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16 Tyler: Traidor culero

Nicole caminó adelante de mí hacia la salida de Cocoa y Ritmo. Solo fui a dejarle mi disponibilidad a Jimmy y, por supuesto, me la topé. Caminaba ojeando el diario de Mel. No tenía nada escrito, pero su obra era tan detallada que a veces parecía salirse de la página. Nicole frenó y choqué con su espalda. Se me cayó el diario de las manos y como yo miraba hacia abajo creyó que le miraba las nalgas. Lo hubiera hecho si no hubiera estado viendo los desnudos en el diario de Mel. Seee, mi mejor amigo en la entrepierna estaba en firmes desde que me percaté que no eran fotos, sino dibujos y ahora saltaba dentro de mis pantalones queriendo salir a embestir lo que fuera. Me hacía falta entrenarlo para recordarle que no debía remojarse en aguas ya nadadas.

Me agaché a levantar el pequeño libro erótico que ya me tenía medio caliente. Me incorporé despacio. Y fue por permitirle a mi cabeza inferior liderar el momento que no hice nada cuando la Nicole se me abalanzó y me besó. Pero algo debió descomponerse en mí (o recordé su voz de mala actriz porno), ya que la mente se me fue al momento en que a Mel se le transparentó la blusa con el agua hirviendo del té. Me despegué a Nicole como ventosa de pulpo. Era oficial: Melodía me gustaba de verdad. ¿Por qué si no, me animaría a hablarle de mí? En qué dimensión desconocida me abriría yo de esa forma con una vieja. ¡Nunca! ¡Debía gustarme en serio! Serían sus ojos color oro, su voz de locutora, su gusto horrendo para vestir y tapar todo aquello que yo quería descubrirle. Mierda... Creo que podría revelarle lo que fuera con tal de que se abriera de piernas.

En un arrebato, y con la cabeza así de revuelta, le dije a Nicole una soberana pendejada.

–Oye, ya estoy saliendo con alguien de fijo.

Nicole atrapó mi labio inferior y me dio otro beso rápido antes de alejarse–. Nos vemos en Las Brujas, Tyler.

Con un demonio. Qué fastidio.

Pasé a mi departamento a cambiarme y me topé con Ric, el mayor del grupo. Ric no solo era baterista, con treinta y tres años tenía dos carreras; la carrera trunca de Música y Sistemas Computacionales. Trabajaba para un despacho gubernamental como ingeniero resuelve todo. Rara vez nos veíamos fuera de los ensayos, aunque vivíamos juntos. Rara vez, el cabrón, sacaba la basura, y en esa ocasión se estaba aplicando. Vestía de traje como siempre que regresaba de su otro trabajo, así que parecía James Bond. Esto volvía locas a las viejas que lograban notarlo detrás del escenario. El problema con los bateristas es su poca presencia. Según él, no quería distractores. Iba, tocaba y se largaba. Nunca se ligaba a nadie. Vestido así, con traje gris y una bolsa de basura en cada mano, desentonaba con el barrio.

–¡Qué milagro, cabrón!

Sonreí y alcé el pulgar.

El baterista señaló detrás de él con la cabeza–. Ahí hay dos bolsas igualitas para ti.

Las bolsas apestaban tanto el interior que ni me quejé con tal de alcanzar al camión que se las llevaría. Juraría que Ric sonreía mientras bajábamos, cosa rara. Quizás alguna vieja en su oficina ya se la mamaba y Ric por fin había roto esa estúpida disciplina de monje. Alguna vez pensé que bateaba para el otro lado como el Leo, pero lo he cachado mirando a las meseras de Las Brujas. Nos apresuramos escaleras abajo procurando no arrastrar nuestra carga hasta salir a la calle. El rechinido del camión se oyó más adelante y Ric pegó un fuerte chiflido para que nos esperara.

–¿Y qué pedo, güey? –me preguntó–. ¿Ya escribiste algo para la feria?

–Sí claro, para fin de mes cagaré diez canciones. Tú solo compra el papel higiénico.

–Con que te limpies bien el culo cuando termines.

