29 Tyler: Ella no es así de mamona
—¿Cómo es que siempre te sales con la tuya, güey? —me preguntó Fer, el bartender. Limpiaba sin cansancio la barra con ese trapo negro y reía.
—No sé a qué te refieres, pelón —respondí. ¿Habrá cola en los baños de mujeres? Ya habían pasado varios minutos desde que Melodía me dejó aquí.
—Esa chulada que traes vino hace poco a darte castre, pero ahora la tienes comiendo de tu mano. ¿Cómo le haces, güey?
Pero qué pregunta más absurda. Era yo quien comía de su mano. Ni le respondí, me giré para buscar entre la multitud a Melodía y se atravesó Nicole en mi campo de visión.
—¡Tyler! Mi amor, ¡qué te paso en el brazo!
Ese gangoso «mi amor» casi me revienta el tímpano. Afortunadamente «Rock DJ» de Robbie Williams la opacaba. Me alejé un poco de mi acosadora, aunque aquí eso era algo imposible.
–Nicole, vine con mi novia —solté para ponerle un alto de una vez sin molestarme en responder a su pregunta (no fuera a perder la voz de nuevo antes de aclararle que no me interesaba).
—¿Tu novia? —Se cruzó de brazos—. Y ¿dónde está?
—Fue al baño.
—Yo vengo de allá y solo vi a la gorda de Irene. No me digas que andas con ella.
—¿Y no viste a una chica de rojo?
Alzó una ceja bien delineada y negó. Me levanté y me abrí paso. ¿A dónde se habría ido Melodía? Tenía tendencia a meterse en problemas cuando tomaba. Ya la golpeé yo con el atril e intentaron propasarse con ella en su departamento. ¿Dónde carajos estaba? No noté que Nicole caminaba atrás de mí hasta que me dedeó el hombro y me jaló la quijada hacia un costado para señalar con el índice.
–¿Esa chica de rojo?
¡Qué puta madres!
El mocoso de Hernán, alias Chily o Piggy u otro nombre artístico culero, recogía unos cabellos a Melodía para acomodárselos detrás de la oreja en una caricia. Y ella se reía dándole palmadas en el hombro. Ambos bailaban muy juntos entre unos sillones donde Melodía se dejaba caer, evidentemente ebria, para volver a levantarse.
Me acerqué a ella y me incliné para hablarle—: ¿Te perdiste para encontrar el baño?
—¡Tyler! ¡Merra él assziggy! Ziggy, él es mamigo Tyler.
—Soy su novio —escupí—. ¿Qué pedo, Hernán? Se te cayó la credencial de la escuela. —Señalé el suelo y el imbécil buscó debajo de él. Se rió como si fuera mi cuate. No eres mi cuate cabrón, no somos nada.
—¿Cuando menos yo no me caigo del escenario, güey? —dijo señalando mi brazo enyesado. Simpático teto.
—¡Ay, no! ¡No ssemos novios! —exclamó Melodía manoseándole el brazo—. A Tyler le gossta bramear.
—Entonces tú y Tyler, ¿no andan? —preguntó Nicole desde atrás de mí.
—Nooo —respondió Melodía con una entonación ebria—. ¿To intarresa? ¡Llévotelo!
Alcé a Mel de un brazo lo más suave posible, con todo y que me hervía el lomo por el discurso borracho—. Ya nos vamos.
—«¿Noss?» Ta irrás tú. —Se zafó el brazo con tanta brusquedad que se tambaleó—. Yo m-ma quedo.
—Ya tomaste demasiado, escúchate —le susurré.
—Aún ma folta latra babida. La pedí a to cuenta —me susurró de regreso y se giró hacia Hernán—. Ziggy, padrías trraerme un Ssix aaand the Bitch que dajé encorgado en la burra.
—Claro, preciosa.
Lo detuve con una mano—. Mel ya no necesita más alcohol.
—Eso que lo decida ella.
—¡Sssí! ¡Esa la daciiida ella!
—Mel, no estás siendo tú misma.
—Y tú estós ssiendooo un macho nurrótico. Ay, y-ya no hables, que m-ma duele lo cabeza.
—Güey —intervino Hernán—. Tú sabes que te respeto, pero ¿por qué no te vas? Estás molestando a Melodía.
¿Yo estoy molestando? Este pinche teto...
—Tyler, mejor vámonos ya —dijo Nicole detrás de mí, jalándome por el hombro.
