—Muy bien... Ya podéis venir y mirar.

La familia de Dodoria se acercó a la cabina de la nave, observando cómo entraban en la atmósfera de un planeta.

—La nave tenemos que dejarla un tanto apartada porque donde vivimos no hay sitio suficiente para ella, pero así os dais un paseo —rió Zarbon mientras conducía la nave al lugar donde solían dejarla —. Dodo estará esperándonos ahí.
—La verdad es que es una suerte que hayas podido aprovechar tu gira para invitarnos a venir —dijo Rambut inclinándose sobre Zarbon —. Teníamos ganas de ver vuestro nuevo hogar.

Unos minutos después, los cuatro tripulantes de la nave pisaban finalmente tierra firme, observando con una sonrisa a quien les esperaba.

—¿Habéis tenido buen viaje? —preguntó Dodoria dándole la bienvenida a su familia.
—Sí, pero Zarbon no nos ha dejado mirar en el último tramo —dijo su padre mirando al peliverde con un poco de recelo.
—Él mismo nos ha explicado que la ruta final es secreta y que es mejor que no sepamos dónde está —intervino Lechi dándole un suave apretón en el hombro a su yerno —. No se lo eches en cara.

Zarbon sonrió ante el gesto de confianza por parte de la mujer. El cariño que le mostraba siempre Lechi conseguía llenar su corazón, sabiendo que en ella había encontrado a la madre amorosa que no tuvo cuando era niño.

—Pongámonos en marcha —dijo alegremente tomándola del brazo —. Hay mucho que queremos enseñaros.

Los cinco estuvieron andando durante un buen rato, enseñando a la familia del rosado cada rincón de la ciudad donde vivían, mostrándoles entusiasmados lo alegre que era la vida allí y los sitios que les gustaba visitar.
Entonces Rambut señaló una tienda que le llamó la atención, haciendo que los demás se fijaran también y decidieran acercarse a verla mejor.

—Parece un sitio agradable —comentó Guaban mirando a su hijo menor con una pregunta implícita en sus ojos.
—Claro, pasemos un rato —asintió de buena gana Dodoria, aceptando la idea de su padre —. Podemos descansar un poco en esta cafetería y después seguir con la visita.

Entraron al lugar, dispuestos a disfrutar de un buen descanso tras varias horas de andar de un lado para otro.
Sin embargo, antes de que a Dodoria le diera tiempo a sentarse, Lechi le agarró del brazo y tiró de él para apartarlo un poco del grupo. Él se quedó un tanto confuso, pero al ver la expresión expectante de su madre no pudo más que dar un suspiro.

—No, ya te dije que no tendríamos. No podemos —dijo resignado, ganándose una mirada desanimada por parte de ella —. A menos... Que decidiesemos adoptar, claro —dijo en voz baja, más para sí mismo que para su madre.

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