17 Mel: Bellas durmientes
–Si te hubieras dado la vuelta en la semana por Las Brujas, lo hubieras visto –dijo Laila.
–¿Es en serio? –dije mordiéndome la uña del pulgar. Acababa de llegar del laboratorio de foto donde encargué ampliaciones de Tyler y Aria. Mi proyecto descorazonado seguía en pie, según yo, porque no paraba de dibujar con las partituras.
–¡En serio! El tipo tenía la lengua adentro de la garganta de una vieja cerca de los baños y no era la güera de la otra noche, era otra. Ya es la segunda que le veo. Esa Aria, no mentía. De seguro te pega el papiloma.
No sé qué tan coherente se oía mi amiga, siendo que ella cambiaba más rápido de amante que de calzones, pero me sentía como una idiota. Cómo es que fui tan estúpida. ¡A quién demonios engaño! Me gusta y debería de dejar de pensar en él. Me gusta tanto que le presté uno de mis diarios personales. Se suponía que me lo devolvería en mi casa antes de irse a Las Brujas esa noche. Era un diario que recientemente había empezado y no tenía cosas tan graves o reveladoras como mis diarios de hace cinco años. La mayoría eran dibujos, pero era muy íntimo visualmente. Ay, Melodía pendeja.
–¿Me acompañarías hoy a Las Brujas, Laila?
–¡Vas a salir con él!
–No, no. Voy a ir a asomarme.
Ya mejor me desencantaba. Le creía a mi amiga, pero si no veía la evidencia, seguiría cautivada y la verdad no se me da de andar de amigos con derechos. Siempre me clavo. Me ayudó mucho ver cómo lo manoseaba la chica de las muestras, aunque a él no pareció gustarle. Quizás otras mujeres le daban aversión frente a mí por el hechizo.
Necesitaba espiarlo.
Pedí al recepcionista que recibiera el diario y que dijera que no estaba para que a él no se le ocurriera subir. Me fui con Laila antes de que anocheciera. Laila se había pintado de nuevo el cabello. Se le veían las raíces negras y el resto de un rojo violento.
Acepté disfrazarme. Saqué los lentes de contacto que nunca usaba y me metí en uno de los vestidos que Laila me trajo, negro y entallado. También me ofreció unas zapatillas, pero me negué a dejar de lado mis Dr. Martens. Me puse una chamarra de piel negra con cierres metálicos que no me sacaría para que no se me viera la cicatriz. Le dije a Laila que esperáramos el aviso del recepcionista, pero ya eran casi las diez y al parecer Tyler no llegaría. Se suponía que su banda subía al escenario a esa hora. Le marqué y su número sonaba fuera de servicio. Creí que me cruzaría con él en la recepción, pero no dio señales de aparecer. El idiota me plantó y ahora, tal vez, ya no recuperaría mi diario.
En el camino al antro parecía que Laila se había metido una tacha o algo, porque estaba súper acelerada. Encendió el quinto capri y dio una bocanada. El interior de su carro contenía una neblina tan espesa que tuve que bajar una de las ventanillas para no ahogarme.
«Ojos así», de Shakira, se escuchaba en toda la cuadra. El guardia que cuidaba la cadena saludó a mi amiga de beso e intentó hacer lo mismo conmigo, ¡aaaj! Me hice para atrás. Agaché la cabeza para esconderme en mi pelo. No quería que Tyler me sorprendiera. Hoy tenía que destacar por mis dotes de chica Bond. Así me hacía sentir este tonto atuendo. ¡Vaya error salir así! La atención de los hombres fue instantánea. Laila me pasó un brazo por el hombro cuando notó lo incómoda que me sentía.
–Mía –le sopló humo a un chavo que ya se acercaba a mí.
–No me importa compartir –le respondió el idiota.
–En tus sueños –dijo Laila alzando el dedo medio de uña negra–. Vente, vamos a darte valor. Yo invito.
Fuimos a sentarnos a la barra. El bartman era todo un cliché, con los brazos gruesos tatuados y la cabeza rasurada como bola de boliche. Después de que sirviera nuestras bebidas sacó una moneda de mi oreja.
–Laila se empinó un caballito de tequila y golpeó la barra–. Hoy es tu día y mi día. ¡Brindemos!
