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22 Tyler: The sounds of silence

Llevé a la gatita al ensayo del domingo. Se la pasó escondida atrás del refrigerador del Corleone y con buena justificación. Ese vocalista sustituto que Ric había conseguido sonaba de la verga. Hernán tenía como diecisiete años y abusaba del falsete más que Shakira. Hasta el Ric se notaba arrepentido por cómo golpeaba los platillos.

Leo jaló el bajo y se sentó junto a mí mientras se le daban indicaciones al mocoso. No pude evitar sobarle la cabeza recién rapada al bajista. La tela de su playera se hundió entre sus omóplatos cuando se estremeció y deslizó los dedos sobre los trastes del mástil de su instrumento. La voz grave de las cuerdas era el inicio de Contrabando y traición de La Lupita–. Oye –dijo haciéndolas vibrar más rápido–, la canción que tarareabas la otra vez. ¿Estás escribiendo de nuevo?

«Algo así», anoté en mi libreta.

–Sonaba bien –reconoció–. ¿Entonces le entramos a la feria este año?

«No sé güey. Faltaría una rola. ¿Tú has escrito?»

–No, güey. Solo a ti se te dan los versos. ¿Cómo ves este riff para la que tarareaste?

¡Puta, todos eran tan cooperativos! El mal humor se me fue al oírlo. He de admitir que para riffs, Leo es muy creativo, además de que tiene memoria de elefante. Debió escucharme tararear la rola solo una vez y el cabrón ya tenía una idea bien rompe madre para la intro.

«¿Y si de ese «Fa sostenido» metes un slide hasta el ocho?», sugerí.

Leo probó y asintió. En un extraño momento de silencio, la gata de Melodía saltó a mi regazo y escondió la cabeza bajo mi brazo enyesado. Pobre, sus tímpanos felinos estaban siendo torturados por los alaridos de Hernán. Parecía rogarme para que la llevara a otro lado. Me guardé la libreta en el interior de mi chamarra y me enderecé con la minina en un brazo. De inmediato, como si supiera que era hora de irnos, se trepó a mi cuello y sentí la inminente obligación de liberarla del sufrimiento. Podía dejársela a Mel en recepción sin necesidad de subir. En la mente de un gato todos somos esclavos y ahora tenía una encomienda mejor que estar calentando un asiento. Le acaricié el cuello. ¿Qué te parece si de camino compramos atún para dos? La gatita empezó a ronronear. Gata telépata. De pronto, me pareció súper importante llevarla de regreso con su dueña. Además comencé a sentir ansiedad de imaginar la cara del público cuando vieran al pañaludo Hernán subir al escenario en lugar de a mí. Qué mejor pretexto para escaparse.

Todavía conservo un cráneo de rata del tesoro del Pirata. Ese gato fue mi león de compañía por toda la carrera. La gatita de Melodía era una cosa tierna que podías traer al cuello como bufanda. Súper tranquila y pequeña. Así anduve con ella en la mañana. Ni me despedí de la banda y regresé a la recepción donde estaba la señora Marta. Marta me sonrió de lado y me pidió que le vigilara el puesto. Puso un letrero de «vuelvo en diez minutos» e imagino que se levantó para ir al baño. Apoyé el mentón sobre ambos brazos en el borde del cubículo tratando de que mi prenda felina descendiera de mis hombros. Suspiré al no conseguirlo. La gata ni se inmutó. Le rasqué el lomo. Por mí, te llevo a vivir conmigo, pero Mel me mata si te robo. Saqué mi pluma y mi libreta para dejar una nota cuando me dedearon el hombro.

–¡La encontraste! –Sonrió una señora de pelo muy corto y rojo zanahoria. Cuarentona, pero bonita y perfumada con canela. Melodía ya debía haber corrido la voz con los vecinos de que perdió a la gata. Le sonreí y se la ofrecí. La gata por su lado ya se creía mía, puesto que no quiso bajar de mis hombros.

–Yo soy Pilar. ¿Cómo te llamas?

Escribí mi nombre en mi libreta lo más legible que pude. Disculpe señora, mi escritura es de jardín de niños.

–¿Eres mudo?

Negué y le escribí que perdí la voz. Volví a intentar quitarme a la gata del cuello pero se aferró a mi nuca, frotó los bigotes sobre mi oreja y empezó a ronronear.

–Hace tiempo conocí a un Tyler –dijo la señora–. ¿No será tu familiar? Como que te pareces. Se llamaba Tyler Vane y era hijo de un inglés.

Ok. Giré hacia ella. Tiene usted toda mi atención. ¿La señora conoció a mi papá? Me enderecé para observarla mejor. Sonreía abiertamente, sin una gota de maquillaje; vestía una kurta roja hasta la pantorrilla y mallas, y bailaba cada que hablaba.

–¡Ooh, eres músico! –Señaló los apuntes de mi libreta–. ¿Cantante?

Asentí.

–¡Un cantante sin voz! Eres la llave de sol invertida en una carta de tarot. –Y de la nada empezó a cantar–. «Hello darkness, my old friend...»

Entrecerré la mirada. Entonaba bien la señora. Me tomó del brazo sin dejar de cantar la letra de The sounds of silence de Simon & Garfunkel. Me sentí como una de esas cobras que salen de su canasta, atraídas por el sonido de la flauta de un Aissaua. Ni siquiera me di cuenta que entramos en el elevador hasta que las puertas se abrieron en no sé qué piso. A estas alturas, haber creído que la señora entonaba bien, fue una baja asunción. La señora debía ser una profesional. Para cuando llegó a la parte en la que decía «Tontos, dije yo, ustedes no saben. El silencio, como un cáncer, crece...» se me erizó todo el pellejo. Fue cuando nos hallábamos frente a la puerta del ciento once, el departamento de Mel, que me di cuenta que la señora cantante debía ser su mamá. Pilar abrió la puerta con su llave y me invitó a entrar.

Debí correr como corrí de la tienda de chocolates, huir de ese nivel en el juego porque perdería otra vida más, mi puntuación y todos mis poderes. Nunca de los nuncas había conocido a la mamá de una «amiga». Pero Pilar tenía un cofre de secretos sobre mi pasado que me daban ganas de abrir. Era la trampa perfecta. Le escribí «¿De dónde conoce a mi papá?» y se lo desplegué antes de pasar, sopesando si valía la pena arriesgarme a esta clase de convivencia, y de que Mel se asomara para quitarme a la gata y correrme.

La señora se tapó la boca en un gesto idéntico al que hacía Melodía cuando se apenaba–. Tyler fue novio de una prima mía, hasta que llegó Isabel y se lo robó. Oye, pero qué bueno que lo hizo ¿no? O tal vez no estarías aquí y mis sobrinos tampoco. ¿Quieres que te cuente cómo estuvo? Anda. –Palmeó el banco frente a la barra–. Siéntate. Ten, rállate esta zanahoria. ¿Te gusta el picante?

Cuando se pierde un ser querido deseas asirte a cualquier migaja que enriquezca su recuerdo. Ahora sí que está súper involucrado Tyler. ¿Ustedes dejarían pasar una oportunidad así?

El bellísimo video es de Disturbed que a finales de 2015 interpretó la canción de Simon & Garfunkel. Es una canción inmortal de los 60's que merece homenaje. Porque en verdad, «el silencio, como un cáncer, crece...». Esperemos que nuestro rockero y Mel también se den cuenta pronto de ello.


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