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Existo

Fue una tarde de sensaciones muy intensas para Sorrento. Nunca se había sentido tan poderoso en su vida entera, pero dudaba: ¿le habían dejado ganar? No, realmente había usado toda su técnica y fuerza. De hecho, había sido la lucha más intensa que había tenido en su vida entera, y muy en su interior estaba orgulloso de sí mismo al lograr vencer a alguien tan imponente...

... Porque Kanon era imponente. Ese cuerpo bien entrenado, ágil, fuerte. Además, había algo tan griego en él, como si quisiera de alguna manera alcanzar en su persona el ideal de la belleza que se acercaba a la imagen de los dioses. Entrenaba siempre bajo una intensidad controlada, Sorrento siempre observaba las cosas que hacía. Tal vez los demás lo pasaban por alto, pero Kanon conocía su cuerpo a la perfección: sabía dónde podía llevarlo y lo usaba como una ágil herramienta; y eso lo hacía un rival feroz.

Sólo por eso, Sorrento se preguntaba si realmente lo había vencido. Estaba sumergido, una vez más en sus pensamientos, cuando uno de sus compañeros se acercó a él al salir de las duchas.

- Sorrento, ¿verdad? Soy Baian.

- Hola, sí, Sorrento - dijo estrechando su mano.

- Lo que hiciste hoy... Es inédito, no sé si alguien más te lo comentó.

- ¿Qué cosa...? - Preguntó humildemente.

- Vencer a Kanon en la lucha. Ninguno de nosotros ha podido. 

- ¿Te preguntas cómo lo hice?

- Sí, es decir... No es que crea que no hayas podido lograr eso... En realidad ninguno de nosotros ha podido, por eso estoy sorprendido y me pregunto cómo fue que lo lograste.

- Supongo que he entrenado la técnica mucho tiempo.

- Debes ser muy fuerte además.

- No creo que eso sea lo que me hizo ganar... si es que gané.

- No, no... -dijo agarrando del hombro a su compañero - no pienses ni por un instante que ese griego se dejó ganar, porque Kanon tiene un ego tan grande como su... ya sabes, tiene un ego grande.

Ambos rieron nerviosos. ¿Acaso Baian también lo había visto...?

- No sé bien a qué te refieres para ser honesto, pero me tranquiliza que me lo comentes. No he dejado de pensar que tal vez yo no sea tan fuerte...

- Pareciera que lo eres. Todos acá lo somos, y nuestro dios Poseidón lo sabe. Tenemos una importante misión en este templo, te escogió el mismísimo dios de los mares... no le quites peso a eso. 

- Gracias Baian, eres muy gentil.

- Yo también me sentía alejado de los demás cuando llegué. No creo que eso haya cambiado mucho con el tiempo - ambos soltaron una risita - pero he logrado mantener una relación sana con ellos a pesar de la frialdad de algunos. 

- Lo entiendo.

- No te dejes intimidar... A veces son fríos, pero están trabajando. Ya sabes, la vida en este lugar no es fácil. Hay que estar pendientes todo el día, incluso cuando dormimos. Tenemos que custodiar el lugar y no nos podemos alejar; nuestra tarea es estar aquí y dar nuestra vida en caso de ser necesario. No creo que esa idea haga feliz a alguien... pero ya sabes, estamos aquí porque el mayor honor que podemos tener es morir defendiendo a nuestro poderoso dios Poseidón.

- Claramente. Me siento honrado de estar acá, pero siento que tal vez deberían haber escogido a alguien mejor...

- ¿Por qué?

- Porque el general del Atlántico Norte dice que soy débil.

- Hoy creo que pateaste su trasero.

Sorrento rió. Se sentía aliviado de conversar con alguien en ese tono tan liviano.

- No fue fácil.

- Pero lo hiciste. No dejes que sus palabras te afecten.

- No puedo evitarlo. 

- Sí, hay algo en él cuando habla de tí... Es como si estuviera molesto, enojado...

- No es sólo conmigo entonces, ¿no?

- No lo sé, no lo conozco mucho. Es un hombre poco amigable en general, nunca hemos hablado así como estamos hablando nosotros.

- ¿Y qué sabes sobre él?

- Que no tiene muchos amigos acá y que es... bastante ruidoso en las noches - Sorrento miró hacia otro lugar, totalmente ruborizado. - Creo que ya te diste cuenta. Es imposible que no lo hayas hecho.

- ¿Dejan traer personas acá?

- Técnicamente no han prohibido hacerlo. Yo prefiero mantenerme al margen de esas cosas.

- ¿Y cómo es que contacta a las personas?

- Vienen a él. Vaya, ya te diste cuenta de que son distintas. - Sorrento miraba ruborizado el horizonte, intentando evitar que las imágenes de las noches anteriores lo invadieran.