Por estas fechas todos jodían para que entráramos a la Feria del Rock. Y por supuesto ninguno tenía las bolas para escribir canciones, mas que yo. Cuando el camión frenó con un ruidoso arrastre de llantas, uno de los recolectores descendió del vehículo. Tenía el overol naranja manchado de grasa. Entrecerró los ojos al mirar a Ric y luego rió.

–Así que vives por acá –dijo poniéndose un par de guantes.

–¿Lo conoces? –pregunté.

–No, güey.

El gordo recolector suspiró y se rascó los testículos–. Me conoce re bien tu mujercita.

Cuando Ric giró levemente la cabeza en desconcierto, el recolector rió de nuevo.

–La güerita de la mochila azul –aclaró rascando nuevamente sus partes. Entonces Ric dejó caer las bolsas y le soltó un golpe que lo hizo rebotar contra el camión. ¡Ora qué carajos! ¿Ric sí se coge a alguien del trabajo? Debía de ser algo serio, ya que él no perdía los estribos nunca. Acto seguido: otros dos gordos en overol bajaron del camión, uno con un bat.

¡Mierda!

Ric parecía toro golpeando los cuernos contra un torero panzón. El recolector yacía en el suelo recibiendo golpes y patadas. Que te madree un baterista ha de doler. Los otros dos se me acercaron con gesto de «te vamos a matar». Uno se apoyó el bat detrás del cuello.

–Está chido tu bat –le dije mientras metía discretamente la mano en la chamarra. No tenía ninguna cosa, mas que una pluma, y no echaría a correr para dejar a mi amigo ahí, aunque me daban ganas (el muy pendejo...).

¡Swing!

A duras penas esquivé el primer batazo. Me arrojaron otro que desvié por pura suerte. Capturé la muñeca de mi atacante y la retorcí para que tirara el bat. Llevé un tiempo artes marciales y algo se me tenía que haber quedado. Barrí su pierna por detrás con una patada y cayó hasta el suelo, pero logró jalarme con él. Entonces clavé la punta de la pluma en su hombro. ¿Son esas sirenas? Sabrá el carajo desde cuándo la policía de Mefistópolis acude a tiempo a detener una paliza. El recolector me escupió en la cara y apenas vi la silueta del otro que se había adueñado del bat, y apuntaba a mi cabeza. Giré sobre mi espalda y me cubrí con las manos. El golpe conectó con mi muñeca derecha y mis huesos tronaron. Se me entumieron los dedos junto con el brazo. Entonces esposaron a Ric y a los otros. Cuando uno de los oficiales me jaló del hombro empecé a ver negro. En algún momento terminé en el hospital, donde me atendieron con una cortina de separación del recolector que apuñalé. Después, nos trasladaron a todos a la Comisaría de Seguridad y Órden Público de Mefistópolis.

Puto Ric, esto era su culpa.

–No mames, güey. Me debes una mano y una explicación, güey. ¿De veras la vieja lo valía?

–No lo entenderías, cabrón.

¡Que no lo entendería! Tenía la mano enyesada porque el pendejo no pudo ignorar una afrenta. Le menté la madre y fui a sentarme al lado opuesto. No me importó que ahí estuvieran los recolectores que me atacaron y me senté entre ellos. Eran mejor compañía que el pinche traidor culero de mi amigo. Como es que una vieja te movía a hacer ese tipo de pendejadas.

Decidí no ejercer mi derecho a una llamada para no preocupar a Leda y ahorrarme la letanía. Ya me había metido en problemas antes, aunque nunca como para terminar tras las rejas. ¡Mierda! Podía perder mis dos trabajos si me retenían mucho tiempo. Suspiré de frustración. La abuela tenía razón, soy un bueno para nada. Con la muñeca jodida no podría tocar, lo cual no le caería en gracia al grupo y no podría ahorrar para el fondo de Fany.

Ric sí usó su llamada. Igual y hasta tenía abogado. Sabrá Satanás en qué gastaba el dinero de su empleo matutino. Lo peor de todo era que, después de esta, el cabrón no volvería a sacar la basura en su vida.

Justo antes del amanecer lo liberaron. No pude evitar resentirme con él. Ni siquiera me miró antes de salir. De cualquier forma, quien quiera que se hubiera tomado la molestia en asistirlo en la madrugada, no sacaría al amigo como cortesía. Me mordí la lengua diez minutos después, cuando me liberaron. Me despedí de los recolectores y hasta los invité a Las Brujas. Al salir, encontré a Ric mirando al suelo junto a un serio Jimmy de la T.

