se dirigió a la pequeña sala donde Sakura debió bañarse y cambiarse. Tocó ligeramente.
—¿Quién? —gritaron desde dentro.
—Yo... Amm... Syaoran... ¿Estás lista?
Escuchó un ligero sonido que pareció un "Hoe" y frunció el ceño.
—Espera, dame... Dame unos minutos... —exclamó ella.
Hubo silencio hasta que escuchó algo golpear el suelo, fue un sonido de metal impactado y luego varios quejidos.
Imaginando lo peor, Syaoran abrió esperando ver a la castaña en el suelo con alguna nueva parte del cuerpo fracturada.
Pero lo recibió un grito agudo y una escena entre increíble y cómica.
Sakura se sostuvo de la pared con una mano, mientras que con la otra, empuñaba con fuerza la toalla blanca que a duras penas le tapaba las piernas.
Las muletas se encontraban en el suelo a varios pasos de ella, la ropa permanecía en una silla del otro lado de donde la castaña estaba saltando en un pie tratando de que el otro no tocara el suelo.
—¡¿Qué haces?! —exclamó, alarmada.
Syaoran se dio la vuelta a gran velocidad para no invadir más su privacidad.
—¡Creí que te habías caído! —se justificó viendo de reojo las muletas—. ¿Qué tan torpe eres? —musitó sin pensar.
—No soy torpe, idiota pervertido —gritó ella inclinándose hacía el frente tratando de mantener el agarre en la pared y el pie elevado—. Se me resbalaron y olvidé dejar cerca la ropa para cambiarme —se excusó e hizo un sonido de hartazgo al no poder lograr levantar las muletas.
Syaoran vio de reojo sus torpes intentos, solo alcanzaba a ver el brazo tratando de tomar las muletas, pero se notaba que la chica daba pequeños brincos para lograr acercarse.
Entornó los ojos, cerró la puerta para que nadie viera a la novia y caminó de espaldas hasta llegar a las muletas, agacharse, levantarlas y dárselas. Todo sin girarse.
—Gracias —dijo tajante la castaña.
Él negó antes de mirar la ropa y bufar.
—Dios, eres un completo desastre —masculló caminando hacia las prendas.
—Trata de maniobrar con un pie malo, te reto —escupió de regreso.
—Ya lo he hecho, por eso te estoy diciendo que eres un desastre —replicó él tomando la ropa y cerrando los ojos al girarse—. ¿Por qué estás sola? Tomoyo pudo ayudarte.
Sakura lo vio con ojos entrecerrados.
—Soy perfectamente capaz de vestirme y bañarme por mí misma...
—Se nota...
—Y ella tiene mejores cosas que hacer...
—Eso es verdad...
—¡Estás demasiado lejos! —exclamó ella entre dientes estirando la mano sin dejar de sostenerse de la pared mientras mantenía la toalla en su lugar con la boca. Las muletas estaban a su lado, no podía maniobrar de ninguna otra manera.
Syaoran dejó caer la cabeza e intentó no hacer un comentario amargo.
Dio tres pasos hacia adelante sin abrir los ojos. No escuchó nada pero sintió a la chica tomar la blusa de su mano izquierda.
—Gracias —susurró antes de mirarlo con seriedad—. No abras los ojos —exigió.
El chico quiso hacer un gesto de ironía, pero dada su situación se limitó a encogerse de hombros.
Sakura dejó caer la toalla, sus mejillas se tiñieron de color rojo al quedar en ropa interior. No quiso preguntarle a Tomoyo porque cargaba con ropa interior nueva, color negro, demasiado sexy, en su maleta. Solo agradeció y prometió comprarle otro conjunto apenas pudiera.
Se puso la playera usando el muro a su espalda como soporte. Al terminar, tomó el pantalón y frunció el ceño.
Syaoran había bajado las manos y ya estaba dándole la espalda una vez más.
No sabía cómo hacerle, miró el pantalón, su pierna y luego al chico que tenía las manos en las bolsas de su jogger.
Lo peor era que la silla en la sala era de esas de ruedas, no podría maniobrar tampoco en ella sin moverse. Con la suerte que se cargaba terminaría con otro accidente dándole la razón a Syaoran de que era torpe.
—Eeh, no... No puedo... No sé cómo. —Suspiró con fuerza.
Su acompañante abrió los ojos y arqueó una ceja mientras mantenía la mirada en la pared frente a él.