- ¿Puedo interrumpir la velada romántica? - dijo sarcásticamente una voz detrás suyo. Era Kanon.

Maldición.

- No, Kanon. Adelante, intégrate. 

- Más bien, iba a pedirte Baian si pudieras darnos unos minutos de privacidad. Necesito conversar con el General del Atlántico Sur.

- Está bien. Un gusto, Sorrento.

- Un gusto. - dijo poniéndose de pie, dispuesto a caminar.

- ¿Caminamos, entonces? Bien, Sorrento, ahora que estamos solos podemos conversar. Hay dos cosas que quisiera comentarte.

- Bien.

- Primero, que me sorprendiste... Anoche también, ahora que lo pienso. - Sorrento tragó saliva - Sí, me sorprendiste mucho. ¿Qué hacías afuera de mi puerta? y ¿por qué golpeaste la puerta así?

- Estamos en un templo sagrado de nuestro dios Poseidón. 

- Sí, eso lo sé.

- ¿No te parece inapropiado traer gente y calmar tu apetito como si fueras una bestia?

- ¿Piensas que soy una bestia? Sí, en realidad lo soy. - dijo sonriendo - nunca había tenido que darle explicaciones a nadie, creo que nadie se ha atrevido a pedirme explicaciones más bien dicho. No sé, te dije, hasta los dioses necesitan calmar sus instintos de vez en cuando.

- Llevo dos noches acá y han sido dos personas distintas. ¿Esto ocurrirá cada día?

- No lo sé, depende de ellos. Sólo llegan...

- ¿Y si llega más de uno? - Kanon se mordió la boca coquetamente. Era claro lo que sucedería en aquel caso -  No tienes ni una pizca de pudor, ¿no?

- Lo tengo claro.

- ¿Y si Poseidón se enterara?

- Se enojaría muchísimo, tal vez me condenaría. No me molesta la idea, tengo que disfrutar ahora, quizás qué maldiciones me pueden echar los dioses por mi animalidad... me merezco todos los castigos del cosmos.

- ¿No prefieres redimirte?

- No lo había pensado. No me gusta vivir sintiendo que tengo culpa.

- Pero...

- Y no lo haré por nada ni nadie en el mundo. Aunque sea el mismo dios de los mares, al cual protejo con mi propia vida.

- Es difícil entenderlo para mí, pero supongo que puedo intentarlo.

- Me sorprendiste hoy también - dijo tapándole el paso a Sorrento, forzándolo a subir su mirada y verlo directamente a los ojos.

- ¿Estás seguro?

- ¿No crees que hayas sido capaz de ganarme? Tendría sentido si lo pensaras, pero hoy de verdad me sorprendiste, pudiste vencerme. No sé qué habrá sido, sospecho que la técnica. He practicado con estos fortachones de acá, pero con el tiempo se ha hecho tan mecánico que no hay ningún desafío en ello. Pero tú lo hiciste distinto... Tú eres distinto, un bicho raro.

- Gracias, supongo.

- Si quieres, podemos entrenar juntos.

- Agradezco tu oferta, pero me gusta entrenar solo.

- Está bien, lo entiendo. Bueno, la oferta está, por si quisieras aprender algo nuevo

Sorrento se quedó paralizado en ese lugar, con los labios entreabiertos. Su imaginación le estaba jugando una mala pasada.

Kanon siguió caminando solo, y a mitad de camino, se volteó para guiñarle un ojo. Sorrento pudo sentir un calambre recorriendo sus tripas, era un placer exquisito que no podía evitar.

Y esos calambres se hicieron parte de la vida cotidiana de Sorrento. Sus sábanas perdían olor, pero seguía buscándolo, sumergiéndose en ellas durante las noches hasta cada amanecer. Durante los días, entrenaba alejado de los demás, y de vez en cuando, observaba a Kanon a lo lejos. Intentaba con toda su fuerza evitar los pensamientos hacia su persona, pero ya eran inevitables.

En las noches, trataba de quedarse en cama y descansar, pero no podía. Siempre terminaba deambulando el lugar, pasando por la puerta de Kanon, donde generalmente había mucha acción. Quería alejarse de la sensación morbosa que lo hacía arrastrar sus pies allí, además de la rabia que elevaba de temperatura su sangre... pero más allá de todos esos sucesos, la idea de escuchar a Kanon era lo que más le atraía. Era música. Su cerebro lograba aislar a la persona que le acompañaba en ese ritual, sólo lo escuchaba a él: él y sus gruñidos roncos, su risa espontánea, sus comentarios... 

Volvía a su habitación devastado por la soledad y compañía tortuosa de aquellos recuerdos adquiridos hace pocos instantes. Nuevamente se dormía cansado y exhausto, abrazando esas frazadas que perdían cada noche un poco más de ese dulce aroma...

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