20. Discusión acalorada
Zarbon y Dodoria estaban fundidos en un abrazo, rodeados por una manta mientras veían una película romántica aún con rastros de lágrimas. Y no es que hubieran llorado por la película, sino que hasta hacía unos minutos habían estado discutiendo de una forma espantosa.
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—¡¿Cómo se te puede haber ocurrido?!
—¡Y yo qué sé! ¡Parecía algo lógico!
—¡¿Lógico?! ¡Has hecho la mayor estupidez posible!
Dodoria miró con recelo y el corazón en un puño a su compañero. ¿Le estaba diciendo lo que creía que le estaba diciendo?
—Zarbon, escúchame...—comenzó a hablar, pero calló cuando Zarbon le interrumpió.
—¡No tengo nada que escuchar! ¡Eres un lerdo!
Aquello fue sin duda la gota que colmó el vaso, haciendo que un nudo de angustia se formara en la garganta del rosado. Hizo su mayor esfuerzo por contener las lágrimas y negó con la cabeza.
—Yo no soy...
—No claro, es cierto —interrumpió Zarbon con expresión asqueada —. Decir lerdo es quedarse corto. Eres un menso, atolondrado, inconsciente, bruto, cenutrio y un patán. Y como me apures, el llamarte todo eso es un insulto para esas pobres palabras.
Todos esos adjetivos denigrantes, sumados a la mirada condescendiente de Zarbon consiguieron llenar a Dodoria de un pavor espantoso, llevándole a un estado que hacía mucho que no sentía y que hubiera preferido que se quedase olvidado en su pasado.
Sus puños se crisparon, su garganta se preparó para soltar un rugido terrible y todos sus músculos se tensaron para arremeter en cualquier momento.
Tenía ganas de destrozarle por haberse atrevido a llamarle de esas formas tan vejatorias. Pero... Toda esa ira luchaba en ese momento con la más profunda aflicción. Si Zarbon... Si su Zarbon le había dicho todo eso... Quizás fuera cierto. Quizás...
—Quizás deberías no decirme esas cosas... Y dejarme —habló con la voz rota —. Si tan horrible soy...
—Tal vez sí que debería dejarte.
El tono lúgubre con el que habló Zarbon dejó al rosado con los ojos como platos... Que se transformaron en abundantes manantiales, derramando su contenido por toda su cara.
Con todo el dolor de su alma, Dodoria se dió media vuelta y fue a paso rápido a la puerta, abriéndola de golpe y cerrándola con fiereza de un portazo que hizo retumbar el apartamento.
—No me quiere con él... —mascullaba entre lágrimas mientras comenzaba a bajar por las escaleras —. Pues muy bien. Exactamente igual que todos. Que se vaya a la mierda, prefiero estar solo. ¡Es mucho mejor estar solo! —terminó gritando con el corazón encogido por el dolor —. ¡No necesito que nadie se preocupe por mí! ¡No quiero el cariño ni la comprensión de nadie! ¡No... !
Sus pasos furiosos fueron aminorando y se detuvieron un poco antes de llegar al final de la escalinata. Su corazón acongojado se retorcía en su pecho y se materializaba en la expresión de dolor de su rostro, disminuyendo su ira y privándolo de seguir adelante con su idea de marcharse. Simplemente no podía seguir avanzando, no podía andar más... Sus piernas temblaban de forma que le era imposible dar un paso más y tuvo que apoyarse en la pared para poder respirar al mismo tiempo que seguía deshaciéndose en lloros angustiosos.
—N-no soy estúpido... —sollozó sentándose en los escalones, dejando la cabeza apoyada contra la pared —. No lo soy...
Tan angustiado se encontraba, que tan solo podía oír su propio llanto y no era capaz de escuchar los pasos apresurados que resonaban por la escalera. Únicamente fue consciente de que no se encontraba solo, de que le habían seguido, cuando sintió los conocidos brazos de su marido abrazándole por la espalda.
—El único que se merece esos insultos soy yo, Dodoria —susurró Zarbon a duras penas, con la garganta cerrada por la culpabilidad —. Me he puesto furioso por una nimiedad y he actuado de la forma más irresponsable posible contigo. Me he comportado como un auténtico cretino cuando lo único que has hecho ha sido intentar ayudarme.
Dodoria redujo sus lloros y giró la cabeza levemente para mirarle, encontrándose con un par de ojos tan acuosos como los suyos. Se sentía muy mal y terriblemente enfadado por lo que le había dicho Zarbon momentos antes, pero... Lo que menos deseaba era estar enemistado con él.
—A veces eres un completo botarate, que lo sepas —dijo sin poder evitar el acurrucarse en su torso, aún con lágrimas surcando sus mejillas.
Zarbon sonrió débilmente y le estuvo acariciando el rostro, actuando con mucho cuidado y echándose en cara mentalmente su comportamiento, hasta que Dodoria se recompuso lo suficiente para volver a su piso, volviendo ambos sobre sus pasos. Literal y metafóricamente.
Llegando de nuevo a un estado de paz entre ambos, lo completaron firmándolo con una noche de películas cursis y demasiado clichés, pero entretenidas y acarameladas... Que era lo que necesitaban tras aquella discusión.
803 palabras
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