—No sabes cómo...
Sakura carraspeó.
—Ponerme el pantalón.
El chico arrugó el entrecejo mirando a su alrededor. Había una mesa de exploración en la esquina a su derecha. La sala en la que estaban era una de revisión privada que contaba con una regadera.
Sería difícil que Sakura se sentara ahí maniobrando con las muletas, la silla también estaba descartada. La vio en su mente cayendo al no saber moverse y exhaló aire con fuerza.
—Sostente de mi espalda, te ayudo a sentarte ahí —dijo señalando la mesa de exploración.
La chica se sonrojó pues estaba solo en calzón con blusa, pero asintió aunque él no la podía ver.
—Gracias —susurró totalmente avergonzada.
Syaoran no dijo nada, solo dio varios pasos hacia atrás calculando donde estaba ella. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, Sakura se sostuvo de sus hombros y repitieron aquello que hicieron en la bahía.
Cuando estuvieron cerca de la mesa de exploración, él se giró y la chica saltó cerca de la mesa, cuando tuvo de frente de nuevo a Syaoran, puso ambas manos en sus hombros y se impulsó para saltar y poder sentarse.
Syaoran miró hacía abajo y parpadeó varias veces al verse en medio de las piernas de la joven novia. De un lado tenía la de la férula que le llegaba casi a la rodilla mientras que del otro podía apreciar la piel blanca y lisa. Agitó levemente la cabeza antes de alejarse.
—Te espero afuera, solo deja, —Caminó a las muletas, tomó las sandalias del suelo, y regresó de espaldas para dejar todo al alcance de ella—, pongo esto aquí. Trata de no tirarlas.
Sakura le enseñó la lengua y luego entornó los ojos al recordar que no la veía.
—Bien, papá —ironizó.
Su acompañante negó y finalmente salió de la sala. Al cerrar la puerta se quedó apoyada en ella y parpadeó varias veces.
En ningún momento se sintió incómodo, su actuar con esa joven novia se sentía natural a pesar de las experiencias tan fuera de lugar.
¿Cómo era posible que una completa desconocida se sintiera tan familiar?
Para cuando finalmente salieron del hospital, habiendo pagado la atención —y en el caso de Sakura, jurando regresar todo: dinero, zapatos y ropa—, ya era de madrugada.
Syaoran manejó hasta la zona urbana de Tomoeda, esa que estaba llena de privadas y casas de ensueño con amplios jardines.
Él no cuestionó nada, solo se sentía raro manejando en la zona cuando se suponía que Touya vivía en un departamento.
—Es aquí adelante —susurraron a su lado.
El castaño frunció el ceño, todo a su alrededor eran casas de una o dos plantas. No había edificios. Se detuvo en donde ella indicó y miró con aprehensión una casa blanca de dos pisos con un jardín a la entrada.
Sakura mordió su labio inferior observando el que sería su hogar con Eriol. Experimentó una fuerte opresión en el pecho junto a un nudo en la garganta.
—¿Aquí? —cuestionó, dubitativo, su acompañante.
Ella asintió bajando la mirada a sus manos.
—No estoy lista para enfrentar a mi familia. Este es el último lugar en el que me van a buscar —explicó tratando de controlar el temblor en su voz.
Syaoran suspiró y asintió. Apagó el motor y bajó de la camioneta. Rascó su cabeza mientras le daba la vuelta al vehículo hasta llegar del lado del copiloto. Abrió primero la puerta de atrás, de dónde bajó la bolsa con el vestido y las muletas, y luego se dirigió a abrirle a la chica que miraba la casa con un gesto decaído.
Ella tomó las muletas y se las acomodó para empezar a andar. Él la siguió en silencio hasta que ella se detuvo en una maceta grande.
—Am, podrías... Hay una llave de repuesto ahí... Siempre se me olvida donde las dejo y Er... Él escondió una ahí para emergencias —musitó mientras se sonrojaba.
El castaño asintió, levantó la maceta y sacó una pequeña llave color plata que llevó hasta la puerta de madera donde ella esperaba con la mirada clavada en una de las ventanas a su derecha.
Abrió la casa y le permitió pasar primero. La chica prendió las luces al hacerlo; cuando él ingresó, no pudo evitar admirar su alrededor.
