2 De corazones rotos y agua salada
«No»
Una palabra, dos letras, un micro segundo para decirla y tirar cinco años de relación a la basura.
¿Qué estaba pensando?
En sentar cabeza, poner la cereza sobre el pastel, trazar un camino al felices por siempre.
Pero no, Tomoyo como siempre tuvo razón. Él estaba en el plano del matrimonio y su ex estaba pensando cómo terminar la relación.
No era intenso, no fue una decisión tomada a la ligera; planeó cada detalle, incluso contó los pétalos de rosa que tiró en el suelo de su acogedor departamento. Meiling dijo que era obsesivo, él prefería pensar que era perfeccionista.
Pero ni con anillo en mano, ella alejó las maletas de la puerta.
«Conocí a alguien»
Que fácil fue tirar cinco años de relación por la borda por un don nadie de nombre ridículo y trajes baratos.
Miles de voces rondaban en su cabeza, la que más resonaba era la de su mejor amiga advirtiéndole que su, ahora ex, no anelaba la vida de ensueño que él.
Tomoyo era más observadora de lo que alguna vez podría ser, debió escucharla y no reprocharle que estaba celosa porque tenía algo real mientras que ella buscaba con quién modelar... Algo así. Podía ser un patán cuando quería.
Caminó sin rumbo, ni siquiera notó que sus pies lo llevaron al paseo marítimo. Pero cuando el olor a agua salada inundó su nariz, empuñó con fuerza la mano derecha alrededor del anillo carísimo con el que le rompieron el corazón.
No era su obligación decirle que sí, eso lo sabía. Pero mínimo debió hacerle saber su sentir cuando empezó a darle indirectas de que quería pasar la vida con ella.
¿Para qué creyó que compró el penthouse del edificio más cerca a su oficina? ¿Para llenarlo de hormigas?
Sus zapatos se hundían en la arena mientras él avanzaba con pasos llenos de enojo por la playa. No estaba pensando claramente, ni siquiera podía razonar sus acciones. Es más, ni cuenta se dio de lo estúpido que se veía con ropa formal en plena playa.
«Yuna» ¿Quién carajos le pone ese nombre a su hijo? Parecía "tuna", esa rara fruta de México que le hizo tanto daño que pasó todo el vuelo de regreso a su hogar encerrado en el baño.
Su estómago se revolvió ante el recuerdo.
Ya decía que su ex hablaba mucho del tipo, de sus impecables modales y los libros que a cada rato le prestaba. Pero no, Meiling alegó que era un tóxico. Y Tomoyo reafirmó que solo por eso se quería casar, para que ella no se fuera de su lado.
Ni una ni otra, al final se quedó solo con un penthouse demasiado caro a dos calles de donde ella trabajaba.
El mar mojó sus mocasines y la arena se sintió chiclosa debajo de ellos. Pero nada de eso evitó que él avanzara mar adentro.
Lanzaría a lo más profundo del mar el anillo de la vergüenza. Esperaba que la marea lo perdiera y que su amor por ella desapareciera. Creyó que con el acto se liberaría del corazón pesado y las ganas de ahogarse en su autocompasión.
Aventarlo desde la orilla estaba fuera, el mar era tan caprichoso y su vida tan absurda, que estaba seguro que tarde o temprano encontraría el anillo dentro de alguna concha, regresando a recordarle que se enamoró como un idiota.
El agua ya le llegaba al pecho, la ropa le raspaba la piel y estaba seguro que volver a su hogar sería todo un reto. Pero no importaba, se adentró un poco más.
Justo cuando el agua estuvo a unos centímetros de su cuello, hizo tan atrás el brazo como pudo —que no fue mucho por el agua—, y con toda la fuerza que logró reunir, lanzó el anillo del demonio al mar.
«Paz, vamos, necesito paz» pensó cerrando los ojos soltando un leve suspiro.
Pero la calma no llegó, es más, sintió un fuerte golpe a su espalda y de la nada se encontró bajo el agua.
Ni siquiera tuvo tiempo para respirar, todo el líquido salado subió por sus fosas nasales provocando un horrible ardor y que sus pulmones se sintieran en llamas. No pasaron ni diez segundos cuando logró ponerse de pie para sacar la cabeza, inhaló con fuerza y tosió varias veces sintiendo la garganta y su nariz doler como aquella vez que lo retaron a comer un chile mexicano.
