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10. Cabello

—Es increíble.
—Lo sé.
—¡Es que es tan largo y sedoso!
—Y muy brillante.
—Y huele de maravilla.

Zarbon rió ligeramente mientras sus mejillas se sonrojaban. Acababa de tomar una ducha y había accedido a que Dodoria le peinase... Aunque hasta ese momento lo único que había hecho el rosado había sido halagar su cabello.
Se acomodó en el taburete que había puesto frente al espejo del lavabo y bajó la mirada a su regazo mientras sentía las manos de Dodoria acariciando sus verdosas hebras.

—Creí que ibas a peinarme —susurró aún con una sonrisa adornando su rostro.

Dodoria le observó a través del espejo y se inclinó hacia delante para darle un beso en la mejilla.

—¡Ahora mismo me pongo manos a la obra! —respondió alegre.

Comenzó simplemente desenredándole los nudos (prácticamente ninguno) que pudiera tener. Después, tomó una plancha del pelo y se quedó un momento observándole, deliberando qué podría hacer.
Zarbon le miraba de reojo, a la espera de lo que se le fuera a ocurrir. Por una parte tenía cierto miedo a que pudiera quemarle algún que otro mechón... Pero apartó ese pensamiento enseguida, llegando a la conclusión de que no pasaría nada si estaba bien atento y evitaba que tuviera la plancha en un mismo sitio demasiado tiempo.

—¡Ya sé qué hacer! —exclamó animado el rosado —. Te voy a dejar precioso.
—Más te vale —respondió con fingida altanería el peliverde alzando el mentón, algo que hizo que los dos se echaran a reír al momento.

Así, Dodoria comenzó con su labor. Agarrando mechón por mechón, comenzó a enrollarlos alrededor de la plancha con mucho cuidado. Zarbon le observó durante unos minutos y cuando vió qué era lo que trataba de hacer el otro le detuvo.

—Te sería mucho más sencillo si usases las tenacillas en lugar de la plancha.
—Oh —la mirada de Dodoria escaneó el baño en busca del utensilio, pero volviendo a mirar a Zarbon al no ser capaz de verlo —. ¿Y dónde las guardas?

El peliverde señaló un armario, del que Dodoria sacó con una risa nerviosa las tenacillas y se dispusieron a comenzar de nuevo.

—¿Es solamente rizarlo? —preguntó Zarbon mirando de refilón a su esposo.
—Sí. Bueno, con ondularlo me conformo.

Zarbon asintió complaciente y, poco a poco, fue indicándole a Dodoria cómo debía hacerlo; cuántas veces enrollar el mechón según cómo quisiera las ondas, el tiempo que debía mantenerlo, cómo soltarlo...

Al cabo de un rato, Zarbon se miraba con una gran sonrisa en el espejo. Dodoria había terminado haciendo un excelente trabajo, quizás gracias a sus indicaciones... Pero lo había clavado.

—Me encanta —dijo realmente feliz girándose hacia el rosado mientras observaba sus bucles.

El rostro de Dodoria se tiñó levemente y dejó salir una corta risa. Zarbon se veía realmente hermoso...
Tenía mucha suerte por tenerle junto a él.

472 palabras

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