¡Verga! ¿Su conecte es el Jimmy?

Apreté los ojos como un perro que está a punto de recibir un periodicazo. De todas las personas que podían enterarse que pasé la noche entre reos, tenía que venir a pagarme la fianza Jimmy de la T. Justo acababa de despedirme de él en su oficina donde le dije, como todo un fan, que era mi ídolo de la infancia y que le demostraría que no andaba en malos pasos porque quería ser su discípulo musical.

Jimmy alzó una ceja de pelusa blanca en una expresión de «eso que te lo crea tu madre». Si Jimmy ya se había formado una mala imagen de mí, esto venía a completarle el cuadro. Me acerqué a él asintiendo torpemente en un intento mudo de agradecer su generosidad. Al menos no era el único avergonzado, ya que Ric se mantenía en igual silencio mirándose los zapatos.

–Su servicio comunitario empieza mañana por la noche –dijo Jimmy entregándonos unos papeles a ambos con datos de un supervisor. Debíamos completar doscientas horas de servicio. Bueno, no estaba tan mal, aunque los fines de semana con mi hermana y Fany se irían al averno. ¿Qué podría inventarle a Leda?

¡Puta madre! La dirección del parque donde haríamos el servicio era uno de los favoritos de Fany. Me anotaría mejor las noches de los viernes y así me evitaría el sermón si Leda me descubría. De cualquier forma nunca lograba dormir durante las madrugadas de los viernes.

Jimmy de la T se encaminó hacia la salida ajustándose el abrigo. Empujó la puerta de cristal sosteniéndola para nosotros.

–Bueno, luego se lamentan. Vamos, vamos que todos tenemos algo que hacer.

El viejo era taaaan... buena gente. Después de que Ric saliera, me detuve frente a Jimmy para preguntarle... a decir verdad no sabía bien qué. Abrí la boca y la volví a cerrar. Esto era nuevo para mí. Jimmy suspiró y el ojo lleno de catarata pareció cobrar vida por unos instantes en los que se posó sobre mí como si por primera vez viera.

Bueno chico, no hay una sola alma en el mundo que suene bien todo el tiempo. A veces suenas a que puedes hacer algo grande y te debes a tí mismo sacarlo. Pero antes... –Metió una mano en el saco y me entregó una tarjeta –. Quiero que vayas con este fisioterapeuta para que vean como será la rehabilitación de tu mano.

–Jimmy...

–Un músico no puede perder sus manos. Además necesitarás las dos para restregar bien los retretes de Cocoa y Ritmo.

–No podría pagarlo.

–Tienes tu seguro de empleado.

–Nop y si lo tuviera, no me cubriría nada por violar la ley.

A medio discurso me dio la espalda. Ni me escuchó. Me quedé como idiota observando al viejo entrar a una camioneta negra de doble cabina donde ahora, encima de pagarnos la fianza, nos esperaba para llevarnos a casa como colegiales que recién salen de la escuela. Me pasó un papel y una pluma para que firmara. Era un contrato para trabajar en Cocoa y Ritmo como intendente.

–Haz tu cita con el médico –dijo.

Sentí aguas en los ojos, pero debía ser la lluvia que estaba por caer. Ya se había humedecido el ambiente y quizá mañana habrían nubes. Nunca en mi vida tuve un modelo masculino a seguir, un maestro o un padre que estuviera ahí para corregirme o para apoyarme. Le voy a echar ganas viejo gruñón. Voy a dejar de pendejear y le voy a echar ganas.

Perdón por la demora en esta actualización. La vida me atrapó. Es la locura actualizar tres historias a la vez. Solo a mí se me ocurre. Aunque están completas en mi disco duro, me gusta hacer correcciones antes de publicar, así no les doy cáncer visual.

Espero les haya gustado este capítulo y muchas gracias por los leídos y los votos que ayudan mucho a darle visibilidad. Me encantará leer sus comentarios acerca de la historia. ¿Qué personaje les ha gustado más hasta ahora? 

 Pueden escribirme cuando quieran. No muerdo, je.

❤️

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