—Qué cara... —dijo con la voz tan ronca cómo cuando despertaba. Todo producto de su impredecible sumergida a las profundidades del mar.
Miró a su alrededor tosiendo, sus vista estaba nublada y agua se derramaba gracias al cabello que se negaba a cortar; pero incluso así, alcanzó a ver un brazo que se movió con desesperación antes de desaparecer dentro del agua.
Parpadeó varias veces no entendiendo lo que pasaba, mucho menos pudiendo vislumbrar la situación con los ojos ardiendo y el sol cegándolo de manera descarada.
Cuando su mente por fin captó el probable escenario, actuó como debió...
—Mierda —exclamó nadando hacia lo que obviamente era una persona ahogándose.
Se sumergió, pero con el agua salada y sus ojos cerrados, solo alcanzó a palpar lo que esperó fuera un cuerpo vivo.
Con mucho esfuerzo, pues tal parecía que la persona a rescatar tenía sobrepeso, logró sacarlos a flote... Solo sus cabezas, pero algo era algo.
Nadó hacía la orilla sosteniendo a la otra persona por la axila. El esfuerzo estaba siendo inmenso, pues con una brazo trataba de que su rescatado mantuviera la cabeza sobre el agua, y con el otro se impulsaba. Cuando pudo poner los pies sobre la arena fue más fácil la tarea... Por así decirlo, la persona aparte de gorda era chaparra, así que la tuvo que seguir casi cargando en el agua...
Patán, ya decía que podía ser un patán cuando se lo proponía.
Cuando tuvo medio cuerpo fuera del agua, se giró y tomó a la otra persona por ambas axilas para arrastrarla hasta la playa. Todo el trayecto estuvo parpadeando en exageración, pues los ojos le ardían por la sal. Pero en su nublada visión, alcanzó a ver qué arrastraba algo blanco... Y largo... Como un globo desinflado.
Jadeaba por el esfuerzo, pero poco a poco fue percibiendo los murmullos a su alrededor.
—Dios, ¿está muerta? —una voz femenina preguntó.
Una vez que estuvo a pasos de dónde el mar tocaba la arena, recostó a la persona, con todo el cuidado que pudo, mientras tosía.
—¿Es algún tipo de ritual nuevo? Casarse en el mar...
Frunció el ceño ante esto, miró a su alrededor y logró notar que eran el centro de atención. Literalmente estaban en medio de un círculo de personas que murmuraban y los señalaban. Algunos incluso estaban tomando fotografías.
«¿Ritual? ¿Casarse?» pensó sacudiendo la cabeza antes de pasar una mano por su cabello color chocolate mientras trataba de retomar la respiración y calmar su alterado corazón.
—Qué irresponsable hacer este tipo de ceremonia si la novia no sabe nadar —una dama de avanzada edad espetó sin pudor.
Fue hasta entonces que el chico puso atención a la persona gorda, chaparra, de vestido como globo desinflado que salvó del mar: Cabello castaño claro, piel blanca, boca pequeña... Delgada en un vestido enorme color blanco que definitivamente era de novia.
¿Qué demonios hacia una mujer vestida de novia en medio del mar? ¿Acaso el universo le estaba mostrando aquello que jamás sería? ¿Acaso...? ¿Acaso la chica respiraba?
Levantó las cejas con sorpresa al darse cuenta que el pecho de la desconocida no se movía.
Inmediatamente se tiró a su lado, tapó su nariz, le abrió la boca y trató de meter aire a sus pulmones.
«Un, dos, tres» contó mentalmente habiendo puesto las manos sobre su pecho tratando de revivir a su rescatada.
Nada, la desesperación y los murmullos aumentaron.
—¡Llamen a una ambulancia! —gritó una voz masculina.
Repitió el proceso, sabía qué hacer y esperaba que no fuera tarde.
Volvió a poner su boca sobre la de ella, pero entonces, la chica comenzó a toser, vagamente.
—¡¿Qué demonios le haces a mi hermana?! —una furiosa voz gruñó a su espalda.
Se medio incorporó sobre el cuerpo, alcanzó a ver orbes verdes antes de sentir un fuerte impacto en su costado y su rostro estrellarse contra la áspera arena que incluso entró a su boca.
Sin embargo, nunca pudo alegar que salvó una vida, pues el casi ahogo, el cansancio de la rescatada y lo mal que ya se sentía, ganaron la batalla dejándolo inconsciente con media cara hundida en plena playa.
Al menos consiguió la paz que tanto anhelaba.
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