Alcé mi vaso de tequila y fingí beber para no emborracharme. No engañaría a Laila por mucho tiempo. No sabía qué rayos se traía, pero si me dejaba contagiar, estaría borracha en cinco minutos y si veía a Tyler en ese estado, haría una tontería. Laila estaba actuando como una loca impulsiva, ya que se atragantó cuatro tragos en los quince minutos que llevábamos sentadas.
–¡Por Lorena Bobbit!
–¿Lorena Bobbit?
–La mujer que arrojó el pene violador por la ventana.
El bartman alzó ambas manos al escucharla y se alejó a servir a otros clientes.
–¿Ora, Laila, qué te traes?
–No me traigo nada, tan solo que todos los hombres son unos puercos y de ahora en adelante dejaré de ser bi. El lesbianismo y mi Rabbit son insuperables. –Hizo una seña al bartman que se regresó sonriendo abiertamente–. ¡Dónde está ese rockero sexy!
–Si buscan a Tyler para darle castre tendrán que formarse y venir otro día. Demencia ya no toca aquí.
–¿Ah, no? –Soné más decepcionada de lo que quise mostrarme.
–No –respondió el bartman, limpiando la barra con un trapo negro–. Nico les dio cuello. Hoy toca Dulce Muerte. Son buenas, eh. Tocan rolas de Mecano, Santa Sabina, Cranberries, No Doubt... Miren –señaló– ahí sube ya la Elfy.
–Mejor que no esté –dijo Laila dándome una palmada en el brazo–. Ora sí, ya empínate esto.
Mis hombros cayeron y tuve la sensación de que me había arreglado de más. Di un sorbo al tequila, mas Laila hizo que me lo bebiera todo y me ordenó otro. La gente brincaba, coqueteaba y reía a la tenue luz de las luces azules y rojas del techo. Al menos el ambiente feminista que creó la banda le cayó bien a Laila que comenzó a cantar a todo pulmón la letra de «Mujer contra mujer». Llamó la atención de un grupo de chicas junto a nosotras y pronto estábamos todas brindando en un círculo como si fuéramos amigas desde siempre. Nos tomamos de los hombros y empezamos a girar y a gritar: «¡Culero! ¡Culero!» a quién sabe quién. Me puse una borrachera tan fea que no me di cuenta cuándo empecé a platicar y a bailar con un chavo súper joven. Alegaba ser músico y cáncer.
Olvidé el nombre del chico en tres segundos y gracias al tequila me reí de algunos comentarios que ni siquiera escuché por el volumen de la música. Cuando me puso la mano en la cintura y susurró algo sobre su «guitarra penetrante» me disculpé para ir al baño. Laila estaba allí, en pleno faje con una de las chavas de la barra. Aceptó irse de inmediato y, de hecho, invitó a su nueva amiga.
No éramos Cenicientas ni Bellas Durmientes ni Blanca Nieves que con nuestra mujeril delicadeza y rendición conquistaríamos al inmejorable príncipe azul. ¡Uf! El alcohol y los adjetivos se me subieron a la cabeza. Estaba muuuy borracha.
–¿Laila? –gritó una voz familiar de hombre cuando estábamos afuera. Yo traía los oídos medio tapados y no reconocí al tipo de inmediato, pero Laila lo saludó.
–¡Ey! ¡Carrloos!
Carlos, Carlos... Ah, ya. Era un güey de Mercadotecnia con el que Laila solía bromear pesado en el trabajo. El chico era un metrosexual que mantenía su pelo largo en una coleta de caballo y uñas en mejor estado que las de nosotras. Rara vez me dirigía la palabra en la oficina.
El aire me hizo marearme y permanecí a un lado mientras Laila presentaba a Carlos con la chica que se había ligado. No iba a dejar a Laila manejar así y me puse a buscar un taxi. Los oi hablar como parte del ruido de fondo de todas las voces en el exterior hasta que Laila explotó en una carcajada y me puso una mano al hombro para jalarme hacia ellos.
–Corlos quiereque te prosente con él –me dijo abrazándome del cuello.
Me tapé la boca al reír–. ¡Ya sel olvidó mi nombrotra vez!
Laila se retorció de la risa–. ¡Nosabe quetú eros tú!
Todas reímos y Carlos pareció compartir la broma en vez de ser el objeto de ella.