Los pisos eran de madera, relucían de lo limpios que estaban. Justo frente a él había una escalera de caoba que llevaba al segundo piso. Del lado izquierdo había una amplia estancia en la que se alcanzaban a ver muchos regalos con envolturas blancas, del lado derecho había otra estancia donde asomaba una sala color café oscuro.
Las ventanas estaban cubiertas por persianas color blanco y sobre su cabeza se expandía el techo de la casa.
Era un lugar muy bello, pero estaba tan solo que incluso había eco.
—No creo que hayan traído la recámara, me quedaré en la sala —dijo Sakura caminando hacia el lugar.
El chico mantuvo la mirada en el techo pero dejó la bolsa que contenía el vestido a un lado de la puerta de la entrada.
—¿Estarás bien, sola?
La escuchó reír con sarcasmo.
—Mejor me acostumbro, ¿no crees?
No pudo contestar, pero pensó que era una buena idea que también lo hiciera.
—Pudiste llamar a tu hermano, no deberías estar sola... Ya sabes con tu pie y eso —alegó acercándose a donde ella estaba.
Sakura ya se había sentado en uno de los sillones de gamuza. Tenía el pie sobre la mesa ratona de madera y lo veía con algo de tristeza.
—No pasa nada, de verdad... —Miró hacía afuera y frunció el ceño—. ¿Qué hora es?
Syaoran sacó su celular.
—Las dos de la mañana —contestó antes de bostezar—. Mejor me voy, vivo del otro lado —le contó pasando una mano por su cabello.
Sakura mordió el interior de su mejilla mientras lo veía. El chico se veía cansado, tanto como ella.
—La sala está nueva y es cómoda... Si quieres... Si no te molesta...
Él levantó una ceja en ademán de pregunta. Miró la sala y luego regresó la atención a la castaña en pose de derrota y agobio.
Nunca dormía fuera de casa, era un raro de lo peor que ni hoteles aguantaba.
Pero esa mirada triste y verde, tan parecida a la suya, lo empujó a hacer otra locura.
—Ok, pero si tu hermano aparece... —dijo quitándose la chamarra.
—Somos amantes, ¿qué no? —rio ella con cierto brillo juguetón en sus ojos.
El no pudo evitar imitar su risa mientras acomodaba la chamarra en una de las esquinas del sillón. Sakura puso el cojín de su regazo en la punta contraria y con cuidado acomodó su pie antes recostarse. Tomó un control de la mesa ratona y tras apretar un botón, las luces de la casa se apagaron.
Syaoran se acostó poniendo las manos detrás de su cabeza. Se mantuvieron en silencio unos momento hasta que finalmente susurró—: Buenas noches, Sakura.
No pasó mucho para que la chica suspirara de manera audible.
—Buenas noches, Syaoran.
La tonada era incesante. En sus sueños era una campana que lo perseguía en medio de arena que no lo dejaba avanzar.
—Dios, haz que se calle. —Escuchó a lo lejos.
Abrió los ojos con suma lentitud. Se sintió desorientado al no reconocer ni el lugar en el que estaba recostado. Parpadeó múltiples veces antes de girar la cabeza.
No lo había soñado. Fue real que pasó toda una odisea en la playa que culminó con su estadía en casa de una desconocida.
Vaya, lo que diría Lien si lo viera.
Sakura se estaba incorporando, con mucha dificultad, en el sillón. Veía con enojo en dirección a la puerta.
—No dejan dormir, seguro son los de la recámara —masculló, avergonzada, al encontrarlo con la mirada clavada en ella.
Él regresó su atención al techo, de reojo la vio tomar las muletas mientras el timbre seguía sonando una y otra vez.
—Yo voy —dijo en medio de un suspiro.
—No... No; yo voy, no soy tan inútil...
—Pero sí lenta —refutó él pasando una mano por su cabello antes de incorporarse y estirarse—. Ya, no lo intentes, voy yo —insistió viendo como la chica al tratar de apurarse tiró una de las muletas.
Ella lo miró con enojo pero dejó que fuera.
Syaoran puso una mano en su boca cuando otro bostezo escapó de ella. Caminó hasta la sala y trató, en vano, de acomodar su cabello antes de abrirla.
Cuando lo hizo, ojos azules detrás de unos anteojos lo miraron con sorpresa.
—¿Quién eres? —preguntó el recién llegado a la par que Syaoran decía—: ¿Es el de la recámara?
Y entonces, una vez más se escuchó como las muletas cayeron al suelo.
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