26. Visita al doctor
—Agh...
—Venga, Dodo. Enseguida llegamos.
Dodoria miró angustiado al peliverde. Había tenido que pilotar su nave hasta el planeta natal del rosado porque tenía una horrible molestia en la espalda y en Furora no había forma de que supieran qué era lo que le ocurría. Y en parte era entendible pues allí no conocían nada de otras razas... Así que no habían tenido más remedio que viajar.
Cuando llegaron a la consulta Zarbon consiguió sentir un poco de alivio. Había pasado alrededor de una semana y media escuchando las quejas de Dodoria sobre su espalda y estaba preocupado por él. Por suerte enseguida les podrían decir cuál era el problema y su consecuente solución.
Llamó con cuidado a la puerta tras la que estaba el doctor y asomó la cabeza para preguntar si podían pasar.
El médico miró ceñudo a Zarbon, preguntándose qué hacía allí. Pero no tardó en relajar la expresión al ver que iba acompañando a un antiguo paciente.
—Dichosos los ojos, Dodoria. Creía que no volvería a verte por aquí —bromeó cuando le vió pasar.
—Sí, bueno... Yo también pensaba que no volvería a venir aquí —contestó un poco incómodo. No le gustaba mucho relacionarse con su gente en general, no guardaba un buen recuerdo de su juventud allí. Tan solo su hogar era un lugar en el que se sintiera bien.
—Pues bien, dime. ¿Cuál es la razón de tu visita?
Zarbon se quedó un poco apartado, observando cómo Dodoria informaba sobre el dolor que sentía especialmente hacia la región lumbar y cómo el clínico se disponía a examinarle.
Sus dorados ojos observaron a Dodoria tumbarse en la camilla y mirarle con preocupación. Le sonrió levemente, queriendo darle ánimos. Unos ánimos que tan pronto llegaron al rostro del rosado cómo se fueron por causa de un gruñido doloroso.
—Ya veo... Estira los pinchos —habló el médico tranquilamente imaginando cuál sería el problema.
—Que... ¿Los estire? —preguntó con temor Dodoria. ¿Acaso... ? Cerró los ojos reprendiéndose el pensar en la peor situación posible y obedeció a la petición sin darle más vueltas.
—Sí, es lo que pensaba —habló tranquilamente el médico —. Se han astillado y se te estaban clavando en la piel de alrededor. ¿No sueles dejarlos al aire de vez en cuando?
Dodoria miró curioso a su semejante y negó con la cabeza. No tenía razones para hacerlo desde hacía un tiempo... Así que simplemente no lo hacía. Ni por instinto ni por decisión propia.
—Pues deberías. A menos que desees que te vuelva a ocurrir esto —explicó mientras limaba con cuidado las partes medio desprendidas de los pinchos inferiores y suavizaba el contorno de todos los demás —. Son como las garras, a menos que los uses crecen demasiado y se deterioran... Y entonces ocurre esto. Se astillan y pueden clavarse y causar una infección.
Cuando salieron de allí, Dodoria suspiró profundamente y se agarró del brazo derecho de Zarbon mientras andaban de camino a la casa del rosado. El peliverde le miró con cariño y mucho más tranquilo ahora que sabían sobre el problema.
—No te preocupes, Dodo. Si a ti se te olvida, te recordaré las indicaciones del médico para evitar que vuelvas a pasar por esto —dijo acariciando una de las manos que se aferraban a su brazo.
—Pero es que es algo tan estúpido... —habló avergonzado Dodoria —. ¿Cómo no se me había ocurrido? ¡Cuando me ha dicho que los estirara creía que se estaban pudriendo o algo y que se me iban a caer!
Zarbon rió ante aquella idea y se agachó un poco para brindarle un suave beso en los labios y sonreírle.
—Cuidaremos que no llegues a pasar por esa descabellada idea que se te ha ocurrido —dijo con un tono divertido, consiguiendo que Dodoria sonriera finalmente tras aquellos días de dolor.
631 palabras
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