–¡Esun ostuuúpido! –le dije en secreto.
–¡Noseas grosora, Mel! ¡Te vaoír!
Me dejé presentar y seguirle el juego a Laila. Carlos silbó al reconocerme. Me tomó la mano y besó el dorso con labios babosos. Me limpié con descaro. No escuché el intercambio que tuvo con Laila. Ella asentía y reía. Abrazaba a su amiga, a mí, a Carlos. Laila es muy mano larga cuando está ebria. A dónde ella se movía, me jalaba y no me quedaba más que seguirle el juego. En determinado momento yo ya estaba caminando del brazo del Carlos hacia su carro. Laila me empujó al asiento delantero y se acurrucó detrás con la otra chava que le pegó la boca al oído y le mordió la oreja.
Carlos le sonrió por el retrovisor o las admiraba por el retrovisor. Nunca de los nuncas andaría con un hombre que usa barniz de uñas. Cuando menos fue cortés y recordó a sus pasajeras que se colocaran el cinturón. El interior del Beetle estaba tan cuidado como su conductor y temí vomitarme por el movimiento. Recordé que La Mamá siempre me advierte sobre no subirme al auto de un extraño estando ebria. ¿Carlos cuenta como extraño si lo veo todos los días?
Sentí alivio cuando nos dejó a salvo en la casa de Laila. Pero ¡cómo estaba de calentona Laila con la otra chica! El top strapless de Laila parecía cinturón y su amiga no paraba de acariciarle los pezones. ¡Brrr! Apreté los ojos. Demasiado porno. No me quedaría a mirar o a oírlas. Me despedí y marqué un número de taxi. La calle estaba muerta a esa hora. Ni un carro pasaba. Y justo cuando me contestaron se apagó el tonto aparato–. ¡Chin! –La calle se movió en un embriagador terremoto. Giré hacia el edificio de Laila. Lo peor que podría pasar era que me durmiera en el recibidor. Tres minutos después me deslumbraron las luces de un carro. Resultó que Carlos volvió para devolver un bolso que debía ser de la amiga de Laila, pero esas dos ya no abrieron.
Se me hizo fácil aceptarle el aventón. Y una vez en mi edificio Carlos se ofreció a ayudarme a subir. La alarma en mi cabeza se encendió, pero como estaba tan ebria sonó muy bajito. Descarté el hecho de que Carlos me sostenía de la cintura para disque evitar que tropezara.
Milton, el recepcionista nocturno, rió un poco al verme llegar. Así es, ando vestida de mujer y borracha. Todavía sé divertirme. Soy la borracha más barata que encontrarán. Se requieren de tres tequilas para verme cantar y bailar. Tres o cuatro o cinco...
Carlos me pidió conectar su celular para hacer una llamada. ¿A su mamá? Reí, pensando que sí. Asentí varias veces aunque algo en mi interior decía que dijera que no. Los dedos con manicure de mi compañero se movían como una oruga pegajosa sobre mi talle e intenté apartarlo, pero preferí apoyar la mano en el barandal del ascensor que se movía como en un carrusel. Llegamos a mi piso e ignoré la mano acariciante pensando que no se sentía taaan molesto. Ya me había cansado de sacudirme la invasión. Lo dejé que me brindara apoyo mientras metía la mano a mi bolso para encontrar la llave. Los pies se me doblaban. Qué difícil era seguir una línea recta.
Cuando estuve a algunos pasos de la puerta casi tiro todo al suelo. Tyler Vane dormía con la cabeza inclinada hacia un lado, sentado en el tapete de la entrada. Sostenía una armónica con una mano a la altura del pecho, como si se hubiera quedado dormido tocándola. Traía la mano derecha enyesada y en un cabestrillo. Dios... ¿Qué le pasó?
Y he aquí mi ofrenda por demorar tanto en la actualización pasada. ¿Qué creen que piense Tyler cuando vea a Mel con el Carlos? ¿Alguna vez les tocó alguien así de aprovechado? Hay que cuidarse porque cómo abundan estos tipos (y tipas también).
Espero que hayan disfrutado de este capítulo. Creo que adelantaré actualizaciones, porque me ausentaré en las fiestas.
Les llegará regalo de Navidad, yeeeiii.
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