Había una vez una pequeña niña nacida en un reino lejano, su madre costurera y su padre fallecido que sin más opciones se encargaba del hogar en lugar de mamá.

Un día por descuido había sido tomada por un soldado y su madre incapaz de pagar por el robo que hizo la obligó a marchar, obedeciendo dejo que la llevaran sin oponer resistencia.

Entonces las grandes rejas del castillo se abrieron, sus jardines verdes y los sirvientes que pasando la veían con lástima.

Así, fue llevada a una gran sala, más grande que su hogar mismo, donde una mujer hermosa yacía sentada en el trono mirándola con una sonrisa, su vestido rojo y cabello negro enmarcando su belleza.

Era la reina que esperaba con ansias su visita.

No sabría decir cómo ni tampoco porque de un momento a otro comía con ella, hablaban de sus problemas económicos, de las razones de su robo o pasaba sus momentos simplemente ahí...

Sentía curiosidad por las hermosas esmeraldas que la veían con un brillo difícil de descifrar.

¿Por que no estaba pagando por lo que hizo? En momentos así llegaba a sentirse culpable.

Se dejó llevar entonces por la calma que le transmitía, por la curiosidad innegable que ésta le proporcionaba, por los cálidos brazos que empezaron a rodearla al dormir, por la suavidad de sus labios que comenzó a experimentar.

Había oído rumores de la reina antes, que su cabeza creyó solo eran eso… Rumores

Su inocente ilusión no procesaba un porqué, hasta que de pronto fue llevada a la gran sala donde su amada la esperaba con una sonrisa en su lugar.

Respondió con felicidad y un gesto sorprendido cuando vio su boca abrirse en demasía y sus dientes rodeando su cabeza.

Frente a sus ojos la burbuja se rompió en un sonido estridente, horrorizandose ante lo que presenciaba.

Aun así.

La reina seguía viéndose hermosa incluso si estaba a punto de devorarla.