4 Tyler: Sonido delicioso
Era petite, de ojos amielados enormes con pestañas que parecían alas de cuervo, negras y espesas. Tenía una mirada de gota triste. Alzó el mentón y retrocedió poniendo ambos pies dentro de su apartamento, estiró el brazo sin soltar la cámara.
–Gracias por traerla –dijo con seriedad. Su expresión me hizo sonreír. Qué voz, ¡qué voz! Era como una virgen vestal con poderes de sirena, pura y temerosa de que Zeus le descubriera ese sonido. Mmm, luego esos labios de corazón rosa oscuro... Jaló ligeramente el cordón y carraspeé. Se me olvidó por completo que había ido a devolvérsela. Me encogí de hombros. Me saqué el cordón y lo puse sobre su cabeza en un movimiento íntimo. Quizá me abofetearía si usaba ese cordón como soga para atraerla.
–¿Cómo pasaste de recepción?
–La recepcionista me dejó subir.
–¿Sedujiste a Marta para pasar?
No hubo necesidad, pensé, y mejor le sonreí. Echó un vistazo a mi pecho. Me salí sin playera y ahora debía estar pensando que subí para seducirla a ella, cosa que no se me había ocurrido hasta que abrió la boca para emitir ese sonido delicioso.
–¿Oye quieres ir a dar la vuelta? –pregunté y como que le molestó. No sé por qué la invité si se veía que diría que no y yo no ruego, así que agregué–: En realidad creo que debería revisarte un profesional. Puedo llevarte al consultorio de un amigo para un chequeo rápido y después, no sé. Te invito un café. –Me señalé la frente con el dedo índice donde cargo un anillo de calavera–. Es mi deber asegurarme de que estés bien. ¿Tuviste náuseas ayer?
–No. ¿Eres médico?
Linda y mordaz, justo mi tipo. Apreté los labios para no reír y me rasqué el cuello.
–No. Aunque fui Técnico en Urgencias Médicas y no voy a revisarte yo, sino el traumatólogo.
Sus pestañas alzaron el vuelo. Eso la impresionó.
–¿Cómo es que te llamas? –preguntó.
¿Qué? Giré la cabeza hacia un costado. ¿No sabe quién soy?
–Tyler –carraspeé con fuerza–. Tyler Vane.
–Ok, Taimer, me pondré unos zapatos.
Me mecí sobre los talones mordiendo la arracada de mi boca.
–No Taimer, Tyler.
Vale, vale. De seguro nunca había ido a Las Brujas. Tampoco soy tan famoso y un nombre extranjero es difícil de retener, gracias abuelo. Por supuesto imaginé que me haría pasar para esperarla en el interior de su departamento, doblé una rodilla, dispuesto a entrar, cuando me cerró.
Esto no estaba yendo como imaginé.
Saqué una playera de mi mochila y me vestí. Me senté en el pasillo y saqué mi libreta de apuntes. Esta extraña situación me impulsó a garabatear notas. Pensé que demoraría mil años ahí dentro (así son las mujeres), pero tras cinco minutos salió. Se estiró el pelo en una coleta y se cambió la sudadera por un suéter tan holgado y largo que me recordó la moda de los ochenta. Me levanté de un brinco, y me guardé la libreta y la pluma adentro de la chamarra. Si se vestía así para evitar que la miraran, no contaba con que estudié la prepa en un colegio de monjas y me sobraba imaginación.
–¿Como es que despiertas tan temprano en sábado? –preguntó retorciendo una pierna.
–En realidad no duermo los viernes –respondí metiendo una mano en un bolsillo. ¿Por qué estoy tan tenso?–. No duermo hasta el sábado en la tarde.
–¿En serio?
Asentí y exhalé un fuerte soplido. Detesto dormir. Al llegar al estacionamiento, le ofrecí el casco y me trepé a mi vieja Harley.
–¿Una moto? –dijo sosteniendo el casco como si estuviera embarrado de algo–. Aaah, no voy a subirme a eso.
–¿Cómo?
Me devolvió el casco y me extendió la mano que tomé pensando qué bromeaba, aunque lucía muy seria.
–Me dio mucho gusto y gracias por preocuparte.
Dio la vuelta y tomó camino a la calle. No sé por qué me apresuré para alcanzarla y pararme frente a ella–. Oye ¡espera, espera, espera!
Extendí el brazo hacia la moto que ninguna chica había rechazado antes, hasta abrí la boca en total escepticismo. Era broma, debía ser broma, tan solo que miró el vehículo como si fuera una sucia bestia de carga.
–¿En serio no quieres subirte? ¡Todas las mujeres quieren subirse!
–Todas –musitó.
Ok, esa fue una elección de palabras de mierda y solo provocó que pasara de largo y apretara el paso. Se giró para caminar de espaldas y gritarme con una sonrisa abierta–. ¡Gracias por traerme mi cámara!
Sí, claro, a su servicio. Meneé la cabeza en desaprobación. ¿Desde cuándo elaboro frases idiotas para que una chica salga conmigo? «¿Todas las chicas quieren subirse?» Parezco eyaculador precoz. Encendí la moto y desde mi ego herido le grité que si no la veía en Las Brujas en la noche, llamaría a emergencias. De seguro la vería allí.
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