—¡Adamás tú ya ligosste! —señaló Mel. Quise alejar a Mel de ahí, montarla sobre mi hombro y darle unas buenas nalgadas que le espabilaran la borrachera, pero el pañaludo volvió a intervenir y esta vez cometió el error de empujarme. No sé qué monstruo despertó esa acción en mí, pero no lo soporté y le solté un puñetazo.
—¡Tyler!, ¡no lo pegues! —gritó Mel—. ¡Ya doja de malesstar a Hernán!
Y cuando el imbécil de Hernán me respondió con un golpe a la quijada no pude ni emitir queja alguna, como si la voluntad y la voz se me hubieran ido de nuevo. Me tumbó y se me trepó para volverme a dar.
—Me vale madres que te hayas roto el brazo. ¡Te romperé la cara si no respetas!
Y me dio con ganas el cabrón. Apenas me cubrí el rostro. Escuché a Mel carcajearse y creo que la oí decir que lo tenía bien merecido. Para crédito de Nicole, fue a buscar ayuda (creo).
La seguridad de Las Brujas era una mierda. Quien paró la pelea no fue el guardia, sino el pelón de Fer. La gente, por fortuna, fue a distraerse pronto con otra cosa. La verdad las peleas en Las Brujas eran tan comunes que a todo mundo se le iba la euforia pronto.
—Ahora sí te va a vetar Nico.
Válido. Yo lancé el primer golpe. ¡Auch! ¡Por qué coños no le di un soplamocos! El golpe en la mandíbula ni me dolía tanto, pero creo que el mocoso me había roto una costilla. Como inútil ¡lo dejé golpearme! Nicole se hincó a mi lado con ese sonido estridente de voz que me reventaba el oído.
Oh, el brazo roto pasó a segundo plano, porque respirar dolía un putamadral. La garganta me negaba el habla de nuevo y culpé al teto de Hernán.
A mi lado comenzó otra conmoción. De verdad, esto era taaan común.
—¡Abran paso! ¡Dejen que respire! —gritaron para que la multitud se disipara de nuevo.
Me enderecé con ayuda del Fer y alcé una mano para que Nicole dejara de manosearme.
—Pero ve nada más cómo te dejaron.
—Ey—. Me codeó Fer—. Es tu chava. Creo que se desmayó con el despliegue de testosterona.
Oh, y ahí estaba el guardia. Osea, no llegas cabrón para parar peleas, pero bien que llegas si una chava se desmaya. Con todo y la molestia del pecho, me abrí paso hasta donde estaba el guardia abanicando el rostro de Melodía. Ya sabía yo que se había puesto súper ebria. Ella no es así de mamona. Y el cabroncito de Hernán seguía aquí, ahora diciéndole al guardia que mejor se la llevaba a su casa. En tus sueños pendejo. Tomé los hielos de la bebida que tenía en la mesa y... Mel vas a odiarme con lo que haré, pero no voy a dejar que te lleven a ningún lado en ese estado.
—No tuviste suficiente —dijo Hernán cuando notó que me hinqué junto a ella—. Ya deja de molestarla.
—Deja en paz a la muchacha, Tyler —advirtió el guardia—. No puedes llevártela.
Alcé ambas manos. No pensaba irme de ahí sin ella
Deslicé con disimulo el par de hielos en el cuello de Mel que trepó las piernas al sillón como gata erizada y pegó un grito que le daría envidia a Robert Plant. Se le puso la piel de gallina a la pobre, se frotó los brazos y se miró el escote. Ahora sí mostró pudor e intentó taparse, como si la horrorosa borrachera se le hubiera bajado de golpe. ¿Debería darle mi chamarra? Ese vestido se le veía estupendo, aunque ahora lucía incómoda en él... Naaa, no se va a resfriar ni nada. Capaz me ponía todo chulo y salía conque se quedaría a coquetear con el Hernán.
—¿Tyler? —Se palpó la cabeza—. No me sien-to bien.
Palideció, pero cuando Ziggy se inclinó para decirle «Ya vámonos, que aquí no nos dejan estar a gusto», demasiado cerca del rostro, le colocó una mano en la nuca. ¡Como si fuera a besarlo!
Insertó el pulgar dentro del cuello de su chamarra y por un momento creí que le saldría la cinta morada, y le haría una llave para estrangularlo. Se le inflaron los cachetes y parpadeó con un bizco, luego ¡le vomitó en toditito el hombro! Se disculpó con la cara toda colorada por el esfuerzo, y quizá la vergüenza. Después se abrazó a mí para pedirme que nos fuéramos.
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